Opinión
De la celda al escenario: Hildegarda de Bingen y la mística pop de Rosalía
En su nuevo álbum, LUX, Rosalía canta en hasta 14 idiomas, invoca lo divino y cita a Hildegarda de Bingen, la abadesa visionaria del siglo XII que escribió tratados de medicina, teología y música. En una entrevista reciente, la artista afirmaba que “la música puede ser una forma de oración”, una idea tomada directamente de la monja alemana. No es solo un guiño culto: el disco entero parece orientado hacia la experiencia de lo sagrado. Pero ¿qué significa traer a Hildegarda al presente del pop global? ¿Puede una mística medieval convivir con la lógica de la industria musical?
Hildegarda de Bingen fue una figura excepcional. Nacida en 1098, escribió himnos, visiones y tratados naturales que desafiaban el marco masculino de la teología medieval. Fue también una de las primeras compositoras reconocidas de la historia occidental: sus piezas para coro y voces femeninas desbordaban la austeridad monacal y apostaban por una sensualidad sonora que rozaba lo prohibido. Para ella, el canto era una forma de comunión directa con lo divino. En su universo, cuerpo y espíritu se entrelazaban en una vibración común.
Rosalía recoge esa vibración y la traslada al territorio del pop, donde la experiencia mística se convierte en espectáculo. LUX es un disco de aspiración trascendente, pero también un artefacto de marketing de precisión: un álbum que sale en streaming, con campañas visuales calculadas y una iconografía entre el hábito y el club berlinés. En esa tensión —entre lo sagrado y lo rentable— se juega buena parte de su potencia y su ambigüedad.
La invocación de Hildegarda no es una rareza aislada. En la última década, la cultura pop ha redescubierto a las místicas como figuras de resistencia y autoafirmación. De Björk a FKA Twigs, de Arca a Sevdaliza, muchas artistas han explorado la espiritualidad como un lenguaje de poder femenino. Lo místico se convierte así en una forma de decir “yo” fuera de las lógicas patriarcales y racionalistas. En este contexto, la referencia a Hildegarda funciona como un gesto de genealogía: una manera de conectar el deseo contemporáneo de trascendencia con una historia de mujeres que ya buscaron luz —lux— en la oscuridad de los conventos.
En Hildegarda, la experiencia extática tenía una dimensión comunitaria: las monjas cantaban juntas, la música era un cuerpo colectivo. En Rosalía, la experiencia tiende a concentrarse en la figura individual de la artista
Sin embargo, no todo en esa apropiación es inocente. En Hildegarda, la experiencia extática tenía una dimensión comunitaria: las monjas cantaban juntas, la música era un cuerpo colectivo. En Rosalía, la experiencia tiende a concentrarse en la figura individual de la artista. Su voz no se diluye en un coro, sino que se amplifica mediante autotune, reverberaciones digitales, arreglos de orquesta. Lo divino, en LUX, pasa por la singularidad del yo —por su potencia, su control, su performance— más que por la comunión.
Eso no invalida el gesto, pero lo sitúa en otro registro. Si Hildegarda componía para rezar en comunidad, Rosalía lo hace para ser escuchada en soledad, con auriculares. El espacio del templo ha sido sustituido por el de Spotify. La espiritualidad, por la experiencia íntima y mercantil del streaming. En ese sentido, la operación de Rosalía puede leerse como una traducción contemporánea de lo sagrado: el intento de producir trascendencia en una cultura donde ya no hay dioses, pero sí pantallas.
Aun así, algo inquietante se filtra entre las capas del disco. En canciones como “Berghain”, donde canta en alemán en honor a Hildegarda, la voz se multiplica, se pliega, se deshace. La mezcla entre lo sacro y lo clubbing genera un espacio ambiguo: un templo techno donde el éxtasis puede ser religioso o químico, místico o corporal. Rosalía parece querer decir que el trance no ha desaparecido, solo ha cambiado de forma.
Hay también en LUX un deseo de recuperar una cierta materialidad del cuerpo, un modo de volver al gesto físico del canto como acto espiritual. En esto, la conexión con Hildegarda es más profunda de lo que parece: ambas trabajan con la voz como médium, con la vibración como lenguaje del alma. La diferencia está en el contexto. Donde Hildegarda se dirigía a Dios, Rosalía se dirige al público global. En ese desplazamiento, la plegaria se vuelve estética, la oración se convierte en sonido puro.
Lo que resulta interesante no es si LUX es un disco “religioso”, sino cómo actualiza la experiencia de lo sagrado en una cultura saturada de imágenes
Lo que resulta interesante no es si LUX es un disco “religioso”, sino cómo actualiza la experiencia de lo sagrado en una cultura saturada de imágenes. Rosalía parece buscar una trascendencia sin iglesia, una espiritualidad posmoderna donde la iluminación puede coexistir con el artificio. El riesgo es evidente: que la mística se diluya en estilo, que Hildegarda se convierta en un decorado más en el museo del pop. Pero también hay una posibilidad emancipadora: la de rescatar, en medio del ruido global, una forma de atención radical, de escucha profunda.
En su tiempo, Hildegarda fue una hereje tolerada. Su autoridad provenía de las visiones: veía lo que otros no podían ver. Rosalía, en cambio, habita un mundo donde el exceso de visión nos ciega, donde lo luminoso puede volverse saturación. Tal vez por eso elige el título LUX: porque busca la luz sabiendo que ya no puede ser pura. La operación es, al fin y al cabo, una parábola del presente. El pop contemporáneo ha aprendido a usar los restos del pasado como símbolos de intensidad. Rosalía, con su inteligencia estética, convierte a Hildegarda en espejo y en método. Entre la abadesa que componía himnos en latín y la artista que los versiona en autotune hay un hilo invisible: el intento de convertir el sonido en revelación. Que esa revelación sea ahora una experiencia estética más que espiritual no la hace menos significativa. En el siglo XII, la música era una forma de oración; en el XXI, quizás sea la única que nos queda.
Culturas
Los domingos de Rosalía
Música
Simon Reynolds
“Culturalmente no tenemos ninguna imagen del futuro que no sea catastrófica”
Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.
Relacionadas
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!