Cárceles
Los efectos extendidos del encarcelamiento: un puntal para la crítica antipunitivista

Sabemos muy poco sobre las consecuencias del encarcelamiento en las familias y las comunidades
El encarcelamiento vivido desde fuera, fotografía de Thitikorn Suksao.
El encarcelamiento vivido desde fuera, fotografía de Thitikorn Suksao.


8 jun 2023 07:00

Las críticas anti-punitivistas han utilizado recientemente el daño que el encarcelamiento produce sobre las familiares y compañeras como un argumento para criticar las políticas de corte punitivo propuestas como solución por parte de grupos reaccionarios a las problemáticas de género. Sin embargo, es muy poco lo que sabemos aún sobre las vidas de familiares y compañeras de personas presas.

Los efectos de la prisión traspasan los muros, atentando contra la vida de muchas más personas que las encarceladas

Esta laguna se ha ido llenando desde hace algunos años con estudios sociales críticos sobre prisión que han empezado a pensar la relación entre el encarcelamiento y las relaciones familiares o barriales, mostrando las consecuencias que la cárcel tiene sobre la desigualdad económica y la degradación simbólica de amplios grupos sociales.

Así, los efectos de la prisión traspasan los muros, atentando contra la vida de muchísimas más personas que las encarceladas, y, más concretamente, sobre aquellas que pertenecen a grupos vulnerables y estigmatizados por cuestiones de clase, etnia, género y/o discriminación socioespacial.

Aproximadamente 250.000 personas se encuentran directamente afectadas por las consecuencias económicas, simbólicas, sociales y emocionales que desencadena el encarcelamiento de un ser querido

Es sorprendente que, comparada con las experiencias de mujeres presas, la experiencia de familiares de personas presas haya sido completamente descuidada tanto por la academia como por los medios de comunicación, siendo una vivencia que afecta a muchísimas más mujeres que el propio encarcelamiento. Una respuesta de Instituciones Penitenciarias a partir del Portal de Transparencia señaló que sin tener en cuenta Cataluña y Euskadi alrededor de 190.000 personas acudieron a visitar a personas presas en 2022, por lo que podemos suponer que aproximadamente 250.000 personas se encuentran directamente afectadas por las consecuencias económicas, simbólicas, sociales y emocionales que desencadena el encarcelamiento de un ser querido.

Profundizar en las experiencias de estas personas permite comprender cómo las políticas punitivas desencadenan procesos relacionados con la feminización de la pobreza, la pobreza infantil, el aumento de la carga de cuidados para las mujeres, el estigma femenino, la producción institucional de emociones de vergüenza y culpa sobre las mujeres o el desarrollo de problemas de salud mental.

Dibujo niña 6 años hija de preso
Dibujo de una niña de 5 años de su padre, actualmente encarcelado.

Un castigo extendido con marca de género

Muchas veces se habla de la experiencia de las familiares en términos de “daños colaterales” o “castigo indirecto” y sin embargo, es necesario señalar que las familias se enfrentan a los efectos extendidos del encarcelamiento de forma sistemática y previsible: la criminalización en la visita, la imposición a los familiares de los costes del encarcelamiento, la experiencia del miedo a que se ponga en peligro la integridad física o moral del detenido, la limitación y el control de sus relaciones, o la retradicionalización de los roles de cuidados son algunos de los efectos más importantes de una experiencia carcelaria que se vive en plural, extendiéndose mucho más allá de sus muros.

A lo largo de los últimos dos años he entrevistado a numerosas mujeres que han sufrido en su propia piel el encarcelamiento de sus seres queridos. Estas mujeres son, además, la mayor fuente de apoyo hacia la persona presa y las que se encargan del sostenimiento económico y de cuidados del hogar durante el encierro. Así, las madres, hermanas, y parejas de las personas presas son las cabezas de familia que sostienen la vida de los hogares puestos en peligro por una gestión punitiva de los problemas sociales por parte del Estado.

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Esther, madre de un joven preso me comentaba: “la cárcel es doble, la de mi hijo y la que tengo en casa”, y es que la larga condena de su hijo de 25 años había producido un aumento brutal de su carga de cuidados. A partir de dicho momento Esther se había hecho cargo de su nieto, de su exnuera y del hijo de ésta. Este caso, como muchos otros, pone de manifiesto cómo la prisión y la falta de políticas sociales adecuadas reproducen de forma ampliada la feminización de la pobreza y la responsabilización de las mujeres en los roles tradicionales. Refiriéndose a su exnuera y a al hijo de esta, Esther me contaba: “No los puedo poner en la calle”.

La prisión y la falta de políticas sociales adecuadas reproducen de forma ampliada la feminización de la pobreza y la responsabilización de las mujeres en los roles tradicionales

En el caso de las madres se hace muy reconocible la figura de la madre soltera o separada, muchas veces por motivos de violencia de género, que había sido responsabilizada desde la adolescencia de los “problemas de comportamiento” de sus hijos o hijas. Este tipo de responsabilización había dado lugar a distintas formas de culpa o vergüenza, interiorizando algunos elementos de inferioridad por no haber cumplido satisfactoriamente con los roles de crianza socialmente establecidos.

A través de distintos elementos culturales e institucionales se conduce a menudo a las mujeres a invertir aún más en el rol materno cuestionado. Así, el problema de las familiares entronca con el de la criminología feminista, puesto que los problemas de desigualdad de género, violencia patriarcal y moralización de la condena se reproducen en las familiares análogamente a cómo sucede para las mujeres presas.

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Una gran parte de estas familiares había sufrido problemas de salud mental desatados por la condena de sus hijos o parejas, y algunas de ellas habían llegado a sufrir la hospitalización psiquiátrica. Ello se debía al hecho de que su identidad estaba estrechamente ligada a la de sus seres queridos y les resultaba insoportable que sus parientes estuvieran sufriendo dicha situación: “es como si te arrancaran una parte de ti”, me comentaba una participante.

