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Opinión
Activismo desde la ternura

¿Por qué hablar de amor y ternura cuando hablamos de algo tan político como el activismo? porque el amor y la ternura son los elementos más revolucionarios y más potentes en la acción colectiva, y por ende, elementos políticos. Como dice bell hooks, el amor es la voluntad de nutrir nuestro crecimiento espiritual y el de las demás personas de tal forma que sumemos. Imaginar un mundo distinto al que conocemos, un Horizonte donde podamos habitar muchas, que el activismo sea el camino hacia un fin y no un fin en sí mismo, siempre recordando el propósito que nos trae aquí. Poniendo en práctica lo que afirma Rupa Marya, somos parte de un ecosistema de personas diversas que desde diferentes lugares adoptan roles que se necesitan en nuestra tarea común: la liberación colectiva y un mundo centrado en los cuidados de la vida.
Pero no nos olvidemos: luchamos dentro del sistema opresor, colonizador, machista y racista que invade todas las esferas sociales, las relaciones económicas y laborales, e incluso nuestra psique y la manera en que nos relacionamos con los demás. Ocupa nuestra capacidad absoluta de ser egoístas, nuestros egos y nuestros corazones. Por eso, poner el amor y la ternura en el centro de la acción social, política y personal es el enfrentamiento más radical contra las estructuras que nos oprimen. Como señala Houria Bouteldja el amor revolucionario implica transformar las relaciones de poder, de forma íntima y radical. Desprenderse de nuestros privilegios heredados, mirarse al espejo y enfrentarse a la cuestión: ¿soy capaz de amar tan radicalmente que mi interés personal está en el interés de los despojados de la tierra? Entender que todxs estamos conectadxs y nuestra supervivencia empieza por cómo nos miramos, sentimos, escuchamos, la oportunidad que damos al otro.
No nos olvidemos que escribimos desde occidente, desde el norte opresor, el que ha construido y construye guerras para el sur haciéndolo pasar por conflictos étnicos, el que nos dice que el norte es el espacio democrático y de valores supremos frente a la bestialidad del sur
No queremos ser ingenuas, ni pecar de simplismo, ni pensar que “el amor todo lo cura”. Es todo lo contrario. Es una lucha constante contra el ego, contra las relaciones de interés, contra una socialización individualista, egocentrista, etnocentrista, racista, que, desgraciadamente, también atraviesa al activismo. En este contexto, sanar nuestras heridas es parte de la lucha. El bagaje de nuestros traumas puede influir en cómo ejercemos nuestro activismo. ¿Qué relación mantenemos con nosotras mismas? Esa es la misma que tendremos con las demás personas y que luego se convertirá en un modus operandi, el autopiloto.
Ser conscientes de nuestra forma de actuar, saber mentalizar esto, es aprender a pensar los sentimientos propios y de los demás, y sentir los pensamientos nuestros y de los demás. Esto nos permite responder y actuar con conciencia, en lugar de reaccionar. Saber poner nuestros límites, al mismo tiempo que perdonamos a los demás y les damos una oportunidad. Marcar líneas rojas claras y contundentes al abuso del poder, a la violencia en todas sus formas, a los ya mencionados ejes de opresión. Como escribió Fanon, no basta con palabras gentiles ni empatía, es importante abolir el sistema blancosupremacista, racista colonial y los ejes de opresión.
En este camino, es vital aprender a resolver los conflictos de forma que no nos dejen huella, y si lo hacen, saber dónde está nuestro lugar seguro y de apoyo. Dar espacio para que los conflictos ocurran de manera sanadora. Mirar de frente nuestros errores y saber dar un paso atrás, al tiempo que cuestionamos las voces que nos dicen que no valemos, que no somos suficientes, o cuando nos sintamos impostoras. Este sistema nos quiere recordar que nunca seremos suficientes como individuos; es nuestro deber creer que juntas sí podemos. Hagamos de este ecosistema una simbiosis duradera, funcionando desde unas bases de horizontalidad y apoyo mutuo.
En el activismo desempeñamos roles: desde la disruptiva, la que cuenta historias, la que guía, la que escucha y hace el trabajo de hormiga desde la invisibilidad a la que escribe discursos potentes y los grita por todos los rincones. Asimismo, necesitamos también de las visionarias, las sanadoras, las experimentadoras, las creadoras y las agitadoras. Somos las ramas que se van multiplicando y emergiendo de un tronco común, fortalecidas por raíces de nuestrxs ancestrxs.
Muchas personas son activistas desde hace años, incluso décadas. Están formadas, leídas, actualizadas. Para algunas de ellas su vida o la de sus seres queridos depende de la causa por la que luchan. Muchas otras llegan movidas por la impotencia, la visceralidad, sin saber casi nada de lo que está pasando, solo viendo y sintiendo el horror del presente. La acogida de estas nuevas compañeras debería hacerse de forma amable, paciente, instruyendo sin imponer y sin menospreciar el posible menor bagaje de las recién llegadas. Al fin y al cabo, todas somos necesarias. Cultiva esas semillas con cariño y paciencia para que echen raíces. Serán árboles fuertes que tendrán los conceptos claros y que cultivarán con paciencia y cariño a otras semillas.
