Opinión
De Atenas a Madrid: transiciones democráticas en el sur de Europa y el poder de la acción

Si la Politécnica de Atenas nos enseña algo es que la acción reorganiza lo posible. Pequeños actos pueden inclinar la balanza de una sociedad que se debate entre el miedo y el coraje. Medio siglo después, esto sigue pareciendo lo más importante.
Politécnica Atenas
Eleftheria significa 'libertad' en griego. Foto: Vasilis Karageorgos, del libro 'Politécnica 1973. 40 años después' (Flippress 2013).
Historiador, director de los Archivos de Historia Social Contemporánea (ASKI) en Grecia.
17 nov 2025 15:00

Esta es una historia de otoño en Grecia. En noviembre de 1973, el estudiantado de la Universidad Politécnica de Atenas se levantó contra la junta militar alineada con Occidente, en el poder desde 1967 a 1974. “¡Esto es la Politécnica! ¡Esto es la Politécnica! Estás escuchando la radio libre del estudiantado libre y combatiente, del pueblo griego libre y combatiente”. Una radio estudiantil clandestina chisporroteaba desde el campus ocupado. La multitud llenaba las calles circundantes. Se oyeron disparos; y en la noche del 17 de noviembre, un tanque embistió la puerta principal de la universidad. 

El levantamiento no derrocó la dictadura esa noche, pero rompió su guión y amplió lo imaginable. En Grecia, “la Politécnica” no es un capítulo cerrado, sino un debate recurrente sobre lo que exige la democracia. Nombra un acontecimiento y, a la vez, una práctica civil, una piedra de toque viva que pone a prueba cuánta disidencia pueden soportar nuestras instituciones y hasta qué punto nuestra Historia sigue abierta a la interpretación. Quiero reflexionar sobre el poder de la acción a partir de este recuerdo: sobre cómo las acciones que preceden a los mitos hacen posibles las democracias y cómo recordar aquellas acciones nos ayuda a defender nuestras democracias hoy en día.

En Grecia, “la Politécnica” no es un capítulo cerrado, sino un debate recurrente sobre lo que exige la democracia

Esta reflexión también viaja porque, del 25 al 27 de noviembre, convocamos en Madrid Atado y Bien Atado. El fin de las dictaduras en el sur de Europa, dentro de la iniciativa más amplia ¿Atado y Bien Atado? sobre la “amnesia de la impunidad” en España. Personas del ámbito de la historia, la investigación y el activismo analizaremos los movimientos que desafiaron el autoritarismo, las democratizaciones que siguieron y las luchas en curso por la memoria, la justicia y la responsabilización en España, Portugal y Grecia. En resumen: una conversación pública sobre cómo el sur de Europa aprendió y sigue aprendiendo a ser democrático.

Continuidad y ruptura

La junta militar griega no era una copia exacta del fascismo de entreguerras. Era una dictadura militar arraigada en la lógica de la Guerra Fría y en la ideología post-guerra civil del “espíritu nacional”, santificada bajo la tríada Nación-Religión-Familia. Suspendió el Parlamento y normalizó la cárcel, el exilio y la tortura. La violencia no estaba tanto en las ejecuciones masivas, sino incrustada en la Administración. En este sentido, 1967 fue una ruptura con la atrofiada vida parlamentaria de la década de 1960, pero también el último acto de una larga historia de intromisión militar en la política griega.

La resistencia frente a la junta fue plural. Los partidos de izquierda y de centro, las nuevas formaciones surgidas tras la escisión del Partido Comunista en 1968, las imprentas clandestinas y los agitadores, el exilio y las redes de solidaridad en toda Europa occidental y Estados Unidos, aportaron tácticas que iban desde la incidencia y la cultura hasta la acción directa. Algunas de las intervenciones más valientes fueron casi invisibles: notas microscópicas pero llenas de texto que se escribían desde la cárcel y se hacían llegar clandestinamente a grupos de derechos humanos. El riesgo privado se convirtió en verdad pública, deshilachando la ansiada legitimidad internacional del régimen.

Algunas de las intervenciones más valientes fueron casi invisibles: notas microscópicas pero llenas de texto que se escribían desde la cárcel y se hacían llegar clandestinamente a grupos de derechos humanos

El estudiantado hizo de bisagra de esa pluralidad. En sintonía con un ciclo más amplio de revueltas estudiantiles de París a Praga, el mayo del 68 griego floreció en la Politécnica en 1973. Fue aplastado con estruendo y sangre, pero desbarató el guión de “liberalización controlada” de la junta militar y abrió la imaginación colectiva. Miles de personas salieron a las calles, y transformaron la ocupación del campus en un levantamiento popular: “Pan, Educación, Libertad”. El régimen cayó meses después, en medio de la debacle de Chipre. El camino hacia la democracia no estaba ya escrito, sino que lo precipitaron la memoria y el impulso de la acción.

Tres caminos hacia la democracia

Los años 1974-1975 rehicieron el sur de Europa de maneras divergentes que aún hoy dan forma a las culturas políticas de los países. Portugal vivió una ruptura revolucionaria el 25 de abril; Grecia experimentó el colapso del régimen y una rápida refundación constitucional; España tuvo una transición negociada tras la muerte de Franco, que, de acuerdo con la interpretación habitual, estuvo gestionada “desde arriba”. 

