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El 15 de abril se publicaba en el Boletín Oficial del Estado el Real Decreto por el que se convocan las elecciones al Parlamento Europeo contribuyendo a que este año se bata el récord de comicios electorales en el mundo. Ya han tenido lugar algunas elecciones muy importantes, como las rusas mientras que está aún por ver qué pasará en países determinantes como Brasil, México o India, mientras que el viejo hegemón estadounidense lo hará en noviembre.
Estas últimas tendrán un impacto de lleno en la influencia ya no solo de la política exterior del continente europeo, sino también dentro de nuestras fronteras. ¿Por qué los resultados en Estados Unidos van a ejercer tanto peso en la próxima legislatura europea? Vayamos por partes:
Estados Unidos se impuso como potencia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. No solamente EE UU sino que la otra potencia que se erigía era la Unión Soviética. Desde 1945 hasta la caída del muro de Berlín, el mundo asistía a un orden bipolar cuya tensión se plasmó en la Guerra Fría. En este medio siglo se sustentan dos sistemas sociales, políticos y económicos opuestos. Tras el Plan Marshall y la firma del Convenio de Washington (por el que se funda la OTAN), los países europeos devastados por la Segunda Guerra Mundial pasan a estar bajo el ala de los americanos como socio preferente. ¿Qué tiene que ver esta parte de la historia del siglo XX con los propios desafíos y perspectivas de los comicios de junio?
De aquellos lodos, estos barros, y es que tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, el orden político y económico lo guía EEUU. La apuesta por el sistema capitalista venció. Es en la década de los noventa cuando asistimos a la consolidación del libre mercado tras la ratificación del Tratado de Maastricht por parte de los Estados Miembros de la UE para alcanzar el acuerdo de la creación de un Mercado Único Común y una moneda: el euro.
Todo parecía ir viento en popa, y son precisamente las crisis las que hacen que Europa se forje, o eso dicen. Es, pues, con la caída del muro, cuando se producen ampliaciones de nuevos Estados y se avanza en la profundización de la integración económica y política, en especial, tras el Consejo Europeo de Copenhague en 1993 y el de Madrid en 1995, por los que se formalizan los criterios de adhesión, conocidos como los criterios de Copenhague, recogidos en el Tratado de la Unión Europea. Paralelamente a estos éxitos democráticos, estallan las guerras en los Balcanes; primero en Bosnia y Herzegovina y después en Kosovo, hacen que la buena relación que se establece entre Bill Clinton y Boris Yeltsin desemboque en fuerte descontento social ruso y que culmina tras el bombardeo de Belgrado por parte de la OTAN en 1999. Esta gestión determinará en parte la llegada al poder y el estado de ánimo y perspectiva del actual mandatario Vladimir Putin cuya mirada hacia el exterior es de desconfianza y un sentimiento de humillación y necesidad de hacer de Rusia un gran imperio de nuevo que empapa toda su política exterior. Es muy recomendable para esta parte de la historia la serie documental Los pasillos de poder del director israelí Dror Moreh donde queda en evidencia el grotesco papel de EEUU ante los genocidios.
Ante el fin del mundo bipolar, la reestructuración de un nuevo orden mundial unipolar comandado por EE UU y el actual escenario geopolítico aparecen numerosas voces académicas que hablan de la policrisis entendida como una crisis de crisis, o incluso permacrisis. Cabe preguntarnos, entonces, si estamos en una era de cambios o en un cambio de era, de si, efectivamente, estamos acudiendo a una crisis de una ordenación global del sistema mundial. Sea o no una crisis civilizatoria, si lo viejo están empezando a morir y lo nuevo está empezando a nacer, las preguntas que tenemos que hacernos son: ¿Qué Europa queremos? ¿de qué nos sirve Europa si no puede parar un genocidio? ¿Qué es Europa hoy?
Y es que la última década para la Unión Europea no ha sido precisamente sencilla: la devastación que dejó la crisis financiera de 2008 se tradujo en unas políticas austericidas para el conjunto de la ciudadanía europea lo que, a su vez, supuso el auge de movimientos populistas de extrema-derecha —y lo que supone para la democracia— con un claro mensaje euroescéptico; la invasión del Donbás y la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014; la crisis de los refugiados en 2015, la salida de Reino Unido del club europeo; la pandemia de la covid-19 en marzo de 2020 y, finalmente, la invasión de Ucrania por parte de Rusia con el consiguiente inicio de la guerra. No solamente los problemas que existen dentro y limítrofes a las fronteras europeas, sino que la incorporación tardía a la carrera que encabeza China —conocida como Global Gateway— el fracaso de la estrategia para la seguridad en el Sahel, el genocidio palestino ya mencionado y la creciente tensión entre Israel-Irán son cuestiones que la UE no ha sabido o sigue sin saber abordar eficazmente. Queda en evidencia pues, que la UE como actor global ya es otro y que su imagen es la de un actor de reparto cada vez más secundario en este juego de suma cero. Ahora bien, ¿qué hacer?
