Okupación
No hay lugar para los gaztetxes

Las instituciones vascas intensifican el ataque contra los espacios okupados autogestionados y aumentan sus desalojos.


Mani gaztetxe rotxapea
Manifestación en contra del desalojo del gaztetxe de la Rotxapea (Iruñea) Ione Arzoz

Los centros sociales okupados y autogestionados de Euskal Herria, en especial los gaztetxes, se enfrentan a una ofensiva de las instituciones, que están aprovechando las medidas restrictivas aprobadas durante la pandemia y la incesante campaña mediática de criminalización hacia el movimiento okupa. Si bien la respuesta sistemática de las instituciones hacia la okupación siempre ha sido la represión y la fuerza, personificadas en el desalojo, en los últimos tiempos se han multiplicado los enfrentamientos entre las fuerzas policiales y los jóvenes que defienden diferentes espacios autogestionados como Maravillas, en Iruñea, Kortxoenea, en Donostia, o el gaztetxe de Hondarribia, todos hoy desalojados.

Mientras, Txorimalo, Rotxapea y Ezpala, entre otros, se unen a la larga lista de espacios autogestionados amenazados o desalojados, cada uno con alternativas de futuro diferentes y, en la mayoría de los casos, inciertas. El movimiento de los gaztetxes, de gran calado en los años 80, con la okupación de sus primeros locales, el nacimiento de las radios libres y de los fanzines mantiene su lucha por impulsar la organización política y cultural entre la juventud.

La campaña de desalojos no se está cebando solo con los gaztetxes. También ha afectado a otros espacios okupados y autogestionados. Ahí están los continuos ataques al barrio de Errekaleor, en Gasteiz, o el desalojo en el barrio Infernu, de Donostia. Aun así, resisten también ejemplos de autogestión como las ecoaldeas de Lakabe, Aritzkuren, Artanga o Rala en el Valle de Artze (Navarra). Putzuzulo, en la costa vasca, es uno de los espacios que se enfrenta al desalojo.  

El edificio vacío de la fábrica Textil Guipuzcoana SA, en el barrio Azken Portu de Zarautz, fue okupado en el año 2005 por los jóvenes zarauztarras. Tras cinco años sin gaztetxe en el pueblo y un desalojo violento del gaztetxe Manuela, comenzó la dinámica social Badator que, junto a varias campañas y movilizaciones, germinó en esta okupación. Sin conocer cuánto podría durar esta acción, y ante el miedo del desalojo, los jóvenes dormían en el edificio en invierno y recibieron un gran apoyo por parte de su vecindario. Fueron semanas de inestabilidad hasta que se acordó con el ayuntamiento, aunque ya se conocía que se había firmado un proyecto de urbanización para la zona, que mantendrían el gaztetxe durante diez años con una futura reubicación. Hoy, los murales que adornan la fachada del gaztetxe contrastan entre montañas de tierra y grúas, al ser de los pocos edificios en pie del antiguo polígono.

Gaztetxe de mudanza

En Putzuzulo, al igual que en los demás gaztetxes, prevalece un gran interés por fomentar las actividades culturales. Joritz Bastarrika, Txatxarro, integrante del gaztetxe, resalta que se ha dado salida a las inquietudes del pueblo: “Se ha hecho una radio, un grupo de consumidores, un comedor vegano, varios movimientos juveniles, cursos de danza, cine fórum o miles de conciertos”. Además, los eventos y actividades que se han producido en Putzuzulo demuestran que este espacio no es solo para los militantes. “En Zarautz hay muy pocos sitios que tengan las cualidades del gaztetxe. Tenemos dos salas de conciertos, donde entran unas 600 personas, salas de reuniones, cocina, radio… Hemos proporcionado una infraestructura a actividades que proponía la gente del pueblo independientemente de que estuvieran en el gaztetxe o no”. La Kopla Txapelketa es uno de esos ejemplos. Rompe con la forma solemne de los campeonatos de bertsolaritza para darle un ambiente más gamberro y de taberna, plagado de humor. Por el torneo han pasado bertsolaris reconocidos como Amets Arzallus o Andoni Egaña.  

En 2015, tras la finalización del acuerdo con el ayuntamiento, los fantasmas del desalojo volvieron a Putzuzulo. La crisis económica retrasó a la constructora que realiza el proyecto de urbanización y no supieron de ellos hasta hace un año y medio. Entonces, para incidir en los programas electorales de las municipales de mayo del 2019, lanzaron la campaña Gaztetxeakin zer? “Tras ir a un pleno y participar en un debate electoral, el actual alcalde se comprometió a hablar con nosotros y a darnos una salida”, explica Txatxarro. Aun así, el Gobierno municipal dejó claro que este asunto no era una prioridad y desde el gaztetxe sabían que la orden de derribo ya estaba firmada.

