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Memoria histórica
El último tramo de la vida de Federico García Lorca en el Madrid republicano
Las fotografías que ilustran este artículo son las dos últimas que se conservan de Federico García Lorca en Madrid en el verano de 1936, antes de viajar a Granada, en donde será asesinado en la madrugada del 18 de agosto, en el camino que va de Viznar a Alfacar, por los militares sublevados el 18 de julio de ese año, durante la crudelísima represión llevada a término en aquella provincia. De las 50.000 víctimas mortales que se produjeron en Andalucía, más de 8.500 se perpetraron en Granada.
La primera fotografía data del 29 de junio y en ella aparece el poeta y dramaturgo en la parte superior de la imagen, junto a un grupo de amigos en la verbena madrileña de San Pedro y San Pablo. Entre ellos está su amante, el periodista y crítico literario Rafael Martínez Nadal (1903-2001), cuya frente toca Federico con la mano. En la segunda vemos a Lorca junto a Manuela Arniches, de la que desconozco si tiene relación familiar con el autor teatral Carlos Arniches, en la terraza del Café Chiki-Kutz, sito en el número 29 del Paseo de Recoletos, posiblemente en el mes de julio.
Las crónicas nos han permitido conocer la actividad pública llevada a cabo por García Lorca desde mayo de 1936 hasta el día de su último y fatal viaje a Granada, donde esperaba encontrar refugio en la casa familiar en vísperas del conflicto armado. Ese mes asiste al homenaje que el Frente Popular ofrece a los escritores franceses André Malraux, Jean Cassou y Henri Lenormand. En junio participa junto a Rafael Alberti, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre, Pablo Neruda y Arturo Serrano Plaja, en el recital poético al aire libre que tiene lugar en el Paseo de Recoletos de Madrid. Repárese en lo significativo de un recital de ese carácter en el centro de Madrid un mes antes de que estalle el más trágico conflicto de la historia de España.
También en junio pone punto final Federico a una de sus más importantes obras dramáticas, La casa de Bernarda Alba, y redacta el primer acto de una nueva, bajo el título de Los sueños de mi prima Aurelia. Es significativo que en esta obra inacabada el autor reviva y recree su niñez en la figura del personaje al que llama el niño Federico, que comparte fantasías y vivencias con su prima Aurelia. Sobre Los sueños de mi prima Aurelia montó Miguel Cubero hace algunos años un interesante espectáculo en el Teatro La Abadía, en el que se evocan también los últimos meses del poeta.
Ya en julio de 1936, Federico García Lorca firma un manifiesto contra el dictador portugués Oliveira Salazar, sin imaginar posiblemente -o sí, habida cuenta el precedente de Miguel Primo de Rivera y tal como pintaban las cosas- que España iba a emular al dictador portugués en la figura de Franco. El día 11, tal como publicamos en este mismo periódico hace años, es entrevistado por el dibujante Luis Bagaría para el diario El Sol, que publica además la correspondiente caricatura del poeta granadino. Ese mismo día cena en casa del poeta chileno Pablo Neruda, la llamada Casa de las Flores, en el distrito de Chamberí, y al siguiente, en el domicilio del doctor Eusebio Oliver, tiene lugar la primera lectura de La casa de Bernarda Alba, a la que asisten, entre otros, los poetas Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Pedro Salinas y Guillermo de Torre.
Será el 13 de julio, un día después del asesinato de teniente republicano José del Castillo Sáenz de Tejada y en la misma fecha en la que es asesinado el diputado José Calvo Sotelo, cuando Rafael Martínez Nadal acompaña a García Lorca a la estación de Atocha y emprenda viaje a su Granada. Hay quien fija esa fecha en el 16 de julio. Será curiosamente en un periódico de Albacete, ciudad natal del amante de Federico, donde primero se publique la noticia del fusilamiento del poeta, pasadas unas semanas del asesinato, antes de que se difunda la noticia en la prensa madrileña.
Antes de despedirse de Martínez Nadal, a quien hizo depositario del borrador de su obra teatral El público, Lorca visitó la redacción de la revista Cruz y Raya para hacer lo propio con el escritor José Bergamín, que no estaba en ese momento en el local, y al que le deja, junto a una nota, el manuscrito de su último libro de versos, Poeta en Nueva York, que será utilizado para las primeras ediciones póstumas del mismo.
Esa fue la última actividad pública de uno de nuestros más importantes poetas en la capital de la segunda República, dejando vivos para evocar su nombre y su sobresaliente protagonismo en la historia de nuestra literatura los textos mencionados, cuya voz no dejará de escucharse en los ámbitos de la cultura, aunque sigamos desconociendo el lugar en el que su autor fue ignominiosamente asesinado en su propio país.