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Migración
“The game”, la salud mental está en juego en la frontera
En su brazo, Arash, joven iraní de 25 años, muestra un tatuaje negro con unas líneas delicadas. Dice que le recuerda —y sobre todo cuando más lo necesita— que no puede rendirse, que no debe de perder la esperanza y que tiene que seguir adelante. En 2019 había en el mundo 272 millones de migrantes internacionales, equivalentes al 3,5% de la población mundial. Quizás la frase de Arash sea una de las cantinelas que se repiten también los más de 84 millones de personas que se vieron obligadas a dejar sus hogares en 2021, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Son muchas las razones que te ponen en el aprieto de tener que salir de tu país: puede ser la violencia, el cambio climático, la situación económica o política, el racismo, la persecución, las guerras, el machismo o un problema de salud mental.
“¿Qué por qué me fui de mi país? Porque en Irán, si tienes una enfermedad mental no te permiten hacer nada. No podía trabajar, no podía estudiar, no podía conducir, era como si no tuviera derechos, como si no existiera, como si no valiera nada”, se sincera el joven iraní. “Solo espero que en Europa la gente pueda entender todo el potencial que tengo y todo lo que puedo aportar a la sociedad. No quiero que mi enfermedad mental se use en contra de mí, ni para dañarme”, confiesa con gran tristeza. Y es que Arash sufre un trastorno bipolar que le hizo tener que escapar de su país. Pero, “la bipolaridad no quiere decir que esté incapacitado o que sea peligroso para nadie. Puedo hacer cosas, puedo estudiar, puedo trabajar, puedo hacer todo lo que yo quiera, pero siendo consciente de que tengo esta enfermedad y que me tengo que cuidar”, concluye.
Arash comenzó su viaje en 2018. En estos cuatro años ha pasado por países como Turquía, Bulgaria o Grecia antes de llegar a Bosnia. Ahora se encuentra en el Campo de Refugiados de Lipa, que tiene una capacidad para albergar a 1500 personas y que se encuentra en la ciudad de Bihac, situada al noroeste del cantón de Una-Sana, a tan solo 15 kilómetros de la frontera con Croacia. El joven iraní denuncia que en todas las ciudades por las que ha pasado, así como en los campos de refugiados en los que ha tenido que hospedarse, no ha recibido un tratamiento correcto para su enfermedad mental. “Me han dado medicaciones, sí, pero no específicas, son medicamentos que le dan a todo el mundo. Es como si tuvieras una enfermedad física y lo único que te recetaran fuera ibuprofeno. Pues lo mismo”, dice. Por otra parte, el acompañamiento familiar en una enfermedad mental es clave para la recuperación de la persona. En medio de un contexto migratorio como el que vive Arash, esto le ha resultado imposible. “A veces hablo con mi madre y le cuento cómo estoy por teléfono, pero es muy difícil transmitir y tampoco le quiero contar todo lo que pasa por mi mente para no preocuparla. Sientes mucha impotencia. Tienes mucho que callar”.
Las personas migrantes que llegan a Bosnia procedentes de distintas partes del mundo —Siria, Afganistán, Paquistán, Burundi, Cuba, Irán o Irak— intentan cruzar la frontera con Croacia atravesando la llamada Ruta de los Balcanes. A esta hazaña las personas migrantes y las organizaciones sociales la llaman The Game, “el juego”, o lo que es lo mismo, arriesgarse a atravesar la frontera entre Bosnia y Croacia ya sea a pie, por ríos, montañas y bosques y llegar, si todo sale bien, a la esperada Unión Europea. “Quizás lo llamemos así para quitarle peso a la dureza de lo que vivimos”, dice Ta Ha, chico afgano de tan solo 16 años que tuvo que escapar de su país porque los talibanes lo perseguían. Suena a videojuego, a diversión, a mando, palomitas y tarde de domingo con lluvia y manta. Pero lo que esconde son a miles de personas que no han querido iniciar la partida. Lo que pasa en el camino es un atropello a los derechos humanos, sociales y fundamentales.