Pactar con el ayuntamiento les ha supuesto recibir muchas críticas, pero Hodei Iruretagoiena, miembro del gaztetxe, cree que no les quedaba otra solución: “Con el ayuntamiento tenemos una relación en la que ellos tienen el poder, pero es necesario mantener, por lo menos, un espacio con todo este proyecto, modo de funcionar, filosofía e incidencia política”. En este sentido, resalta que han defendido cómo será la cesión y cuáles sus condiciones. Asimismo, pretenden que ese acuerdo tenga un “blindaje duradero” para los próximos años. A pesar de la predisposición del Gobierno Municipal, tienen claro que no darán ningún paso en falso y que no abandonarán Putzuzulo sin tener antes un lugar seguro al que ir. “No nos vamos de aquí sin tener nada atado, no habrá otra época sin gaztetxe en Zarautz”, concluye Txatxarro. 

“No nos vamos sin tener nada atado, no habrá otra época sin gaztetxe en Zarautz”

La autogestión no solo ha propiciado la okupación de un espacio en Zarautz, sino que también ha impulsado la comunicación comunitaria a través de una radio libre. Arraio Irratia nació en los años 80 con el auge de los fanzines y grupos de música en Euskal Herria. La radio emitió hasta el año 87 pero con la okupación del gaztetxe Putzuzulo surgió la oportunidad de retomar el proyecto. “En cuanto entramos, dijimos: es el momento de pillar el váter del primer piso del gazte y montar una radio”, bromea Jorge Nieto, Abuelo, impulsor de Arraio Irratia. Sin gaztetxe también podría haber habido radio, pero sin la okupación todo hubiese sido más complicado: “Las radios libres no pueden pagar el alquiler de un local y aquí no tenemos ese problema”, reconoce.

Arraio Irratia ha dado voz al bertsolarismo, a la musica underground o a grupos políticos a los que “los medios burgueses” no se la dan. Pero tampoco olvidan que la emisora es una herramienta para “aprender y disfrutar” de la radio. “Las nuevas tecnologías nos dan la ventaja de poder emitir en podcast de manera diferida y de poder emitir programas de otras emisoras libres a través de Arrosa Sarea”, explica Abuelo. Uno de los programas, por ejemplo, es una colaboración con el colegio público Orokieta Herri Eskola, donde los más jóvenes descubren la emisora. Acuden al pequeño estudio-habitación, de color rosa y decorado con infinidad de carteles, como el de un concierto de Negu Gorriak en Putzuzulo, o una bandera del equipo de fútbol alemán St. Pauli. “Es una manera de acercarnos a ellos y nos gusta que vengan una vez al año y conozcan la radio, aunque ahora es complicado”, confiesa Abuelo. Desde el 99.3FM, por Arraio han pasado, entre otros, Aitor Mendiluze, Maialen Lujanbio o Lucio Urtubia.

Más represión por la pandemia

Los malos presagios asomaron por el gaztetxe Txorimalo de Algorta (Getxo) cuando un hombre se presentó preguntando por el precio de la tierra. Dos meses después, llegó la denuncia por usurpación. “Se ha abierto una vía penal en la que han identificado a tres personas a las que les llegará una orden de desalojo”, explica Markel Iturrate, miembro de Txorimalo. Tras 14 años de ocupación, y la remodelación del caserío situado en Galea con el visto bueno de la dueña de entonces, la denuncia ha aumentado la vigilancia policial contra este espacio autogestionado.

Tras el desalojo del gaztetxe Maidagan Etxea, a finales de 2003, los jóvenes okuparon la plaza San Nikolas de Algorta en el año 2004 y plantaron allí sus tiendas de campaña para reclamar otro espacio. Después llegó también la okupación de Mentxakabarri, con su posterior desalojo. Un sinfín de gaztetxes hasta que encontraron Txorimalo en 2006. “Cuando llegamos esto estaba muy descuidado. La terraza y el tejado estaban en muy mal estado y había partes quemadas”, recuerda Markel. Fuera de la casa hay una huerta y un gallinero, donde los gallos corren a sus anchas. “Toda la zona de fuera eran zarzas y en lo que era la cuadra hemos puesto un suelo nuevo. Además de los ventanales o las puertas, prácticamente se ha renovado todo”. Los murales que adornan el edificio muestran el trabajo hecho por los jóvenes de Algorta y hacen olvidar la situación de hace 15 años cuando se encontraba todo abandonado.

