Música
Dut, una furia exquisita

El disco ‘Askatu korapiloa’ de Dut cumple 25 años. Exploramos un álbum que sigue impresionando.
El grupo de música Dut
Dut, abriendo ventanas. Foto cortesía de Galder Izagirre.

I Las noches de Mosku 

Se ve suelo administrativamente francés desde Hondarribia. Para tumbarnos en la arena de Hendaya bastaría cruzar el estuario del Bidasoa. Nuestra piel y bolsillo nos dicen que podríamos. El río se ha convertido en los últimos años en una frontera dopada por París, aguas testigo de controles denunciados como racistas por parte de las asociaciones de acogida, devoluciones irregulares y la muerte de varias personas en su camino hacia el norte. En un sentido inverso de ese viaje, desde los locales de ensayo de Psilocybe media un paseo de apenas media hora hasta Irun. Concretamente, a la plaza que, para muchos, es la roja del barrio que a su vez nombran como Mosku. Al parecer, el origen del mote hay que buscarlo en la proliferación de organizaciones sindicales en sus alrededores hace ya un siglo. Se cuenta que, entonces, algunos hombres ya mataban el tiempo de desempleo orientados hacia el local que allí, en la plaza, mostraba, los resultados deportivos de turno. Esta vez la nomenclatura no tiró de fantasía. Se llamaba, y sigue haciéndolo, Bar Deportivo.

“En el Depor pasamos horas y horas. Era una gozada ir a escuchar música del momento. Era como tener un internet de la época”, recuerda Joseba Ponce. “Yo trabajaba allí —apunta Galder Izagirre—. En la plaza de Mosku había muchos bares y cada uno tenía su personalidad, descubrías música en ellos. Todo lo que recibías lo compartías. En el mío sonaba hip hop y reggae, pero también caña y el dueño viajaba a Londres y volvía con maletas llenas de discos. Íbamos también al Drugstore, una discoteca heavy de Donosti donde el volumen no dejaba ni hablar. Al acabar el fin de semana siempre tenías nuevos grupos apuntados”. 

¿Sigue en 2025 teniendo un disco la capacidad de cambiar la vida de alguien? A Izagirre y sus amigos les pasó en 1993: “Nos cayeron en las manos el Meantime de Helmet y el Crawl de The Beyond, que nos abrieron el cielo. Era como que todo estaba ahí”. Hubo ayuda, casi involuntaria, de un futbolista de Primera. “Esos discos los trajo Kote Pikabea, que era un melómano de la hostia y viajaba mogollón con el equipo. Su hermano cantaba en Orgasmic Toothpicks, nos dejaba mucha de esa música que nos grabábamos. No sé si Kote es consciente del peso que tuvieron aquellos discos que compraba”, cuenta Izagirre sobre el 25º jugador que en más partidos ha vestido la camiseta de la Real Sociedad.

A Ponce e Izagirre sumamos a Eneko Garaialde, Manex Martínez y Xabier Strubell y tenemos el quinteto original del grupo Dut. Ninguno había cumplido los 20 cuando dieron su primer concierto. El disco de debut de la banda establecida en Hondarribia, además de “Itxura faltsuak” —lo más parecido a un hit under que tuvieron sin buscarlo— guarda colaboraciones como la de Nagore Santamaria —de los referentes locales Beti Mugan—, una versión de Mikel Laboa y, en resumen, una vitamínica mezcla de hardcore, rapeados y samplers que rápidamente les llevaría a telonear a Negu Gorriak en París.

Cuando en la primavera de 1996 Eneko y Manex deciden salir del grupo, Dut debe tomar dos decisiones. La primera es si seguir. Afirmativo. La segunda, cómo con una guitarra menos y sin frontman. Las voces de Xabi y Joseba se alternarán entre ellas y emergerán entre la electricidad y los golpes como un instrumento más. El sonido se comprime, se torna más arisco. At, su segundo álbum, parece grabado en medio de un incendio. El escritor Martxel Mariskal les regala la frase “la bandera es un trapo mientras no sople el viento” y pasean los nuevos temas, con éxito, por Centroeuropa. Le llega entonces al trío la oportunidad de unir fuerzas con Fermin Muguruza. El resultado es Ireki Ateak, canciones que estrenan en la taberna Hazi del barrio de Mosku y les llevan hasta Los Ángeles, La Habana o Santiago de Chile. 65 conciertos en seis meses. Al volver a casa, lo primero era descansar.

