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Literatura
Una kasa sin amo
Siempre volvemos a la carta que nos escribió Gloria Anzaldúa: “Olvídate del cuarto propio, escribe en la cocina, enciérrate en el baño, escribe en el autobús o mientras haces fila en la cola del paro, mientras lavas los pisos o la ropa escucha las palabras cantando en tu cuerpo”. Nos olvidamos del cuarto y escribimos donde pudimos. Y volvimos también al poema de Roberto Bolaño, Mi carrera literaria, para renovar nuestros votos con lo imposible: “Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, Alfaguara, Mondadori…Escribiendo poesía en el país de los imbéciles/Escribiendo con mi hijo en las rodillas”.
Intentamos escribir con nuestros bebés en el pecho, aunque nos cayera la noche y nos llevaran los demonios. No como hace 60 años escribieron los del Boom, en sus buhardillas propias y a dedicación exclusiva, con sus agentes literarias y sus contratos carísimos, sino como muchos años después harían otros autores migrantes y precarios en España que escribieron mientras hacían todo lo demás, que salieron de sus países buscando eso llamado carrera literaria y se encontraron otra cosa. Bueno, también eran hombres. Por eso escribimos, finalmente pudimos hacerlo, intentando vengar a esas mujeres escritoras que ni siquiera se atrevieron a soñarlo y abandonaron en masa sus carreras antes de empezarlas.
Aún cuando el mercado sigue siendo el mercado y poco ha cambiado el modelo de autoría aunque haya cambiado el género del autor ungido y celebrado, podríamos hablar de ésta como una etapa dorada para la circulación de nuestros libros e historias. Nos publican, nos leen, nos invitan, nos quieren, nos traducen, nos venden. Como en la política, sin embargo, que haya mayor representación de mujeres y diversidades no garantiza la inclusividad real ni cambios estructurales, tampoco vidas más plenas, menos competitivas y amables.
Me pregunto qué tan real y justa es esta nueva circulación de autoras, cuántas escritoras y artistas pueden vivir realmente de la escritura o del arte como intento vivir yo, quiénes se benefician de esta operación y de esta nueva ilusión de éxito
Últimamente me pregunto qué tan real y justa es esa nueva circulación de autoras, cuántas escritoras y artistas pueden vivir realmente de la escritura o del arte como intento vivir yo, quiénes se benefician de esta operación y de esta nueva ilusión de éxito. ¿Tendríamos que estar aplaudiendo en lugar de escribir este artículo o, quizá, formando un sindicato para defender nuestros derechos como trabajadoras, que es lo que somos?
A veces también me pregunto por lo que dejaremos a nuestro paso tras esta época brillante del tres veces negado Boom de las escritoras latinoamericanas. ¿Qué quedará? ¿Un puñado de artistas imperecederas y unas cuantas vidas de autoras muy resueltas por las ganancias del libro y su prestigio, entre las que espero estar yo? O es que acaso seremos capaces de construir otra cosa. ¿Haremos honor a aquella teoría de transformar también nuestras prácticas o seguiremos funcionando en el mismo régimen?
Querer cambiar las cosas para muchxs pero seguir dominando, jerarquizando, excluyendo, promoviendo enfrentamientos entre escrituras, seguir celebrando las listas de las más más y centrarlo todo en el triunfo individual y meritocrático es como intentar destruir la casa del amo con su propia comba, como diría Audre Lorde. Venir de ser invisible, nos hace querer figurar. Venir del rechazo, nos hace querer estar. Venir del silencio, nos hace gritar. Venir de abajo por clase, género o raza nos empuja a movernos, pero ¿solo se trata de tomar el siguiente ascensor? Siento que después de engullir tanto discurso feminista seguimos interiorizando y normalizando estas dinámicas liberales de la Cultura, tan patriarcado literario siglo XX, tan Boom y tan bombastic, tan cuota, tan habitualmente personalista, racista y elitista, sin voluntad para cambiar las cosas de fondo, cuestionar el estatuo quo, redistribuir los recursos y trabajar colectivamente.
Ser migrante y artista, y ser migrante y escritora en España es vivir siempre en territorio liminal, habitando sin echar raíces, anidando hasta la próxima espantada, siempre en desmontaje y construcción. Pero a veces también nosotras necesitamos ser, estar, pertenecer, parar, curar, asentarnos, ser como las aves residentes. No queremos tu centro pero queremos estar bien en nuestros márgenes. Y para eso necesitamos residir, queremos la residencia, queremos los papeles y queremos también una Residencia, un hogar en movimiento.
Hace mucho buscábamos la casa sin amo de Lorde, pensábamos cómo desmontar esta jaula sin tocar las herramientas del carcelero. El amo no siempre es el patriarca, también es el colono, la colona, el propietario, la heredera, el nativo, la blanca, el español, la española, los que tienen el privilegio de poseer las infraestructuras que a otras siempre nos han faltado.
