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Socialismo y democracia. Binomio difícil de conjugar. Pereció bajo los tanques en agosto de 1968 en Checoslovaquia, fue de nuevo aplastado manu militari en Santiago de Chile un 11 de septiembre de 1973, y volvió a fracasar en la segunda mitad de los años 80 del siglo XX, cuando el programa de reformas económicas y políticas emprendido por Mijaíl Gorbachov en la URSS, la perestroika (reconstrucción), fue incapaz de resolver los problemas estructurales de la economía planificada y acabó siendo desbordado por los partidarios de una rápida transición al capitalismo.
Casi nadie reivindica hoy en la Rusia de Putin al hombre que durante unos años generó la ilusión de que podría realizarse el ideal de un sistema socialista con rostro humano, compatible con el pluralismo político e informativo, la solidaridad con los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo y la coexistencia pacífica con los EE UU.
Nacido en 1931 en una familia de campesinos del Caucaso, Gorbachov tenía apenas 14 años cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, y 22 cuando murió Stalin. Es decir, conoció siendo un niño o muy joven, los momentos más traumáticos de la historia de la URSS posterior a la revolución bolchevique: la invasión nazi y el estalinismo. La vida del joven Gorbachov representó el progreso social que el sistema soviético pudo llegar a ofrecer tras la Segunda Guerra Mundial a muchos hijos de familias obreras y campesinas. Un país en reconstrucción dejaba atrás sus peores años, se desarrollaba y ofrecía a las nuevas generaciones una vida bastante mejor que la que había tocado a sus padres.
El que con el tiempo se convertiría en el hombre más importante del Estado soviético, trabajó en el campo manejando una cosechadora, pero con 20 años pudo cumplir su deseo de ir a la Universidad de Moscú a estudiar Derecho. En la Universidad conocería a Raísa Maksímovna, su esposa, estudiante de filosofía, después profesora, y personaje central en su biografía, junto a la que rompió el tabú de la vida privada de los mandatarios soviéticos.
El camaleón del Cáucaso
Metido en política desde 1946, Gorbachov haría un largo cursus honorum desde el comunismo de provincias, ocupando sucesivos cargos en el Cáucaso hasta llegar en 1971 al corazón del sistema, el comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Afable y adaptativo, como dirigente, primero juvenil y luego territorial, vivió los diferentes vaivenes de la política soviética logrando sobrevivir a todos ellos: el final del estalinismo, el postestalinismo, la desestalinización, el aperturismo kruscheviano, y el regreso a posiciones conservadoras con Brézhnev en el Kremlin.
Si a finales de los años 70 la derrota de los EE UU en Vietnam dieron la impresión de que los soviéticos iban ganando la Guerra Fría, a principios de los años 80 las cosas habían cambiado mucho
La muerte de Brézhnev en 1982 va a coincidir con un final de ciclo político, tanto a nivel soviético como global, y sobre todo con un importante cambio de inquilino en la Casa Blanca. El republicano Ronald Reagan inicia una política exterior mucho más agresiva contra la URSS que la de su predecesor el demócrata Carter. Si a finales de los años 70 la derrota de los EE UU en Vietnam y una oleada de revoluciones en el Tercer Mundo dieron la impresión de que los soviéticos iban ganando la Guerra Fría, a principios de los años 80 las cosas habían cambiado mucho. Los norteamericanos aceleran entonces la carrera armamentística, obligando así a los soviéticos a gastar más en su Ejército, al tiempo que con sus aliados de la OPEP pactan una bajada del precio del petróleo que provoca un desplome de los ingresos soviéticos por la venta de crudo.
Hay más problemas. La Guerra de Afganistán entre el gobierno comunista de Kabul, apoyado por Moscú, y los fundamentalistas islámicos armados y financiados por los EE UU, se alarga más de lo previsto convirtiendo el conflicto en una ratonera para el Ejército Rojo, algo así como el Vietnam soviético. Una sangría de hombres y una ruina para una economía que ya estaba dando síntomas de agotamiento, sobre todo a la hora de proveer a los ciudadanos de bienes de consumo, la histórica asignatura pendiente de la economía planificada, más eficaz en la producción de misiles que de televisores.
Sombras en el paraíso socialista
El nivel de vida se estancaba y a mediados de los años 80 ya no estaba tan claro en los hogares de la URSS ni que la vida de los hijos fuera a ser mejor que la de sus padres, ni que a nivel internacional siguieran siendo la superpotencia que iba a adelantar a EE UU en todos los campos, desde la producción industrial hasta el deporte, la ciencia o la carrera aeroespacial. El accidente nuclear de Chernóbil en 1986, así como un año más tarde el aterrizaje en la Plaza Roja de un aviador alemán de 19 años que había volado en su avioneta desde la RFA hasta Moscú burlando todos los sistemas defensivos de la URSS, serían grandes escándalos nacionales e internacionales que impregnarían al sistema soviético de un aroma a chapuza del que ya costaba mucho desprenderse.
