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Opinión
El periodista como etnógrafo urbano
Si hubiera que citar dos momentos clave en el origen de la antropología y la sociología urbana, el primero sería la publicación, en 1845, de La situación de la clase obrera en Inglaterra, de Friedich Engels, y el segundo, los trabajos en torno a la Escuela de Sociología de Chicago, a partir de la segunda década del pasado siglo XX, por parte de Robert Ezra Park y sus alumnos. La obra de Engels es el trabajo inicial de un lector de obras de filosofía, escritor asiduo de artículos de prensa, hijo de un empresario alemán crítico con los jóvenes hegelianos de izquierda y futuro ideólogo del movimiento comunista internacional. La de Ezra Park, por su parte, es la de un graduado en filosofía reconvertido en sociólogo tras su paso por la Friedrich-Wilhelms-Universität de Berlín bajo la maestría de Georg Simmel y trabajar durante muchos años como periodista por distintas ciudades de los Estados Unidos de América.
La conexión entre ambos es, también, doble: la del deseo de transformar la realidad social de las urbes del capitalismo europeo y norteamericano del siglo XIX y XX, uno desde el socialismo, el otro mediante cierto reformismo social, pero sobre todo, la del conocimiento empírico de dicha realidad a través de su trabajo como, sobre todo en el caso del segundo, reporteros. La etnografía bebe, de esta manera, de las fuentes del periodismo en su nacimiento como disciplina científica. Notorios ejemplos de ello son la Contribución al problema de la vivienda (1873), también de Engels, y La ciudad y otros ensayos de ecología urbana (1999), de Ezra Park. La realización de entrevistas o la descripción detallada de la realidad sobre la que se quiere informar a modo de observación participante, nacen, de este modo, como instrumentos al servicio de las ciencias sociales casi en el mismo instante en que Malinowski (1922) se encuentra en Nueva Guinea estableciendo las bases de la etnografía en Los argonautas del Pacífico Occidental.
Es de este modo que podemos leer las páginas de La ciutat sense veïns. Víctimes i botxins a la Barcelona de l'especulació immobiliària (2021), editado por Saldonar, del periodista Andreu Merino: como una etnografía centrada en el problema de la vivienda en la capital catalana. El libro, que cuenta con un prólogo del también periodista Ferran Casas, Presidente del Grup de Periodistes Ramon Barnills, describe de forma pormenorizada la compleja relación de una ciudad como Barcelona con el mercado de la vivienda, a través de una serie de etapas, o escenarios, que el autor va hilando mediante los relatos personales de algunos de sus protagonistas.
La obra comienza con la presentación de Barcelona como una ciudad plena de contradicciones. La ciudad olímpica, la millor botiga del món, el objeto de las políticas neoliberales, la referente de la arquitectura y el diseño más actual, la urbe cosmopolita y, a la vez, popular y mediterránea, que ve como sus vecinos y vecinas se aferran a estrategias de resistencia, de articulación política e institucional con el objetivo de poner freno a los vaivenes de la globalización capitalista; un fenómeno que campó a sus anchas por el empuje, entre otros, de unos gobiernos locales que se presentaron como rupturistas, pero que solo continuaron añejas dinámicas de desigualdad.
Las contradicciones de Barcelona como intento de ciudad global son las mismas que alumbran el principal objeto de atención del libro: la vivienda, a la vez necesidad humana y objeto de mercado
Las contradicciones de Barcelona como intento de ciudad global son las mismas que alumbran el principal objeto de atención del libro: la vivienda, a la vez necesidad humana y objeto de mercado. De este modo, tal y como señaló en su momento el ex Ministro socialista de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos en la presentación del borrador de la futura Ley de Vivienda, ésta tendría que garantizar “el derecho a una vivienda [pero] también [a] la propiedad privada, que concilie ambas cosas y tenga en cuenta que la vivienda es un derecho pero también un bien de mercado”. Fondos de inversión sí, pero protección a los inquilinos también, una ecuación difícil de resolver y que, de momento, como señalara el multimillonario especulador Warren Buffet, en su solución “van ganando los míos”. El complicado carácter de la vivienda, a la vez como valor de uso y de cambio, lo va rellenando (farcint, en catalán) Andreu Merino con profusión de datos estadísticos e historias personales, ya que, como buen etnógrafo, sabe que solo mediante una adecuada triangulación es posible describir plenamente una realidad que se presenta, de forma simultánea, abstracta y personal.
