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Migración
Contestar la frontera
Ana y Silvia están sentadas a pocos metros de la entrada de Las Raíces. Este campamento ha devenido un símbolo: de las nuevas formas en las que se articula la frontera, sí, pero también de las respuestas que las fronteras producen. Estas dos activistas de la Asamblea de apoyo a migrantes de Tenerife están bien familiarizadas con el espacio, saludan a los hombres que matan el tiempo, que salen y entran de sus instalaciones en sus rutinas laberinto. Y rememoran los días álgidos de febrero en los que el abuso desbordaba el recinto y aparecía cotidianamente en los medios de comunicación, pero también la respuesta de los propios migrantes, que salieron a acampar al exterior en protesta por el trato indigno, y cómo activistas y vecinas ocupaban el espacio con un ir y venir continuo de encuentros, urgencias y denuncias.
Migración
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El espacio no es nuevo para Ana. Hace ya muchos años, cuando en 2006 empezaron a llegar los cayucos en lo que los medios calificarían de avalancha migratoria, las personas eran traídas a esta misma instalación cuartelaria, fría y aislada. Las primeras redes de solidaridad se fueron armando bajo la forma de “Todos somos migrantes”. Ya por aquel entonces la impugnación a convertir la isla en un espacio de retención y deshumanización puso la primera semilla para lo que más tarde sería Canarias Libres de CIE, explica Ana, un colectivo que desde 2016 viene denunciando espacios como el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) Hoya fría o el Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE) Barranco Seco. “Estas nuevas instalaciones vienen a sumarse a este entramado de retención y de vulneración de derechos humanos”, afirma. En enero de 2021, a personas como Ana que venían de una larga trayectoria activista se les fueron sumando otras que se sintieron interpeladas, como Silvia.
“La sensación era de absoluto encarcelamiento y, teniendo las personas dinero, contactos familiares y pasaporte, tenían la sensación de que no podían usar sus recursos personales porque estaban retenidos”
Mientras las personas migrantes se rebelaban contra el obligado encierro en la isla, se iban articulando redes informales de apoyo. Las necesidades eran múltiples: sanitarias, de alimentación... Silvia recuerda que en la primera asamblea presencial, aún bajo la amenaza de covid, se presentaron muchas personas; al intercambio de wasaps se le unió la conformación de comisiones de trabajo, una imprescindible de comunicación para mantener la denuncia en los medios, otra comisión legal “en la que no había ninguna abogada”, ríe. “La sensación era de absoluto encarcelamiento y, teniendo las personas dinero, contactos familiares y pasaporte, tenían la sensación de que no podían usar sus recursos personales porque estaban retenidos”, recuerda Silvia. La activista piensa que fue esa “sensación de ahogo”, la que activó tanta empatía.
Para Ana fueron fundamentales las acciones de las propias personas migrantes, ver cómo ejercían resistencia. Desde aquel primer grupo de senegaleses que, en enero de 2021, se puso en huelga de hambre en un hotel de Tenerife Sur para exigir que se les dejara proseguir su viaje a aquellos menores que se negaron a subirse a un bus que los llevaría a Las Raíces, apunta Silvia. Hemos acompañado las demandas de las propias personas migrantes, defienden. Y consideran que, aun cuando todo se ha desactivado un poco, “hemos comprobado que somos capaces de hacer un montón de cosas, quizás el sistema quiere señalarnos que no podemos hacer nada, pero en situaciones así somos capaces de sacar recursos personales y colectivos que no sabíamos que teníamos”, concluye Ana.
Quienes llegaron antes
Tres chicos están fuera del campamento, son muy jóvenes, hablan dariya, alcanzar a repetir que en Marruecos no tenían futuro. Uno de ellos explica que era peluquero, que apenas ganaba dinero, y que la pandemia acabó por cerrar el negocio. Aquí están, esperando a que se aclare qué viene después. Aunque Marruecos esté cerca, poca gente habla el idioma del país vecino: las lenguas del sur no interesan, por eso casi siempre son las personas que proceden de estos países las únicas que pueden hacer de intérpretes.
Es el caso de Sukeina, quien, como Ana, lleva años implicada en la lucha contra las fronteras, pero desde otro lugar, como migrante. Esta mujer saharaui tiene varias vidas: una es como activista por su pueblo, como representante de la Red Migrante de Tenerife que acomuna a 15 organizaciones que se pusieron las pilas durante el confinamiento al ver las necesidades por las que estaban pasando tantas personas migrantes que no contaban con la cobertura de ERTE ni protección alguna. Otra es como ciudadana canaria, espantada por el discurso del odio pero con fe en una sociedad a la que siente cercana y solidaria. Y la tercera es como intérprete de árabe, un puente imprescindible para enfrentar la frontera del silencio, aunque no alcanza cuando solo se puede traducir incertidumbre. Son contradicciones con las que se vive, como la muerte en el mar que “para mí es una forma de asesinar. Cuando mueren cinco o diez europeos en cualquier parte del mundo, dicen: ‘No podemos permitirlo’ o ‘tenemos que luchar contra este terrorismo’. Para mí esto es terrorismo también”. Un terrorismo que, como toda persona migrante (o no) a la que se pregunta, conecta con el saqueo de sus países de origen.
