Música
La música es el humo (la candela viene detrás)

Músicos y activistas se dieron cita en los encuentros encuentros MRB_AMM IV: Musika Radiklal Brasca_Auskal Muturreko Musika en el Centro Huarte para explorar usos radicales del sonido

Nola brass band
La brass band del Nola? tocando en las calles de Iruñea Ione Arzoz
18 oct 2018 12:38

Uno no ha soñado nunca con pasar el último fin de semana del verano en un centro de arte contemporáneo. Del tirón. Quiero decir, de sábado por la mañana a domingo por la tarde: comer, merendar, cenar, dormir, desayunar, comer. Y escuchar, escuchar todo el rato. Así fueron los encuentros MRB_AMM IV: Musika Radiklal Brasca_Auskal Muturreko Musika, que tuvieron lugar en el Centro Huarte los días 15 y 16 de septiembre. Uno no lo ha soñado nunca, pero pilla la libreta, la colchoneta y va, a ver qué pasa y porque le ha invitado alguien de quien se fía y porque en el fondo le seducen los planes extravagantes.

Radiklal

Sic. Escrito raro, desplazado, reconocible pero mal puesto. De ahí se parte. Es la vieja pregunta por la función de la música pero con un extrañamiento. Lo que hay es una necesidad compartida de cuestionar los términos en los que se ha pensado la radicalidad y volver a abrir interrogantes que nos orienten en el ejercicio de la música: ¿en qué consiste lo radical hoy? ¿qué puede hacerse con la música que merezca ese adjetivo? Y en esa situación de “no-saber”, de no querer además reproducir respuestas heredadas, encontramos un deseo colectivo de poner en marcha en los encuentros dos habilidades básicas: la escucha y la experimentación. En el fondo, dos formas distintas de salir de la zona de confort. La primera, la escucha, como forma de atención que implica el compromiso de dejarse afectar. No se trata solo de abrirse a lo que suena, sino de estar dispuesto a moverse en consecuencia, a bailar o tocar en conjunto. La segunda, la experimentación, como convicción de que es posible lo extraño, que cualquier cosa puede suceder y merece la pena probar. En los encuentros el personal es muy distinto entre sí, pero ya sea porque el tamaño del grupo lo favorece o porque la gente pone mucho de su parte, la cosa fluye bastante desde el principio. Lo difícil es controlar los tiempos. La tensión más habitual se da entre permitir que las intervenciones y los debates se alarguen de forma natural y seguir mínimamente el programa previsto.

Una noche en el museo

Vale, el Centro Huarte ya no es, desde hace dos años, un espacio (únicamente) de exhibición. Pero sigue teniendo toda la pinta de un museo, eso viene de obra y no se quita. Todo es muy grande y los baños son rojos, por resumir. No es un entorno acogedor para el fin de semana como, digamos, una casa rural. Y aquí estamos, ocupando. En unas horas, además, el abanico de situaciones curiosas es bastante amplio. Si nos ponemos a hacer fotos nos salen imágenes muy parecidas a lo que verías en: un ritual de secta apocalíptica –gente tirada en el suelo y ruido furibundo por megafonía–, una conferencia académica –pases de diapositivas, discursos eruditos–, un grupo de autoayuda –sillas en círculo, voces apagadas–, un campamento scout –sacos de dormir, neceseres–, una tertulia de bar –división en grupos pequeños, risas–, una fiesta en la calle –pasacalles nocturno, sistema de sonido portátil–. En algún momento de la noche pienso que tenemos suerte porque el Gobierno de Navarra, titular del garito, no va a tener tiempo de enterarse de que estamos dentro, ponerse firme y mandar a los forales, como sí hizo con el gaztetxe Maravillas. Como siempre que la institución se abre y deja pasar, surge la pregunta: ¿es posible ser radical desde aquí? El riesgo de la apropiación, de estar haciendo el primo y ser, sin saberlo, una pieza fósil de vitrina, viene muy mal para dormir.

