Opinión
Cómo encontrar el amor en tiempos de Apps, TDAH e IA

Así es como la gente se conoce ahora. Hojas de cálculo, estrategias y niveles de suscripción. Todo el mundo tiene un sistema. Todo el mundo está optimizando. Todo el mundo está solo.
10 sep 2025 04:27

Está este tipo de mi viejo gimnasio en Dallas que hace un seguimiento de sus citas en una hoja de cálculo. Treinta y siete años, comercial de instrumental médico, un primera base decente en la universidad en Seton Hall cuando todavía era alguien, un BMW de renting con poco kilometraje. Me mostró la hoja de cálculo mientras estábamos sentados en la sauna la semana pasada. Columnas con códigos de colores para altura, estudios, algo que denomina “potencial ROI” [retorno de la inversión, NdT]. Lo actualiza en su teléfono entre series de ejercicios.

No es un caso único. Conozco a una mujer que mantuvo un cuaderno con 47 primeras citas del año pasado esperando sacar de ellas “una novela de citas millenial”, algo “sobre la manera en que vivimos”. Luego está otra alma en pena que somete sus fotos de perfil a pruebas A/B. Un mánager de marketing que está “en las aplicaciones” desde hace seis años y habla de momentos pico de conversaciones como si estuviese hablando de informes trimestrales.

Así es como la gente se conoce ahora. Hojas de cálculo, estrategias y niveles de suscripción. Todo el mundo tiene un sistema. Todo el mundo está optimizando. Todo el mundo está solo.

Los padres de mi mejor amigo se conocieron en una parada de autobús en 1978. Ella estaba leyendo un libro en edición de bolsillo. Él le preguntó por el libro, Miedo a volar, de Erica Jong. Le dijo que era terrible, pero que tenía que terminarlo. Él le contestó que no era muy buen lector, pero que lo entendía por completo. Se casaron dieciocho meses después.

“No fue mágico”, le dijo su madre a mi amigo en una ocasión. “Era sólo martes, miércoles, jueves”. Nunca volvió a leer un libro de Jong. Él nunca leyó otro libro, sin más.

El mismo autobús, la misma parada, la misma hora. Dos persones en el mismo sitio el tiempo suficiente para familiarizarse entre ellas. Ningún algoritmo que las emparejase, sólo la proximidad y libros de bolsillo y la lenta acumulación de momentos ordinarios.

Ese mundo, para bien o para mal, se acabó. Ahora tenemos una elección infinita y métricas infinitas y una soledad infinita. El tipo de la hoja de cálculo tiene tres citas a la semana. Ha convertido su visita rutinaria a la cafetería en una ciencia: llegada a las 7:15 AM, cortado con leche de avena, una mesa al lado de la ventana donde hay buena iluminación. Me explicó que las baristas son su “segmento demográfico clave”. Educación universitaria. Probablemente una deuda de en torno a los 20-30 mil en préstamos de estudios. Buscando estabilidad y aún “fecundas”, desde su perspectiva de las guerras espermáticas.

Sus bots estaban manteniendo una conversación impulsada por 'prompts' y conservada en una nube mientras ellos se sentaban en sus propias casas y veían Netflix

Ahora utiliza inteligencia artificial para escribir sus mensajes. Compartió sus conversaciones con varias aplicaciones no hace mucho. Alimenta a las IA con su perfil y te escupe la frase perfecta para romper el hielo. La frase perfecta para seguir la conversación. La sugerencia perfecta para la primera cita. Ha tenido conversaciones simultáneas con doce mujeres y no ha escrito ni una sola palabra.

“Eficiencia máxima y muy, muy limpio”, me dijo.

Le observé una vez en la cafetería con una mujer que iba consultando su móvil mientras él iba pronunciando las frases que la IA le había escrito. Cuando ella se excusó para ir al baño, él sacó su móvil y actualizó su estatus de “potencial alto” a “seguimiento cálido en el segundo trimestre”. Nunca volvió del baño.