Sukeina atraviesa la isla de sur a norte cada día para explicar a los marroquíes que llegan a Las Raíces —una parte importante de la población del campamento— qué es lo que sigue. Solo que ella no lo sabe. Pero por las tardes acude a recibir pateras con su traje tradicional de mujer árabe y africana. Y siente que esto relaja a quienes la ven, que les genera confianza: “Yo muchas veces les digo: vosotros tenéis suerte de estar aquí, luchad por vuestros derechos, aprended el idioma como primera puerta y luego buscad la forma de demostrar a los demás que valéis más de lo que dicen que valéis. Porque hay otras personas que no han tenido esa oportunidad, las personas que se quedan en el mar. Y siempre me dicen ‘tienes razón’”.
“Nuestra patera partió del Sahara Occidental en el 2005, salimos 37 personas, murieron 17. 16 en el mar, uno en el hospital. Yo prácticamente cuando llegué al hospital estaba totalmente perdido, no tenía conocimiento, estaba cansado, con quemaduras, deshidratación, hipotermia y hambre, todo incluido”
“Nuestra patera partió del Sahara Occidental en el 2005, salimos 37 personas, murieron 17. 16 en el mar, uno en el hospital. Yo prácticamente cuando llegué al hospital estaba totalmente perdido, no tenía conocimiento, estaba cansado, con quemaduras, deshidratación, hipotermia y hambre, todo incluido”. Yousuffa es compañero de Sukeina en Las Raíces, él también es intérprete. Cuando llegó no tuvo la suerte de que alguien le tradujera lo que estaba pasando, pasó sus primeros seis meses en el hospital universitario de La Laguna. Allí tuvieron que amputarle medio pie, los cinco dedos. No fue hasta que una enfermera que hablaba algo de francés se lo dijo, pasado el tiempo, que supo que estaba en una isla llamada Tenerife: “‘No te va a pasar nada, te vamos a cuidar, te vas a encontrar muy bien cuando salgas de aquí’, sentí como si me hubiesen quitado un gran peso de encima. Yo tenía dolor y sufrimiento pero el otro sufrimiento que tenía era la incertidumbre, dónde estoy y cuando salga de aquí qué será de mi, y cómo hago para que mi familia sepa que yo estoy vivo o muerto”. Poco después fue él, a petición de Médicos del Mundo, quien empezó a traducir la situación a otros, gente que de pronto se despertaba en un hospital desconocido tras haber perdido una parte de su cuerpo sin entender nada. Hombres que se negaban a recibir cuidados porque pensaban que luego tendrían que pagarlos.
Las cosas no han cambiado mucho. Cuando Yousuffa va a las Raíces se oye preguntar en wolof, mandinga o bambara “¿cuánto tiempo nos vamos a quedar aquí?”, “¿nos van a mandar de vuelta a nuestros países?”. “Es una información que no tenemos nosotros, podemos hablar solo de nuestro pasado, de lo que hemos vivido. Pero esa decisión viene del Gobierno o de la Unión Europea”.
Como Sukeina, Youssuffa colabora como puede fuera de su horario de trabajo. Da clases de español en el Fraile, en Tenerife Sur, donde hay una gran presencia de personas migrantes. Acompaña a la Asamblea durante sus actividades para traducir. Las largas jornadas para la ONG Accem no le dejan tiempo para mucho más. Hace poco estuvo colaborando en las jornadas celebradas por Aquí Estamos, otra de esas iniciativas espontáneas, grupos de wasap solidarios, con los que la isla está contestando a las embestidas de la frontera.
“Aquí Estamos es un grupo de amigos, podemos decir familiar”', explica Abdou Kane. La cosa partió así, poco a poco, en el ámbito de lo personal cuando a este auxiliar de enfermería llegado en 2006 le pidieron, desde Senegal, que echara una mano a amigos o familia que estaban en la isla y necesitaban ayuda. Fue al muelle de Arguineguín y vio que hacía mucho frío, que necesitaban abrigo. “En mi casa no tenía abrigos y llamé a un amigo y le dije ‘mira, hay unos chicos que quieren viajar y no tienen ropa, ¿puedes conseguirme chaquetas?’”. Las chaquetas llegaron, los chicos viajaron con ellas, les vinieron bien, la anécdota escaló a llamamiento para hacerse con más abrigos para más gente. Y así.