Si bien a día de hoy no existe relación entre el gaztetxe y el vecindario, cuando comenzó la okupación sí que tuvieron reuniones para establecer unas normas. “Se acordó que por las tardes podíamos estar todo lo que quisiésemos y que se podían hacer dos fiestas al mes”, comenta Markel. También explica que siempre han avisado cuando organizan algún “jaialdi” y se encargan de limpiar después toda la zona. Además, a partir de la medianoche la música no puede sonar en dirección a las casas, norma que “se ha cumplido”. En su opinión, una de las razones por la que ahora se fuerza su desalojo puede ser la presión de los vecinos hacia la actual propietaria: “Nosotros queremos mantener buena relación con ellos y nos planteamos volver a hacer reuniones, porque muchos de los vecinos son nuevos”, insisten.

Desde Txorimalo tienen claro que las autoridades han utilizado las medidas restrictivas por el covid-19 en contra de los espacios autogestionados: “A pesar de las pocas cosas que hemos podido hacer después del confinamiento, siempre han venido los municipales o nos han llamado”, critica Markel. Y reivindica que, en este espacio, aunque “se pueden mantener” las distancias y las medidas de seguridad, “no lo quieren ver”. Tras la denuncia por usurpación, convocaron una reunión a la que se presentó la policía y les comunicó que al ser una propiedad privada solo se podían juntar seis personas. “Y denunciaron a una persona por organizar y dinamizar la reunión”, explica Markel.

El Ayuntamiento de Getxo apenas ha presentado alternativas viables tras los desalojos en los diversos gaztetxes que ha habido en Algorta o cuando, recientemente, se desalojó el gaztetxe Itzubaltzeta, de Romo, otro de sus barrios. Desde la oposición, para Ane Larrakoetxea, asesora de EH Bildu en Getxo, “al equipo de Gobierno Municipal no le interesa que los jóvenes se autoorganicen y creen proyectos autogestionados”. Además, destaca que al ayuntamiento le “beneficia” que el gaztetxe se encuentre fuera del pueblo ya que así “no les molestan” y las únicas quejas pueden ser las de algún vecino por los conciertos. A ella no le sorprende que las instituciones y ciertos grupos políticos no hagan defensa de los gaztetxes y espacios autogestionados tanto en Getxo como en el resto de Euskal Herria. “Los medios de comunicación han criminalizado la okupación y eso puede influir, pero la ofensiva contra estos espacios no es nada nuevo”, concluye. Hasta la llegada de Txorimalo se desalojaron siete gaztetxes en Algorta y Getxo en apenas siete años.

Un impulso al barrio

En el barrio Rotxapea de Iruñea, la okupación de un pabellón abandonado para que los jóvenes pudieran tener un espacio autogestionado donde llevar adelante sus proyectos fue bien recibida tanto por parte de los vecinos como de los colectivos locales. A pesar de ello, no tardó en llegar la denuncia de los propietarios y el día 11 de enero se celebrará el tercer juicio. Irati Arguiñariz, integrante de la asamblea del gaztetxe, explica que el proceso judicial está siendo bastante lioso: “Hemos tenido dos juicios, el primero se ganó porque los propietarios hicieron mal la denuncia y, tras su recurso, el segundo lo volvimos a ganar porque no estaba bien hecha la petición de compensación”. El tercer juicio que se debía celebrar en marzo, se ha visto retrasado por la pandemia. 

La Rotxapea se okupó en septiembre de 2016 y tiene una gran relevancia en la organización social y en los actos culturales del barrio. Irati destaca que en los alrededores de Iruñea hay pocos gaztetxes y que este es “muy grande”. Asimismo, menciona que muchos colectivos han utilizado este espacio para “hacer grandes pancartas, reuniones o comidas”. Se trata de un lugar en el que se ha abierto una panadería comunal, se montan las carrozas de Olentzero o se organizan eventos en las fiestas del barrio. Irati subraya que a nivel del barrio el gaztetxe es “referente” porque hay muchos jóvenes organizados en la asamblea y se está encendiendo el interés por movilizarse.

“El gaztetxe es necesario para el barrio y lo vamos a defender”
Otro punto fuerte del que a día de hoy es el único gaztetxe en Iruñea son los conciertos. Por el pabellón han pasado músicos de todo tipo y han organizado conciertos diferentes colectivos. “Hemos escuchado a grandes grupos como Non Servium o Kaotiko, pero siempre hemos visto la necesidad de dar la oportunidad a grupos pequeños del barrio y de la ciudad”, explica Irati. Ahora, con la pandemia, la música en directo está de momento parada.