II Un agujero de montaña, un palo de escoba y sal en la herida

“Entré en Dut con 15 años y volví de esa gira con 20. Esos viajes fueron la hostia, pude conocer cómo funcionaba el mundo, todavía fresco, antes del 11S. Hicimos mucha carretera en Europa también. Galder y Joseba se empezaron a juntar. A mí me costó un poco más retomar las ganas de tocar”, rememora Xabi. 

Aislados del mundo, con un pequeño generador de luz en una casa húmeda rodeada de árboles y cagadas de cabra, como recuerda Joseba Ponce, empiezan a tomar cuerpo las canciones del álbum definitivo de Dut

Sus compañeros coinciden en que no estaban acostumbrados a la tralla de aquel tour, enriquecedor, exigente y sin duda lo más profesional y organizado que habían hecho hasta la fecha. Meses después del regreso, los tres giran la llave de contacto. Para ver cómo está el motor, se marchan a una borda de montaña en el pueblo navarro de Arantza. “Era un agujero frío y oscuro entre dos laderas —define Galder—. Estuvo guay, pero no fue el típico retiro inspirador de pasear por el monte. Allí yo creo que oscurecía dos horas antes que en el resto del mundo. Ese lugar empezó a representar lo que llegó a ser el Askatu korapiloa”. Aislados del mundo, con un pequeño generador de luz en una casa húmeda rodeada de árboles y cagadas de cabra, como recuerda Joseba, empiezan a tomar cuerpo las canciones del siguiente álbum de Dut.

La próxima parada ofrece contraste con la anterior. Los tres deciden que van a grabar en su pueblo, en su local de ensayo. “En casa. Psilocybe siempre ha sido parte de nuestra sangre”, resume Xabi. Allí es, a la vuelta del monte, donde terminaron de componerse los nuevos temas. “No queríamos que esa energía se dispersase. Hablamos con la veintena de grupos que ensayaban allí para que nos dejasen las salas y nosotros, a su vez, decidimos no montar un búnker, sino grabarlo con las puertas abiertas. Si la gente quería aparecer por allí, podía hacerlo. Lo que empezó en un caserío inhóspito, terminó de otra manera, muy cómodo, al lado de casa y con gente que entraba, salía y respetaba nuestro curro”, cuenta Galder. “Las canciones sonaban a lo que queríamos. Teníamos confianza en nosotros mismos. Yo acabé la gira de Fermin con los platos de la batería destrozados y empezamos a ensayar con ellos pensando en que ya compraría unos nuevos, pero al haber compuesto las canciones con esos los convirtió en los que ese disco necesitaba”.

Joseba le puso cuerdas más gruesas a su bajo. “No utilizaba pedal de distorsión, esta provenía de la saturación que le metía al cacharro. Tenía un ampli que, si lo ponía a tope, salía volando —añade—. Encontramos nuestro espacio y concepto. Desarrollamos la idea que no sabíamos que teníamos en la cabeza. El Askatu era la culminación de nuestro sonido y evolución. Fue como ‘esto es lo que somos nosotros’. Por el camino, claro, habíamos aprendido. Cuando empezamos a tocar, yo no había cogido un bajo en mi vida. Tocaba la batería”. 


Xabi, por su parte, “estaba contento con los amplis 800 y 900 con los que empezamos. Al final, lo que busqué es sobre todo trabajar efectos orgánicos. Rage Against The Machine me marcó en ese sentido. Curré buscando acordes raros, que creo que en ese disco expresan cómo estaba. Sería bonito retomar esos acordes en clave de guitarra clásica. Nunca le he dado más importancia a la búsqueda de tal válvula para obtener determinado sonido que a la parte compositiva. En At, por ejemplo había bossanova. En Askatu hay tensiones e incluso ritmos de flamenco, como al principio de ‘Inkisidoreen dantza iluna’. La guitarra que acompaña el final del poema de Carlos Desastre es también puro flamenco. En esa época había que alimentar al rock desde diferentes fuentes”. 

