Opinión
Sobrevivir pagando en el Álvaro Cunqueiro

Una de las victorias ideológicas del PP de Feijóo en Galicia ha sido hacernos creer que pagar por servicios esenciales en los hospitales durante el cuidado de nuestros enfermos es lo natural, que no hay otra manera de abordarlo, pero es mentira.
Nuñez Feijóo Hospital Álvaro Cunqueiro Vigo
Alberto Nuñez Feijóo en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo junto al exconselleiro de Sanidade, Jesús Vázquez Almuiña.
13 dic 2024 12:35

Esta semana, mi padre ha recibido el alta después de un postoperatorio más complejo de lo habitual tras una operación por un puñetero tumor en el intestino grueso. Le ha salvado la vida la sanidad pública gallega. No un ente abstracto dirigido en última instancia por los intereses ideológicos de la agenda del Partido Popular. No. Le ha salvado la vida una plantilla cualificada y sobrecargada a partes iguales. Más concretamente, la del Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo.

Sí, ese centro hospitalario que inauguró Alberto Núñez Feijóo en 2015 frente a una histórica manifestación de unas 200.000 personas —en Vigo viven apenas 300.000—. Denunciábamos entonces cómo aquella construcción, que hoy sabemos que tuvo un sobrecoste de 470 millones de euros, era el primer gran paso hacia la privatización del Servizo Galego de Saúde (Sergas). He pasado casi dos semanas en esos asépticos pasillos pensando y esperando, algo inevitable, pero también pagando. Me explico.

Una de las victorias ideológicas del Partido Popular de Feijóo en Galicia ha sido hacernos creer que pagar por servicios esenciales en los hospitales durante el cuidado de nuestros enfermos es lo natural, que no hay otra manera de abordarlo, que es el mercado, amigo, aunque hablemos de salud. Esa premisa, impuesta como un axioma con el goteo del tiempo y la falta de alternativa, es falsa. Pero no por falsa es menos efectiva.

La Xunta de Galicia y el Partido Popular, si es que son cosas diferentes, han conseguido que buena parte de nosotras asumamos como normal pagar 8 euros al día por el “parking público” de un hospital, 5 euros al día por el acceso a la “televisión pública” o 11 euros en cada comida en eso que también llaman “cafetería pública”. La premisa que, como ciudadanas, deberíamos asumir es radicalmente opuesta. Hay algo transversal que nos ha enseñado el feminismo y es que los cuidados, además de ser un trabajo, son fundamentales para el sostenimiento de la vida. ¿Y si no, quién carallo le hacía la cena a Adam Smith?

Sobrevivir a un cáncer no es solo que un espléndido cirujano te abra en canal, te haga una innovadora operación para extirparte un tumor y te vuelva a coser. Para sobrevivir se necesita mucho más. Es indispensable que las enfermeras te vigilen y te administren fármacos cada pocas horas y que las auxiliares te duchen todos los días mientras tú no puedas hacerlo. Pero ahí se acaba la sanidad estrictamente pública. Al menos en Galicia. Todo lo demás es, en mayor o menor medida, un negocio.

En este punto se abren dos vías que se deben valorar por separado. Por una parte, los servicios privatizados que son no clínicos. En el caso del Álvaro Cunqueiro, son todos. La Xunta, como es natural, les llama “externalizados” o “subcontratados”. Son los siguientes: los servicios de restauración, los de lavandería y lencería, los de limpieza, los de mantenimiento específico y general, los de desinfección, los de transporte o los de seguridad, entre otros.

Por estos servicios pagamos, con nuestros impuestos, a empresas que, a diferencia de la Administración, tienen ánimo de lucro. Con sus beneficios marginales y con sus condiciones de trabajo en muchos casos indignas. Un dato: la mayor parte de estos servicios eran públicos en el Hospital Xeral, el predecesor del Álvaro Cunqueiro, pero se privatizaron con el cambio. Además, la empresa concesionaria —de ella hablaremos otro día, pero está controlada por el fondo de inversión francés Meridian— se lucra con la explotación de una guardería para el personal, máquinas de vending, un quiosco y una peluquería.

Cualquier persona con una visión más o menos humanista creo que podría estar de acuerdo conmigo en que hacer negocio con estos servicios es, como mínimo, inmoral y que sus costes si no son cero, deberían acercársele. En lo que seguro que estaríamos de acuerdo es en que nadie debería beneficiarse de ellos. Menos todavía, cuando no tienen competencia cerca, ya que el hospital se encuentra en una zona semiindustrial y rural sin ningún negocio al que se pueda ir caminando.

Sin embargo, como eso, a mi juicio, se vuelve obvio solo con mencionarlo, me parece más interesante poner el foco en la parte de los cuidados de la gente cercana a los enfermos y a las enfermas. Te hago la pregunta que me hacía yo durante estos doce días en la habitación del hospital: ¿No es fundamental para recuperarse, de la enfermedad que sea, el apoyo de los seres que más quieres? ¿No es la salud mental y emocional indispensable para ponerse bueno y sobrevivir? Eso si tienes el privilegio de tener quien te acompañe y también de sobrevivir, aunque en ese caso, ¿no deberían tener las personas que están solas, mayoritariamente mayores, otras personas que le acompañen en la soledad inmensa de una habitación neutra, quién sabe si hasta el final de su vida? Para mí la respuesta es obvia también.

Entonces, ¿por qué mi madre, mi hermana y yo hemos tenido que pagar 192 euros en horas de parking durante el postoperatorio de mi padre a un fondo de inversión francés? ¿Por qué hemos tenido que pagar el desayuno, la comida y la cena al precio de una cafetería normal a una empresa privada? ¿Por qué tienen los enfermos que pagarse la pasta de dientes o el desodorante y no el champú? ¿Por qué los enfermos solo pueden acceder de manera “gratuita” a tres cabeceras de prensa que son La Voz de Galicia, Faro de Vigo y Atlántico y que además son afines a la Xunta? ¿Por qué? 

En un cálculo, grosso modo, y tirando por lo bajo —no haré aquí el desglose, pero te invito a que lo simules con tu hospital—, contando las otras nueve visitas que recibió mi padre en estos días y los gastos derivados de cada una, la operación y el postoperatorio de mi padre generó a mi familia y sus círculos más cercanos un gasto directo de algo más de 1.000 euros. Un dinero que ha ido a parar, en última instancia, a una multinacional.

Nosotras pasamos por allí algo menos de dos semanas, pero hay quien lleva meses en oncología o psiquiatría y quien probablemente no salga de allí nunca más. La lógica es perversa, claro, como el capitalismo y ahoga a quien menos tiene. Cuanto más te quedes, por supuesto, más gasto generarás.

Podríamos coincidir entonces en algo básico de nuevo: si tener apoyo emocional es condición sine qua non para sobrevivir, no deberíamos permitir la mercantilización de los cuidados básicos que sostienen nuestras vidas. Cuanto antes admitamos que las derechas política y mediática nos han comido la tostada y nos han hecho creer que es normal pagar por sobrevivir y ayudar a sobrevivir, antes empezaremos a construir nuestros propios imaginarios de esperanza para caminar —al menos caminar— hacia una sociedad radicalmente justa. Ah, claro, y hacerles pagar.

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