Opinión
Desokupas en Torremolinos: antirracismo y acompañamiento en las luchas inquilinas

Mariam está viviendo en carne propia la otra cara del milagro turístico en la Costa del Sol. Una empresa de desalojos ilegales pretende echarla de su casa después de haber sido estafada por un falso propietario.
Vecinas y militantes del Sindicato de Inquilinas de Málaga preparando las pancartas del Bloque en Lucha Avenida Europa, 15.
Vecinas y militantes del Sindicato de Inquilinas de Málaga preparando las pancartas del Bloque en Lucha Avenida Europa, 15.
8 oct 2025 06:00

Agosto. Pleno verano. Costa del Sol. La Junta preveía este año, así a ojo, 12 millones de turistas durante el verano en la provincia de Málaga —que no llega a los dos millones de habitantes—. Al turismo: una sonrisa, los brazos abiertos y un airbnb en cada esquina.

Mariam (nombre ficticio) también viene de fuera, pero a construir una vida aquí con sus hijos, no ha tenido ese verano de ensueño que promete sol, playa y palmeras. Hace meses alquiló una infravivienda, en el barrio del Calvario de Torremolinos. Un bajo que da a la calle con un vano gigante, de lo que parece haber sido en otro tiempo un puesto de venta, que no tiene ventana. Tienen que ponerle un tablón de madera delante para cerrarlo.

A ella se lo alquiló un tipo que luego resultó que no era el dueño. Desde el Sindicato de Inquilinas de Málaga no paramos de ver este tipo de estafas que, lejos de servir para favorecer de alguna manera la ya precaria situación de la persona estafada, parece que se da por hecho. Es el mercado, amigos. Si algo define el capitalismo inmobiliario es la crueldad, en una escala muy amplia que se puede condensar en el caso de esta vecina del Calvario y de tantas otras.

La Costa del Sol es un vórtice del torbellino económico que viene arrasando con consecuencias catastróficas en todo el estado. Un problema para muchas, un negocio altamente lucrativo para algunas

Si el estafador era el cuñado del dueño o su primo no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que tras ponerse de acuerdo, avisaron a Mariam que tenía que dejar la casa y marcharse. Y una vez que se ha llegado a la situación en que tu casero/estafador toma la determinación de que salgas de su propiedad, la mayoría de la gente preferiría perder de vista a esa persona lo antes posible y recuperar algo de calma. Mudarse hoy en día es una gincana infinita en la que el premio mínimo es ansiedad permanente. Si además tienes pasaporte del Sur global, no tienes liquidez o tu cuerpo se lee como racializado, la cosa se complica exponencialmente. La Costa del Sol es un vórtice del torbellino económico que viene arrasando con consecuencias catastróficas en todo el estado. Un problema para muchas, un negocio altamente lucrativo para algunas.

Cuando Mariam se acerca al SIM se acciona un plan de acompañamiento para prever como resistir el acoso que ya se venía gestando. Los tiempos de un proceso de desahucio legal, más cuando hay una estafa de por medio y menores a cargo, puede darte algún mínimo margen para recomponerte y armar una estrategia común con otras para abrazar el “Nos quedamos” o para intentar ver cómo reconfiguras tu hogar. Pero el rentismo no entiende del conflicto capital-vida. O mejor dicho, lo entiende bien y juega una ofensiva perversa y violenta.

Así que el 5 de agosto, a través de las redes de apoyo tramadas entre el SIM, Techo por Derecho, Biznegra, Málaga para Vivir y muchas otras vinculadas a las luchas por la vivienda y el antirracismo, llega el mensaje de que hay un grupo de cinco desocupadores en la puerta de casa de Mariam en actitud muy agresiva que, en un primer momento, se identificaron como policías. Ante la alerta empiezan a llegar compañeras conforme las vidas de cada una permiten, hasta armar un grupo de unas ocho o nueve personas que tuvieron que resistir durante horas insultos misóginos y amenazas de violación, e incluso un agarrón del cuello al único compañero que estaba poniendo su cuerpo en el tapón humano en la entrada a la vivienda. Este apunte no pretende relativizar unas violencias o jerarquizarlas en su gravedad, nos sirve para no olvidarnos que el sistema sexo-género patriarcal nos obligará a pensar en las estrategias de las luchas desde esas coordenadas también.