El trío vasco Dut
El trío vasco Dut. Foto cortesía de Galder Izagirre.

“La caja grave y el bajo cuadraban con las guitarras de Xabi, que aquí son como cuchillas afiladas —recoge Galder—. Te puedes llevar la impresión de que se ha grabado en un sitio con muy buenas condiciones, pero yo tengo la imagen de Joseba agarrándose a un palo de escoba, como si fuese un micro, donde terminamos voces, en la cristalería del padre de Txap”. 

Txap es como sus amigos llaman a Karlos Osinaga, la persona responsable, junto a Ángel Katarain, del sonido de Askatu korapiloa. “Estábamos en una fase de investigación. Aquello era como si quisieras cocinar con 12 años. Inventabas. Oías a Shellac y te preguntabas cómo podrías lograr que una guitarra sonase así. Mi función era poder facilitar la grabación en el local, algo que no era muy habitual por entonces, que ya flipábamos con los discos de Albini. Sacamos un micro al pasillo, probamos muchos amplis, saturaciones o distorsiones. La aportación de cada uno motivaba al resto”, explica. 

Música
Karlos Osinaga “Primar el euskera estabilizó una escena y motivó a gente como yo a aprender la lengua”
Fan, músico y vecino de los hermanos Muguruza, Karlos Osinaga debutó con su grupo, Lisabö, en una de las últimas referencias publicadas por Esan Ozenki. Ahora participa en bIDEhUTS, colectivo musical que mantiene prendida la llama.

El entonces también miembro de Lisabö y Kashbad destaca la crucial labor de Katarain, aportación de una mesa de sus estudios Azkarate incluida, y recuerda que la grabación se hizo en tres locales contiguos. El primero de ellos, destinado al control, era de libre entrada para curiosos y allegados a la banda. Esta, sin embargo, estaba enchufadísima. “Concentradísimos. A lo mejor un jueves Xabi tenía que doblar guitarras que había sacado un martes y lo hacía clavado, en esa misma sala de control y a dos metros de la gente”, evoca Txap, para quien grabar el disco prácticamente en público fue un gesto muy generoso por parte de Dut. 

Ángel Etxebeste, batería de Lif, pasó por allí y sintió que “era un disco importante porque éramos conscientes de que ya eran unos mitos”. Leire Etxaide, de la cuadrilla de Joseba, Xabi y Galder, también fue testigo: “Aquellos días ellos venían a comer donde yo trabajaba. Cuando terminaba mi turno, iba a ver qué hacían. Admiraba la locura que generaban en directo, viéndoles yo tan normales y tan divertidos en la furgoneta, y tenía curiosidad por ver a colegas haciendo algo que no tenía ni idea de cómo se hace”. 

Dut
Dut. Foto cortesía de Galder Izagirre.

El tiempo asignado para los discos que editaba el sello Esan Ozenki era de diez días. En esta ocasión se utilizaron para las mezclas cinco y cinco con una semana en medio para reposar la escucha. Al terminar la primera tanda, se disparó alguna alarma. “Hubo un momento de drama porque nos pareció que nos sonaba mal, a maqueta. Ese espíritu crítico hizo que en el último paso se corrigieran algunas cosas, aunque como dijo alguien los montajes no se terminan, se abandonan”, indica Txap.

Quedó solo un tema descartado, “Hondarra”, que recogía el espíritu de un jungle orgánico de temas con Fermin como “Lepo moztua”. “No se supo solucionar, y eso que era de las que más motivaba. Hubo dudas con las voces. Nunca se conformaron con una sola fórmula y eso me parece alucinante”. Al orden final de los temas le dieron también varias vueltas. Askatu korapiloa es un álbum de dos mitades o, incluso, tres partes. Comienza urgente para terminar denso, abrasivo. “Estaba buscado —dice Joseba—. Acaba como si se estuviera echando sal en una herida”.