Al frente del PCUS, Gorbachov emprende una ambiciosa política reformista marcada por tres objetivos: reducir el peligro de una guerra nuclear, democratizar el sistema político y sacar la economía soviética de su estancamiento
El nombre de Gorbachov ya había sonado en 1984 como sucesor de Andrópov, su mentor y paisano, pero todavía tendría que esperar un año más a la muerte de Chernenko para llegar a la cima del poder. La sensación de parálisis espoleaba a hacer reformas de calado. Por eso, en 1985, la elección de Gorbachov, de 54 años, como secretario general del PCUS, fue vista como todo un revulsivo en un sistema tan caracterizado por la propiedad estatal de los medios de producción como por el gusto por la gerontocracia.
Al frente del PCUS, y por extensión también de la URSS, Gorbachov emprende una ambiciosa política reformista marcada por tres objetivos: reducir el peligro de una guerra nuclear y frenar la proliferación de armas de destrucción masiva, democratizar el sistema político y sacar la economía soviética de su estancamiento. Si en los dos primeros campos Gorbachov tendría resultados discutibles pero aceptables, en el tercero, probablemente el más difícil, fracasó de manera estrepitosa, arrastrándole a la dimisión en 1991.
El momento dulce de la glásnot
Entre las primeras medidas económicas que adopta el nuevo secretario general del PCUS estarán la mejora de la cualificación de los gestores empresariales, la introducción de controles de calidad en la industria civil y de bienes de consumo, el final del igualitarismo salarial por el que las diferencias salariales eran muy pequeñas entre trabajadores cualificados y no cualificados o la lucha contra la corrupción, el mercado negro y la economía sumergida. No eran reformas excesivamente rupturistas.
Antes que la economía, los primeros pasos del nuevo secretario general están sobre todo marcados por la apertura informativa y la relajación de la censura, la llamada glásnot (transparencia), con la que el líder comunista pretendía generar una opinión pública favorable a un programa de reformas políticas y económicas mucho más ambicioso, reformas que generaban enormes resistencias en el seno del PCUS y para las que Gorbachov necesitaba ampliar su legitimidad y base social. Es en ese contexto en el que se permite a los creadores artísticos trabajar con una libertad sin precedentes, se publican obras hasta entonces prohibidas, se abren en los medios públicos debates sobre temas tan controvertidos como el consumo de drogas, un tabú hasta entonces, o tienen lugar hitos en materia de derechos humanos como la liberación de Andréi Sájarov, Anatoli Charanski y otros disidentes políticos.
Las reformas democráticas van a chocar con las dificultades económicas que se advierten desde 1987 y que se agravan en los años posteriores
Gorbachov busca una relación directa con las masas y complicidades para un programa reformista que promete no tocará la esencia socialista del Estado y que presenta como un regreso a aquella Nueva Política Económica que Lenin había ensayado tras el final de la guerra civil y el llamado Comunismo de Guerra. El líder soviético viaja por todo el país con su esposa, visita fábricas y granjas, y toma el pulso de la sociedad, que habla con más franqueza que nunca de sus problemas. Son tiempos de una enorme popularidad para ambos.
La perestroika se hace amarga
Las reformas democráticas van a chocar sin embargo con las dificultades económicas que se advierten desde 1987 y que se agravan en los años posteriores, cuando la perestroika se ponga realmente en marcha y los trabajadores soviéticos descubran fenómenos desconocidos hasta entonces como los despidos o el desempleo, algo inconcebible en una sociedad acostumbrada al pleno empleo y en la que las fábricas y los servicios públicos tenían más trabajadores de los que necesitaban pues el Estado cargaba con empresas sistemáticamente deficitarias.
Si bien algunas políticas iban bien encaminadas, como la lucha contra el absentismo laboral, muy común en un sistema en el que faltar al trabajo no tenía demasiadas consecuencias, así como la creación de incentivos salariales para promocionar la productividad y la asunción de mayores responsabilidades por parte de los empleados, en opinión de Rafael Poch de Feliu, ex corresponsal de La Vanguardia en Moscú, otras medidas bienintencionadas como la campaña contra el alcoholismo, una auténtica epidemia social, produjeron efectos no deseados en la economía de la URSS: “La gente dejaba de comprar vodka en los bares y en las tiendas y lo empezó a fabricar en destilerías caseras y a comprar en el mercado negro. Junto con la apuesta de los norteamericanos por abaratar el precio del petróleo tuvo un efecto letal para los ingresos del Estado”.
