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Aunque bailen los años según quien nos defina, la generación millennial es aquella nacida entre los primeros años 80 y antes de 1995. Es decir, la que ya ha estrenado la treintena o se encuentra trasegando la cuarentena, que hasta hace no tanto parecía muy lejos y ahora es evidente e implacable.
Los y las millennials españolitos compartimos muchos códigos comunes que ahora son carne de nostalgia comercial, desde la Super Nintendo a los Mosqueperros, la beca Erasmus o Los Serrano. También compartimos un relato colectivo sobre una generación fracasada, la “que pasó de ser ambiciosa a ser infeliz”: revolcada por dos recesiones económicas que nos empobrecieron y precarizaron, por el advenimiento de las nuevas tecnologías que ya son viejísimas y que aprendimos sobre la marcha; hijas e hijos del estado del bienestar, de la Transición ejemplar, del piso de tres habitaciones y de la casa del pueblo de los abuelos.
Los y las millennials españolitos compartimos un relato colectivo sobre una generación fracasada; nuestros primos un poco más mayores, esa discreta generación X, se salvaron por los pelos del naufragio
Nuestros primos un poco más mayores, esa discreta generación X, se salvaron por los pelos del naufragio, y eso que ellos lo tuvieron bastante más fácil. Crecieron todavía con La Bola de Cristal y la cartilla de ahorros —a nosotros nos tocó Leticia Sabater y pagarnos el posgrado— y para colmo, nos castigaron con un terrible legado, el indie español. Juntos y juntas, no obstante, montamos un 15-M, que para muchos fue un despertar militante y para otros tantos, en realidad, fue un poco un “qué hay de lo mío”. Y de aquellos polvos surgieron cosas hermosas, y otras no tanto, pero que no digan que no lo intentamos.
El caso es que durante todo este tiempo, una gran parte de la generación millennial vivimos enunciándonos y explicándonos para gustar a nuestros mayores. Necesitábamos su aprobación y su visto bueno, el de las grandes popes de casi todo —de la política, de la academia, del periodismo, de la cultura, ¡del feminismo!—, esas figuras incuestionables (maestros, pioneras, eminencias, referentes) que lo ocupaban todo y para quienes siempre seremos eternos becarios y aprendices. Había que encajar en sus códigos, sus referencias, su manera de entender qué es brillante y qué es mediocre, qué es meritorio y qué no lo es. Suyo es el capital social, el económico, el cultural. E intentando gustarles, dejamos de preguntarnos qué nos gustaba a nosotras mismas y el tiempo, el implacable, nos pasaba y ya no somos tan rabiosamente jóvenes.
Lalachus y otras muchas creadoras han demostrado cuantísimo necesitábamos hablar desde nuestras referencias, problemáticas y universos
Pero abran paso, que llega Lalachus. Lala como la metáfora de un relevo inevitable y postergado, una oportunidad y una esperanza. Porque Lalachus —y otras muchas creadoras de contenido en estos últimos años, cocinándose en los márgenes del mainstream, sin padrinos, sin recursos— han demostrado cuantísimo necesitábamos hablar desde nuestras referencias, problemáticas y universos, mucho más diversos y menos excluyentes. Lala no es una nepobaby, ni un producto de casting. Es de Fuenlabrada, y está gorda, y es divertidísima, y lleva años contándonos que le gustan las Spice Girls, las verbenas de su pueblo manchego, las pelis de Crepúsculo, los encurtidos del mercadillo, y las sitcoms de los 90 que domesticaron nuestro autoestima. Sin nostalgias rancias de un pasado que no va a volver ni falta que hace, sino presentándonos como una generación que también contamos con una cultura popular y un humor propios —sobre todo las mujeres, que por no dejarnos, no nos dejaban ni tener gracia— y que necesitábamos encontrarnos y contarnos, en la ficción, en el arte, y en casa y en el curro, y en los espacios de poder también.
Quien mejor ha entendido esto, de momento, es Radio Televisión Española. Estamos en un momento en el que el bipartidismo se está (re)definiendo a través de los medios y de la cultura, mucho más allá de lo de Broncano-Hormiguero, que no obstante, es una batalla ideológica profunda (no se fíen de quienes dicen que solamente es tele: nunca es solamente tele). Hay otras muchas señales: que la prioridad para programar no sean los audímetros sino la hibridación entre redes, debates, y tele, o sea, la capacidad de colocar un relato. Que que “Ni que fuéramos Shhh” (el post-Sálvame que emite desde YouTube) sea líder de su franja entre el público, precisamente, millennial. Que la derecha millennial no tenga mejor proyecto que influencers católicas de lifestyle y gurús de emprendimiento. Que Masterchef pierda telespectadores cada edición. Que los rótulos de Cachitos pasen por la izquierda a Sumar.
