Opinión
Sobre tiempo, libertad y democracia en el trabajo

Si no tenemos capacidad de controlar buena parte de lo que hacemos en buena parte del tiempo que permanecemos despiertos durante el día, ¿podemos decir que vivimos en una sociedad democrática?

Grupo coordinador de la campaña Por las 30h de CGT.

24 dic 2023 05:00

Trabajo y democracia. Pasamos buena parte del tiempo de nuestras vidas trabajando. En el trabajo imperan regímenes jerárquicos, donde alguien decide lo que debemos hacer, cómo lo debemos hacer, cuándo y en cuánto tiempo. Durante una parte importante de nuestro día a día nos vemos forzados a ejecutar unas labores que escapan a nuestro control, sobre las que alguien decide por nosotros. Ese alguien no es cualquiera, sino quien detenta la propiedad o la gerencia de los medios con los que trabajamos. El empresario, el jefe, manda. El resto obedecemos.

A veces puede surgir cierta tensión si el mandato sobre lo que debemos hacer, sobre cómo hacerlo, cuándo y en cuánto tiempo, resulta especialmente doloso para nuestro cuerpo o para nuestra cabeza (o para ambas). Esa tensión puede convertirse en conflicto y negociarse el alivio si unos cuantos (muchos) de los que obedecen, deciden que ya está bien con lo que se ordena. La estructura de jerarquía no se discute. Sí puede haber discusión, en cambio, sobre la forma en que se ejerce esa jerarquía. Un rey, además de rey, puede ser también tirano. En los reinos y en el lugar de trabajo, el dominio de unos sobre otros parece aparentemente natural, pero incluso aquellos con derecho divino han sido pasados por la guillotina, y eso siempre ha generado cierta actitud de alerta. Lo aparentemente natural puede someterse a discusión pública, y sobre ello en cierto momento y de diferentes modos se puede intervenir. Parece claro que para combatir lo otorgado por derecho, el divino y el civil, cuántos más seamos y mejor organizados estemos, en mejores condiciones lo haremos.

En cualquier caso, por no desviarnos… Si no tenemos capacidad de controlar buena parte de lo que hacemos en buena parte del tiempo que permanecemos despiertos durante el día, ¿podemos decir que vivimos en una sociedad democrática? Si pensamos en el concepto de democracia probablemente una de las primeras asociaciones que nuestro cerebro pueda trazar sea su vínculo con la idea de libertad o de poder decidir. Si no podemos decidir sobre lo que hacemos, podríamos pensar que nuestra libertad queda suspendida durante buena parte de nuestro día a día. De nuestra vida, si pensamos a lo grande. 

El liberal asume que la libertad exige la ausencia de poder de unos sobre otros en una comunidad humana. En una sociedad vertebrada por esta estructura de jerarquía tal cosa no es posible. No queda así otra alternativa que permanecer fiel a una idea ilusoria de libertad y negar la realidad social, o aceptar dicha realidad social y desechar la idea de libertad. La primera es la resolución a la que llega el liberal, la segunda es la conclusión del fascista. En cualquier caso, no puede haber democracia sobre una sociedad que no existe, ni sobre una basada en el dominio de unos sobre otros. Democracia, poder y libertad son conceptos que no se pueden entender por separado.

¿No es el trabajo asalariado uno de los objetos más pesados del universo? Atrapa todo y no deja escapar nada de lo que orbita a su alrededor

Trabajo y libertad

Trabajo y libertad. Plantear que no somos libres quizás suene algo dramático. Al fin y al cabo no somos esclavos, ni siervos. No pertenecemos a nadie, ni nadie nos domina. Al menos todo el tiempo, o siempre el mismo. Sí somos, por el contrario, trabajadores libres. Somos libres de vender nuestra fuerza de trabajo a diferentes empresas. Bueno, de aquí solo es cierto la mitad. Sí podríamos decir que somos libres de vender nuestra fuerza de trabajo a diferentes empresas, nada nos ata a ser dominados por un mismo jefe o empresario si consideramos que la forma en que ejerce su jerarquía no nos parece aceptable. Al fin y al cabo no somos esclavos, y a nadie nos debemos. En cambio, bien es cierto que no tenemos libertad para elegir no ser dominados, ahí tenemos un problema con la otra mitad. Solo vendiendo nuestra fuerza de trabajo podemos obtener lo que necesitamos para poder vivir. Vendamos nuestra fuerza de trabajo a una u otra empresa, no nos queda otra que vender nuestra fuerza de trabajo a la empresa. En el particular reino de la necesidad podemos elegir a nuestro rey, pero no podemos elegir no ser súbdito. Parece que no hay escapatoria. 