El pabellón de la Rotxapea, en una nave industrial, es propiedad del ayuntamiento, de la empresa Juslaberri SL y de un fondo buitre —esta parte pertenecía a La Caixa—. Cuando entraron en la nave llevaba cerrada desde 2008 y se encontraba sucia, con goteras y en un lamentable estado de abandono. A la espera del juicio, Irati admite que todavía no han decidido lo que harán si prospera la denuncia, pero sí que protegerán el gaztetxe de la Rotxapea: “Ante las amenazas de desalojo, siempre hemos pensado que esto es necesario para el barrio y que lo vamos a defender”.

La Federación Batean incide en la educación y el ocio de los jóvenes del barrio de la Rotxapea. Se trata de un colectivo salido de la comunidad para acompañar a la infancia y la adolescencia, a través de actividades, durante todo su proceso de crecimiento. Apoyo escolar, ludoteca, actividades de expresión corporal, txalaparta o cursos de creatividad son algunas de las iniciativas de Batean, que utiliza en ocasiones el gaztetxe para llevarlas a cabo: “Nosotros tenemos un espacio, pero necesitamos más y siempre se nos ha ofrecido el gaztetxe. En los campamentos urbanos de verano siempre hemos ido, incluso hemos hecho talleres de pan allí”, cuenta Arantxa Caminos, comunitaria de la Federación Batean. Incide en que siempre han tenido una relación muy estrecha con este espacio, que ha propiciado la “unión” de todos los colectivos del barrio. “El desalojo obstaculizará que se generen muchas actividades que para el barrio suponen vida y sinergia”, critica. Arantxa Caminos vaticina que, si se produce el desalojo, el barrio volverá a conseguir otro lugar autogestionado, “porque es lo que necesita”.

Sin asentamiento posible

En Tolosa, sus gaztetxes son siempre muy efímeros. La Gazte Asanblada lleva desde 2014 intentando encontrar un espacio autogestionado en el pueblo y ya han llevado a cabo seis okupaciones. Todas acabaron con rápidos desalojos. El último, el gaztetxe de Ezpala, ha recibido la absolución, por lo que se podrá alargar el proceso judicial en vía civil si el propietario lo estima,  pero de momento no serán desalojados. “En una de las anteriores okupaciones ya estuvimos en este edificio que lleva 20 años vacío”, cuenta Ixiar Lakorra, integrante de la asamblea. El edificio, de propiedad privada, fue un almacén de pintura, que los integrantes del gaztetxe acondicionaron.

“Desde que conseguimos un lugar estable la gente de Tolosa nos había dado un empujón”, comenta Ixiar. También confiesa que el interés de los jóvenes por el gaztetxe ha pasado por “altibajos”, pese a que en el pueblo es imprescindible tener un lugar donde poder organizarse. Además, recuerda que en el gaztetxe Ezpala diferentes asociaciones han tenido un lugar donde crear actividades y organizar reuniones. Aun así, Ixiar lamenta que, aunque han conectado bien con la juventud, “no haya habido capacidad de acercarse a un público adulto”.

En Tolosa han realizado varias manifestaciones para pedir un espacio al ayuntamiento. “Nunca ha querido dárselo a la juventud del pueblo”, explica Ixiar. Y recuerda que, cuando las okupaciones han sido en espacios de propiedad municipal, el desalojo ha sido tan “inminente” como en las propiedades privadas. “Sabemos que Zarautz, Bilbao, Legutio o Rotxapea viven situaciones similares a la nuestra, pero aquí no logramos asentarnos en ningún espacio”, lamenta Ixiar. Ahora, se enfrentan a un futuro incierto, a la espera de otro proceso que pueda abrir el propietario. Tolosaldeko Gazte Frontea, colectivo del que forman parte y engloba a los diferentes grupos de la comarca, ya tuvo que pagar antes la multa por el desalojo del gaztetxe Kaxilda, de Zizurkil. “No tenemos mucha fuerza como para aguantar otro desalojo. De todos modos, no nos vamos a rendir”, dice esperanzada Ixiar.

Los ayuntamientos son reacios a tener espacios okupados y autogestionados en sus pueblos y ciudades. En el caso de los gaztetxes, muchos ayuntamientos han apostado, tras los desalojos, por abrir los llamados gaztelekus o gaztetokis, un lugar de ocio para los jóvenes controlado por las administraciones. Por el otro lado, y frente a los desalojos, la juventud organizada ha reaccionado con nuevas okupaciones, como la del gaztetxe de Portugalete.

“Un desalojo, otra okupación”, proclama el clásico lema del movimiento okupa, al que se agarran los gaztetxes. A pesar de las multas, los juicios y los derribos, el deseo de la autogestión siempre provoca otra okupación. Y el paso de los años lo confirma. Aun con todas las dificultades y las trabas que les pone el poder, la juventud es capaz de organizarse, ser políticamente activa y encontrar espacios de ocio y cultura alternativos.

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