Un castigo que crea nuevos problemas

La prisión supone un castigo simbólico que deviene fácilmente en aislamiento social: genera diferencias simbólicas entre grupos vulnerables. El encarcelamiento es una fuente importante de rechazo social y al producir culpa y vergüenza conduce fácilmente a la pérdida de apoyos sociales y a problemas de malestar psicológico y corporal.

La cárcel es un tipo de institución muy particular, que estructuralmente genera mucho temor a su alrededor, especialmente por la opacidad y la arbitrariedad de sus normas. Los familiares tienen mucho miedo a que sus parientes encarcelados puedan convertirse en víctimas de peleas, malos tratos, negligencias médicas o fallecer de sobredosis por ingesta de tóxicos derivados del consumo de medicamentos o de drogas extendiendo una cultura del terror particular: “el miedo, eso es terrible, siempre vives con un miedo dentro, por saber cómo está él, por cómo no va a estar… ese miedo ese pellizco ¿habrá pasado algo? entonces es que el miedo no se te va, yo el teléfono lo tengo siempre en el bolsillo, duermo con él y todo... pánico”.

Los familiares temen, además, que cualquier tipo de acción de defensa que lleven a cabo pueda ser motivo de represalia, algo que se vive con mucha preocupación. Al impedir la protesta, contribuye a la reproducción de situaciones de indefensión tanto al interior como al exterior de la prisión: “allí… ocurren muchas cosas que si denunciáramos todas no estaría así el asunto, pero si tú denuncias, hay represalias. Entonces ese miedo hace que la mayoría no lo haga”.

En algunos casos, especialmente relacionados con la violencia entre clases populares que comparten barrio o pueblo, se hace evidente además la grave dificultad del sistema penal para pacificar conflictos, que se siguen reproduciendo de forma ampliada en el exterior. Así, Francisca me hablaba de cómo el conflicto entre su familia y la de la víctima no se había solucionado tras las detención y el encarcelamiento, sino que se había ampliado: la víctima “ha intentado hacernos la vida imposible a mí, a mi hijo, a mis nietos, entonces hemos tenido que llamar a la policía en más de una ocasión... no pide nada más que dinero, entonces vamos hasta con mi nuera a la policía“.

Se hace evidente la grave dificultad del sistema penal para pacificar conflictos, que se siguen reproduciendo de forma ampliada en el exterior

Las familiares de las personas presas por lo general se sienten poco escuchadas por la administración carcelaria. Opinan que el personal de trabajo social penitenciario, encargado de las relaciones con los familiares, no les atiende, sólo está para el trabajo burocrático y actúa con desgana. Además, se sienten criminalizadas por el trato que la institución les otorga cuando acuden a visita. Desde su punto de vista, las trata como las únicas sospechosas de introducir droga u otros objetos prohibidos. Aunque el desnudo integral no es una técnica burocrática de control sistemático, sí se produce excepcionalmente, generando miedo y disciplina entre las visitantes.

Un motivo repetido por estas mujeres es que, pese a que no habían podido acudir a las cárceles durante la pandemia, la droga continuaba circulando al interior. Como ejemplo, señalaban, las cárceles de Valdemoro y Navalcarnero, que fueron sometidas a investigación por la cantidad de droga que había en momentos en los que las visitas estaban restringida por la pandemia, dando lugar a varias detenciones de funcionarios.

Las familiares tienen que lidiar con la falta de trabajo en prisión, motivo por el cual, además de pagar el peculio, hacen frente a la responsabilidad civil o a las cargas familiares de sus parientes: “ya el otro día en el juzgado me dijeron ya no pagues más, qué llevas no sé cuántos años pagando, ya no puedo pagar más, Diego, de tanto que he pagado ya perdí la cuenta”.

Explotación laboral
Trabajando por cuatro euros a la hora en la cárcel
Las personas presas no tienen los mismos derechos en su actividad laboral. No se les aplica el Estatuto de los Trabajadores y esto lleva a vacíos legales e indefensión en algunos casos.

Esta situación, unida a los altos precios de los economatos, los bajos salarios de los trabajadores presos, los problemas de alimentación al interior y la falta de servicios públicos en las prisiones permite entender por qué muchas de estas mujeres entienden la cárcel como un negocio. Fernanda me contaba: “allí tienen un taller de costura, hacen sábanas, las sábanas las hacen los presos, cobran 50 céntimos de cada sábana que cosen (…) y luego se las venden a los presos en el economato por 25 euros”.

Las familiares tienen que hacer frente a la falta de trabajo en prisión, motivo por el cual, además de pagar el peculio, hacen frente la responsabilidad civil o a las cargas familiares de sus parientes

Las familiares de personas detenidas han sido tan importantes para el sistema penal como invisibilizadas sistemáticamente por éste. Su posición es controvertida, puesto que se encuentran en una posición social favorable para la crítica a la institución penitenciaria y evidencian que los efectos del encarcelamiento se extienden mucho más allá del penado a través de su entorno social. Comprender mejor los efectos que sufren y su crítica a la prisión puede fortalecer los argumentos de la crítica anti-punitivista en general y, más concretamente, del feminismo antipunitivista en un contexto marcado por la reacción conservadora.

Este artículo de divulgación es producto de una investigación social completamente independiente sobre familiares de personas detenidas realizada en la UNED. Si quieres participar, tienes alguna duda o buscas información al respecto no dudes en escribir a: druedas@poli.uned.es

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Metropolice pretende ser un pequeño medio de difusión de problemáticas asociadas a los dispositivos de control policial, el securitarismo y las instituciones punitivas.
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