La Unión Europea planteó no hace demasiado una nueva política para volver a salir en la película: la autonomía estratégica europea, una estrategia que reconoce que la dependencia de la UE de la OTAN y de EE UU es demasiada: lo vimos en Ucrania y el anticuado material militar que enviaron los países europeos. No solamente la cuestión militar o diplomática, sino que también dentro de la UE está dándose una reorganización geopolítica acompañada de unos posibles nuevos valores de la propia unión. Que se esté estudiando la modificación del sistema de votación para pasar de la unanimidad a la mayoría cualificada —Hungría veta y eso hace que el proceso de toma de decisiones sea aún más lento—; que se esté debatiendo el compromiso de los miembros del club comunitario por caminar hacia una política de defensa común o no; o incluso la propia batalla franco-germana para ver quién es el hegemón intraeuropeo son preguntas cuyas respuestas empezaremos a conocer después del verano.
Y es cuando creíamos tener todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas. Es de esta manera cómo los valores de la UE se están viendo obligados a evolucionar, siendo un componente clave en el proceso de constitución de un bloque occidental. Su evolución seguramente retrate las contradicciones de la UE tan visible intra y extramuros.
Ahora bien, ¿en qué consiste la autonomía estratégica europea y por qué su futuro depende de las elecciones europeas? Este concepto trata de encuadrar posturas que pudieran ser incluso oximorónicas; ¿queremos proteger la agricultura y ganadería europea con ciertos estándares ecológicos pero fortaleciendo acuerdos de libre comercio con terceros países cuya calidad y salubridad deja mucho que desear? ¿Queremos que China sea nuestro socio económico pero también nuestro competidor (tal y como recoge la estrategia)? ¿Pueden los países de la Unión Europea haber ratificado varios convenios internacionales sobre derecho al asilo y refugio pero firmar un pacto de 7.400 millones de euros entre Ursula von der Leyen y el dirigente egipcio Abdelfatah Al-Sisi para que éstos se hagan cargo de los miles de refugiados del continente africano? ¿Acaso no genera disociación llamar al rearme de Europa cuando precisamente el embrión de la Unión Europea, la Comunidad Económica Europea nace con la impronta de no volver a repetir una guerra?
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Este concepto tiene algunos contras, porque ya la propia definición del concepto puede levantar sensibilidades perspicaces. También puede suscitar dudas respecto a las relaciones existentes con otros Estados o si los propios estados miembros están en igualdad de condiciones. En resumidas cuentas, este concepto no se construye en oposición a la relación transatlántica para con EE UU sino que más bien busca que la UE pueda desarrollar su propia capacidad de acción a la vez que busca cohesión interna y el propio mantenimiento del Mercado Interior.
Ante el cambio del orden mundial, Europa debe reajustarse y saber qué papel quiere tener, qué valores quiere enarbolar, qué pax quiere y necesita dentro de sus fronteras para proyectarlo al exterior
¿Y todo este desarrollo conceptual en qué se traduce? Tanto Borrell, como Von der Leyen, como Michel han repetido en sus discursos que hay que gastar más y mejor, entendiéndose mejor como la necesidad de desarrollar una base industrial militar propia; atajar el problema de la dependencia de materias primas críticas —por ejemplo, minerales para la producción de microchips—; desarrollar la política comercial como herramienta de diplomacia climática o, cómo se lee en un paper del Real Instituto Elcano, “generar mayor asertividad en la defensa de los intereses económicos europeos”.
Bajo este paraguas ya estamos viendo algunos proyectos piloto de lo que puede ocurrir en un futuro: lo que se ha denominado el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, un fondo diseñado a raíz de la invasión a Ucrania que tiene que ver con el desfase entre la capacidad productiva del sector y la propiamente necesaria para una situación de guerra. Este fondo de 1.500 millones de euros existe gracias a la revisión del anterior Marco Financiero Plurianual, el cual no puede ser comprometido hasta 2028. Este Fondo, en realidad, se inserta en la Estrategia Industrial de Defensa, una Estrategia que la Comisión lleva intentando consolidar desde 2008. Sin embargo, esta política está llamada a fracasar dado que su principal obstáculo es que la estrategia no se vincula a las políticas nacionales, es decir, es limitada en cuanto a transformación se refiere. Mientras tanto, los Estados miembros ya están esbozando y perfeccionando el relato: ¿Europa y la guerra?¿La guerra en Europa? Seguramente hayas ya escuchado a distintos mandatarios decir que hay que actualizarse para los tiempos de guerra y, especialmente, pasar a un régimen de economía de guerra, como le gusta decir al presidente del Consejo Europeo.