Para Franquesa, la corrupción generalizada del sistema fue clave en torpedear unas medidas que en principio pretendían reformar el socialismo y no destruirlo
Uno de los principales problemas de la economía soviética era su excesiva centralización. La rigidez de la economía planificada provocaba que una fábrica de cualquier lugar remoto de la URSS tuviera que solicitar permiso a la oficina central de planificación económica para realizar cualquier cambio o innovación en su producción. Esto conllevaba una enorme lentitud en la adopción de cambios tecnológicos o la adaptación al gusto de los consumidores. Dar autonomía a las empresas tenía todo el sentido, pero en la práctica agravó los vicios del sistema.
El economista Ramón Franquesa, profesor de la Universidad de Barcelona, y que colaboró por aquellos años con economistas reformistas de la Universidad de Moscú, señala que la descentralización económica terminó agravando una corrupción muy generalizada, pero que con la perestroika se agudizó todavía más. Con menor control del organismo central muchos directores de fábrica aprovecharon la relajación del sistema para producir directamente para el mercado negro generando así desabastecimiento y colas en los circuitos legales. Es decir, gran parte de la producción se fabricaba con cargo al Estado pero no llegaba a las estanterías de las tiendas, sino que se vendía en el mercado negro por mucho más precio, dado que los consumidores no encontraban esos productos en los almacenes y debían recurrir a circuitos informales para conseguirlos. El temor de los consumidores a la falta de productos en las tiendas hacía que los fenómenos de acaparamiento fueran muy comunes. Si llegaban paraguas o camisas a las tiendas los ciudadanos se lanzaban a comprar más de los que necesitaban en ese momento, dado que temían que fueran a tardar a volver a aparecer en las estanterías. Con su miedo al desabastecimiento los propios consumidores provocaban más desabastecimiento en una sociedad en la que los bienes eran baratos y todo el mundo recibía un salario.
En 1990 el Estado no tuvo más remedio que introducir el racionamiento en determinados productos de primera necesidad, entre ellos la alimentación. La producción en el campo se encontraba bajo mínimos y lo que parecía una gran potencia agraria debía de importar masivamente alimentos del exterior.
La nueva burguesía
Para Franquesa, la corrupción generalizada del sistema fue clave en torpedear unas medidas que en principio pretendían reformar el socialismo y no destruirlo. El proyecto de descentralización alimentó el mercado negro, en el que a su escala también participaban los trabajadores, pero que tuvo en los directores de fábrica y los cargos de los ministerios económicos los principales beneficiarios de un proceso ilegal de acumulación de riqueza que estaba comenzando a generar una nueva burguesía dentro de la URSS. Los nuevos ricos, todos ellos con carnet del PCUS, no tardarían en presionar para que la perestroika adoptase un carácter ya no reformista, sino abiertamente procapitalista. Habían descubierto que encaminando la URSS hacia la economía liberal podían quedarse con las empresas y el patrimonio estatal del que ahora solo eran gestores provisionales, con cargos políticos de los que podían ser destituidos en caso de caer en desgracia.
Franquesa también apunta que el apoyo de Gorbachov a la transformación de las empresas estatales en cooperativas “fue un fraude” porque “en la práctica se terminaron convirtiendo en empresas capitalistas en manos de los directores”. Así por ejemplo, en mayo de 1988 la corresponsal de El País en Moscú, Pilar Bonet, contaba el caso de una cooperativa de confección de ropa en la que el director recibía un salario mensual de 2.400 rublos (casi medio millón de pesetas), los dependientes 1.000 rublos y las costureras entre 150 y 200 rublos.
En opinión de Poch, “la combinación de más libertad de expresión y peor nivel de vida resultaría explosiva para Gorbachov”
Ramón Franquesa también explica que los intentos por buscar fórmulas de autogestión obrera, algo que estaba en los planes de los reformistas más comprometidos con una verdadera democratización del socialismo, fracasaron por el desinterés y la pasividad de la mayoría de los trabajadores: “Existía una cultura política muy poco participativa, basada en la delegación, y acostumbrada a que el Estado te resolviera los problemas”. Una gran parte de los empleados confiaron en unos directores que desde dentro del sistema estaban dando el paso de gestores a empresarios capitalistas. Todo ello con el patrimonio del Estado y sin arriesgar un solo rublo.
