Opinión
El debate europeo… contaminado

@Fluengoe
Economista
Entre el 6 y el 9 de junio tendrán lugar las elecciones al Parlamento Europeo (PE). Trascendentales, aunque esta institución, la única genuinamente democrática del entramado comunitario ya que sus miembros son elegidos por votación directa, tenga competencias limitadas.
Son decisivas sobre todo por la situación de emergencia que estamos viviendo (padeciendo, es un término más adecuado) en los ámbitos económico, social y político. La desigualdad y el cambio climático, disparados, y el militarismo abriéndose paso sin apenas resistencia. Por si eso fuera poco, si se cumplen los pronósticos de las encuestas, las derechas, cada vez más extremas, y los fascismos aumentarán de manera sustancial el número de escaños en el PE. Un paso más hacia el abismo que está en manos de la ciudadanía evitar.
Porque es mucho lo que nos jugamos en estas elecciones, es clave aprovecharlas para reflexionar sobre los desafíos que enfrenta Europa y los escenarios que se abren en los próximos meses, años y décadas. Pero no es tarea fácil. A continuación, algunas de las trampas que hay sortear si queremos entrar en ese debate.
La primera es abordarlo en clave básica o exclusivamente nacional y sólo de manera lateral incorporar “lo europeo”. La sucesión de elecciones este año, la dificultad de gestionar los acuerdos con otros partidos para hacer viable la legislatura y la reciente crisis presidencial indudablemente apuntan a primar lo específico de nuestro país, sin reparar en que la pertenencia a la zona euro determina en aspectos fundamentales -en mi opinión, en un sentido restrictivo- el margen de maniobra de nuestra economía.
La dinámica comunitaria ha preservado o incluso reforzado las divergencias estructurales entre las economías más y menos desarrolladas
La segunda de las trampas, estrechamente relacionada con la anterior, es dar por sentado que formar parte de la Unión Europea (la que realmente existe) es esencialmente positivo, donde ganan sobre todo las economías más rezagadas y los grupos de población más desfavorecidos. Razonando de esta manera, queda cerrado a cal y canto un debate que, sin embargo, es crucial. Conviene recordar, en este sentido, que la dinámica comunitaria ha preservado o incluso reforzado las divergencias estructurales (productivas, tecnológicas, comerciales) entre las economías más y menos desarrolladas, ha mantenido la desigualdad en niveles inaceptablemente elevados y ha sido incapaz de lanzar un plan coherente y ambicioso con el que enfrentar el calentamiento global.
La tercera de las trampas es entrar en el debate europeo como si el dilema a dilucidar pudiera expresarse en los términos “Europa sí, Europa no”. Porque lo cierto es que, si ponemos aquí el foco (un error, pues introduce un importante sesgo en la reflexión) sería necesario reivindicar, al mismo tiempo, más y menos Europa.
Más Europa, por ejemplo, a la hora de movilizar recursos suficientes para abordar la lucha contra el cambio climático y la degradación de los ecosistemas
Más Europa, por ejemplo, a la hora de movilizar recursos suficientes para abordar la lucha contra el cambio climático y la degradación de los ecosistemas (claramente infradotada), o también para gravar las grandes fortunas y patrimonios, así como los beneficios de las grandes corporaciones, aumentando de esta manera la capacidad de intervención de las instituciones comunitarias, actualmente muy limitada.
Pero al mismo tiempo, sería imprescindible reivindicar menos Europa, por ejemplo, reduciendo las atribuciones de la Comisión Europea y de esta manera aumentar el margen de actuación de las administraciones públicas y los parlamentos nacionales, y cambiando sustancialmente los parámetros que sostienen el nuevo Pacto para la Estabilidad y el Crecimiento, que, en su diseño actual, similar al anterior, suponen una insoportable camisa de fuerza para los gobiernos.
Esas políticas han estado y permanecen instaladas en la defensa de los privilegios de las elites empresariales
La cuarta trampa es centrar el debate en la esfera institucional, en el funcionamiento del Parlamento Europeo, de la Comisión Europea, del Consejo de Europa, del Banco Europeo de Inversiones o del Banco Central Europeo. Por supuesto, lo que hagan (o no hagan) estas instituciones es realmente decisivo. Pero lo verdaderamente relevante, lo que precisamente da sentido a ese entramado institucional, son las políticas aplicadas por las mismas. Y esas políticas han estado y permanecen instaladas en la defensa de los privilegios de las elites empresariales, de los grandes operadores financieros y de los países con mayor potencial competitivo.
La quinta y última trampa que quiero poner sobre el tapete, a la que deberíamos prestar especial atención, es presuponer que la defensa de posiciones críticas con esta Europa, en la línea de lo que he planteado antes, nos convierte en compañeros de viaje de los que no tienen otro objetivo que perturbar y condicionar las elecciones al parlamento europeo; algo así como “tontos útiles” que objetivamente se ponen al servicio de Putin y de todos aquellos que desearían que el proyecto europeo descarrilara. Se previene con esta argumentación de las noticias falsas, los rumores, los titulares tendenciosos y la información manipulada lanzados por los “enemigos de Europa”, que contarían con el altavoz de las potentes redes sociales. Se llama a un cierre de filas para defenderla de los que, en definitiva, quieren destruirla. Una posición cínica y peligrosa. Cínica, porque la manipulación y la intoxicación informativa, en todas sus variantes, es el pan nuestro de cada día en los medios de comunicación occidentales; y peligrosa, porque conduce al hermetismo y a la trinchera.
No caigamos en esas y otras trampas. Hoy más que nunca necesitamos abrir un debate europeo que supere los lugares comunes y el regate corto. Porque es mucho lo que nos jugamos y es mucho lo que podemos perder si se mantienen las inercias y prevalecen los intereses de los poderosos.
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