En el tiempo que lleva en Bosnia, Arash lo ha intentado una sola vez, pero no fue nada bien. “Nos perdimos por el monte pero conseguimos cruzar la frontera. Ya estando en Croacia la policía nos detuvo, nos golpeó, nos quitó todo… las personas que me acompañaban y yo no parábamos de pedir ayuda, de decir que lo único que queríamos era llegar a un lugar seguro, pero a ellos parece que les daba igual. Me cogieron y me dejaron en medio de la nada, después descubrí que estábamos a más de 130 kilómetros de Lipa, sin comida y sin agua. Tuve que caminar dos días enteros para regresar. Sentí que mi vida, realmente, corría peligro”, cuenta el joven.
Son muchos los testimonios que denuncian y revelan el uso alarmante de violencia cometida por las autoridades croatas contra las personas que tratan de cruzar la frontera, cuentan la humillación, el despojo de todo lo que llevan encima, los empujones, el trato degradante que reciben
Además de Arash, son muchos los testimonios que denuncian y revelan el uso alarmante de violencia cometida por las autoridades croatas contra las personas que tratan de cruzar esta terrible frontera. Diversos testimonios cuentan la humillación, el despojo de todo lo que llevan encima, los empujones, los gritos, el trato degradante que reciben. “Hemos intentado cruzar la frontera dos veces, pero siempre nos hemos encontrado con policías. Cuando nos han visto nos han empezado a gritar que volviéramos, que no continuáramos. Después nos han roto el teléfono y nos han quitado el poco dinero que teníamos. Empezaron a empujarnos, nos tocaron con mucha fuerza y en una de estas batidas, me caí y me rompí la pierna”, cuenta Jannie, refugiada burundesa que intentó cruzar la frontera croata con tres amigas y dos de sus hijas, las dos menores de edad. “La policía croata nos devolvió a Bosnia. No nos preguntaron nada, intentamos explicarles nuestra situación, pero no hubo suerte, nos quitaron el móvil y todo lo que llevábamos encima. Les dio igual ver que teníamos sobre nuestros brazos a nuestra niña de dos años. No hay humanidad”, cuenta una familia procedente de Burundi. “Nosotros éramos diez personas, entre ellas, una chica que estaba embarazada. Cuando nos dijeron que nos fuéramos, que corriéramos, dispararon un tiro al aire y eso asustó mucho a la mujer que nos acompañaba, tanto que empezó a sangrar y a los pocos días, perdió a su bebé”, dice dolorido Pedro, cubano de tan solo 23 años.
Desde hace más de seis años, la ONG No Name Kitchen, denuncia los abusos policiales por parte de la policía croata en en esta frontera. Desde la organización declaran que “creemos que la ayuda humanitaria debe complementarse a la acción política para generar un cambio. Por ello, NNK cofundó la red Border Violence Monitoring Network y recoge testimonios de violencia para crear conciencia y abogar por el respeto a los Derechos Humanos y el Derecho Internacional”. En marzo, la Red de Monitoreo de la Violencia Fronteriza (BVMN) compartió 36 testimonios de devoluciones que afectaron a 762 personas en movimiento en los Balcanes. Este informe reúne testimonios de primera mano de una variedad de países de la región para analizar la forma en que los estados de la Unión Europea y otros actores están afectando la violencia sistémica hacia las personas que cruzan las fronteras. Además de la violencia, tanto física como psicológica, las personas migrantes reciben un trato que atenta contra sus derechos humanos, ya que sufren un claro ejemplo de devolución en caliente o push back. Se trata del rechazo ilegal de una persona en tránsito en una frontera europea. Además, siendo Croacia un país de la UE, este procedimiento es ilegal y en la mayoría de los casos se realiza con el uso de la violencia.