La fase final de la perestroika
Ni la descentralización ni el cooperativismo resolvieron el desabastecimiento, que por el contrario iba a más. Por si los problemas fueran pocos, en diciembre de 1988 un terremoto en Armenia provocaba miles de muertos en una URSS que todavía se estaba recuperando de la catástrofe nuclear de Chernóbil.
Mientras la situación económica se deterioraba, en la XIX Conferencia del PCUS, celebrada en junio de 1988, Gorbachov anunciaba una profundización en las reformas democráticas y en la disminución del poder del partido. Para Poch hasta entonces “todo había sido bla, bla, bla”, pero en esta Conferencia el secretario general demostró que la democratización iba muy en serio, como se comprobó un año más tarde, en las elecciones de marzo de 1989, en las que un cierto número de candidatos independientes lograron imponerse a los apoyados por el aparato del PCUS.
En las votaciones presidenciales del año siguiente Gorbachov sería elegido, pero ya con la oposición de un 30% de los diputados. Para entonces la URSS se había llenado de economistas, intelectuales y políticos reconvertidos del marxismo al ultraliberalismo y que promovían abiertamente en los medios de comunicación la transición acelerada al capitalismo como remedio infalible a todos los males que padecía la sociedad.
El desencanto con las reformas alimentaría entre amplias capas de la población la ilusión en que una rápida recuperación del capitalismo conduciría a los ciudadanos soviéticos a los niveles de bienestar y confort del Occidente capitalista
El descontento social aumentaba y el secretario general del PCUS perdía la magia de sus primeros tiempos al frente del partido. En opinión de Poch, “la combinación de más libertad de expresión y peor nivel de vida resultaría explosiva para Gorbachov”. La libertad de prensa amplificaba las críticas y las protestas, incluidas las primeras huelgas y manifestaciones legales, y en el plano político Gorbachov comenzaba a quedarse sin aliados, atrapado entre quienes querían orientar la perestroika ya en una dirección abiertamente capitalista y quienes querían parar el proceso de reformas políticas y económicas.
Una parte de los reformistas que le habían acompañado en los inicios de la glásnot y la perestroika intuían que el proceso se les había ido de las manos y que, o echaban el freno, o todo acabaría con el capitalismo restaurado, la URSS disuelta y ellos en el paro o en la marginalidad política. En opinión de Ramón Franquesa no se trataba tanto de una cuestión ideológica como de asegurar su propia supervivencia como grupo dirigente, puesto que eran los sectores del PCUS que se habían quedado fuera del pillaje de bienes públicos y su estatus dependía por el contrario del mantenimiento del sistema soviético.
La soledad de Gorbachov
Las divisiones en el seno del PCUS eran cada vez más visibles para la opinión pública. En 1989 Gorbachov anunciaba en televisión medidas “dolorosas e impopulares” para abordar la crisis económica, mientras su número dos, Egor Ligachov se desmarcaba del secretario general presentándose como el paladín de la justicia social, el pleno empleo y la unidad de la URSS, cada vez más puesta en cuestión por movimientos separatistas en las distintas repúblicas. Y es que nuevos problemas entraban en escena. Los nacionalismos estaban canalizando buena parte del malestar de la sociedad soviética, y muchos dirigentes comunistas de las repúblicas se estaban reconvirtiendo al separatismo para conservar su popularidad. La sensación en muchas repúblicas soviéticas es que fuera de la URSS les iría mejor, al tiempo que en la más importante de ellas, la República rusa, emergía una nueva estrella, Boris Yeltsin, ex militante del PCUS, abiertamente neoliberal y partidario de la disolución de la URSS.
Yeltsin es el hombre de la nueva burguesía postcomunista nacida de la acumulación en el mercado negro. No tardará en convertirse también en el candidato de los EEUU a reemplazar al vacilante Gorbachov, que no estaba dispuesto a ir tan lejos como el presidente de la República rusa en la apertura capitalista. La perestroika estaba sentenciada a muerte. No solo los beneficiados por los procesos de privatización los creían. El desencanto con las reformas alimentaría entre amplias capas de la población la ilusión en que una rápida recuperación del capitalismo conduciría a los ciudadanos soviéticos a los niveles de bienestar y confort del Occidente capitalista.
Poch apunta que Gorbachov trataría de buscar en Occidente la solución a sus problemas internos, entre los que estaban cuestiones tan básicas como importar alimentos para hacer frente a la escasez que se vivía en la URSS. Confiaba para ello en su prestigio y en los favores que le debía el mundo capitalista. Ha retirado a la URSS de Afganistán y de Europa del Este, y ha firmado programas de desarme nuclear con los EE UU que ponen fin al temor a una Tercera Guerra Mundial con armas atómicas. Incluso ha dejado de prestar un apoyo activo a Cuba, Nicaragua y el Congreso Nacional Africano.
