Memoria histórica
‘La Marsellesa’ puso música a la letra de un himno escolar republicano

Fue compuesto en 1931 por el maestro represaliado José Pla Arnandis, director de la escuela graduada Sant Carles de la Rápita.

La Escuelona de El Llano (Gijón)
La Escuelona de El Llano (Gijón)

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5 jun 2019 11:02

Desconozco si Carolina Díaz sigue siendo directora del centro escolar conocido desde sus orígenes por La Escuelona, en el barrio gijonés de El Llano, pero sí que hace unos años, cuando el ayuntamiento de la ciudad lo distinguió con la Medalla de Plata de Gijón, Carolina habló del espíritu intacto de 1932 que se sigue respirando en el colegio, cuya historia va para los noventa años.

A lo largo de esos casi nueve decenios, a las que nacieron siendo Escuelas Unitarias de El Llano se las ha llamado de distintos modos, según la sucesivas etapas históricas vividas en el pasado siglo: Grupo Escolar El Llano, Escuela Largo Caballero, Escuela Nacional José Antonio y, finalmente, a partir del curso 1976-77, en plena transición democrática, se optó por Ramón Menéndez Pidal. Todos esos nombres, sin embargo, se reducen a uno desde siempre en la memoria popular del vecindario: La Escuelona. Por tal razón, un pleno municipal del ayuntamiento gijonés aprobó en diciembre de 2013 que fuera ese al cabo el nombre oficial del centro, “con el que se reivindica —según leo—, en la misma escuela en que lo hicieron el primer maestro y el primer alumno que entraron en La Escuelona, una escuela pública y de calidad”.

Hablaba Carolina Díaz, en esa información fechada hace algunos años, de la permanencia del espíritu de 1932 que el colegio conserva y nadie sabe cómo se ha logrado. Puede que sea sólo una frase con la que decorar el dilatado historial de La Escuelona, pero me van a permitir que la crea por el sentido que adquirió la instrucción pública en los años en los que el centro se puso en pie. Si se tiene en cuenta que entre el 14 de abril de 1931 y el mes de diciembre de 1932, la segunda República construyó hasta 9.620 escuelas, muchas de ellas unitarias como las de El Llano, puede que nos aproximemos a la entidad de ese espíritu combativo contra la ignorancia y el analfabetismo al que la directora acaso se refiera. Un 32 por ciento de la población era analfabeta en 1930 y la cifra se duplicaba en el caso de las mujeres en muchas provincias.

La misión de la escuela, para las autoridades republicanas, se resume en las palabras con las que Rodolfo Llopis clausuró unas Jornadas Pedagógicas en Zaragoza, precisamente en diciembre de 1932: "La misión de la escuela es transformar el país en estos momentos (...), que los que estaban condenados a ser súbditos, puedan ser ciudadanos conscientes de una República". Únicamente con un programa pedagógico que estableciera —como se hizo— una escuela pública, laica y gratuita se lograría un país comprometido con la democracia, capaz de vivirla y defenderla, según también se demostró.

Alumnos de la Escuelona 1942
Alumnos de la Escuelona, 1942.

En palabras del primer ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo Sanjuán (1884-1938), la República heredó una tierra poblada de hombres rotos y es muy probable que el espíritu para reparar esa lacra histórica se dejara notar en las nuevas aulas habilitadas y con los nuevos maestros formados en ese afán educador. El sistema educativo español arrastraba un gran lastre consigo, con un déficit de escuelas que superaba las 25.000 y con muchas de las más de 32.000 existentes en unas deplorables e incluso antihigiénicas condiciones de habitabilidad. Había en 1931 un millón de niños sin escolarizar, de ahí que Carolina Díaz se refiriera a aquella primera Escuelona como “un centro en el que se integraron los hijos de los obreros que andaban deambulando por la barriada gijonesa”.

En ese barrio vivía, y por eso he querido también escribir este artículo en su recuerdo, mi mejor maestro de la niñez, perteneciente al claustro del Grupo Escolar Jovellanos, José Suárez, cuya formación como maestro se gestó en los mismos años en que se puso en marcha La Escuelona, de la que no se si llegó a formar parte, algo que por su edad bien podría haber sido posible.

Lo que sí me consta es que, siendo muy distintos los tiempos en que me tocó su magisterio a finales de los cincuenta, don José debía de estar tocado por aquel espíritu en el que se había formado para ser maestro. Quizá por eso su recuerdo haya aflorado a mi memoria a la par que he observado esta imagen de La Escuelona. La complemento con la de unos niños y niñas del curso 1942 delante del mismo centro, durante la atroz y miserable posguerra, caracterizada por las represalias que la dictadura infringió a los maestros. En las mismas aulas en que esos pequeños alumnos fueron presas del nacional-catolicismo franquista, se había cantado algunos cursos antes himnos como el que sigue, adaptado a la música de La Marsellesa.

Me gustaría pensar que en el espíritu de este himno escolar, años después sustituido por las canciones marciales de la dictadura, está el espíritu del que Carolina habla y por el que la imagen de don José sigue posiblemente conmigo tantos años después de que me enseñara a entonar teatralmente, con la pausa enfática correspondiente, aquella frase de "Roma no paga a traidores" en una representación teatral sobre Viriato, célebre pastor lusitano.

Paz, libertad, amor y libros
Paz, libertad, amor y libros

El himno fue publicado el 7 de noviembre de 1931 en la revista de primera enseñanza La Asociación, órgano y propiedad del magisterio de la provincia de Teruel, en la que colaboraba el firmante. José Pla Arnandis fue maestro de la localidad de Ejulve entre 1928 y 1935, año en que pasó a dirigir la escuela graduada de Sant Carles de la Rápita, en Tarragona, según cuenta Juan M. Calvo (Ejulve: su gente y su historia). De la fe de Arnadis en la República naciente da constancia este artículo suyo publicado en ese mismo periódico el 11 de junio de 1931, ante la celebración de las elecciones constituyentes. José Pla Arnandis lo dirige a todo el magisterio turolense creyendo llegada la hora en que "las clases sociales humildes como la nuestra salgan de esa humillante postergación que hemos disfrutado, y no debemos vacilar un instante en emitir nuestro voto, en sumar nuestra voluntad a la del pueblo, para que triunfe y por lo tanto se consolide la República, pues si la República que es democracia no satisface nuestros deseos que son los del pueblo, en su aspecto de cultura, educación, pan, trabajo, etc. no lo esperéis de ningún otro régimen. Los que hemos sufrido Monarquía y Dictadura, ya sabemos lo que dan de sí."

Con esos antecedentes, el autor del himno escolar republicano no podía tener otro destino, finalizada la Guerra de España, que el de tantos compañeros y compañeras de profesión represaliados. En el Archivo General de la Administración se puede consultar el expediente de depuración de Arnandis. Desconozco la pena que se le impuso, pero es muy probable que el texto de ese himno en el que se habla de la libertad, la fraternidad, los libros y la paz le haya costado caro.

Al día de hoy, el líder del partido de la renaciente extrema derecha en España planteó no hace mucho en el programa de televisión Espejo Público la posibilidad de que el himno de la Legión Soy el novio de la muerte fuese el himno nacional, de acuerdo con sus preferencias, a fin de que se cantara en colegios e institutos.

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