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Muerte digna
Eutanasia y objeción de conciencia
La aprobación definitiva de la LORE, además de una salida legal y humana a situaciones de extremo sufrimiento condenadas hasta ahora a la indignidad, supondrá un cambio de paradigma ético de enorme calado social.
La Proposición de Ley Orgánica de regulación de la eutanasia (LORE), aprobada por amplia mayoría en el Congreso de los Diputados y actualmente pendiente de consideración por el Senado, pondrá fin a la anomalía democrática que suponía un poder legislativo ajeno y sordo a la demanda sostenida de la ciudadanía que, por amplísima mayoría, se manifiesta desde hace décadas a favor de despenalizar la eutanasia.
La aprobación definitiva de la LORE, además de una salida legal y humana a situaciones de extremo sufrimiento condenadas hasta ahora a la indignidad, supondrá un cambio de paradigma ético de enorme calado social. Rompiendo abiertamente con la tradición paternalista-autoritaria que desde hace siglos ha considerado la vida un bien absoluto e intocable cuya propiedad nos era ajena, nuestro ordenamiento legal se aleja un poco más de la tutela moral que, durante esos siglos, vienen ejerciendo las religiones —incluso por la fuerza— sobre las sociedades civiles. No resulta exagerado afirmar que tras la entrada en vigor de la LORE seremos, como sociedad, más libres al disponer de un nuevo derecho civil que nos colocará entre el grupo de naciones aventajadas en libertades.
En este contexto, el hecho de que al reconocer un nuevo derecho ciudadano cuyo ejercicio requiere de la participación de un tercero, una democracia avanzada respete las legítimas exigencias de conciencia de los llamados a ser colaboradores necesarios resulta ciertamente comprensible y hasta encomiable. Por ello, el artículo 16 de la LORE reconoce al personal sanitario el derecho a la objeción de conciencia, es decir a negarse a participar en una eutanasia por más que quien la solicita cumpla todos los requisitos que la ley exige para poder ser titular del nuevo derecho: solicitar y recibir ayuda técnica cualificada para poner fin a una existencia –la propia– que ya no se reconoce como un bien deseable.
El abuso generalizado del recurso a la objeción de conciencia llevó a que en algunas comunidades autónomas haya resultado imposible abortar dentro de la ley
No obstante, la experiencia acumulada dentro y fuera de nuestro país respecto a este y otros derechos cuyo ejercicio se sitúa en el ámbito sanitario es que, con demasiada frecuencia y, en buena medida por la inoperancia y desinterés —a menudo cómplice— de las administraciones implicadas, la objeción por motivos de conciencia se constituye como una coartada que, más allá de proteger la propia conciencia, persigue en realidad impedir la aplicación de la ley y por ende el ejercicio real de un legítimo derecho por parte de la ciudadanía. Pasó y pasa con la interrupción voluntaria del embarazo. El abuso generalizado del recurso a la objeción de conciencia llevó a que en algunas comunidades autónomas haya resultado imposible abortar dentro de la ley.
Tratar de evitarlo nos lleva a una primera reflexión para distinguir entre dos formas de desobediencia a las leyes que, a menudo interesadamente, se confunden. No es lo mismo la objeción de conciencia que la desobediencia civil. En la primera, el objetor no cuestiona la moralidad de la norma que rechaza; se limita a solicitar que se le exceptúe de su cumplimiento sin recibir por ello ninguna sanción como infractor.
Como ha recordado el Tribunal Constitucional, si cualquiera pudiera desobedecer las leyes por razón de conciencia, el Estado mismo desaparecería
En el caso de la desobediencia civil, el desobediente considera inmoral la norma en cuestión, la rechaza públicamente y no pretende escapar a la sanción que le acarree el incumplimiento. Su acción, típicamente colectiva y pública, va encaminada a terminar por medios pacíficos con la ley injusta. Es esta una forma ética de oponerse a una autoridad no democrática inaceptable, sin embargo, en un Estado democrático donde la oposición a una ley considerada injusta se ejerce conformando una mayoría parlamentaria que la derogue. Como ha recordado el Tribunal Constitucional, si cualquiera pudiera desobedecer las leyes por razón de conciencia, el Estado mismo desaparecería.
Utilizar el pretexto de la conciencia para, mediante una acción general concertada de negativa al cumplimiento de una norma que se considera inmoral y fuente de males sociales, impedir a otros el ejercicio de un derecho reconocido, es no solo un fraude de ley, también una táctica indigna en una democracia. Un subterfugio que el legislador debe evitar y el ejecutivo, perseguir. Con ese objeto, el propio artículo 16 de la LORE acota el ámbito de la objeción limitando su legitimación a los profesionales sanitarios directamente implicados, de forma individual, debiendo manifestarse anticipadamente y por escrito. No cabe pues la “objeción” por los centros sanitarios, tengan la titularidad que tengan, ni de servicios asistenciales en bloque y, tampoco, de profesionales no directamente concernidos por el acto eutanásico como celadores o personal administrativo.
