Violencia machista
Rocío y el segundo tirador

Mi intención con este texto es decir que, si bien con Rocío Carrasco se está indicando que los agresores actúan amparados por un factor estructural, se está, a la vez, diluyendo ese factor.
Rocio el documental
Captura de pantalla
20 may 2021 07:00

Go, court another tender maiden
And hope that she will be your wife
For I've been warned and I've decided
To sleep alone all of my life

(Ve a cortejar a otra muchacha
Y ojalá acabes desposándola
Porque yo estoy avisada y he decidido
Dormir sola toda mi vida)

Joan Baez, Silver dagger

En la película JFK: Caso abierto (Olviver Stone, 1991) hizo un loable esfuerzo por ilustrar hasta qué punto era obvio para lxs expertxs que el asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald, no pudo, como se pretendía, haber actuado solo.

La teoría de que hubo, como mínimo, un segundo tirador no buscaba acabar con la impunidad de un magnicida, que también, sino determinar algo muchísimo más importante: si una segunda persona había disparado sobre el presidente, su muerte dejaba de ser un trágico hecho aislado para convertirse en un complot estructural, un golpe de Estado. Confirmar la hipótesis del segundo tirador era poco menos que acudir a detenerlo a la Casa Blanca.

En la docuserie donde Rocío Carrasco nos está relatando 25 años de supuesto maltrato se nos ofrece una explicación muy parecida a la que se convirtió en oficial para explicar la muerte de Kennedy: hay un culpable, de nombre Antonio David Flores, y todo el ardor probatorio debe dirigirse hacia él. Pero sabemos por experiencia que condenarlo no servirá para reducir significativamente el número de futuras víctimas, del mismo modo que quienes creían en la existencia de un complot contra el presidente demócrata deducían que, tarde o temprano, también su hermano iba a ser asesinado, como de hecho sucedería poco después.

Mi intención con este texto no es recordar el factor estructural que constituye el patriarcado, y que sí aparece señalado por los medios que en este y otros casos incorporan la expresión “violencia machista”. Mi intención es decir que, si bien con ella (o con la de “violencia patriarcal”, que a este efecto es idéntica) se está indicando que los agresores actúan amparados por un factor estructural, se está, a la vez, diluyendo ese factor. Se está permitiendo que el segundo tirador continúe suelto.

De modo que tendríamos al patriarcado como sistema, al agresor como verdugo y, ¿a quién más? ¿Quién es el custodio en la sombra que se encarga de realizar el paso del uno al otro?

No nos hagamos lxs inocentes. La respuesta es, por supuesto, “la pareja”. Es ella la que nunca comparece. Sin embargo, en ella, o en relación directa con ella, tiene lugar el grueso de la violencia machista.

Rocío Carrasco nos ha expuesto con toda claridad lo natural que es para una chica de 18 años enamorarse y dedicarse en cuerpo y alma a convertir ese enamoramiento en una pareja, incluso si debe para ello oponerse al mundo. Y todxs lamentamos la mala suerte que ha tenido en su elección, e incluso lamentamos que, debido a la existencia del patriarcado, sea tan frecuente la mala suerte. Pero el resto no nos escandaliza.

No vemos como una aberración que una persona tan joven establezca la máxima vinculación legal, psíquica y logística con otra perteneciente al género de sus opresores. Al contrario, es casi una prueba de madurez y carácter que entendemos como la secuencia correcta

No vemos como una aberración que una persona tan joven establezca la máxima vinculación legal, psíquica y logística con otra perteneciente al género de sus opresores. Al contrario, es casi una prueba de madurez y carácter que entendemos como la secuencia correcta. Esperamos que, ante todo y contra todo, triunfe el amor. El cordero debe entrar en la jaula del león, pero, por favor, seamos optimistas y confiemos en que no habrá sangre.

Va siendo hora de dejar de esconder la cabeza. Como dice Marta Dillon, la pareja es un factor de riesgo, y debemos afirmarlo así, con esa determinación, especialmente ante niñxs y adolescentes. Debemos dejar de educar para desear lo que sabemos que, con obscena frecuencia, se convierte en una trampa, particularmente espantosa para las mujeres. Yo no voy a decir aquí qué tipo de relación debemos desear, pero en las circunstancias actuales la única excusa para seguir enseñando a desear formar pareja es que no haya alternativa. Y la hay.

Entiéndaseme con toda literalidad: no estoy diciendo que se deba buscar una pareja mejor. Aunque Fidel Albiac sea, quizá, bueno para Rocío, es otro disparo en la ruleta rusa. A veces el que sale mal es el segundo. A veces son los dos.

Tampoco digo que haya que formar una pareja mejorada, como la pareja igualitaria lesbiana que propone Dillon. Claro que la pareja heterosexual es la tormenta perfecta. Pero no solo por ser hetero. La pareja no es únicamente el espacio ideal para que la función más siniestra de la heterosexualidad se exprese. Lo es para que se reproduzca, se importe e incluso se invente. La pareja es el templo de la heterosexualidad, y su hermetismo no busca la seguridad de dos sujetos iguales, sino el control de uno sobre otro. Es la cárcel de la esposa, o la tumba, y así deberíamos llamarla, la habite quien la habite, porque en ella, como en el hotel Overlook de El resplandor, el personaje que vas a interpretar te está esperando. Mejor compartir celda con una compañera, sí, pero sigue siendo lo más peligroso que podemos hacer con ella.