III 300.000 pesetas

Ramas formando las letras D, U y T. La narrativa áspera del disco se avisa desde su portada. “Terminé las baterías y no teníamos clara ninguna idea de diseño. Cogí la cámara y me fui hacia un barrio de Irun, donde había un árbol que me llamaba siempre que pasaba por ahí. Hacía un día perfecto, las ramas se silueteaban perfectamente. Revelé las fotos, las llevé al local y ahí vimos las letras del grupo y con ellas la portada. Al cabo de un mes, talaron ese árbol para hacer una rotonda”, cuenta Galder. Sus timbales son lo primero que sonó cuando alguien puso el álbum tras salir este a la venta el 7 de abril de 2000. El bombeo del bajo y unas guitarras que parecen a la deriva antes de encabritarse ponen al oyente sobre la pista: aquí va a pasar algo. Con todo, cuando queremos darnos cuenta, nos ha pasado por encima un tren. La transición es vista y no vista al segundo tema, el arrollador “Eromena abian” con Fernando Gimeno, vocalista entonces del grupo zaragozano de hardcore El Corazón del Sapo


“Cuando la escuché por primera vez, flipé. Me la mandaron en casete y recuerdo ponerla una y otra vez en casa. Eran los años de gobierno de Aznar y el PP, y de UPN y PNV en Hego Euskal Herria, que desplegaban macroproyectos e infraestructuras ‘desarrollistas’ como el Tren de Alta Velocidad que amenazaba la vida de mucha gente y muchos pueblos destruyendo montañas y valles. Esta canción se oponía a un proyecto que seguimos denunciando. 25 años después, con miles de hectáreas arrasadas, tierras expropiadas, gente desplazada de sus casas y valles atravesados a cuchillo, el TAV-AHT es un lucrativo negocio que aún no se ha terminado y que sigue dando grandes beneficios a quienes gestionan sus obras. Son 25 años de destrozo, imposición y negocio ininterrumpidos”, afirma Gimeno, que pinta críticamente aquella época de cambio de siglo: “Se mascaba que era el fin de todo y el principio de algo. La sensación es que, social y culturalmente, fue una época aburrida y, políticamente, frustrante y opresiva. Y aunque nosotros, Guillermo [amigo y compañero en ECDS] y yo, habíamos acabado ya con nuestras respectivas condenas de cárcel por insumisión, y se había logrado acabar con el Servicio Militar y la Prestación Social Sustitutoria, el recuerdo es algo amargo. Fueron también los previos de la llamada guerra contra el terrorismo, la coartada con la que Estados Unidos iba a inaugurar y rebautizar un nuevo siglo de agresiones e invasiones por todo el planeta. La antesala de lo que ahora estamos política y socialmente viviendo en todo el mundo”. 

“Vivir en un ambiente político crispado se refleja en la música. Creo que por eso nos salía algo tan oscuro”, opina Ponce

La radiografía de época que hacen los miembros de Dut es similar. Recordemos que el proceso de composición del álbum coincide con la secuencia que lleva de la tregua de ETA en septiembre de 1998 al bloqueo del intento de diálogo de paz y de este a la ruptura de la primera cuando los músicos están a punto de grabar. “Siempre estábamos muy al tanto de la situación política. 2000 fue un año muy raro, caliente y neurótico para el país”, sostiene Xabi. En palabras de Joseba, “vivir en un ambiente político crispado se refleja en la música. Creo que por eso nos salía algo tan oscuro”.

“Es un disco que se convierte en más profundo según te vas metiendo en él”, retoma Xabi. “En el Askatu las letras estuvieron bastante distribuidas. Funcionábamos mucho cruzándolas. Alguien traía frases y el resto completaba. A nivel documentación, busqué en la poesía vasca, con Manuel de Lekuona, un estudioso de nuestra literatura oral. También he sido muy de Oteiza y eso se ve en ‘Jauzia’, que expresa la rapidez de los meses anteriores y el poso que me dejaron”, apunta el guitarrista, que escribió sus primeros poemas a los 12 años, cita a Joan Salvat-Papasseit y adaptó musicalmente la novela Leturiaren egunkari ezkutua, de Txillardegi, con su grupo posterior Zura.

¿Otro inesperado creador con peso en el universo Dut? Jim Jarmusch. “Siempre le hemos tenido muy presente. No es una influencia, pero ha sido parte de nuestro humor e idioma a la hora de hablar como colegas”, indica Xabi. Para las primeras estrofas de “Petrolioa ere”, escribió a modo de fotografías. El petróleo también es inmigrante, pero no llega en patera. Sonrisas en los anuncios que contrastan con las playas llenas de cadáveres a la luz de la luna del olvido. “Eso es incluso un poco lorquiano”, reflexiona. 