Es una lucha constante contra el ego, contra las relaciones de interés, contra una socialización individualista, egocentrista, etnocentrista, racista
Y en este cuidarse y cuidar al otro, batallando al final con los estigmas del sistema y sus raíces profundas, no nos olvidemos que escribimos desde occidente, desde el norte opresor, el que ha construido y construye guerras para el sur haciéndolo pasar por conflictos étnicos, el que nos dice que el norte es el espacio democrático y de valores supremos frente a la bestialidad del sur. Aquí seamos especialmente combativas. Si queremos ser activistas que tengan en cuenta estas opresiones, no las ejerzamos en los espacios de activismo, generemos lazos profundos con las compañeras del sur global, eliminemos esas miradas de superioridad que atraviesan esos discursos aprehendidos que hablan de legalidad, de honestidad, de racionalidad .... El mundo es todo menos legal, racional u honesto. Aprendamos del sur, de su búsqueda, de sus raíces, de la manera de hacer comunidad, de crear acción mucho más efectiva y directa que las vueltas neuróticas que dan nuestras cabezas contaminadas. En nuestro paso por el activismo, hemos sido testigos en demasiadas ocasiones de esas miradas y esos argumentos etnocentristas, pseudolegalistas y pseudoracionales. Negando al otro su capacidad de acción sobre la sospecha que no es legal o racional, el sur hace décadas que ha aprendido que las pretendidas legalidad y racionalidad son armas de doble filo en la que siempre pierden. Actuemos con valentía y decisión, apasionadas y radicales.
En esta mirada desde la ternura, no queremos dejar de decir que, para muchas de nosotras, la lucha por Palestina surgió al enfrentarnos al sufrimiento atroz de su infancia. Como escribieron Sunera y Jonathan en el Día de la Niñez Palestina, citando a Khalil Gibran: “Lxs niñxs son sagradxs como el agua, las plantas o el viento. Son el horizonte y el espejo de nuestro pasado.
Nos atraviesan, pero no nos pertenecen —pertenecen a la vida—, y es este mundo quien falla al no protegerlos”. Ese dolor es insoportable precisamente porque es indescriptible: las palabras se agotan ante los cuerpos despedazados, las manitas inertes, las miradas vacías. Las madres lo sabemos mejor que nadie. Parir te convierte en madre universal —en cada niñx del mundo ves al tuyx— y por eso Gaza nos desgarra las entrañas. Es un dolor físico: lloramos, berreamos, nos desmoronamos al imaginar a nuestrxs hijxs en ese infierno. Y luego, entre lágrimas, surge la rabia más pura: que nadie pueda decir “no lo sabíamos”. Que este horror sea invisible para el mundo no es un accidente: es la prueba de que el sistema sólo protege ciertas vidas. Nosotras lo nombramos. Lo gritamos. Y convertimos ese dolor en acción.
Después de esto, ¿cómo nos levantamos? ¿Cómo no nos rendimos y sentimos que nada tiene sentido? somos conscientes que nuestro dolor es soportable, relativo, limitado…ojalá sufrir sólo ese dolor. Porque la verdadera resistencia está allí y lo que nos toca es hacer sentir al otro: no pasaste por todo eso y nos fuiste indiferente, no al menos para nosotras. Retomamos la ternura y el amor como elementos de revolución y, quizá, la mayor revolución que estamos haciendo las mujeres activistas (y los hombres también) es educar de manera antirracista, antimachista, anticolonialista, empática, considerando al otro, construyendo colectivo con nuestro hijos e hijas, pero no desde el discurso o lo narrativo (que también; explicamos, explicamos, explicamos) si no desde el ejemplo. Nuestras hijas e hijos nos ven organizar acciones, dedicar tiempo a construir otras narrativas, nos escuchan hablar de lo que pasa, nos ven llorar, nos consuelan.
En nuestras casas Palestina está presente, nuestras hijas llenan las paredes de nuestras ciudades de pegatinas de Free Palestine, pintan banderas palestinas en manualidades, nos recuerdan qué productos son boicot y disfrutan y aprenden con nosotras de la cultura palestina, del dabke, del tatreez, de la comida, de la sonrisa y la generosidad de sus gentes, de su tenacidad y de su resistencia. Nos echan de menos por no estar en casa todo lo que quisiéramos cuando estamos en la calle reunidas, en acciones o manifestándonos, pero saben y comprenden el motivo de nuestra ausencia.
La ternura y el amor se transmiten, la ternura y el amor conscientes, políticos, críticos, pasan a nuestras hijas y quizás sea esta la semilla más esperanzadora que podemos sembrar
La ternura y el amor se transmiten, la ternura y el amor conscientes, políticos, críticos, pasan a nuestras hijas y quizás sea esta la semilla más esperanzadora que podemos sembrar. Sabiendo que no es fácil, sin idealizar esta transmisión, estamos convencidas que es otra manera absoluta y radical de activismo.
Este ejercicio de reflexión se vuelve no solo necesario, sino profundamente vital en el contexto que atravesamos. Y queremos cerrarlo reafirmando con convicción que el activismo, la militancia, deben ser el reflejo de lo que somos en nuestras vidas, de cómo tratamos a las personas queridas, a nuestros padres, abuelos, a los vecinos, a la gente extraña con la que nos cruzamos, a los animales, a las plantas o las pequeñas cosas que nos pasan en nuestra vida cotidiana.
Seamos pues luz y no sombra. Sol que ilumina y hace crecer. Somos una parte diminuta de este universo, y esa luz es una estrella más.
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Gracias por este precioso, profundo y amoroso artículo.
JEROMO