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Culturas
Músicos pierden el poder sobre las obras que comparten en Instagram y Facebook
En TikTok o Spotify no se permite reproducir obras sin el consentimiento del autor, pero una vez que este las publica en estas plataformas no se garantizan su potestad exclusiva para distribuirlas; mientras que tanto Linkedin como Youtube velan por los privilegios de los creadores y Twitter se compromete a retirar aquel contenido que los vulnere
Durante el confinamiento han proliferado el número de músicos que de forma altruista han compartido su música (en directo o pregrabada) en Facebook o Instagram con sus seguidores para que el encierro fuera más pasajero. Ahora bien, que los artistas publiquen sus creaciones en redes sociales no es algo nuevo, ya que son las herramientas que, actualmente, emplean para darse a conocer, pero ¿son conscientes de sus repercusiones?
La artista vasca Ainara LeGardon, especialista en propiedad intelectual, alerta que están perdiendo el poder y control de sus obras. “Si preguntamos a todas las personas que comparten contenidos en redes si conocen la política de privacidad de esas plataformas o si son conscientes de las consecuencias de la cesión de sus derechos de propiedad intelectual, se asustarían”, afirma LeGardon. En esta tesitura, añade: “El colectivo artístico no llega a comprender el alcance de los derechos que está regalando”.
Por ello, advierte que es primordial que leamos las políticas de uso de Facebook e Instagram (que son la misma empresa, ya que la primera adquirió a la segunda en 2012). En ellas, apunta, se especifica que cuando compartimos un contenido estamos otorgando “la licencia mundial de que estas redes puedan cederlo a terceros para hacer, básicamente, lo que quieran con nuestro material”.
La legislación española sobre propiedad intelectual protege los derechos morales y patrimoniales del autor donde, entre otros, se determina que es el único capacitado de explotar su obra, así como determinar sobre su posible reproducción, distribución, transformación o modificación. No obstante, LeGardon pone de relieve que todos estos privilegios los creadores se los ceden a Facebook e Instagram de manera gratuita.
Para ser exactos, en ambas redes se precisa que se respeta la propiedad intelectual del artista cuando sube imágenes o vídeos, es decir, de atribuirle la obra, pero este otorga a la red social “una licencia internacional, sublicenciable, transferible, libre de regalías y no exclusiva para alojar, usar, distribuir, modificar, administrar, copiar, mostrar o exhibir públicamente y traducir tu contenido, así como para crear trabajos derivados de él”.
En concreto, esto significa que, cuando un artista comparte una obra propia como un vídeo, una fotografía, una ilustración o una canción en una de estas redes sociales, pierde el poder de controlar el contenido de obra, el uso que se le dé o su rendimiento económica. Un muestra de ello es que no puede reclamar ninguna compensación económica por su distribución dentro o fuera de la plataforma. Dicho de otro modo, si un artista sube una canción en una de estas redes que, luego, salta a la fama en un anuncio o película no tiene derecho de reclama una recompensa económica, ya que tal como apuntan las políticas de uso renuncia a las regalías o accepta que terceros puedan emplear su creación para un trabajo. También, renuncia a su potestad de exigir que se respete íntegramente su obra, es decir, que no sea sometida a cambios, transformaciones o modificaciones de terceros.
Obviamente, como también se destaca en las políticas de uso, la licencia no es exclusiva de estas redes sociales. Por tanto, los artistas pueden negociar, por ejemplo, con las discrográficas para la distribución de un álbum. Sin embargo, la realidad, por eso, es que estos derechos los cede gratuitamente en ambas redes sociales, por lo que estas o terceros pueden utilizarlos en beneficio propio sin recompensarlos.
Estos, por eso, no son los únicos poderes que reniega el autor. La normativa española contempla que pueda retirar de la esfera pública una creación cuando lo considere oportuno. No obstante, Instagram y Facebook recuerdan que puede borrar una publicación de su espacio personal, pero no que la supriman los usuarios que la han compartido. “Si decidimos eliminar un contenido, puede que se haya compartido con otras personas y resulte imposible retirarlo”, precisa LeGardon, vocalista, guitarrista, compositora y propietaria de su propia discográfica, donde produce sus álbumes de rock independiente y experimentación sonora.
Esta situación, alerta, también podría entrar en contradicción con los artistas que hayan firmado un contrato con una discográfica para que distribuyan su música. “Solo con el hecho de grabarse tocando y compartir ese contenido en alguna de estas redes, estarían incumpliendo ese contrato”, reflexiona.