Unos segundos después, en ese mismo tema, 300.000 pesetas no es una cantidad que Carlos Desastre recite al azar. Era el precio que, según se supo en aquellos años, podía costarle a una persona el intento de cruzar el estrecho de Gibraltar desde África a la costa española. La poesía del malagueño sigue conmovedora y vigente un cuarto de siglo más tarde. “Fue un honor que me pidieran hacer esto. Les gustaba esa parte mía de los poemas largos. Tenían clara la idea de la canción y yo tuve a la vez la libertad y el orgullo de ser dirigido por ellos. Fue muy emocionante, un momento importante de mi vida. Dejaron la segunda parte del tema justo en el centro del disco. Solo me queda la espinita de no haber podido tener un nivel de euskera como para haber cantado en esa lengua. Y en bereber, porque el personaje del texto era un bereber. El poema tiene frases de migrantes que cruzaron el charco y con los que yo había conversado”, explica el escritor y músico de 713avo Amor, El Corsal Desastre y Después de Nunca, que residió en el País Vasco y formó parte de la banda de Azkoitia Akauzazte.

El olvido no lo tiene fácil para arrebatarnos “Izurrite zuria”, otra pieza del álbum que deja marca. Timbales, bajo deflagrando y melodía que nos va meciendo hasta fundirse con un texto de Martxel Mariskal con frases como “de no enfurecernos, se nos quemarán las manos”.

“Nunca me ha gustado señalar de manera literal las realidades que veo y siento, mi forma natural de expresarme tiene que ver más con la metáfora —declara el escritor—. En esta letra hay un propósito de mostrar inquietudes de la persona como individuo frente al mundo, tanto global como cercano, el individuo que es parte ineludible de una masa y que siente que la realidad misma se le escapa al tiempo que le aprisiona y le deja exhausto, que incluso puede llegar a anularlo. Un individuo inmerso en una vorágine de imágenes y de jerarquías que lo dejan frustrado, también confuso, y con un hondo sentimiento de impotencia para cambiar el orden de las cosas en una realidad abrumadora y escurridiza. Pero no todo es oscuridad, siempre remarco la capacidad del ser humano para liberarse, al menos parcialmente, la capacidad para crear belleza a partir de creer en sí mismo, una belleza que nos hace más humanos y que ha de ser punto de cambio social. Creo que en ‘Izurrite zuria’ la idea queda clara en las dos líneas que cierran el texto: ‘Gaixotasun honetan, sendabelarra zu zeu zera, en esta enfermedad, la hierba medicinal eres tú’. Ante esta realidad que es en sí un trastorno y un síndrome, no vale la actitud pasiva, ante todo debes creer en ti si es que quieres cambiar las cosas, mejorar la vida de tu comunidad, generar belleza, sanar aquello que está podrido”. 


El álbum termina abrupto y con una idea que sigue dando juego: a medida que agrandamos la red, menguamos en ella. Se reeditó en vinilo en 2018, momento en que Galder lo escuchó tras tiempo sin hacerlo: “Me estalló la cabeza como si fuera la primera vez. Acabó y tuve que volverlo a poner”.

IV El mapa de un viaje que nunca acaba

No hubo final ceremonioso para Dut. La gira del Askatu cierra con varios conciertos junto a Anari y Lisabö en el último de los cuales, en la madrileña sala Caracol, la banda toca tres temas y cae el telón por falta de tiempo, tal y como recuerda Pablo Salgado en su imprescindible libro, editado por Banizu Nizuke, para conocer toda la biografía de la banda. El periodista vasco define a Joseba como la creatividad, Galder como el cerebro y Xabi como la magia que, unidas, dieron lugar a un grupo que llegó “hasta donde quería llegar y nunca se sintió no dueño de su propia obra”. 

“Su actitud no fue de estrellas, que creo que es una actitud un poco guipuzcoana en contraposición a la del putoamismo más vizcaíno”, opina Salgado. Y subraya que, a pesar de que su música pudiera llevarnos a imaginarios distintos, la sociabilidad fue un fuerte del trío, con momentos de piña como el recibimiento en el aeropuerto a la vuelta de la gira con Fermin o el autobús que la banda llenó de colegas para invitarles a cenar en Oiartzun la noche de la presentación de su último disco.