El ruido no es una mercancía

Son las diez de la mañana y parece que un viejo módem furioso está torturando a una impresora. Y alguien le ha puesto altavoces al crimen y entra con ellos al dormitorio de campaña. No he conocido odio igual desde la infancia. Busco la escopeta debajo del cojín, pero nada. El desayuno versa sobre la Orquesta Mondragón y un actor enano que en la televisión de antaño interpretaba el papel de Felipe González sin hablar. La gente sabe muchas cosas en esta clase de eventos. Al volver al entorno formal, la cosa va de ruido. El ruido como arma en la disputa por el espacio público, que tiene una historia muy larga, desde el bufido infernal de los carros de bueyes hasta la romería de San Soundsystem –que haberla, hayla–. Aprendo una palabra muy bonita, que es “charivaria”, una especie de floritura para hacer referencia a la cacerolada y otros ingenios acústicos que han empleado desde siempre los pobres en la calle como modo de hacerse valer o de revancha cuando se les desplaza. Y en eso va alguien y muestra unos inventos en Arduino que pueden meterle sonidos a una piedra, a un tronco seco o a una teja. Sonidos grabados, quiero decir, que se activan tocando en algún punto de cada objeto. El responsable proyecta imágenes de todo el proceso de fabricación, pura orfebrería del do it yourself sonoro. El contraste es desconcertante. Por un lado las cacerolas, las campanas, las carracas, las turbas callejeras; por otro las piezas de una tecnología digital que permite que hablen las piedras. Lo primero remite al bullicio de la arena social y lo segundo al recogimiento del taller o del laboratorio, pero puede observarse también algún tipo de continuidad entre ellos. Lo que les une es, por decirlo así, una manera de entender el sonido como algo que se practica y no como algo que se consume, como una actividad del día a día que no está completamente integrada en las lógicas del mercado. Tienen la ternura de las cosas que se comparten y se arreglan, se mejoran con la ayuda de otra gente, permiten encuentros y circulación de saberes, no son de usar y tirar e incluso, en ocasiones, pueden ayudar a decir “aquí estamos”, “las calles son nuestras” o “no nos mires, únete”.

La cuestión del poder

En Una de esas conversaciones en grupo que parece, a vista de pájaro, una reunión de alcohólicos anónimos, se habla por fin de un asunto bastante importante: 2018 ahí fuera. El tema surge a partir de una especie de voluntad de remontar, después de hablar sobre el fracaso y la soledad. Con semejantes temas, claro, se instaura una atmósfera como de centro de rehabilitación. Pero, curiosamente, es en ese “punto cero” en el que se da un impulso de reversión y se abre una vía alternativa. Frente a la vuelta hacia dentro y la psicologización de los problemas, se plantea la cuestión del poder. Frente a la fragmentación, la alienación y la desposesión se proponen salidas colectivas, organizativas: sindicatos, cooperativas, colectivos, plataformas, movimientos. Si la música opera en el campo del sentido, ¿cómo puede acompañar estos procesos políticos hoy? ¿cómo puede colaborar en la producción de un “nosotros” que en los conflictos entre el capital y la vida se posicione siempre del lado de la vida? Bajando al barro: en esta coyuntura de nueva derecha a escala europea, racismo, posible ola de recortes, burbuja del alquiler, turistización y gentrificación de las ciudades, ¿qué subjetividades igualitarias y qué prácticas redistributivas puede fomentar una música si quiere que se la considere radical? ¿Cómo pueden contribuir ciertos usos del sonido a la capacidad de contagio de nuevas estrategias de democratización? El debate resulta difícil de encauzar y se llena de dudas, trenzas entre lo personal, lo artístico y lo político, el yo y el nosotros. Se acumulan réplicas y contrarréplicas. Parece que se ha tocado hueso y el tiempo se escapa.
Centro Huarte
Un instante de las jornadas Musika Radiklal Brasca_Auskal Muturreko Musika que tuvieron lugar en el Centro Huarte (Navarra) Ione Arzoz

Recetas de radicalidad

Cerca de la hora de despedida y cierre, surge la idea de elaborar un recetario de propuestas que asuman lo radical como pregunta abierta que no puede responderse más que a base de ensayos y errores, con tentativas sobre el terreno. Nadie pretende dar con soluciones estandarizadas, sino todo lo contrario, compilar y compartir despliegues de un saber práctico aplicado a situaciones concretas, que amplíe y acerque las posibilidades de un uso emancipador de la música. Se avanza una lista de “ingredientes” estándar, entre los que se encuentra la comunidad, el dinero, la institución, la identidad, la vanguardia, la educación, el salario, el activismo y el placer. Se entiende que la lista es incompleta, pero no se le da tanta importancia a que sea exhaustiva como a que permita reflejar ciertos temas compartidos. Se parte, eso sí, del reconocimiento de que la radicalidad es una potencia compleja, que surge de una combinación de distintos factores y de una relación dinámica con la coyuntura. En definitiva, que no es unívoca sino polifacética y escurridiza. Se acuerda continuar el trabajo por email y pasar por esa vía tanto recetas contrastadas o basadas en hechos reales como experimentales o salidas de la imaginación. Es, por tanto, una tarea pendiente que extenderá los encuentros más allá de su clausura y hasta su próxima edición.