De esto mismo, alerta TikTok en sus políticas de uso. Esta red, igual que Spotify, dan pie que los autores denuncien aquellos contenidos que se hayan subido sin su consentimiento y, en ese caso, se procederá a retirarlos. No obstante eso, una vez que un artista sube sus contenidos en estas plataforma rigen las mismas normas de uso que Facebook e Instagram.
Por su parte, tanto Linkendin como Yotube sí que respetan los derechos de autor. Este último, incluso, hasta habilita un espacio donde puedes denunciar cuando crees que estos se vulneran. Finalmente, Twitter habilita la opción de denunciar y retirar aquel contenido que vulnere los derechos de autor, pero no es muy claro sobre qué hace con la información que publicamos en nuestros tweets.
Todas estas cuestiones preocupan a LeGardon, lo que le llevó a investigar e informarse al respecto. Un conocimiento que comparte desde hace quince años en talleres o cursos formativos para creadores. “Es necesaria una gran labor de pedagogía al respecto”, realza esta profesional polifacética. Ahora, también transmite estos saberes en talleres de la Caja de Resonancia, un proyecto nacido en época de pandemia para garantizar, entre otras cosas, una retribución económica al sector musical que comparte su contenido en Internet.
Poner límites
El reto más complicado, expone LeGardon, es que los artistas definan las líneas rojas de los que están dispuestos a aceptar y cambiar. “Podemos querer hacer llegar al público nuestra obra de forma gratuita, pero si usamos ciertos canales para ello, estaremos cediendo nuestros derechos a las grandes corporaciones también de forma gratuita, alimentando modelos que solo benefician a unos pocos”, subraya.
Por ello, desde Caja de Resonancia y LeGardon incentivan a los músicos a emplear herramientas digitales libres que contribuyan a crear una relación horizontal con sus fans a la vez que se respeten sus derechos de autor.
En este sentido, la intérprete vasca no ha publicado sus últimos discos en plataformas de streaming como Spotify. A juicio de LeGardon, estas precarizan al sector e imponen un modelo donde no se saborea la música, sino que los usuarios la consumen de una manera acelerada navegando por los perfiles de los artistas. “Sé que a mi música solo llega la gente que ha ‘escarbado’, siendo capaz de contextualizar mi trabajo e incluso de sentirse identificada de alguna manera a través de la comprensión de unos procesos”, opina.
No estar en este tipo de espacios virtuales, reconoce, es casi una cuestión de activismo, una filosofía que le llevó a sumarse al proyecto de la cooperativa Caja de Resonancia, que apuesta en que los intérpretes compartan sus producciones en herramientas digitales alternativas a las grandes plataformas y, de este modo, potenciar que obtengan beneficios a la vez que se respeten sus derechos.
Reiventarse en tiempos de pandemia
Sin duda, la emergencia sanitaria ha conllevado al confinamiento de gran parte de la población mundial, una medida que nunca se había aplicado con anterioridad. Este contexto fuera de lo común ha obligado a muchos sectores a buscar nuevas alternativas para sobrevivir, entre ellos los músicos.
Así nace a nivel estatal la cooperativa Caja de Resonancia, una iniciativa que persigue conectar los artistas con su potencial público en la esfera virtual; a la vez de propiciar que su trabajo sea remunerado combatiendo, así, la precariedad que las redes sociales ha sometido al sector, donde los usuarios no pagan por los contenidos.
En este contexto, Víctor Jiménez, uno de los impulsores del proyecto, remarca que se trata de distribuir la música “a través de tecnologías libres, con un NO rotundo a las redes del capitalismo, para tener una soberanía tecnológica y de los datos”.
A través de este proyecto, se ofrecen cuatro actividades: conciertos a demanda de corta o larga duración para más de una persona; una experiencia musical cara a cara entre un artista y un usuario; publicación de un material exclusivo por petición; así como clases o talleres grupales a demanda como los que imparte LeGardon sobre propiedad intelectual. Además, los artistas también pueden publicar podcasts.
Para ello, Jiménez explica que trabajan conjuntamente con la plataforma de mecenazgo Goteo para conseguir que cada artista o formador logre una recompensa de unos 150 euros, ya que los asistentes deben de aportar entre 10 o 15 euros. “Si no se consigue el público necesario el streaming no se materializa”, apunta. Todo el dinero de la actividad, matiza, es íntegramente para el artista o el formador.
Así pues, la idea final de este proyecto es crear espacios horizontales, autogestionados y comunitarios donde el artista tiene poder de decidir sobre su obra con la finalidad de ponerla en valor. “La música es trabajo, es transformación, una determinada acción tiene un coste detrás y transforma el modelo de consumo hacia otro más responsable, una cultura de kilómetro 0”, concluye.