Las personas migrantes en contexto de movilidad enfrentan mayores condiciones de riesgo que pueden hacer que su salud mental empeore. Estas personas, por el hecho de decidir emprender una migración, se enfrentan a situaciones que en muchos casos son forzosas, violentas y que te ponen, sin previo aviso, entre las pistolas y el infierno de regresar de donde huías. Muchas personas son perseguidas, privadas de toda libertad, de toda decisión, de todo derecho. Otras muchas huyen de la guerra, de la ablación o, incluso, de la propia muerte anunciada. Todas estas situaciones colocan a las personas migrantes en un punto crítico para su salud mental.
Además, la propia situación por la que pasa el migrante le empuja, en muchos casos, a vivir en condiciones pésimas, atravesar cientos de kilómetros aceptando riesgos por los que jamás imaginó, sin comida o sin agua. Según la Revista Científica de la Sociedad Española de Enfermería Neurológica, “durante el proceso migratorio se pueden generar importantes alteraciones en la salud mental y neurológica provocadas por determinadas circunstancias asociadas a las migraciones, como la situación del empleo, las condiciones precarias de vivienda o los acontecimientos traumáticos antes, durante y después del proceso migratorio”. En Bosnia Herzegovina, más concretamente en la ciudad de Bihac, son cientos las personas migrantes que viven en squads, en casas abandonadas, en la propia calle esperando su oportunidad para cruzar la frontera.
Mohammad, de 34 años, con tres hijos y procedente de Irak ha intentado más de 30 veces cruzar la frontera entre Bosnia y Croacia. “Siempre es un ir y venir, la pescadilla que se muerde la cola, te crees que estás avanzando pero de repente retrocedes y vuelves a empezar”
Mohammad, de 34 años, con tres hijos y procedente de Irak ha intentado más de 30 veces cruzar la frontera entre Bosnia y Croacia. “Siempre es un ir y venir, la pescadilla que se muerde la cola, te crees que estás avanzando pero de repente retrocedes y vuelves a empezar”, sentencia. Él no tuvo que salir de su país por tener una enfermedad mental, pero por su situación migratoria, por todas las circunstancias que ha vivido, su mente, de algún modo se ha fracturado y su salud mental está muy dañada. “Este viaje ha hecho que me pasara de todo, he tenido que experimentar situaciones límites que ninguna mente debería vivir, y por eso, ya todo me da igual”, afirma. Además, el joven iraquí también denuncia la falta de sensibilidad y comprensión que ha recibido. “En todo este largo viaje nadie me ha preguntado, todos esos hombres uniformados que me han parado en la frontera y me han acribillado no me han dicho nada, no se han interesado por mí, por mi vida, por el porqué de mi viaje, nada, nadie me ha querido ayudar de verdad, creo que se olvidan de algo importante: somos personas como ellos”. Cada una de las veces que ha intentado el game, la policía le ha arrestado, le ha quitado todo lo que tenía y le ha pedido que regresara. “Ya no tengo esperanzas, lo tengo todo perdido”, confiesa. “De hecho, son tantas veces las que lo he intentado que estoy pensando volver a mi país, aunque eso signifique la muerte”, afirma resignado.
Mohammad tuvo que huir de su país para salvarse. De un día para otro tuvo que hacer las maletas y huir sin decirle nada a su familia para no ponerla en riesgo. Mohammad es un antiguo soldado de la guerra de Irak. Trabajaba para el gobierno pero, en 2018, cuando se negó a hacer un tipo de trabajo que le pedían, lo quiso dejar. A partir de ahí empezó a ser perseguido, lo amenazaban con una condena de por vida en la cárcel o mucho peor, con la pena de muerte. “Cuando salí de mi país no pensé que pondría mi vida en peligro en el viaje, no era consciente de los riesgos que supone una travesía de estas características, no pensé en nada, no tuve la opción de decidir o meditar si salir o no, simplemente me tuve que ir para poner a salvo mi vida y también la de mi familia”, confiesa.
