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Masculinidades
La complicidad en el not all men
El hagstag #notallmen, cuya traducción al castellano es “no todos los hombres” ha sido utilizado, en su mayoría por sectores masculinos, en los últimos años como contrarreacción a los discursos feministas.
La generalización de un mensaje en el que ellas focalizan sobre la figura masculina gran parte de las conductas y actos que sufren prácticamente a diario, así como la complicidad que tenemos sobre los comportamientos de nuestros iguales (los hombres), incomoda al ideario de la masculinidad. Llegando hasta el punto de parecer que la única manera que tenemos de movilizarnos sea mediante una ofensiva contra las mujeres en vez de posicionándonos colectivamente contra aquellos que ahondan en la desigualdad a través de la violencia y los roles de poder.
Mentiríamos si cualquiera de nosotros no hubiera mencionado, o pensado en alguna ocasión el viralizado “no todos los hombres”, con el fin de no hacernos responsables de las acciones que muchos hombres llevan a cabo en el mundo. Es obvio que no podemos atribuirnos los actos de personas que no conocemos, pero en un sistema en el que la inequidad ahonda con dureza en las diferentes experiencias que pueden vivir las mujeres y nosotros, producto de las construcciones socio/culturales, no podemos conformarnos con el alivio de que nosotros no somos o no actuamos como los demás.
En la mente masculina resuenan frases tan cotidianas como:
No todos somos violadores, no todos somos maltratadores, no todos abusamos, no todos acosamos, no todos cosificamos, no todos hemos hablado mal de las mujeres, no todos somos unos irresponsables en el hogar, no todos hemos descuidado la crianza, no todos somos unos insensibles o no todos pensamos con el falo.
Nos enorgullece pensar que no pertenecemos a la lista de los hombres malos y nos encanta decir que nosotros no somos como los otros
Nos enorgullece pensar que no pertenecemos a la lista de los hombres malos y nos encanta decir que nosotros no somos como los otros. A su vez nos da pavor pensar que podamos ser parte de ellos. Ante este pensamiento solo me sale gritar al viento: ¡¡ MENOS MAL!!
Menos mal que no todos los hombres cumplimos con todo lo peor que vemos a diario en la televisión o con lo que escuchamos que acontece, siempre, en el pueblo de al lado... Pero, ¿es esto suficiente? Y, además, ¿qué dice de nosotros que nos conformemos con no violar/agredir?
Que uno piense que no es como los otros hombres, como esos que supuestamente ninguno “conocemos”, no quiere decir nada. No es el momento para la satisfacción personal ni para las medallas condecorativas. Creo que no será difícil entender que no todos los hombres violamos, pero quizá sí los suficientes para que prácticamente cada una de las mujeres haya sufrido algún tipo de violencia o comportamiento denigrante.
Según la macroencuesta sobre violencia de genero realizada en España en 2019, una de cada dos mujeres ha sufrido algún tipo de violencia machista alguna vez en su vida, desde acosos puntuales hasta violaciones o agresiones físicas. Me parece digno de destacar, la rareza casual que envuelve a nuestro entorno. Ninguno de nosotros tenemos constancia de amigos, conocidos o familiares que hayan cometido comportamientos delictivos.
Se han extendido y normalizado hasta tal punto las agresiones y los abusos sexuales, y a su vez polarizado a lo ajeno el acto de la violación, que hemos conseguido romantizar el acoso, los piropos, el control sobre la indumentaria o las amistades de nuestras parejas, así como la hipersexualización de la figura femenina como objeto de deseo. No podemos pasar por alto la naturalidad de la que hemos dotado a la presión ejercida en el ámbito privado, mediante la manipulación o el enfado, para que, por ejemplo, nuestra pareja tengo sexo con nosotros, convirtiéndose así en el modus operandis a través del que satisfacer nuestras necesidades sin pensar en el deseo mutuo de las partes implicadas.
El peso de los mandatos de la masculinidad hegemónica ha conseguido normalizar actos que no deberían serlo
El peso de los mandatos de la masculinidad hegemónica ha conseguido normalizar actos que no deberían serlo. Por citar algunos: el hombre como sujeto deseante y proveedor del sexo, y la gestión de emociones tales como la rabia o la ira por medio de la violencia como método de resolución de conflictos y como parte de una estructura jerarquizada por y para el poder. Estos mandatos, y otros muchos, están tan impregnados en nuestra construcción socio-cultural que no somos conscientes de ellos o directamente no tenemos la capacidad de ver qué conductas son apropiadas o no.
Por otro lado, cuando se le pregunta a una mujer si ha sufrido alguna vez en su vida alguna de las aberraciones mencionadas anteriormente, cuesta encontrar una que no haya padecido al menos alguna. Si una mujer no ha sido violada, al menos tiene constancia de una amiga o una conocida que sí lo ha sido, pero nosotros nunca conocemos a nadie que haya llevado a cabo una violación. Lo mismo con las agresiones, los abusos, o el acoso.
Pensamos que los hombres malos que se dedican a estigmatizar la figura de la masculinidad en nombre del terror y de la violencia, siempre son desconocidos a los ojos de nuestro entorno, capaces de llegar a cada uno de los círculos femeninos que nos rodean.
No podemos estar orgullosos de no ser como esos hombres, porque o somos uno de ellos y no queremos (o no sabemos) reconocerlo, o alguien de nuestro entorno sí lo es, y no hacemos nada para que esto cambie
Para tener claro primero si no formamos parte de ese grupo hay que hacer autocrítica y conocer el alcance de cada uno de los comportamientos que hemos llevado a cabo. No podemos estar orgullosos de no ser como esos hombres, porque o somos uno de ellos y no queremos (o no sabemos) reconocerlo, o alguien de nuestro entorno sí lo es, y no hacemos nada para que esto cambie.
Ser cómplices nos hace ser uno de ellos. Callar nos ubica inmediatamente a su lado. Victimizarnos nos quita responsabilidad. Y sin responsabilidad es imposible transformar nada. Cada vez que nos hemos reído ante un comentario vejatorio que un amigo ha hecho sobre una mujer, o cada vez que hemos permitido el envío de imágenes intimas sin consentimiento a un grupo de mensajería, hemos sido cómplices. Estos son dos ejemplos, pero hay tantos como veces hemos alentado el machismo y el sexismo.
Si tú no eres un violador, quizá estés esperando que todas las personas te demos las gracias... Pero que sepas, que mientras no subvirtamos los mandatos, tú, yo y el entorno somos las piezas que alimentan y permiten que siga funcionando a la perfección el patriarcado y con él, el miedo de todas las mujeres a disfrutar de una libertad plena e igualitaria.