Para ocultar un crimen de estas dimensiones no vale cualquier Owsald. Hace falta uno que atrape a la opinión pública por completo. Hace falta construirlo

Y tampoco una mejor forma de estar en pareja. La teoría del segundo tirador nos inspira en más de un sentido. Para ocultar un crimen de estas dimensiones no vale cualquier Owsald. Hace falta uno que atrape a la opinión pública por completo. Hace falta construirlo. Lleva tiempo, pero una vez que el pelele está listo, se puede empezar a disparar con impunidad. “No ha sido la pareja”, se dirá. “Ha sido la pareja mal entendida, la pareja posesiva, la pareja romántica. Veníamos advirtiendo contra ella”. Esa mala forma de tener pareja está ahí, vagamente dibujada, siendo todas las parejas y ninguna, para poder etiquetar a posteriori: “Acabó en violencia, luego era amor romántico”. La culpa, al final, es también de la víctima, que lee mal, que lee poco, que no lee. “Tú eres distinta. A ti no te puede pasar. Tú estás informada”. Y, sin embargo, te pasa.

La acusación al patriarcado en general acaba siendo evasiva y haciendo que la izquierda repita la jugada de la derecha. Esta dirá que fue un hombre solo, poseído por el mal, sin la colaboración del patriarcado. Aquella que fueron un hombre y un patriarcado difuso, inabarcable e inaprehensible; de nuevo el mal. Y en ambos casos el mismo énfasis fanático, menos preocupado por poner remedio que por circunscribir la culpa para que el resto de los hombres, en un caso, y la pareja, en el otro, queden limpios.

La causa completa debería incluirlos a todos: al patriarcado como culpable en origen, al maltratador como verdugo designado para cada víctima, y a la pareja y su propaganda como organización criminal dedicada a que todo se haga como debe hacerse. De los tres implicados, la pareja es el eslabón sobre el que tenemos más capacidad para intervenir de urgencia. Hacerlo sobre el patriarcado es lento, y hacerlo sobre la habilidad individual para elegir es insolidario, dado que a día de hoy evitar la violencia en la pareja depende de, entre otros privilegios, una tecnología relacional accesible solo a algunas capas sociales. Pero no necesitaríamos mucho tiempo para modificar la buena prensa de la pareja. Y podemos hacerlo con alcance general. Hagámoslo, digamos de una vez eso que llevamos tanto tiempo sospechando: no hay que formar pareja.

En realidad lo que tenemos que hacer es dejar de decirnos machaconamente, desde que llegamos al mundo, que, especialmente si eres mujer, debes formar pareja. Ellas, e incluso ellos, la van a dejar de formar solxs en cuanto tengan la oportunidad de valorar pausadamente las experiencias que conocen y lo que la pareja significa como institución.

O, al menos, advirtámonos de que la pareja es un lugar enormemente peligroso, un factor de riesgo extremo, un veneno de velocidad desconocida cuyos beneficios suelen salir demasiado caros.

Y si tampoco podemos decirnos eso digámonos que debemos formar pareja con responsabilidad, a partir de una edad muy prudencial, en determinadas circunstancias de madurez y autonomía, que es lo que se dice con el juego, por ejemplo, porque no nos dejan decir lo que nos correspondería como sociedad libre y responsable: “Es una mierda. Es un engaño. Es para beneficiar a otros. Ni siquiera debería existir. No juegues. No lo hagas. No formes pareja".

Sobre o blog
Demoler, verbo transitivo: deshacer, derribar, arruinar... Y eso intentamos: deshacer las viejas masculinidades y poner en duda las nuevas, derribar a los hombres de siempre y arruinar los planes del patriarcado desde la reflexión sobre quiénes somos y cómo renunciamos a nuestros privilegios.
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#90697
21/5/2021 17:36

Uy ese disparo se te ha ido lejos... no creo en la pareja como realidad normativa pero el caso que comentas es de un maltrato psicológico y... de libro. Independientemente de si luego hay o no hay más parejas. Y me da que eres un hombre explicador y todo lo arrimado a tu ascua. Destruir el patriarcado es Destruir el patriarcado.

10
1
#90533
20/5/2021 11:56

Aplaudo fuerte la valentía de este artículo que se atreve a señalar el gran tabú intocable: la pareja, su responsabilidad en este matadero y su monopolio absoluto como forma única de organización social. Y aplaudo el valor de quien lo escribe y del medio que lo publica. Van a llover críticas pero “el pánico que sentimos cada vez que algo amenaza al amor es buena pista para comprender su importancia política.” dijo Firestone hace la tira de años y aun seguimos en pleno PANIC ATTACK con este tema.

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29
#90567
20/5/2021 19:01

Pareja, familia, las amistades, el individuo, etc etc...si nuestras atenciones obedecen a la misma jerarquía relacional activa las mismas dinámicas sea cual sea la estructura. Y si centramos la atención en aquello que nos hace bien? Simplemente desde la ternura? Y si empezamos desde lo más simple. Desde una anarquía relacional chiquitita, sin grandes aspiraciones, que sea la más nuestra posible. Dejando de señalar con el dedo aquellas proyecciones que nos asustan. Dejando de identificarnos en referencias culturales aunque estén allí y sean ne escuchadas. Pongamos la energía en lo que está fuera de ese campo de acción, propongo. No hay soluciones teóricas a esto.

21
5
#90678
21/5/2021 15:42

Yo más bien me atrevería a hablar de las perogrulladas de este texto, así como de cuánto suele interesar desviar la atención de la violencia machista. Las parejas son de muchos tipos, no solo heterosexuales. Es la VIOLENCIA MACHISTA el problema estructural. No es culpa ni de la madre ni de la hija ni de lo que a cada cual le venga bien en base a sus intereses, esta historia es más de lo de siempre. No desviemos la atención.

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2
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Demoler, verbo transitivo: deshacer, derribar, arruinar... Y eso intentamos: deshacer las viejas masculinidades y poner en duda las nuevas, derribar a los hombres de siempre y arruinar los planes del patriarcado desde la reflexión sobre quiénes somos y cómo renunciamos a nuestros privilegios.
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