Filosofía
Cuestionando el final tradicional: una reflexión filosófica sobre la muerte digna
No podemos caer en la ingenuidad de pensar que, como han revelado encuestas previas a médicos, hay un suficiente número de ellos dispuestos a ayudar dentro de la ley a quienes les soliciten ayuda para morir. La capacidad de presionar a profesionales sin estabilidad laboral es mucha y se ha mostrado muy eficaz en ocasiones previas. Por no hablar de la presión que pueda esperarse en el control previo de una Comisión de Garantía y Evaluación elegida por determinados gobiernos autonómicos.
Ayudar a morir a una persona, por más que su vida sea solo sufrimiento sin objetivo y lo pida consciente y reiteradamente, requiere una generosidad y ocasiona un desgaste emocional muy elevados; más en un profesional que ha crecido en el paradigma de la vida como el bien absoluto y la muerte como el mal mayor a evitar a toda costa. Conscientes de la vulnerabilidad de estos profesionales a los que la LORE les ofrece la posibilidad de escapar, sin coste, de presiones ilegítimas encaminadas a impedir el ejercicio del derecho ciudadano, vigilaremos y haremos vigilar a los poderes públicos que nadie pueda impedirnos tener una muerte decidida, rápida, indolora, segura y acompañada; una muerte digna en suma. Es ya, nuestro derecho.
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Por viejo, llevo ventaja para juzgar el problema. También hubo farmacéuticos objetores que no vendían preservativos. Y hubo médicos que se negaban a realizar un aborto.
Pues se solucionó, y respetando a los objetores.
Un cocinero puede objetar a hacer una tortilla con cebolla. Pero la ley permite ese tipo de tortilla. Cambia vd. de bar, y solucionado.
Si un médico se niega a realizar una intervención, cambie vd. de médico.
La objeción sería un problema si el colectivo médico fuera un supra-ente de conciencia única. Pero resulta que no, que son individuos.
(Es como si desde ciertos medios de comunicación estuviesen expectantes ante una hipotética reacción de conservadores carpetovetónicos. Pues no la va a haber. Prueben con otros temas más irritantes si desean la confrontación social).
Hay algo algo en todo lo concerniente al final institucionalizado de la vida que no termino de entender. En qué momento hemos delegado voluntariamente, individual y colectivamente la decisión de poner fin a nuestras existencias en médicos y porqué. Si el objeto de la medicina es la curación qué razón hay para que el acceso a los recursos necesarios de muerte digna hayan sido privatizados por un colectivo cuyo objeto de trabajo no es la existencia sino la salud, en función de la idea de salud que, en la práctica, tenga cada medic@. Qué razón hay para creer en la superioridad moral en cuestiones éticas de la persona con credencial en medicina. Porqué seguimos aceptando éstas formas de subordinación e infantilización. Hemos pasado de tener como moralizadores a los curas a tener a l@s médic@s.
No se puede aceptar una privación de poder así en orden a una cuestión de clase. La medicina puede diagnosticar y realizar un pronóstico de salud, limitado a lo biológico o lo mental patologizado. De esto a detentar la legitimidad de la decisión del final de la vida hay un salto injustificado y se otorga un poder desmedido y absoluto a la persona del médico. La educación en la autoridad conduce invariablemente a situaciones irracionales y absurdas además de manifiestamente injustas.
Son los enfermos (y/o sus familias) los que decidieron otorgar ese poder a los médicos y no a los panaderos, confiando en la autoridad de la Ciencia. Y existe la salvaguarda de poderse negar un@ a cualquier intervención médica.
La eutanasia también es decidida por el enfermo.
El “truco del almendruco” en este artículo consiste en lo siguiente: cuando aún no se ha planteado el problema real de si un médico u otro aceptan participar, el articulista echa leña al fuego para una disputa social que distraiga a los ciudadanos de los problemas acuciantes. Se quiere usar la eutanasia como asunto divisor en la sociedad, que esto siempre favorece al poder.
Los gobernantes no están capacitados para hacer más digna la vida; pero, al menos, te van a asistir en el suicidio.
Y, además, nos van a poner a discutir sobre ello. Porque somos gente con conciencia política, y la eutanasia es asunto clave, epicentro y origen de todas las desigualdades sociales.
(¡A otro toro con ese capote! Por favor).
De acuerdo contigo. Mi vida y mi muerte es mia. No tengo por qué dar explicaciones. Ni al médico ni a nadie. Es el ansia de imponer al resto lo que otros creen. Y como somos tontos, que decida el listo... Cansa mucho... Mucho
Con que sustancia? En que dosis? Por administración oral o intravenosa? Eso lo va a decidir el enfermo aunque no pueda pensar con claridad o algún familiar que alomejor piensa que eutanasia es la nuera de la titulcia la mujer del Celedonio?
Y si alguien coge una urticaria y decide que no puede vivir con esos picores toda la vida que prefiere acogerse a su derecho a la eutanasia el médico en lugar de explicarle que eso, aunque sea desesperante, se cura y que dentro de unos meses se le habrá pasado, simplemente respeta su derecho a decidir y le mete un chute de propofol y adiós muy buenas no? Porque quién es él para decidir por los demás ? Es el conocimiento el que da autoridad.