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Memoria histórica
Rosario del Olmo, la periodista que no salió en la foto con Antonio Machado
Por algún motivo que se desconoce, una de las fotografías más conocidas de Antonio Machado, realizada por Alfonso Sánchez en el café Las Salesas de Madrid, siempre nos muestra al poeta con sombrero, con las manos apoyadas en su bastón y sin la compañía de la mujer con la se encontraba en ese momento en el café. Se trata de la periodista y escritora Rosario del Olmo y el encuentro entre ambos tuvo lugar el 8 de diciembre de 1933, al objeto de publicar la entrevista en el diario La Libertad. Algo más de un mes más tarde, el 12 de enero de 1934, la interviú se publicó en el citado periódico bajo el titular Deberes del arte en el momento actual.
Por situar al lector acerca del lugar de la cita, es de indicar que el viejo café Las Salesas, situado en la actual calle del Conde de Xiquena, hacía esquina con la plaza de las Salesas. Se trataba de un café popular y tranquilo, que por su proximidad al Palacio de Justicia era muy frecuentado por quienes asistían a los juicios y los periodistas. El establecimiento, abierto de 1878, subsistió hasta 1945 y entre las tertulias que se dieron cita en el mismo estaba la de Los salesianos, integrada por ciudadanos de diversas ideologías, entre los que estaba el olvidado hermano mayor de José Ortega y Gasset, el abogado y periodista Eduardo Ortega y Gasset. El lema de la tertulia, según pude leer, era jamás se riñe, sólo se discute sin violencia. Falta saber si se cumplía siempre. El fotógrafo Alfonso dejó para la posteridad una instantánea de esta tertulia, presidida por el periodista anticlerical Augusto Vivero, fusilado por la dictadura franquista junto a las tapias del Cementerio del Este en 1939.
De la fotografía en la que ha sido amputada para las posteridad la imagen de Rosario del Olmo, que sí aparece en el periódico, sorprende el elegante y buen aspecto que ofrece don Antonio a poco más de cinco años de su fallecimiento y de las últimas fotografías que se conocen de su existencia al final de la guerra, en las que aparece ostensiblemente enfermo, poco antes de tomar el camino del exilio. Con sombrero y corbata, Machado mantiene las dos manos sobre la empuñadura de su bastón, mientras en el espejo se refleja la borrosa presencia de un camarero. La joven periodista sonríe al fotógrafo sin imaginar que con el tiempo será desalojada de la instantánea.
En la larga introducción de la entrevista, Rosario del Olmo se propone saber la opinión de los artistas e intelectuales españoles ante un año recién estrenado (1934) que la autora considera históricamente trascendental. En realidad sólo plantea la colaboradora del diario La Libertad dos preguntas muy generales a su prestigioso entrevistado. La primera se atiene al titular con la que la interviú fue publicada en el periódico: ¿Cuáles cree que son los deberes del arte en los momentos actuales? A lo que don Antonio responde haciéndose otra pregunta:
“¿Tiene el arte deberes que cumplir, tareas concretas que realizar semejantes a deberes? Yo no me atrevo a afirmarlo, ni a negarlo tampoco. El arte ha proclamado muchas veces su autonomía -continúa Machado- dentro de la totalidad de la cultura, la absoluta libertad para producirse, el derecho de no obedecer a ley alguna que no emane de él mismo. Si esta pretensión no es vana, los deberes del arte serán deberes estéticos, muy difíciles de definir y más aún de asimilar a los deberes propiamente dichos, que son los morales. Pero el arte también ha estado muchas veces al servicio de algo que no es el arte mismo. Los siglos de oro, en general, han sido modestos. Lope de Vega se propuso divertir con sus comedias, no ya al pueblo, sino al vulgo; Corneille y Racine escribieron para solaz de una corte; Fidias consagró su arte al culto de una diosa local; Píndaro fue un jaleador de loa atletas helénicos. En verdad, la independencia absoluta del arte es un concepto romántico de la gran época de los superlativos, que no fue -dicho sea de paso- específicamente artística. La teoría posterior del arte por el arte ha acompañado a una producción decadente. Digo todo esto para demostrarle que no soy un fanático de la salvaje independencia del arte, y que su pregunta no me parece absurda, aunque yo no acierte a contestarla de una manera rotunda. Por eso vuelvo sobre ella: «¿Qué deberes tiene el arte en los momentos actuales?» Acaso el deber del arte en los momentos actuales, como en todo momento, sea el de ser actual. Si la actualidad del arte no fuera algo inherente a su propia naturaleza, habría que imponérsela como un deber. Pero no hay arte verdadero que no sea actual, es decir, de su tiempo, del tiempo en que se produce”.
