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Muerte digna
Cuando un gesto de amor dinamita la parafernalia
A veces, la mejor declaración de amor hacia la vida es concluirla.
Dejaron pasar las cámaras en un momento íntimo porque lo que tenía que ser solo un acto de humanidad, de amor, se convirtió en un acto político. Él le abrió la puerta que ella tanto había anhelado transitar, las manos de ella no podían ya abrir nada, la vida estaba cerrada y el tiempo no era ya suyo.
A veces la mejor declaración de amor hacia la vida, es concluirla, despedirla porque se la quiere plena. Porque la vida no es solo un derecho, es sentido, dignidad, es todo lo que tenemos en el fondo, despojados de retóricas y parafernalia.
Parafernalia, nos acosa y nos inunda la parafernalia, parafernalia electoral, parafernalia mediática, una inflación de lo superfluo que no deja ver lo importante. Entonces una se aturde en el correr de tuits en el serpenteo de declaraciones que no llevan a ninguna parte, le asfixia el hedor de las cloacas del régimen, los valores bursátiles, los hombres que se sienten importantes y disfrazan de vehemencia discursos vacíos.
Forman como una muralla de sentido que flota sobre la vida sin tocarla, la vida de tu amiga que no duerme contando los meses que faltan para que acabe el contrato de alquiler y le echen de su casa. La vida de tu vecina de arriba y sus dos hijos, y su nómina en la que no caben la hipoteca, la electricidad y el gas, el dinero del comedor, o unas ocasionales vacaciones. La vida de tu padre que envejece al que no sabes cómo cuidarás. La vida de las mujeres que cuidan a los padres y madres de otros, mil horas de trabajo a cambio de un poco de oxígeno. Las vidas todas devoradas por un mar que hemos convertido en asesino.
A penas hay señales de vida en las tertulias y las grandes proclamas, exhibición de oratoria prefabricada, de lenguajes inertes. Entonces desde las entrañas de lo concreto, lo que palpita, lo incontestable, la vida que desobedece a los discursos inánimes, toma forma en el gesto valiente de un hombre que mira a su compañera y por ella, con ella, dinamita toda la parafernalia.
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Así es. Esos mismos señores importantes de discurso inerte, con el apoyo de los periodistas, elaboran su relato interesado, ese que opaca los suicidios (primera causa de muerte), ese que camufla la precariedad y la injusticia y el dolor que tan bien enumera la autora del artículo. Lo pervierten a la medida que convine a sus intereses electorales y partidistas. Y su tufillo amarillo, pegajoso y caliente se cuela por todas las rendijas, mientras miles de personas, ancianas y no tanto, viven muriendo en circunstancias parecidas a la del notición. Y resulta que son ellos los responsables.