La cosa es que se encuentra con otras que hacen lo mismo que él. Hace dos semanas hizo 'match' con una mujer cuyas respuestas tenían estructuras repetitivas similares, muchos guiones largos, y reflejaban sus respuestas originales. Resulta que estaban usando la misma suscripción básica a Chat GPT. Sus bots estaban manteniendo una conversación impulsada por 'prompts' y conservada en una nube mientras ellos se sentaban en sus propias casas y veían Netflix, preguntándose por qué quedar con alguien se había vuelto algo tan vacío.

Se supone que las aplicaciones tenían que resolver el encontrar a otra persona. Hacer que fuese más eficaz. Ayudarnos a encontrar a los “nuestros”, fuesen quienes fuesen. En su lugar nos ha convertido a todos en productos, y a la compra, en un empleo a jornada completa. Swipe, match, intercambio de mensajes, quedar, repetir. Como una fábrica, pero con conversaciones de ascensor y cócteles sobrevalorados.

Mi viejo compañero de piso hizo un 'match' con una mujer que trabajaba en un servicio al cliente de una de estas empresas. Tres años recogiendo quejas de gente convencida de que el sistema estaba estropeado porque no estaban encontrando al amor verdadero. Hombres que querían un reembolso porque los 'matches' que habían conseguido, estafadores haciendo 'catfishing', no les contestaban. Mujeres convencidas de que les estaban mostrando a los hombres equivocados, que esos tipos maduros de cabellos grises con gafas de sol no podían ser todo el 'pool' de citas del suroeste de Pensilvania.

“Todo el mundo piensa que se supone que tiene que funcionar como Amazon”, le dijo cuando les habían servido la bebida. “Como si pudieses hacer el pedido de la persona adecuada. Y no va así. La mayoría de la gente es un fiasco, como todos esos productos importados baratos que venden tiendas cuyo estúpido nombre son todo consonantes.”

Comía servilletas. No las rompía por los nervios: se las comía. Primero unos pedacitos, luego trozos más grandes. Decía que era un tic nervioso. Mi compañero de piso dijo que tenía un aire a lo Grey Gardens, como si no hubiese abandonado su apartamento en años excepto para ir a trabajar. Aquí había alguien que se pasaba ocho horas al día resolviendo problemas de por qué la gente no podía conectar y luego se iba a casa a mordisquear papeles a solas. “Estoy vendiendo a la gente este servicio que no quieren cuando ni siquiera sé lo que yo necesito”.

“Sólo tiene que caer el rayo”, dice cuando la gente le pregunta algún consejo para el ‘dating’ online. Como explicarle a un pasajero del Titanic que sólo necesita encontrar un flotador

Inteligente, divertido, vivía a más de 60 kilómetros. Ninguno de los dos quería conducir tan lejos. Ésa es otra cuestión de quedar hoy, cómo todo es “quizá”. Quizá sale algo. Quizá hay alguien mejor tras el siguiente swipe. Quizá si trabajo mejor mi mano de postear, lo intento con otra app, tengo mejores fotos. Quizá la persona enfrente tuyo comiendo servilletas está exactamente tan perdida como tú.

Mi prima encontró a su marido en Match.com en 2011. Explican su historia en fiestas como si fuese un cuento de hadas disneyficado. Lo que no explican es la realidad de los Hermanos Grimm: tres años en la página, más de cien primeras citas, la mitad de las cuales terminaban con ella llorando en el coche. “Sólo tiene que caer el rayo”, dice cuando la gente le pregunta algún consejo para el ‘dating’ online. Como explicarle a un pasajero del Titanic que sólo necesita encontrar un flotador.