En 1990, tras la caída del Muro de Berlín, está en la cima de su popularidad internacional. Recibe el Premio Nobel de la Paz por ello. Fuera de sus fronteras es Gorby, el hombre de moda que encandila a derecha e izquierda. Sin embargo, según Poch, “solo Alemania está a la altura”, y realiza generosos préstamos y transferencias de capital. Pide ayuda económica al FMI que se la concede, pero de manera cicatera, a cambio de un programa de reformas duras: liberalización de precios, privatización de empresas y bienes del Estado, entrada del capital extranjero y por supuesto despidos masivos. Terapia del shock. Nadie regala nada en Washington. Para Gorbachov es un sapo difícil de tragar que coincide con el clímax de las tendencias centrífugas en la URSS. Es en este contexto en el que los críticos del PCUS deciden dar un golpe de Estado y secuestrar al presidente en su residencia de verano.
Adiós a la perestroika
El golpe provoca una inesperada reacción en Moscú. La mayoría de los rusos no confían en Gorbachov, pero todavía menos en sus enemigos del PCUS. Yeltsin lee a la perfección el momento. Es su oportunidad y no la deja desaprovechar. Se pone al frente del movimiento popular contra el golpe de Estado. La intentona apenas dura 72 horas, del 19 al 21 de agosto. Lo suficiente para convertirle en un héroe. El fracaso del golpe propulsa a Yeltsin al estrellato. Aprovecha la ocasión para ilegalizar al PCUS y acelerar la disolución de la URSS. Gorbachov tiene que dimitir el 25 de diciembre de 1991. Su proyecto, todavía vagamente socialdemócrata, se queda corto para lo que quiere una buena parte de la sociedad rusa y los EEUU, que buscan un sometimiento total de Rusia y el resto de repúblicas a su hegemonía global. Ideas gorbachovianas como la de la Casa Común Europea, la colaboración económica y política entre Rusia y Europa Occidental para hacer del Viejo Continente un espacio conjunto de paz y neutralidad no gustan en la Casa Blanca. Tampoco su empeño en mantener unida la URSS o algo que se le parezca.
El Gorbachov tardío
El día de Navidad de 1991 Gorbachov se marcha para su casa, humillado e impopular, pero con una magnífica agenda de contactos internacionales a la que no tardará en sacar provecho. El teléfono de su admirado Felipe González está por ahí. Se retira a recibir premios internacionales, a dar conferencias, anunciar Pizza Hut para financiar su fundación, grabar discos con Bill Clinton y Sophia Loren, conceder entrevistas o hacer de sí mismo en una película de Wim Wenders. En 1996 se presentó a las elecciones presidenciales rusas. Obtuvo el 0,5% de los votos. Su tiempo definitivamente había pasado. A pesar de ello se empeñó en construir un partido socialdemócrata que pudiera ser la referencia rusa de la Internacional Socialista. La cosa no salió bien y en 2017 tiraba definitivamente la toalla.
Fue crítico con el autoritarismo de de Yeltsin y su turboliberalismo económico, que hundió todavía más los niveles de vida en Rusia, pero también con Putin y la invasión de Ucrania. Criticó la pervivencia de la OTAN y no abandonó Rusia a pesar de que las autoridades no le pusieran fácil en muchos momentos seguir viviendo allí. Para Rafael Poch fue un socialdemócrata que “se suicidó políticamente en aras de esa creencia, porque en Rusia fue un general sin ejército para aquella causa”.
Muy atentos a la perestroika los dirigentes del Partido Comunista de China, que en junio de 1989 aplastaron sin compasión las protestas estudiantiles en la plaza de Tiananmén, se fijarían en Gorbachov para hacer justo todo lo contrario a lo que había hecho él: primero reformas económicas y ya después, si eso, hablaremos de política.
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Fue la propia URSS la que destruyó la posibilidad de un socialismo democrático, aplastando en sus inicios la autonomía de los soviets y vaciandolos de contenido.
Creo que el error se cometió en creer que los conceptos de democracia y aperturismo económico eran lo msimo, ya que, como dice el texto, esto provoco una acumulación encubierta. Por otro lado, las elites del partido vieron en el capitalismo una oportunidad para aumentar su poder y al pueblo le faltó esa chispa de control obrero que era imprescindible para el socialismo democrático. Que lastima me produce... Quién sabe hasta lo que se hubiera podido llegar, si se hubiese restaurado ese socialismo basado en los soviets
El socialismo por definición es democrático, cuando no lo es, ya no es socialismo, es un instrumento político-social contaminado para ejercer el poder, en beneficio de un grupo, una elite.