La primera vez que pisamos La virgen de los deseos, la casa de las feministas de Mujeres creando en La Paz, soñamos con tirar de esa madeja de inspiración. Como dice su fundadora sobre esta casa, la lesbofeminista boliviana María Galindo, “no es ni un centro cultural, ni la sede de un grupo o colectivo, ni una casa para mujeres, ni siquiera un espacio autogestionado, sino “una forma de recoger una estrategia que las mujeres hemos tenido a lo largo de la historia, estrategia que ha pasado por la huida de la reclusión y la construcción de un espacio concreto para nosotras”. A eso se parece lo que nos gustaría intentar, a una vieja y ancestral estrategia: la de las de abajo, la de las supervivientes.
Se nos ocurrió crear Sudakasa mientras hablábamos de que este no era el tiempo de las mujeres sino el tiempo de “hacer caja”, de guardar pan para mayo, porque no iban a querernos como ahora por siempre
Se nos ocurrió crear Sudakasa mientras hablábamos de que este no era el tiempo de las mujeres sino el tiempo de “hacer caja”, de guardar pan para mayo, porque no iban a querernos como ahora por siempre. De hecho, ya nos odian. Hablamos de cómo aprovechar por primera vez que algunas ganábamos mejor que ellos y estábamos en boca de mucha más gente que ellos. Conversamos sobre por qué tenemos que dejar siempre una parte de lo poco que tenemos en manos de gente que tiene mucho. Hablamos sobre lo excesivamente grandes que son los edificios de las multinacionales del libro y lo caros que son los barrios donde están y los hermosos baños que tienen las grandes editoriales independientes y las oficinas de las distribuidoras y las librerías y las agencias. Charlando llegamos a los bajos e inamovibles que son los derechos de autor de lxs escritores —ese 10 por ciento que lleva 50 años siéndolo— y ya no te cuento los sueldos de los vendedores de las ferias. Hablamos de la precarización normalizada, del aislamiento de la escritora y el impacto en su salud mental. Hablamos de cómo Mónica salió en el Babelia cuando no tenía papeles. Y Belén vivía en un zulo mientras era best seller. ¿Quién podría culparnos por querer estar juntas y no siempre solas, escribiendo y a veces no, por querer tener un trabajo y un DNI, por hacer un sindicato como los de Hollywood pero en Castilla La Mancha, hoy rebautizada La Pancha, en honor a otro insulto reapropiado, por querer hacerlo de otra manera? Nos decidimos entonces a rendir homenaje a nuestros años de lucha migrante y a la intemperie, a veces décadas de sostenida supervivencia, fundando una casa comunitaria que sea a la vez espacio de trabajo y lugar de refugio y aprendizaje para recibir a las otras.
Así empezamos a construir Sudakasa, un territorio de experiencia para la escritura y el arte en comunidad entre gente que no se acompleja cuando se pone a hablar en la misma frase de escritura y transformación social y hasta de revolución. Somos unas románticas, qué quieren. La Marce, la Ame, las Claudias, la Mafe, la Sofi, el Jaime, el Jorge, el Francisco, la Andre. Pero no somos las únicas. Aquí vendrá Gabriela Cabezón Cámara a enseñarnos cómo escribir del cuerpo y el territorio. Y vendrá Camila Sosa a decirnos cómo podemos seguir siendo glamurosas mientras nos comemos una pachamanca. Y Lucrecia Masson traerá a los rumiantes que en ningún lado van a mugir más fuerte. Y Rocío Quillahuamán nos susurrará sentadas alrededor del fuego cómo contar nuestras historias marrones. Y haremos de barro nuestros propios huacos retratos junto a Juliette Robles. Vendrá Natalia Gianella a oficiar un temazcal feminista. Sembraremos lo que querramos cosechar mañana. Aquí revisaremos nuestras relaciones con la naturaleza. Aquí tendremos un perro o dos. Un gato o cuatro. Gallinas, amores, sueños. Ojalá. Para todo los demás existe mastercard.
En el lanzamiento de Sudakasa el pasado 8 de julio en La Parcería, nuestra compañera sudaka, la escritora guayaquileña María Fernanda Ampuero, recordó que las migrantes en España no solemos tener un pueblo cerca para cobijarnos o escapar, ni para sentirnos en casa. Nuestros pueblos están a miles de kilómetros cruzando el charco. Así que vamos a tener un pueblo al que venir, a pocos kilómetros de la ciudad en la que nos ganamos la vida y que a veces nos trata a las patadas, y donde encontrar hermanas y hermanos de vida.
La ilustradora peruana Rocío Quillahuamán celebraba en su video dedicado a Sudakasa, estar construyendo un espacio seguro y acogedor en el que las migrantes no nos veamos forzadas a escondernos en el baño como tantas veces por no encajar. Sino que podamos vivir la alegría de encontrar una casa llena de sudakas en la que reconocernos.
Ojalá, decía, cumplir algún día con la máxima de la hermosa canción de Mercedes Sosa: “cuando tenga la tierra, la tendrán los que luchan”. La tenemos por fin, tras años de vivir en la diáspora, tras años de golpearnos contra la dura realidad de la vivienda, de migrar, de mudarnos, de seguir soportando los exiguos royalties, el machismo literario, el racismo, las infraestructuras blancas, la Ley de extranjería, el desamor, a los conquistadores y a los salvadores y salvadoras de pacotilla. Después de todo, hay quienes hemos decidido dejar de hablar de la utopía e intentarla.