Opinión
El poder emancipador de unas sillas al fresco

Los corros de silla al fresco son un espacio de socialización, que para muchas personas puede llegar a ser el único fuera de su ámbito laboral o doméstico.
Mujeres medio rural
Dos mujeres conversan en la puerta de una casa en un pueblo segoviano Álvaro Minguito

Ig: @mag97

10 jun 2025 06:00

Desde hace un par de días circula por redes sociales una publicación de la policía de un municipio español recordando la ilegalidad del tradicional hábito veraniego de colocar unas cuantas sillas al fresco, como lo llamamos en el sur.

Realmente lo que se está recordando es que el sistema, y las fuerzas que lo sustentan, buscan la alienación de las personas que lo componen, persiguiendo como último fin la ruptura con el pensamiento colectivo y comunitario, en pos de una población centrada únicamente en el interés individual.

Y no solo eso, que se penalice un acto ajeno a las lógicas consumistas, que consiste únicamente en sentarte junto a tus vecinas en la puerta de vuestras casas a hablar, demuestra una vez más que las ciudades y los barrios son para el turista y el inversor, y no para quien los habita. 

Los corros de sillas al fresco no solo son un símbolo de la España más popular y humilde ─con todo el romanticismo y emoción que conlleva─, sino que son también, a un nivel político, una herramienta de poder comunitario valiosísima. Me explico.

Las sillas al fresco no son solo un símbolo de la España más popular y humilde. Son también, a un nivel político, una herramienta de poder comunitario valiosísima

Se trata de un espacio de socialización, que para muchas personas puede llegar a ser el único fuera de su ámbito laboral o doméstico, en el que se mantienen conversaciones de trascendencia para la comunidad y de las que pueden surgir demandas o reclamos para las administraciones.

En este contexto, fruto de estas conversaciones se pueden derivar situaciones de apoyo mutuo o colectivo, así, constituyen encuentros seguros en los que los vecinos, o quienes participen en estos corrillos, pueden expresar sus preocupaciones en busca de un soporte emocional o, incluso, una ayuda material o técnica (el hijo de la del segundo está buscando trabajo, tengo la caldera rota y no tengo para repararla este mes, estaría bien que nos dejaran organizar las fiestas del barrio, etc).

Además, son redes en las que se puede hacer uso de la comunicación colectiva para difundir mensajes o ideas beneficiosas para el barrio o el pueblo.

Todo esto, a su vez, refuerza el sentido comunitario, es decir, el arraigo o el sentimiento de pertenencia a un grupo, lo que conlleva una mayor confianza en el mismo y en lo que es capaz de hacer de forma conjunta. Esto, por lo tanto, facilita el surgimiento y mantenimiento de acciones colectivas en entornos urbanos o de barrios, lo que permite una defensa más potente de los intereses de estas comunidades (redes de apoyo local, colectivos antirrepresión, plataformas vecinales, etc).

Por lo tanto, yendo en contra de que las vecinas puedan sacar sus sillas de mimbre o de plástico a la calle, para sentarse a hablar entre ellas, no solo atenta contra esa imagen simbólica de lo nuestro, si no que, en última instancia, fragmenta las comunidades y las debilita.

Nunca sabrás el poder emancipador que tiene una silla hasta que no te sientes al fresco con los tuyos.

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