En estos años de travesía, Mohammed ha pasado por países como Turquía, Grecia, Albania o Montenegro. Ha cogido aviones, trenes, autobuses, ha caminado durante días enteros por la maleza del bosque, ha cruzado ríos, ha pagado cifras muy altas para que lo llevaran de un sitio a otro. Ya en Bosnia, cada vez que le han detenido en la frontera, Mohammad denuncia que la policía croata le ha quitado todo lo que llevaba encima y que, además, ha recibido violencia física. “No tengo pruebas porque me quitaban también el móvil para que no pudiera grabar o hacer fotos. Muchas veces me han cogido en territorio croata, ya pasados cientos de kilómetros. He pedido siempre asilo y refugio, pero nada. Me han dicho ‘yes, yes, yes’ y después me han montado en el coche y me han dejado otra vez en Bosnia, pero en medio de la nada. Sin móvil, sin agua, sin comida, he tenido que recorrer a veces hasta 40 kilómetros a pie hasta llegar a un lugar conocido y con civilización”, matiza.
A pesar de tener comida y cama, para Mohammad se hace muy difícil vivir en el campo de refugiados de Lipa, ya que no no puede empezar ningún proyecto de vida, “siempre hacemos lo mismo, los días son iguales, es normal volverte loco, porque no tenemos vida”
Esta realidad entra en contraposición con el artículo 33 de la Convención sobre el estatuto del refugiado de 1951, ya que “ningún Estado podrá, por expulsión o devolución, poner en modo alguno a un refugiado en las fronteras de los territorios donde su vida o su libertad peligre por causa de su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social o de sus opiniones políticas”. En la Unión Europea, en el 2019, fueron expulsados un 60,4% personas de las personas que consiguieron cruzar las fronteras, y devueltas a sus países.
En estos cuatro años en Bihac, Mohammad ha estado casi la totalidad del tiempo viviendo en la calle, “comiendo de la basura”, dice con voz pequeña. Seguiría viviendo así pero en uno de los intentos, la policía fronteriza lo detuvo y lo llevó al campo de refugiados de Lipa. A pesar de tener comida y cama, para Mohammad se hace muy difícil vivir allí, ya que no no puede empezar ningún proyecto de vida, “siempre hacemos lo mismo, los días son iguales, es normal volverte loco, porque no tenemos vida”.
La salud mental de Mohammad también está en peligro. “A veces no logro controlar los pensamientos de mi cabeza, porque pienso demasiado. Le doy vueltas a todo lo que me ha ocurrido en estos años. Pienso en lo que era mi casa, mi familia… todo eso ya no está. Tengo encima un viaje muy largo, con vivencias muy duras, con devoluciones en las fronteras por parte de la policía, con violencia, pienso en todo lo que he tenido que vivir por el simple hecho de nacer en mi país y…”, decide callar. Más tarde respira y convencido sentencia. “Mi país me ha obligado a migrar. Mi país me ha quitado las cosas que más quería, mis padres, por ejemplo, que murieron en la guerra cuando yo tan solo tenía cinco años”. En cuanto a su situación psicológica, Mohammad denuncia que en el campo de refugiados “solo me dan pastillas para dormir y estar más tranquilo. Pero nadie habla conmigo, no tengo una charla pausada, no me puedo expresar en mi idioma porque no conocen la lengua, no puedo desahogarme”.
Las políticas migratorias que gobiernan las fronteras empujan a las personas a tener que vivir situaciones límites. Son las mismas personas migrantes y refugiadas las que quieren cambiar este sistema que consideran injusto y asesino. “Hay muchas razones para emprender una migración, pero a veces de esa decisión depende tu vida. No se pueden ignorar los problemas que tenemos en nuestros países por el hecho de nacer en ellos. No sería justo”, reflexiona Arash mientras mira de soslayo al Campo de Refugiados de Lipa. Pero Arash tiene sueños, tiene metas. Coge su móvil y me lo muestra orgulloso. Acaba de terminar un curso online sobre hostelería. “Estoy deseando llegar a un lugar seguro y comenzar a trabajar. Poder seguir estudiando y tener una vida tranquila. Tengo muchas cosas que ofrecer”.