La segunda cuestión planteada tiene un carácter aún más general pues Rosario del Olmo pretende que don Antonio le ofrezca su opinión acerca de su tiempo, a lo que el poeta contesta: “Para el artista, y, en general, para el hombre, los momentos actuales tienen una enorme importancia, en cuanto son los que él precisamente vive. Desde un punto de vista más objetivo, los momentos actuales pudieran no tener la importancia que se les atribuye. Algunas veces he pensado que acaso esta época nuestra, este primer tercio del siglo XX, con su guerra mundial, sus conmociones sociales, etc., pudiera ser una de las épocas más insignificantes de la Historia. '' ¿Qué pasa hoy en el Mundo que tenga la importancia y la trascendencia de la ciencia nueva de Galileo, de la reforma de Lutero, de las revelaciones del Cristo, de las charlas de Sócrates con los jóvenes de Atenas? Realmente, no sabemos todavía si ha pasado algo importante en nuestro tiempo. Pero estas consideraciones, más o menos escépticas, no eximen al artista de vivir su tiempo y aun de amarlo y sentirlo, profundamente. En cuanto al arte moderno —tenga o no deberes concretos que cumplir—, es muy posible que acabe por prescribírselos, aunque sólo sea para curarse de sus inquietudes, un tanto hueras, y de su gran desorientación. Los tiempos que corremos -afirma Machado- son más de disciplina que de libertad, y esto ha de acusarse en el arte de alguna manera. La poesía especialmente, ha de tender a des-individualizarse y a aceptar la norma comunista -empleo esta palabra por ser de su agrado-, quiero decir de comunión cordial entre los hombres. Porque pasó el tiempo del solipsismo lírico, en que el poeta se canta y escucha a sí mismo. El poeta empieza a creer en la existencia de sus prójimos y acabará cantando para ellos”.
Tal como se desprende de la alusión del autor de Campos de Castilla a la ideología de su entrevistadora, Rosario del Olmo Almenta (1904-2000) era comunista, como lo fue su hermana la actriz María Ángeles, con la que compartió profesión por breve tiempo en la compañía de Matilde Romero. Mediados los años veinte inició sus colaboraciones en las revistas La Esfera, Blanco y Negro y Nuevo Mundo. Fue cronista de sucesos en el diario Heraldo de Madrid a finales de los años veinte. Fue en 1930 cuando ganó un premio literario convocado por el diario La Libertad le sirvió para colaborar en este periódico, trabajo que complementó con su participación en la revista Octubre, en compañía de la escritora María Teresa León.
Siguiendo su militancia comunista, y ya durante la guerra, Rosario del Olmo participó con sus crónicas en El Mono Azul, donde colaboraban entre otras Rosa Chacel y María Zambrano, y también en Mundo Obrero. Con motivo del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que se celebró del 4 al 18 de julio de 1937 en Valencia, Madrid, Barcelona y París, la Alianza de Intelectuales Antifascistas decidió editar tres obras, entre ellas La crónica general de la guerra civil en la que colaboró Olmo al lado de María Teresa León, Luisa Carnés, Matilde de la Torre y Dolores Ibárruri. La contribución de Rosario del Olmo Mujeres en la lucha, desde la línea de fuego a la retaguardia activa, retrata una serie de mujeres presentes tanto en los hospitales como los frentes de batalla y víctimas de la violencia cotidiana. Aspira a que el lector sienta esa violencia de la guerra. En ese mismo congreso, al que asistió también Antonio Machado, fue delegada española junto a María Teresa León, María Zambrano y Margarita Nelken. Durante la guerra, Rosario del Olmo fue jefa de censura extranjera en Oficina de Información y Prensa.
Detenida al final del conflicto por la dictadura, se la condenó a doce años de prisión en la cárcel madrileña de Ventas. Nada se sabe de su vida una vez en libertad, tampoco si por su profesión, que no volvió a ejercer en la España franquista, dejó algo escrito. Habiendo vivido veinticinco años más desde la muerte del dictador, no encontraremos su nombre en ningún medio de los que pretendieron reparar con artículos o entrevistas los años de prisión y silencio a los que fueron sometidos quienes se comprometieron con la defensa de la segunda República.
Rosario del Olmo falleció para sus conciudadanos mucho antes de que se le acabara la vida en Madrid a los 94 años de edad, como si a la amputación de su imagen en la fotografía con Antonio Machado le hubiera seguido una segunda amputación de su persona durante la dictadura y más allá de la transición democrática. Ella habría sido la más indicada para explicarnos por qué se la hizo desaparecer de la histórica fotografía.