Su legado musical, pero también humano, traspasó fronteras. El grupo suizo Wemean fue de los que más veces compartió cartel con ellos. Para hablar de esa conexión, de nuevo hay que acudir a Negu Gorriak. Galder acompañó a la banda de Irun cuando esta contó con Wemean para sus fechas alemanas de 1995. Al año siguiente, compartieron la gira vasca de las centroeuropeas. Patrizia Leone recuerda bien la emoción de un festival en el Anaitasuna pamplonés junto a los de Hondarribia, Todos Tus Muertos, Lif y Radici nel Cemento o en las fiestas de la Mercè de Barcelona del 96. También en la fiesta de los cinco años de Esan Ozenki que el sello celebró aquel año en La Guindalera madrileña. “Era un local con mucha gente y cantaban nuestros temas —rememora Leone—. Con el suelo muy bajo, estábamos como sardinas, todo el mundo sudando. ¿Existe ese sitio todavía?”. La suiza cree que, cuando Dut actuó en el país helvético, fue importante para ellos ver que fuera también gustaba lo que hacían: “Tenían ese nervio tan de los 90. Éramos amigas de Dut. Si nos viéramos mañana, sería como si no hubiera pasado el tiempo”.

Con frecuencia se asocia el nombre del Dut al de Lisabö. Ya decíamos al principio, de Hondarribia a Irun hay un paseo corto. Las guitarras del Bidasoa rugen hermanas. Lo que quizá poca gente sabe es hasta qué punto influyó el trío en el colectivo mutante de Bidehuts. “Galder organizó nuestro primer concierto y le puso nombre a Lisabö. Él iba en un tren y escuchó a un chico decir algo que le sonó a esa palabra. Nos inventamos un país y le pusimos dos puntitos en homenaje a Björk”, cuenta Txap. Toma con humor que, hoy en día, la búsqueda en internet de la banda rivaliza con la mesa nórdica de una conocida empresa de muebles. “Es como la canción de Biznaga: hoy vanguardia y mañana decoración”. Para sus paisanos Lif, y en palabras de su batería Etxebeste, Dut fueron “una inspiración. Para mí, además, significaron amistad, frescura y esperanza. Removieron una parte que nadie removía. Yo no me creo que se hayan separado. Mientras estén vivos, Dut está vivo”. 

Dos conciertos puntuales, en 2003 y 2010, finiquitaron el camino. La energía se transformó en proyectos tan jugosos como Kuraia, Zura, Berri Txarrak o JP Lohian

Lo cierto es que dos conciertos puntuales, en 2003 y 2010, finiquitaron el camino. La energía se transformó en proyectos tan jugosos como Kuraia, Zura, Berri Txarrak o JP Lohian. “Es como el título de aquel disco de Kyuss, And the Circus Leaves Town, que predice que se aproxima el final de algo. Quizá Askatu korapiloa tiene algo de lo que no éramos ni conscientes entonces. El propio título, ese soltar el nudo, lo colocábamos más en un plano social, pero contenía algo de nosotros”, reflexiona Galder. 

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A día de hoy, volver a ver a Dut sobre un escenario es una idea que mejor quitarnos de la cabeza. “No creo que se dé, aunque no cierro nunca ninguna puerta. Nunca hemos sido de mirar atrás. De hacer algo, creo que sería más para componer canciones. Es más difícil que nos juntásemos para un revival o aniversario que porque realmente nos apeteciese hacer música”, siente el batería. Xabi lo ve así: “En aquel contexto ya quedó claro que habíamos hecho ese viaje y que, si nos juntásemos, no sería ya como Dut, sino otra historia. El rollo comeback no nos va nada”. “Hay momentos en que se tienen que terminar las cosas —afirma Joseba—. Lo comparo con una relación de pareja. A veces termina y no hay vuelta atrás. No hay que darle importancia. A quien pregunta que por qué no volvemos, le diría que por qué no vuelve con su antigua pareja”. 