El verdadero problema no es la tecnología. Es lo que la tecnología nos ha hecho a nosotros. Hemos olvidado cómo ser malos haciendo cosas. A ser torpes. Hace tiempo, no hace mucho, tenías que acercarte a alguien en una abarrotada tienda de discos o cómics sin saber nada de ella más allá de lo que podías ver. Tenías que ir a tientas en conversaciones sobre El miedo a volar de Erica Jong, sin temas de conversación preparados. Tenías que invertir tiempo para conocer a alguien sin poder comprobar primero su LinkedIn. Era más complicado. Menos preciso. Más humano.

Ahora todo el mundo tiene su ‘elevator pitch’ preparado. Sus mejores historias ensayadas. Sus ‘red flags’ ocultas como una dermatitis seborreica debajo del corrector. El mes pasado me quedé observando a dos personas durante una cita, ambos con sus móviles, cada uno de ellos navegando el potaje memético de sus propios ‘feeds’. Sin hablar. Haciendo ‘doomscrolling’ con sus manos de postear mientras sus manos de toquetearse permanecían ocultas bajo la mesa, haciendo dios sabe qué. Parecían bastante cómodos, una pareja de soñadores americanos dejándose llevar como sonámbulos por una velada soñolienta.

En cuanto al tipo de la hoja de cálculo, bueno, sigue optimizando. El mes pasado me habló de su nueva estrategia. Algo sobre segmentación de mercado, análisis estadístico y estudios de personalidad con IA. Value over replacement dater (VORD) y ultimate wingman rating (UWR). Es un hombre de mediana edad, vive solo y es incapaz de ver que la gente no son actores racionales, que conectar con alguien no es una tasa de conversión, que las mejores cosas ocurren normalmente cuando no estás haciéndoles un seguimiento en columnas. ¿Era así como jugaba a béisbol, cuando acostumbraba a ser alguien? Quizá era así y ése es el motivo por el que ya no es nadie.

Mi amigo Marcus dejó las aplicaciones hace dos años. Ahora se ha apuntado a clases de cerámica china, en las que, según dice, “tornea vasijas”, sea lo que sea eso. A clases de mandarín en caso de que decida convertir Oriente en una carrera. A un club de parkour. En todo lo anterior es malísimo. Sus cerámicas parecen nidos de aves abandonados. Su mandarín suena como si estuviese hablando al receptor de un teléfono público con la boca llena de canicas. Pero al menos está ahí presente, en el mundo, haciendo mal las cosas con otras personas que también están haciendo mal las cosas.

“Me figuro que si encuentro a alguien ya tendremos algo de lo que hablar”, dice. “Como lo malos que somos los dos en mandarín, si ella es otra expat.”

Ésa es probablemente la respuesta, si es que hay una. Dejar de planificar estrategias. Dejar de tratar a la gente como bancos de datos y a las conexiones como conversiones. No tener miedo a quedar mal haciendo algo en público. Volver a los mismos sitios. Hablar a la gente sin una agenda. Construir una vida extravagante a la que alguien le gustase unirse en vez de un perfil perfecto al que alguien querría hacer ‘swipe’.

El tipo de mi antiguo gimnasio mantendrá su hoja de cálculo. Seguirá dejando que la IA escriba sus cartas sin amor. Quedando con otras personas que hacen lo mismo, dos bots cortejándose a través de sus proxies humanos. La mujer del cuaderno comenzará otro, buscando todavía el material que necesita para escribir su novela americana tan de los 2000. La mujer del servicio de atención al cliente que comía servilletas seguirá explicando por qué el algoritmo no tiene nada mal mientras discretamente sigue consumiendo su paper hors d’oeuvres. Y en algún sitio, quizá, dos personas se encontrarán en una parada de autobús, o frente a un torno de cerámica, o en una inútil clase de mandarín.

No encajará con el Lean Six Sigma. No será escalable o exportable. ¿Pero sabéis qué? Puede que funcione.

Oliver Bateman Does the Work
Artículo original: The age of dating advice, publicado en Oliver Bateman Does the Work y traducido con permiso expreso por Àngel Ferrero para El Salto.
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