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Industria militar Los halcones preparan el escenario de guerra y la industria armamentística recibe el mensaje con euforia
Esta economía de guerra se protege con axiomas relacionados con “la defensa de Ucrania”, “la reducción de dependencias externas” y “hay que aumentar las cadenas de suministros”. Pronto también veremos cómo las piedras de este camino están relacionadas con la imposibilidad de fijar el presupuesto con el que han de contribuir los miembros de la UE. Como ocurrió con las vacunas, estaremos pendientes de qué Parlamento sale elegido para saber si la compra de armamento centralizado abrirá debates relacionados con la soberanía y las competencias de los países de la UE.
Por último, se debe señalar cómo esta estrategia va a ir de la mano de la implementación del Pacto Europeo de Migración y Asilo aprobado la semana pasada y acordado en octubre bajo la Presidencia Española del Consejo de la UE. No es un tema menor dado que los propios Estados usarán esta baza para que la ciudadanía europea se repliegue ideológicamente a la eterna dicotomía nosotros-ellos. Ayer mismo conocíamos tres informes de Seguridad Nacional alertando del posible uso hostil de la migración irregular contra España, tal y como titulaba El País.
Existen muchas reflexiones ya sobre qué hacer. Ahora queda solamente que la UE elija cuál es la que se refleja en sus valores, discursos y políticas. En las próximas elecciones se podrá vislumbrar la conexión entre esa reflexión y la defensa de esos valores, supuestamente democráticos, pacifistas y en defensa de los Derechos Humanos: cuanto antes se aclare esta cuestión, será mejor para su/nuestra coherencia pese a que, de ser así, se deje en evidencia décadas perdidas de lo que nos dijeron que era la idea de Europa y su integración. Sería cuanto menos curioso saber si Schumann o Monnet se revolverían en sus tumbas.
Probablemente los resultados de las próximas elecciones europeas deriven en un importante punto de inflexión para la razón de ser de la Unión. Ante el cambio del orden mundial, Europa debe reajustarse y saber qué papel quiere tener, qué valores quiere enarbolar, qué pax quiere y necesita dentro de sus fronteras para proyectarlo al exterior. Lo que ocurra en las próximas elecciones hará, además, que los países candidatos a Estados miembros se integren o no. Todo dependerá de si resolvemos los debates que tenemos abiertos, de si queremos más o menor integración política y económica, de si es posible un modelo neoliberal en un tiempo en el que tenemos una multipolaridad transitoria o de si abrazamos el neorrealismo y nos quitamos las caretas.
Lo que queda claro en estos momentos, es que no son los comicios donde el cooperativismo, el cosmopolitismo o, en definitiva, el idealismo vaya a triunfar. Quedan menos de sesenta días para que los 27 decidan, menos de sesenta días para que España decida seguir siendo europeísta. El problema que tenemos es qué europeístas queremos ser.
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Recientemente nos hemos enterado de la intención de la Unión Europea (no Europa) de 'recortar' las inversiones en pensiones publicas. Existen muchos antecedentes por parte de la Unión Europea de recortes en inversiones en políticas sociales, lo mismo que inversiones en Frontex para dar refugio a las personas que huyen de políticas puestas en práctica por dictaduras que están siendo financiadas por ka Unión Europea. No se ne ocurre nada más antagónicos con la democracia y la libertad, que participar en un proceso electoral para fortalecer a una institución creada para el crecimiento económico de una minoría y la persecución y empobrecimiento de una mayoria.
Es del todo obvio que Europa no sea capaz de parar los genocidios porque es la madre de todos los genocidios, desde el que inició España en 1492, al Bosnio o al actual en Palestina de la que es responsable indirecta y sostenedora de la entidad sionista genocida. Y eso por no hablar de las carnicerías contra-entre sus propios pueblos de 1914, 1936 y 1939. Seguir creyendo que la UE es otra cosa que la confederación de las élites capitalistas criminales de un viejo continente caduco, decadente, ensimismado y que sobrevive gracias a las rentas del expolio de los pueblos y las naturalezas del Sur, sostenido en vasallaje por el viejo hegemón yanqui al que ya sólo asiste su potencia militar (ni la económica, ni la política, ni la cultural son suyas), es un cuento falso que nos venden las élites y que aquí abajo compramos para sostener ese narcisismo colectivo que es el europeísmo, del que su versión más pusilánime es el "europeísmo de izquierdas", un concepto que con mirada eco-social y decolonial sólo puede calificarse de oxímoron. Desde el euroescepticismo anticapitalista, antipatriarcal y decolonial contemplamos las próximas elecciones europeas como un ritual que sólo servirá para elegir un parlamento inútil (valga la redundancia) y para tratar de sostener el maltrecho consenso que necesitan los capitalistas europeos para seguir explotando a los pueblos y naturalezas de Europa y de fuera mientras siguen su deriva nihilista y criminal que está haciendo del mundo una infernal proliferación de genocidios y ecocidios... Contra esa pesadilla el mejor voto es la abstención seguida de la lucha, la crítica y la resistencia