Como la TVE de los 80, cuando tocaban las Vulpess y sonaban los Barricada, y había marxismo en horario infantil, este desembarco millennial puede ser una oportunidad para disputar batallas y mensajes políticos
Como la TVE de los 80, cuando tocaban las Vulpes y sonaban los Barricada, y había marxismo en horario infantil, este desembarco millennial puede ser una oportunidad para disputar batallas y mensajes políticos, para empujar los marcos de lo políticamente correcto y de lo políticamente posible, que nos tienen arrinconados y asustadas. Y como en aquellos 80, habrá que dar la pelea. Ojalá este cambio se parezca más a los Biznaga tocando en un desahucio que a una fiesta exclusiva en la casa de los Javis. Ojalá sirva para reventar guiones prescritos, formas de hacer, redes clientelares y para sacar a patadas a unos cuantos fascistas de los medios ya de paso, antes de ser PSOED again, again and again. O Revuelted, mejor dicho.
Y conste que esto no es, en todo caso, una cuestión de edad. Sólo hace falta sumergirse —si aún nos quedan ganas—, en la oleada de odio recibida ayer por Lalachus en redes, sobre todo, en X. Mucha gente madura aplaudía por fin ver lo que se vio en RTVE, hartos de tantos años de cuerpos imposibles en vestidos ridículos, aristócratas en lentejuelas, de Ana Obregón diciendo memeces. No obstante, los ataques más iracundos y encarnizados provenían en gran medida de hombres muy jóvenes, muy resentidos y muy desnortados, que en esta internacional reaccionaria en curso, libran su cruzada sin horizontes ni futuros: sólo apelan a un pasado distorsionado, al insulto telediridigido y a una enfermiza obsesión con los cuerpos que va a terminar por destrozarles a ellos mismos. Les compadezco.
Porque como decía Lala, aquí hemos venido a gozárnosla fuerte y nosotras ya estamos en otra. Y las personas más jóvenes, esos Z a quienes tan poco escuchamos, también. Dice una amiga —que fue ministra siendo millennial— que ojalá, cuando nuestra generación sea vieja, seamos más generosas y mucho menos mezquinas que muchos de quienes nos antecedieron. Porque la gran conquista millennial ha sido el feminismo amplio, generoso, valiente y soberano que ayer, incluso puede que sin ser demasiado consciente, daba las campanadas en la Puerta del Sol señalando a Fuenlabrada y reparándonos un poquito a todas.
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Me importa un bledo mi cuerpo y el cuerpo de la Lala. Cada cual tiene el cuerpo que tiene y punto. Pero no lo entiendo, no le encuentro sentido, no le veo gracia. Ni me he reído, ni me he ofendido. Simplemente he visto mal gusto. Tunear un símbolo religioso, tal y como se ha hecho, es el guión adecuado para ¿un programa de especial Nochevieja en la televisión pública?. Esa TV pagado por todos y al servicio del partido que en cada momento está en el poder. ¿Esta es la creatividad que ofrece la nueva generación?.
Lo de la división por "generaciones" no lo he entendido nunca. Es siempre una cuestión de clase y de pasta. ¿Lo tuve yo "bastante más fácil" por nacer a finales del 79 que mi colega que nació a mediados de los 80 o la que nació en el 82? Lo de "la cartilla de ahorros" frente a "pagarnos el posgrado", tampoco lo entiendo. ¿Nacíamos con una cartilla de ahorros y yo no me enteré? ¿No tuvimos que pagarnos el erasmus, los posgrados o los másteres (del universo)? Reconozco mi privilegio por blanca, porque mi familia se pudiese permitir enviarme de erasmus o por no tener que trabajar mientras cursaba mi primera licenciatura, pero no voy a reconocer un "privilegio de generación" que no veo por ningún lado. Muchas compas de mi edad o algo mayores tenían una situación mucho peor que la mía y que muchas que vinieron detrás. Es que ya me parece el colmo del absurdo pretender enfrentarnos por "generaciones". Es como esa gente que dice que los jóvenes viven mal por culpa de las pensiones de sus abuelas. De verdad no me esperaba esto de alguien como Irene Zugasti, pero bueno, igual es que se me escapa algo por la brecha generacional.
Y que vivan Lalachus y su vaquilla y su santísimo toto.
Me pasa exactamente lo mismo, julio del 79: crecer con La Bola y pagarme el posgrado.
Me ha tocado la patata. Viendolo con mi hermana en el fondo dijimos lo mismo.