Mudarse hoy en día es una gincana infinita en la que el premio mínimo es ansiedad permanente. Si además tienes pasaporte del Sur global, no tienes liquidez o tu cuerpo se lee como racializado, la cosa se complica exponencialmente

Las tristemente célebres empresas de desocupación se han multiplicado en el último tiempo y la maraña de sujetos que han ido conformando estos grupos trascienden el clásico neonazi a los que acostumbrábamos. De entre los difusos integrantes de la machosfera (asediados también de una forma concreta por las dinámicas del capital) que habitan cual zombis nuestras ciudades contemporáneas, y los gimnasios de cada barrio, hay donde elegir. El régimen de guerra patriarcal-neoliberal produce sujetos útiles para su propio funcionamiento. En los contextos de desposesión forzada, alumbra camadas de machos embrutecidos por la falacia de la meritocracia, la obsesión securitista y la permanente retórica de lo bélico. En nuestra ciudad, sin ir más lejos, en una búsqueda rápida en Internet, encuentras empresas de desocupación por doquier. Lo que ellos llaman negociación y mediación, sabemos, y la policía también, que es extorsión, amenaza, violencia física y psicológica e intimidación. 

No menos atención merece la actuación del Cuerpo Nacional de Policía de Torremolinos que a lo largo de la mañana del 5 de agosto mostró diferentes caras, todas ellas igual de preocupantes para las que hacemos parte de la multitud de afectadas por el problema de la vivienda, no así para los rentistas y desocupadores. La primera patrulla apareció en el domicilio de Mariam saludando a los agresores con un afín “compañeros”. Poco después y sin hacer absolutamente nada se marcharon y la agresividad del grupo mafioso fue escalando, hasta que uno de los desocupadores se llega a colar en la casa por unas de las ventanas que no tenían cierre, atrincherándose en un cuarto contiguo al salón al que daba la puerta de entrada.

Tras varias llamadas a la policía en la que echaban balones fuera, la segunda patrulla de la mañana se personó en el domicilio. Una de las compañeras encabezó las conversaciones para intentar explicar la situación ante la violencia desplegada por los desocupadores, invocando ya una cuestión tan básica como la integridad (a estas alturas, también física) de Mariam, sus hijos y las compañeras allí presentes.

El resto intentábamos, en vano, hacer entender a los agentes lo que estaba pasando y la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encontraba la vecina de Torremolinos. Sin ningún efecto. En el mejor de los casos, una cordial resignación a no hacer nada en tanto que no estaban presenciando delito alguno. La policía no es tonta pero sí es funcional y necesaria para proteger el derecho a la propiedad privada y la extracción de renta por encima de las vidas de los desposeídos.

A esas alturas, ante las circunstancias que no parecían aflojar sino, más bien, todo lo contrario,  y ante la desesperación desatada por la violencia que había tenido a Mariam en un estado ansioso sostenido durante horas, se termina claudicando en la negociación con la empresa mafiosa. Abandonar el domicilio en el plazo de una semana y un pago a la vecina de 1.000 euros.

Nada nos sorprende del todo a estas alturas de la película de terror inmobiliario que habitamos a diario, en el cual el Estado tiene un papel central para garantizar que el cuerpo tiemble

Ahí no termina todo. Tras llegar al acuerdo, la policía se vuelve a marchar y acto seguido se produce el pico de violencia verbal y física contra las vecinas y militantes. Tras una nueva llamada a la patrulla para que volviera, ya cerca de las 15h, la amabilidad condescendiente previa se torna en regañinas como si de una autoridad paterna se tratara y tonos déspotas hacia nosotras que se fueron elevando hasta cotas inenarrables. Desde el otro lado de la conversación lo que intentábamos explicar era que habíamos recibido amenazas de violación, amenazas de paliza por conocidos ultras futboleros y que habían agredido físicamente a un compañero. De nuevo, no sirvió de mucho. Nos recomendaron que si “algo nos había molestado” podíamos interponer una denuncia en el juzgado. Compréndalos, es normal, es que hace mucho calor y no son horas de llamar a nadie.

Nada nos sorprende del todo a estas alturas de la película de terror inmobiliario que habitamos a diario, en el cual el Estado tiene un papel central para garantizar que el cuerpo tiemble. Esto no hace menos grave (más bien lo contrario) la violencia que se despliega hacia los cuerpos que intentan resistir el avance del capitalismo financiero en nuestras ciudades. Cuerpos que ya vienen con otras violencias al hombro. Cuerpos feminizados, extranjerizados, racializados, precarizados y empobrecidos. Es imposible describir la sensación corporal de impotencia, rabia y desesperación del impacto de la especulación capitalista en nuestras vidas.

A veces la resistencia no es opcional, nace apegada a la necesidad más elemental. Resistimos porque no nos han dejado otra opción, y en cualquier caso porque estamos hartas de la mercantilización y sacrificio de nuestra existencia para el beneficio económico de algunos. Y en este devenir negro del mundo que del que nos habla Achille Mbembe, que no se nos olvide, que cada vez somos más. 

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