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Opinión
Los costes para nosotras, las ganancias para el capital
Decir que el coste de vida ha tomado una tendencia al alza es cosa sabida. La subida de los precios de los alimentos está afectando gravemente a la población más humilde; los precios del combustible no han dejado de subir; el coste de la electricidad y del gas están convirtiendo tareas básicas para el bienestar de las personas, como cocinar, mantener la casa a una temperatura óptima, usar la lavadora, en cuestiones de privilegiados. El derecho a una vivienda digna es una vieja exigencia que sigue sin satisfacerse. Hay que destacar que este aumento del coste de la vida, medido a través de la inflación, golpea más violentamente a las personas que tienen bajos ingresos.
Sin embargo, las previsiones económicas y los últimos datos señalan que la inflación se irá moderando en el futuro inmediato. Mientras, junto a este crecimiento inflacionario, en muchos sectores los beneficios empresariales han crecido considerablemente. Así lo subraya el BCE: “Muchas empresas han elevado sus precios más allá de la subida de los salarios nominales y, en muchos casos, incluso de la subida de los costes de la energía”. En resumen, que los beneficios empresariales han sido en gran parte los responsables del creciente coste de vida.
Lanaren Ekonomia
Lanaren Ekonomia Krisi energetikoa eta inflazioa
Una inflación de dos dígitos ha sido el enésimo golpe contra las trabajadoras. Los incrementos salariales firmados desde la Gran Recesión en los convenios colectivos laborales han sido, en general, deficientes, y deberíamos hablar de recortes salariales si lo medimos en términos reales. Las empresas siempre han utilizado la excusa de la crisis para no aumentar sus retribuciones salariales, especialmente a partir de 2008, manteniendo convenios colectivos sin renovar durante años. A esto hay que añadir que, a partir de 2002, la Moneda Única no ha servido de ayuda en esa evolución salarial, y así también se puede explicar cómo las trabajadoras tienen la misma capacidad de compra que ese año 2002, 20 años después.
De todas formas, no todo es cuestión de dinero. La carga de trabajo que sufren las trabajadoras ha aumentado, en beneficio de las empresas. El ritmo de trabajo creciente, el control exhaustivo de la empresa a través de la tecnología, la exigencia de una atención muy alta en las tareas encomendadas, la alta movilidad en los puestos de trabajo, la escasa formación impartida por las empresas… han multiplicado exponencialmente el coste psicológico del trabajo, a cambio de un salario insuficiente que no garantiza un nivel de vida digno. La OCDE informa de que uno de cada cinco trabajadoras sufre trastorno mental, depresión o ansiedad y que en la actualidad la inseguridad laboral y el aumento de la presión están aumentando los problemas de salud mental.
El crecimiento del coste de vida y el empeoramiento de la salud mental son consecuencias directas del funcionamiento capitalista
El crecimiento del coste de vida y el empeoramiento de la salud mental son consecuencias directas del funcionamiento capitalista, que influyen positivamente en el balance anual de muchas empresas. Lo peor es que esta situación se ha normalizado, porque, en este realismo capitalista que padecemos, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Parece que es la decepción la que está ganando el partido. ¿Es así?
Agentes sociales y sindicatos han puesto en marcha en el Reino Unido la campaña Enough is enough, con cinco demandas para hacer frente a la crisis: aumento salarial real, reducción de la factura energética, acabar con la pobreza alimentaria, garantizar una vivienda digna para todas y gravar a los ricos. No será una propuesta revolucionaria, pero puede ser un principio. Si a esto añadimos la expansión del sindicalismo transformador y la reducción de la jornada de trabajo sin reducción salarial, permitiría arrojar luz en el oscuro contexto trasladado en los párrafos anteriores.
No debemos olvidar que estamos hablando del conflicto entre capital y trabajo. El conflicto entre el capital y la vida.