Esta interpretación no es errónea, pero sí incompleta. Incluso en España, donde las élites negociaron la estabilidad y la envolvieron durante años en un pacto de olvido, la acción desde abajo tuvo un peso. Los movimientos vecinales, las luchas obreras, las movilizaciones estudiantiles, los colectivos feministas y las asociaciones de víctimas empujaron los límites del acuerdo. El cambio del olvido a la memoria —con exhumaciones, homenajes locales, debates curriculares y exigencias de justicia— no llegó por decreto, sino que se ganó gracias a las persistentes demandas sociales que reabrieron cuestiones que la Transición había dejado en suspenso. 

Incluso en España, donde las élites negociaron la estabilidad y la envolvieron durante años en un pacto de olvido, la acción desde abajo tuvo un peso

En Portugal, el Estado canonizó el 25 de abril como renacimiento civil; en España, la sociedad civil siguió ampliando el marco; en Grecia, la Politécnica se convirtió en la piedra angular moral del Metapolitefsi (cambio de régimen), aunque el Estado oscilaba entre la celebración y la contención. Comparar estos caminos no sirve para decidir quién gana en pureza. Nos ayuda a entender cómo la acción en los lugares de trabajo, las universidades, los barrios, los tribunales e incluso los archivos convierte la disidencia en una práctica democrática duradera.

Desde la primera conmemoración, celebrada, significativamente, el 17 de noviembre de 1974, el día de las primeras elecciones tras la caída de la dictadura en Grecia, el intento de domesticar la Politécnica se topó con algo más sólido: un ritual civil que rehúsa la domesticación. La marcha anual, las contra-guirnaldas y las discusiones sobre las rutas y las consignas no son impurezas que haya que limpiar. Son técnicas de ciudadanía, recordatorios de que la democracia vive en la frontera donde la disidencia se encuentra con el orden. Paradójicamente, la Politécnica se ha convertido en un ritual nacional que no puede ser una fiesta nacional, precisamente porque sigue trazando una línea que el poder preferiría difuminar.

La democracia al límite: por qué la acción sigue siendo importante

La relevancia es inmediata. En toda Europa y más allá, vemos la popularización de la extrema derecha, la normalización de los poderes excepcionales, la vigilancia policial de los campus y de los espacios públicos y nuevas guerras cuyos costes humanos traspasan fronteras. Las personas migrantes y las minorías vuelven a convertirse en blanco de ataques, la desinformación corroe la confianza y la “seguridad” deviene el lenguaje que justifica las exclusiones. Estas presiones no restan relevancia a la Politécnica, sino que hacen que sus lecciones en la práctica sean más urgentes. La conmemoración sin cuidado se convierte en espectáculo. La conmemoración con cuidado se vuelve infraestructura: hábitos e instituciones que permiten que la disidencia siga siendo efectiva, que el pluralismo conserve un significado y que los hechos aún sean audibles.

Aquí, los archivos son importantes. No son almacenes neutrales, sino infraestructuras de la democracia. Lo que se conserva o se pierde, quién es visible o inaudible, son decisiones que amplían o restringen el registro público. En Grecia, la historia de la migración desde Europa del Este después de 1989 mostró lo que estaba en juego: un país que durante mucho tiempo se había considerado una tierra de emigración se convirtió, casi de la noche a la mañana, en un país de inmigración. Las personas migrantes estaban presentes en todas partes y ausentes en todos los lugares de la memoria institucional. Archivar esas vidas no es un acto sentimental, sino político, que insiste en que el relato democrático incluya a aquellas personas antes consideradas de paso.

Las personas migrantes y las minorías vuelven a convertirse en blanco de ataques, la desinformación corroe la confianza y la “seguridad” deviene el lenguaje que justifica las exclusiones

En lugar de una lista de verificación, pensemos en tres hilos que recorren esta historia. En primer lugar, la memoria colectiva es dinámica y puede convertirse en una fuerza motriz cuando los archivos funcionan como un servicio público: abiertos por defecto, transparentes sobre lo que contienen y lo que falta y, allá donde sea posible, comisariados en colaboración con las comunidades que documentan. En segundo lugar, las conmemoraciones cobran vida cuando se preparan con cuidado. Su medida no es la cantidad de lírica que bañe nuestro discurso sobre 1973, sino nuestra manera de abordar los conflictos del presente: manteniendo las universidades abiertas, la prensa independiente, la policía responsable y las calles seguras para la reunión. En tercer lugar, la comparación puede ser una forma de solidaridad. Comparar Grecia con Portugal y España y leer el sur de Europa en relación con América Latina no es un modo de clasificar las transiciones. Permite ver cómo las sociedades equilibran la justicia y la estabilidad, reconocen a las víctimas sin congelar la política y mantienen la confianza en las instituciones cuando la crisis tienta a tomar atajos. España es un recordatorio de que incluso una transición “controlada” se doblega ante las reivindicaciones civiles sostenidas, pasando del silencio a la memoria, de la negación al reconocimiento.

Si la Politécnica de Atenas nos enseña algo es que la acción reorganiza lo posible. Pequeños actos (un panfleto ilegal, una nota escondida, una puerta que queda abierta) pueden inclinar la balanza de una sociedad que se debate entre el miedo y el coraje. Medio siglo después, esto sigue pareciendo lo más importante.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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