Opinión
Los problemas del asociacionismo vecinal en Andalucía
Las asociaciones vecinales en Andalucía fueron una de las piezas fundamentales a la hora de articular una base social para las fuerzas de izquierda durante los últimos tiempos de la dictadura y la transición a la democracia liberal.
Auspiciadas en sus orígenes por el Partido Comunista y otras agrupaciones de izquierda y, posteriormente, promocionadas por el PSOE, acabaron en gran medida relegadas y descabezadas a medida que el juego político institucional absorbía cuadros políticos de izquierda. En este sentido, parte de la historia de las asociaciones de vecinos viene marcada por la cooptación cuando no por el clientelismo político. Por otro lado, sigue suponiendo el ejemplo más exitoso de articulación duradera de un movimiento de base progresista fuera del ámbito laboral en el Estado español. Hubiera sido deseable que las asambleas de barrio del 15M cumplieran un rol similar. Sin embargo, han resultado por regla general efímeras y no han llegado a conseguir el grado de legitimidad e influencia social del que gozaron su precedente de la transición.
A día de hoy, la cuestión del clientelismo puede seguir siendo un problema, aunque no el más urgente. Hace ya mucho que la vieja red de asociaciones de vecinos y el campo simbólico que supone el propio concepto de las mismas se enfrenta dos problemas principales. El primero, quizás más evidente, es el propio envejecimiento de las asociaciones. Las viejas asociaciones, generalmente vinculadas a partidos o ideas de izquierda, han ido perdiendo a la mayoría de sus cuadros, y los que quedan son ya muy mayores. El recambio generacional ha sido escaso, con algunas excepciones, de tal manera que las asociaciones se han ido convirtiendo en locales para actividades dirigidas a grupos etarios muy avanzados o han ido simplemente desapareciendo con sus socios.
Algunas otras fórmulas vinculadas a esta deriva son la fagocitación de asociaciones por el bar al que habían concesionado el local, o su transformación en asociaciones unipersonales, dependientes de un solo y estoico activista que reclama una representatividad en el barrio difícil de comprobar.
El segundo gran problema, más preocupante, se vincula al surgimiento de nuevas asociaciones de vecinos. Podríamos afirmar que las asociaciones de vecinos que han venido creándose en los últimos veinte años tienen un carácter radicalmente distinto a la fórmula original que ganó su renombre en la transición. La principal característica divergente, con excepciones, es una deriva conservadora, que también afecta en muchos casos a las asociaciones preexistentes. Así, las nuevas asociaciones están más vinculadas a barrios de clase media que a barrios populares de la ciudad, y aunque no resulte determinante para las políticas internas de la asociación, sí que ha venido acompañado de unos objetivos generalmente más conservadores. Frente a la reivindicación de mejoras, dotaciones y equipamientos para el barrio, viviendas sociales y otros, que eran característicos del viejo movimiento vecinal, las reivindicaciones del nuevo asociacionismo conservador se han ligado al rechazo de dotaciones y servicios considerados incómodos: la ubicación de viviendas sociales, centros de asistencia a personas sin techo, mezquitas, etcétera. Si bien algunos de estos casos han sido muy sonados, hay una actuación micro de este tipo que se repite en muchos barrios y que se dirige a la eliminación de equipamientos en las plazas y multiplicación de cerramientos, con el objetivo de hacer impracticables los espacios públicos para expulsar a colectivos concretos, generalmente adolescentes (canis), inmigrantes u otras minorías. Quizás lo más preocupante de todo esto es la manera en que se criminaliza y estigmatiza a estas minorías.
Combatir la deriva conservadora del asociacionismo barrial se antoja a día de hoy un objetivo factible. Los casos más evidentes y calamitosos son muy puntuales y tienen las mismas dificultades para darse continuidad en el tiempo que las iniciativas izquierdistas. Además, por el momento no hay llegado a fraguar un asociacionismo de extrema derecha, aunque se haya intentado en algunas ciudades, y muchas de estas derivas responden al envejecimiento y la deriva progresivamente conservadora de la sociedad en su conjunto, más que a grupos organizados y con conciencia política. No obstante, combatir en esta arena no es cómodo e implica asumir cierto grado de conflicto. Supone lidiar en torno a maneras de concebir y practicar la ciudad, un contenido intrínsecamente político, por mucho que desagrade esta palabra en el activismo comunitario. Renunciar aquí a tratar los temas conflictivos (xenofobia, uso de los espacios públicos), supondría situarse en una posición anti-política, que deja el campo libre para otros grupos e ideas, que en el contexto actual probablemente serían copados por planteamientos conservadores.
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