En el lado del debe cabe recordar que Barcelona es capital de una de las comunidades autónomas que más ha hecho por legislar a favor de los intereses de los inquilinos. A ello dedica el autor otro de los capítulos del libro. Sin embargo, hace muy bien en titular dicha sección como Lleis de paper mullat (leyes de papel mojado, en castellano), ya que, hasta la fecha, las diferentes disposiciones legales aprobadas por el Parlament de Catalunya con la finalidad de evitar los desahucios o garantizar alquileres sociales a las familias más vulnerabilizadas, se ha tropezado con la realidad institucional del Estado español. Una arquitectura legal que dota de ciertos instrumentos y competencias a las autonomías para garantizar el acceso, por ejemplo, a la vivienda, reservándose para el propio Estado algunas de las disposiciones que posibilitarían poderlas llevar a cabo, mientras que, aquellos partidos políticos que no han logrado las mayorías democráticas necesarias para imponer sus agendas, convierten la judicatura en un campo de batalla donde trasladar las luchas y los debates en torno a esta cuestión. Merino desglosa, aquí también, la responsabilidad de los diversos actores que forman parte del conflicto: desde la propia magistratura, pasando por los lobbies empresariales, hasta llegar a los Mossos d'Esquadra e instituciones como el Ajuntament de Barcelona o la mismísima Naciones Unidas.
Barcelona es capital de una de las comunidades autónomas que más ha hecho por legislar a favor de los intereses de los inquilinos, pero las diferentes disposiciones legales aprobadas por el Parlament de Catalunya se han tropezado con la realidad institucional del Estado español
Ahorcar, okupar
El dicho castellano a la fuerza ahorcan serviría como paraguas para presentar el siguiente de los puntos tratados en el libro: la okupación, por parte de las personas desahuciadas incapaces de incorporarse el mercado inmobiliario, de aquellas viviendas vacías en manos, sobre todo, de entidades financieras y grandes tenedores. Hay que añadir, por otro lado, que lo de ahorcar, no solo viene establecido por la resignación con la que se enfrentan las personas necesitadas a la hora de okupar, sino también por el papel de otro de los actores presentes en esta tragedia: el desempeñado por unas mafias que, por un pago que oscila entre los varios cientos hasta los miles de euros, facilitan la entrada en dichas viviendas vacías a sus futuros okupantes. Los relatos de personas que se han visto obligados a recurrir a estos servicios acompañan esta parte del libro, unos relatos que, bajo casi ninguna circunstancia, suelen acabar bien.
Decía el geógrafo marxista David Harvey que “la urbanización siempre ha sido [...] un fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en pocas manos”, por lo que a esas “pocas manos” le acaba por corresponder otras muchas que acaban organizándose para confrontar esta singular guerra social. El movimiento por el derecho a la vivienda, diverso e importante en Barcelona, juega precisamente ese papel, el de representar a los explotados del mercado de la vivienda, pues solo así se puede designar a aquellos que son objeto de una extracción, en forma de salarios transformados en rentas, que, a veces, supera el 40% del total de los ingresos familiares. No es, por tanto, únicamente simbólico el hecho que algunas de estas organizaciones hayan adoptado el nombre de Sindicatos, y trasladado al ámbito de la reproducción social que es la ciudad lo que los sindicatos de clase tradicionales desarrollan en la esfera de la producción.
El libro acaba con un relato distópico sobre la Barcelona del año 2030. Una ciudad que ha hecho imposible encontrar vivienda para un asalariado medio y donde las franquicias, los ejecutivos internacionales y expats, junto a aquellos compradores del sueño de las start-ups, campan a sus anchas transformando el paisaje urbano actual en una especie de parque temático post-neoliberal en el que ninguno se querría ver inmenso.
Para finalizar, señalar que el libro de Andreu Merino, trazado como hemos dicho desde el principio, como un ejercicio de etnografía urbana, se lee con la facilidad de un largo relato periodístico. Con un lenguaje fluido y lleno de cifras y referencias legislativas, el autor desgrana una realidad de la que se nota que ha sido testigo; aquella en la que, desde su puesto como reportero local, se ha sumergido durante años y que ahora imprime en formato de libro. Salvo alguna pequeña errata en lo relativo a la aprobación de la Agenda 2030, que no fue aprobada en 2020, sino en 2015, la obra cuenta con los ingredientes necesarios para resultar ligera y contundente. No puede ser menos por cuento se trata del ejercicio de un periodista como etnógrafo urbano.