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Tal vez haya quien diga que cualquiera puede llegar a ser rey. En la sociedad de libres e iguales que inauguramos hace ya largo tiempo no nos regimos por el derecho divino, sino por la ley del esfuerzo. Podemos escapar de la condición de dominado si, con esfuerzo y no menos perseverancia, pasamos a ejercer la dominación. A la hora de pensar como escapar la estructura de jerarquía sigue sin discutirse (¡ni siquiera en el imaginario!), pero ciertamente la fatiga es bien diferente estando arriba o abajo, es decir, siendo propietario o trabajador libre. La libertad mengua cuando no hay dinero pero sí expectativa de escapar del reino de la necesidad. Aunque nos estemos orientando con el mapa del enemigo.

Si solo se tratara de esfuerzo y perseverancia, cualquiera podría ascender de abajo a arriba, pero precisamente el dominio es cosa de dos: si alguien se encuentra subordinado es porque otro alguien ejerce un dominio, y la condición de una y otra parte solo se mantiene si del mismo modo persiste la relación de jerarquía. Dicho de otro modo, el arriba no existe en sí mismo, solo existe si hay un abajo. Si cualquiera pudiera subir todos podrían hacerlo, pero el arriba dejaría de existir, y eso no tiene ningún sentido, ¿no? Parece que bajo esta estructura de jerarquía, la existencia de clases sociales y su oposición de intereses y objetivos sí se convierte en algo natural. Se produciría un éxodo del reino de la necesidad si todos poseyeran los medios con que se produce, ¿quién gobierna un reino sin súbditos? 

Mientras exista el reino de la necesidad, alguno puede subir, y algún otro puede bajar, pero ni mucho menos cualquiera puede hacerlo. En el reino de la necesidad, la corona se sostiene sobre la carencia de los muchos que solo tienen su fuerza de trabajo que vender. 

Por algo el tiempo fuera del trabajo es libre, supongo que en contraposición al tiempo preso y apresurado en el puesto de trabajo

Trabajo y tiempo

Trabajo y tiempo. Pero volvamos de nuevo al trabajo, donde todos los días conviven quienes dominan con quienes son dominados. En este, nuestro reino de la necesidad, buena parte de nuestro tiempo lo pasamos en campos de trabajo forzoso. Aquí es la cadena de mando (o de montaje) la que nos ordena que hacer con el tiempo que ahí se nos ha dado. Alguien (o algo) decide, entre otras cuestiones, cuándo y en cuánto tiempo debemos hacer un movimiento, una llamada, una venta o un reparto. La decisión sobre nuestro tiempo emana de sus cabezas, pero escapa de nuestras manos. Engrosa los beneficios, en cualquier caso. Una luz roja te dice que aprietes. Una sintonía, ya aborrecida, que tu apatía está suponiendo un cuello de botella. El ratón lleva demasiado tiempo parado. El algoritmo, que tu rendimiento ha bajado. En ese campo de trabajo forzoso, el control del tiempo por quien domina y la compresión del tiempo para el dominado son dos caras de una misma moneda, que en la cuenta de resultados siempre cae hacia el mismo lado. Ese documento que certifica el tributo que el trabajador libre paga al monarca del reino de la necesidad. El tiempo es oro.

Normal que haya quien apueste por reducir una jornada laboral en la que nuestro tiempo está cautivo. Por algo el tiempo fuera del trabajo es libre, supongo que en contraposición al tiempo preso y apresurado en el puesto de trabajo. Un tiempo libre, por otro lado, que en ocasiones tampoco se disfruta. Quien quiere libertad si no la puede disfrutar. Ese trabajo forzoso, doloso y apresurado convierte a trabajadores en ciudadanos exhaustos, con los ojos cerrados pero la imaginación derrotada. 

El control y el disfrute del tiempo es liberador. Pero incluso sobre el tiempo libre cada vez disponemos de menos control. Rotaciones, horas extra, ¿vacaciones?, llamada que entra, correo urgente, preavisos exprés, reunión virtual. Todo un ritual de sabotaje de la libertad y el disfrute. Una flexibilidad que transmuta en verdadero contorsionismo. Los malabares para cuadrar horarios (y números a final de mes) también los pones tú. Una flexibilidad que de tanto estirarla se convierte en disponibilidad permanente, en la que el tiempo, todos los tiempos, son absorbidos por el agujero negro del trabajo. ¿No es el trabajo asalariado uno de los objetos más pesados del universo? Atrapa todo y no deja escapar nada de lo que orbita a su alrededor. Dicen que un año cerca de un agujero negro equivale a unos ochenta años en la Tierra. Es tiempo y vida lo que perdemos.

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