Opinión
Tópico de año nuevo

En la historia circular de nuestra vida, existe una falla, un antes y un después, que nos obliga a proponernos una vida nueva y mejorada cada 1 de enero.

Ir al gimnasio, leer más, pasar más tiempo en casa. Cuidar de mis padres —a distancia—, escuchar más a mis amigas, beber menos. Madrugar y hacer algo antes de entrar al trabajo, cumplir los 10.000 pasos diarios, hacer taichí. Viajar —gastando poco—, probar comidas nuevas —aunque rujan luego las tripas—, escribir cada día una página más y empezar la tercera novela. En la historia circular de nuestra vida, existe una falla, un antes y un después, que nos obliga a proponernos una vida nueva y mejorada cada 1 de enero.

Listas interminables se dibujan en las cabezas de millones de individuos de todo el mundo, que sueñan con ser mejores, con hacerlo todo mejor y encontrar el equilibrio —también el gastrointestinal—. Las listas de diferentes colores y formatos se enredan en el cabello de la gente, se incrustan en el cráneo con fuerza y pesan como un martillo, como una hormigonera. Pero en enero todavía es posible sacar fuerzas para seguir erguido y no tropezar con tu propia lista, que había empezado siendo imaginaria y, de repente, pesa como un cadáver y te delata, por todo lo que te prometiste y lo poco que cumples. Es tan fácil no ir al gimnasio o dormir media horita más…

Aprender a tocar el piano, aprender un nuevo idioma, o mejor aún, aprender a decir que no. No salgo, no quedo, no te hago esto gratis. No puedo, no quiero, no sé hacerlo y tampoco quiero aprender. Quedar menos entre semana, cumplir el horario laboral, hacer estiramientos por la mañana o por la noche, cocinar más y pedir menos comida a domicilio.

Ponerme fuerte para el verano, comprarme vaqueros nuevos, limpiar las zapatillas por lo menos una vez al mes. Creer en mí, que sé que estoy aquí, y puedo tocarme. Soy real y no solo una lista, aunque el trozo de papel ya empieza a comerme. Tener confianza, como Napoleón —sin invadir—, decir al menos algunas veces las cosas que pienso o que yo misma he demostrado. No hacer caso a los pinchaglobos, no elegir siempre la cuesta más alta, no dedicarme las peores palabras o pensamientos.

Reflexionar, leer más ensayos, cuidarme la piel y el pelo, quitarme el chándal de vez en cuando, alcanzar lo imposible. Ir al cine y charlar sobre lo que he visto con un zumo recién exprimido cien por cien natural —no cerveza—, y acostarme pronto. Utilizar menos el móvil, eliminar algunas aplicaciones, y empezar a utilizar libretas para apuntarme las cosas porque lo cierto es que a las notas del móvil nunca vuelvo y son un mosaico laberíntico que no significa nada.

¿Acaso es para tanto? ¿No podré conseguirlo?

Realismo contra deseo. Cansancio frente a tópicos. Palmeras de chocolate versus fruta fresca. Pero cómo se consigue todo eso me pregunto días después del pacto conmigo misma, con los codos apoyados en la encimera de la cocina mientras abro una lata de cerveza y confirmo que una noche más no me acostaré antes de las dos y media de la mañana.

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