“‘Askatu korapiloa’ es el mapa de un viaje que nunca te aburres de volver a hacer”, sintetiza Xabi Strubell

Nos queda reproducir en bucle el Askatu korapiloa. “Es el mapa de un viaje que nunca te aburres de volver a hacer”, sintetiza Xabi. “Es una obra maestra”, opina Carlos Desastre. “Me sobrecoge volver a escucharlo hoy. Me siento muy afortunado de haber sido parte de ello y de ser su amigo. Las voces reflejan la asfixia del lugar desde el que cantábamos. Teníamos algo que gritar y queríamos hacer algo bello e intenso, regresar en forma de belleza el ruido que nos llegaba. Me sé el disco, me lo podría cantar entero”. El poeta confiesa que “si Dut tocaba era motivo para cambiar el plan del fin de semana. Los sigo admirando. Me enseñaron mucho, son tres músicos descomunales. Universalizaron el euskera como lo hicieron Laboa, Sarrionandia o Bap!! Dut trascienden y tienen todos los elementos para seguir haciéndolo durante más tiempo”.

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Contundencia y frescura son las grandes virtudes del álbum para Martxel Mariskal. Según el escritor, estas canciones no caben en nuestra cronología lineal occidental: “Askatu korapiloa, como el resto de las creaciones de Dut, vive en un tiempo circular. El disco se podría estar grabando hoy mismo y seguiría estimulando, y llenando, a tantas personas como en su día. La única variante respecto a hoy sería lo increíblemente jóvenes que eran para semejante talento musical”. 

“Dut supieron abrir sus inquietas mentes, volar muy lejos de nuestra comunidad, del País Vasco, para sembrar entre los jóvenes de entonces una música y una actitud que sonaba a verdad, a aire fresco, sin jamás desligarse de nuestra raíz como pueblo y como cultura”, resume el escritor Martxel Mariskal

“Cuando hablamos de Dut —prosigue Mariskal—, es como si lo hiciéramos de un ente abstracto, pero yo no puedo evitar ver y escuchar a personas reales a quienes aprecio y quiero de forma muy especial, personas que siempre me han hecho sonreír y han aportado vigor a mi vida en todos estos años. Joseba Ponce, Xabi Strubell y Galder Izagirre son tres portentos musicales, además de seres interesados en el arte en general, pero, ante todo, son tres personas fantásticas: humildes, trabajadoras, empáticas y leales. Y no puedo sino decir otro tanto respecto a Txap, el técnico de sonido del disco. El gran legado de ellos es que para que el trabajo creativo llegue a las personas de manera directa, además de contar con la técnica, se ha de contar también con una convicción irrenunciable y con altas dosis de espontaneidad. Con ello, supieron abrir sus inquietas mentes, volar muy lejos de nuestra comunidad, del País Vasco, para sembrar entre los jóvenes de entonces una música y una actitud que sonaba a verdad, a aire fresco, sin jamás desligarse de nuestra raíz como pueblo y como cultura. Ese legado es la furia mezclada con la exquisitez. Es ofrecer el mismísimo mar Cantábrico para zambullirse sin reparo en él, y flotar, y nadar, con el convencimiento, si no el descubrimiento, de que los náufragos son en verdad los que se quedan inmóviles en tierra mirando desde la orilla y preguntándose en vano, una y otra vez, qué es lo que ocurre”.

“Sentí la euforia de convivir haciendo lo que más nos gustaba, de compartir todo aquello con colegas. Cada concierto era catártico. Tengo la sensación de haber construido un autobús que nos llevaba a por los sueños que teníamos de adolescentes. En el último concierto que dimos conocí a quien es mi pareja y madre de mis hijas”, cuenta Galder. Imborrable para el batería el primer concierto en el bar Depor, cuando pensaban “que iban a ir diez colegas y fueron amigos de amigos de amigos y se petó aquello. Teníamos siete canciones y tuvimos que tocar dos veces el repertorio”. Disfrutaban, asegura, creando aquella bola de energía. Tanto en público como más recogidos. Joseba guarda “buen recuerdo de los procesos creativos, de esos momentos en que estábamos en el local creando. Me sentía ilusionado y realizado”.

“Dut fue la banda sonora de nuestra vida”, concluye Xabi.

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