“Lo llamamos Aquí Estamos para las cosas que se están haciendo mal: les decimos, ‘mira, aquí estamos vigilando’. Y también para decirle a los chicos que estamos para ayudarles, que no tengan miedo”. Algo han cambiado las cosas desde que Abdou llegó: las personas migrantes ya no están (solo) apartadas en los CIE, transitan por la calle y por los campamentos, transitan por la isla y sus problemáticas son visibles. Sin embargo, hay algo que parece extrañar: la previsibilidad. 60 días de límite, o te devuelven o vuelas libre a la península. “Lo que hicieron con los chicos, dejarlos en el muelle, luego en los hoteles, y de ahí a los campamentos en condiciones inhumanas... si los hubieran mirado como seres humanos no hubiesen metido a gente ahí, han alojado a personas en condiciones muy duras y las ONG que llevan los campamentos han gestionado muy mal las cosas”.
Una mirada antirracista emergente
Para Vicky, como persona antirracista, es importante estar en estos espacios, que al final son “los más violentos para las personas racializadas”. La trayectoria de esta joven es muy distinta, ella llegó hace tres años desde Madrid a estudiar, y hace un año, al ver cómo la frontera racista se desplegaba ante su mirada politizada en toda su virulencia, se implicó en grupos de apoyo. Viene del movimiento antirracista e intenta afinar el análisis desde ahí: “Si no, es fácil caer en ese discurso de personas que estamos salvando, más especialmente con la gente blanca, pero incluso personas que podemos ser racializadas y no vivimos la realidad de la migración es difícil no caer en esta idea de que estamos salvándoles la vida”.
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Vicky cuestiona discursos que inciden en que “todas somos personas” pues considera que, desde la buena intención, quizás en ese igualamiento se desdibujan “las realidades de raza y de opresión que esconde la migración”. Así, enfatiza la responsabilidad que tiene Europa sobre los procesos migratorios de las personas que están viniendo. Y es en este contexto que propone un espacio también en El Fraile, el barrio de mayor población migrante: una escuelita antirracista donde “la gente pueda existir, donde no se dan estas relaciones de poder, donde se pueda hablar de antirracismo desde una perspectiva que para todos sea cómoda, donde se pueda pensar la realidad que está viviendo la gente desde lo individual, y no como un bloque, y donde en general la gente pueda existir emocionalmente”. A este espacio acuden personas de campamentos y centros de menores, y se comparte sobre los miedos y las expectativas: “Nos relacionamos con otras personas afro racializadas que igual no se han podido implicar directamente porque la vida es complicada en el apoyo directamente ahí, pero sí que vienen a este espacio y creamos redes bonitas”.
“El racismo, la colonialidad, determina que cuando los niños y niñas nacen en nuestros territorios se vean empujados a marchar. Los territorios ya están marcados por la colonización como territorio que debe perder población”
No es el único esfuerzo en ese sentido: Mba lleva desde 2011 en Canarias, desde hace ocho años se sumó a la asociación de estudiantes africanos. Este psicólogo comunitario, desencantado por los límites de la intervención social, hace años que apuesta al antirracismo político que, para él, en el caso de las personas negras, corresponde con el panafricanismo. “Estamos intentando articular un espacio panafricanista con personas negras de aquí de las islas, sobre todo de Tenerife, de tal manera que ese espacio sirva para que los hermanos y hermanas que están llegando a la costa se encuentren mucho más que un abrazo, un espacio donde sus reivindicaciones políticas y sus luchas puedan encontrar un eco o un anclaje”, explica. Para Mba es importante poner el foco en el racismo, no equiparar la emigración canaria con la africana —pues considera que, de hecho, muchos de aquellos migrantes canarios y blancos acabaron ocupando posiciones de poder en países como Venezuela— ni huir de la especificidad poscolonial de este fenómeno: “Porque el racismo, la colonialidad, determina que cuando los niños y niñas nacen en nuestros territorios se vean empujados a marchar. Los territorios ya están marcados por la colonización como territorio que debe perder población”.
Mba considera que la racista es una estructura que sobrepasa los discursos o incluso las decisiones políticas, pues parte de la deshumanización histórica de las personas no blancas. Un ejemplo claro lo ve en el ámbito de la acogida: “Obligándoles a comer lo que no están acostumbrados a comer, acordándose de que tienen que poner agua caliente cuando la gente ya lleva cuatro meses sufriendo; esa capacidad de estar tranquilo, de no sentirse exigido frente a las personas a las que se supone que se está sirviendo... eso es colonialidad claramente”.