Resonancias

Escucharse entre veinte personas un fin de semana no es apenas nada. Llegamos a la tarde del domingo con una mezcla de agotamiento y certeza de haber avanzado apenas unos pasos. Si de verdad queremos inventar un juego nuevo, hará falta llevar mucho más lejos las dos capacidades básicas: la escucha y la experimentación, entre gente que hace música, gente que la consume o la programa, entre esa gente y los conflictos y movimientos en marcha. Hará falta encontrar y provocar resonancias entre lo musical y los asuntos de la vida en común. Deberíamos ser capaces de disputar el sentido y la función de la música en más áreas que hasta ahora: los circuitos económicos, las condiciones laborales, la reproducción de identidades, la defensa de derechos, la conquista de espacios para el común y, en última instancia, el reparto del poder y de la riqueza. Y si aspiramos a ello necesitaremos formas de organización, porque sin organización no hay capacidad de disputa. Si aún son posibles nuevos envites de radicalidad en la música, los distinguiremos por su capacidad de intervenir ahí y modificar los equilibrios de fuerzas, crear adhesiones e imágenes de una vida digna. Hay muchos terrenos por explorar: lenguajes, formas y tradiciones de sentido que resuenen, que generen alianzas incómodas entre diferentes, que sean capaces de calar en el sustrato de problemas compartidos que hay por debajo de las fracturas de género, raza y clase, por debajo de las ofensivas complejas y polifacéticas del “juego de la desigualdad”. 

MISCELÁNEA DE INSTRUMENTOS PARA UNA MÚSICA RADICAL

cacerola
Ideal para interpretaciones en formato gigante, tanto a pie de calle como en balcones a cualquier altura.
Larga historia y amplio abanico de temas (a veces más ligados al control moral y a la represión social en comunidades rurales que a la emancipación, todo sea dicho).
En tiempos recientes, eso sí, ha desarrollado un amplio repertorio de usos ligados al levantamiento de las clases desposeídas contra el rodillo liberal: guerras, agresiones sexistas, presos políticos, violencia policial, suspensiones del estado de derecho y ataques a la libertad de expresión son algunos de los hitos más recientes en su empleo.
centro social
De fabricación artesana y muy diversa según las distintas áreas geográficas, las historias y costumbres locales.
Destinado por naturaleza a la interpretación coral y muy apto para la improvisación.
Su utilización no está bien vista en general por las instituciones, pese a que goza de una gran aceptación popular y su uso es muy común.
Maravillas en Iruñea, Bonberenea en Tolosa, La Casa Invisible en Málaga y La Ingobernable en Madrid son algunos ejemplares reconocidos.
cooperativa
Instrumento laboral, económico y legal de gran capacidad.
De solera obrera y fuerte implantación en territorios como Catalunya y Euskal Herria.
Versatilidad de registros: existen empresas cooperativas dedicadas a los montajes de luz y sonido, la gestión de salas de conciertos, la infraestructura de grandes eventos y las actividades de educación musical, entre otras.
libro
Indispensable tanto para la transmisión de tradiciones como para la experimentación y apertura de nuevos repertorios.
Al alcance de todo el mundo por su sólida implantación gracias a librerías y bibliotecas prácticamente en cada pueblo y ciudad que hacen de éste uno de los instrumentos más democratizados que existen.
Músicas contra el poder de Valentín Ladrero, Party & Borroka de Ion Andoni del Amo y Sigue Adelante de Matt Sakakeeny pueden valer como muestra representativa.

sindicato
Tanto directamente en forma de asociación de profesionales de la música en defensa de sus derechos e intereses (por ejemplo la Unión Estatal de Sindicatos de Músicos, Intérpretes y Compositoras) como por alianzas variantes de lo que ha venido llamándose sindicalismo social (Kellys, sindicatos de inquilinas, sindicatos de vendedores ambulantes, etc.) se trata de uno de los mecanismos más avanzados para un ejercicio radical del sonido.
Por el mal estado de conservación de los modelos más antiguos y la condición de prototipo de aquellos de más reciente factura, se espera que el ritmo de innovación sea alto en los próximos años y que su popularidad no pare de crecer, especialmente entre las capas sociales más afectadas por las distintas formas de desposesión de nuestro tiempo.

sistema de sonido
Pese a ser un recién llegado, viene pegando fuerte en barrios, plazas y solares de todo pelaje, debido quizá a su gran poder de convocatoria y a su fulgurante trayectoria global.
Sound system, picó, triciclo sonoro, carrito popular, romería de voltios, yihad mañanera… De Jamaica al mundo.
Dispone de gran cantidad de denominaciones, amén de un catálogo casi inagotable de artilugios, añadidos, ampliaciones y ornatos que permiten adaptarlo a todo tipo de ocasiones: verbenas patronales, manifestaciones, piquetes, escraches, fiestas clandestinas.
Nueve de cada diez otorrinos desaconsejan su uso continuado.

 

 
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