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Oriente Medio
En los orígenes del antagonismo entre Irán y Estados Unidos
La muerte del general iraní Qasem Soleimani, asesinado por un dron estadounidense, suena como una revancha para Estados Unidos contra su principal adversario geopolítico en Medio Oriente. Los múltiples reveses diplomáticos infligidos por Irán a Estados Unidos han contribuido a hacer de la República Islámica de Irán un representante emblemático del “eje del mal” de los neoconservadores estadounidenses. Pero la hostilidad de los iraníes hacia Estados Unidos encuentra sus raíces en la voluntad estadounidense de apoderarse del petróleo iraní.
La antigua embajada estadounidense de Teherán, lugar de poder insoslayable, es actualmente un museo dedicado por completo a la denuncia del imperialismo estadounidense. El devenir de esta construcción, cubierta de pinturas murales de propaganda que asocian los símbolos estadounidenses a la muerte y las bombas, parece materializar la hostilidad entre la superpotencia estadounidense y la República Islámica de Irán, una tensión continua desde la Revolución de 1979. Ésta cerró un largo período de cooperación y de alianza diplomática entre Washington y Teherán, en el curso del cual Irán, entonces conocido como el “gendarme de Estados Unidos”, era el principal apoyo de la superpotencia estadounidense en la región.
Una potencia lejana se convierte en un socio hegemónico
Las relaciones irani-estadounidenses encuentran su oscuro comienzo en un acuerdo firmado en 1856 en Constantinopla, entre el embajador estadounidense y el representante del país al que entonces se llamaba, internacionalmente, Persia. Deseoso de aflojar el nudo en el que las influencias rivales de la Rusia zarista y del Imperio británico mantienen a su país, el joven shah Naser od-Din busca multiplicar las alianzas, y el tratado de comercio firmado con la joven república sigue de cerca al firmado en julio con el Segundo Imperio francés. A la firma del tratado, no obstante, no sigue el mantenimiento de relaciones permanentes, que deberán esperar al final del siglo. Si la presencia estadounidense crece al mismo tiempo que la importancia mundial de Estados Unidos, y el poder iraní recurre a veces a expertos estadounidenses en sus proyectos de reforma, la joven nación queda a la sombra de las influencias rusas y británicas, que después de décadas de tensión se reparten el país en 1907, gracias, entre otros, a los buenos oficios de la III República Francesa.Todo cambia tras la II Guerra Mundial: en Medio Oriente, como en todas partes, Estados Unidos, que participaron al lado de los británicos en la ocupación preventiva del país, sustituyen progresivamente al Reino Unido y a Francia como principal potencia occidental. El nombramiento, después de las elecciones de 1951, del popular nacionalista Mohammad Mossadegh para el puesto de primer ministro del joven shah Mohammad Reza Pahlavi, es la ocasión de una primera injerencia de Estados Unidos en la política iraní.
Irán
Los halcones jalean la decisión de Trump de asesinar al general Soleimani
El asesinato por ataque de dron del jefe del general iraní jefe de las fuerzas de elite Quds, Qasem Soleimani, y de otras seis personas, ha sido jaleado por diferentes políticos republicanos en medio de temores sobre el desencadenamiento de una guerra abierta entre EE UU y Irán.
Frente a la voluntad de Mossadegh de nacionalizar el petróleo iraní, lo que afectaba de manera importante a la potente firma inglesa Anglo-iranian Oil Company (actual British Petroleum), los servicios secretos estadounidenses participan en su derrocamiento. Las empresas expropiadas llaman a un boicot mundial contra Irán, apoyado por las compañías estadounidenses. El presidente Eisenhower, cediendo a la presión del lobby de las petroleras estadounidenses y de la CIA, da su aval a la operación “Ajax” en agosto de 1953. Los servicios secretos estadounidenses supervisan un golpe de Estado en cooperación con las redes británicas, el shah, la oposición parlamentaria iraní y las empresas petroleras afectadas, que provoca la dimisión forzada de Mohammad Mossadegh.
Si la importancia de la acción estadounidense en este golpe siempre es motivo de debate, Estados Unidos aparecen desde entonces a los ojos de la opinión como un enemigo de la soberanía nacional y un apoyo del poder monárquico que comienza a reforzarse tras un breve periodo de democracia parlamentaria.
La pieza clave en el dispositivo de contención del comunismo
Sólidamente instalado en el poder, Mohammad Reza Shah no dejó de profundizar sus vínculos con Estados Unidos, a pesar de un discurso oficial basado en la independencia nacional y la construcción de un modelo alternativo a la democracia liberal y al marxismo-leninismo. Ante los ejemplos catastróficos dados por las revoluciones nacionalistas en los países árabes (Egipto en 1952, Iraq en 1958, los cuales derriban monarquías pro-occidentales), se hace imperativo para Estados Unidos mantener en el poder a esta monarquía conciliadora.Así, sostienen al shah en sus principales iniciativas, ya sean económicas o militares. La “Revolución blanca”, vasto esfuerzo de transformación social cuya pieza clave es una reforma agraria, se hace con los ánimos y consejos estadounidenses, prestos a aceptar por pragmatismo sus enfoques vagamente socializantes. Sobre todo Irán se convierte, en relación a su tamaño, uno de los principales compradores de armas estadounidenses, llevando el shah una política de defensa muy por encima de las necesidades de Irán, tanto por miedo al vecino soviético como por pasión personal por lo militar.
Irán forma parte de los fundadores del Pacto de Bagdad, alianza de países musulmanes alineados con los angloestadounidenses, y la basculación de Iraq al campo soviético refuerza aun más su importancia
El apoyo estadounidense, inquebrantable hasta Jimmy Carter a pesar de las derivas autoritarias y megalomaníacas del régimen realista (el partido único se impone definitivamente en 1975, poniendo fin al marco parlamentario que se había mantenido al menos formalmente), se explica por la importancia de la posición del país, fronterizo con la URSS por un lado y por otro con el mar Caspio, en el dispositivo de lucha contra la penetración comunista en Oriente Medio. Irán, de este modo, forma parte de los miembros fundadores del Pacto de Bagdad, alianza de países musulmanes alineados con los angloestadounidenses. La basculación de Iraq al campo soviético refuerza aun más la importancia de Irán, a la vez potencial campo de batalla y contra-ejemplo pro-occidental. El papel de Irán en los planes estadounidenses es todavía más importante en el Golfo Pérsico, donde el país se ve dotado con el papel oficial de “gendarme de Estados Unidos”, acogiendo bases militares estadounidenses e implicándose en la represión de levantamientos pro-soviéticos de Estados vecinos.
Pese a las relaciones diplomáticas corteses con el bloque del Este (el shah acude a la URSS en 1968 y después otorga al representante soviético un lugar a su lado en las celebraciones de las “fiestas de Persépolis” en 1971) y las denuncias morales de Occidente contenidas en las obras publicadas del soberano, la asociación entre el régimen monárquico y la influencia estadounidense se hace naturalmente en el espíritu de los iraníes como en el resto del mundo; Estados Unidos se convierte para la oposición —inspirada en el marxismo o en el islam político— en el enemigo a expulsar del país al mismo tiempo que el tirano vilipendiado. Al mismo tiempo, las transformaciones económicas y sociales que se aceleran tras la crisis petrolera de 1973, producen una occidentalización de fachada de una parte de la sociedad, rechazada por amplias partes de la población. Estas transformaciones son así asociadas al modelo estadounidense, cada vez más detestado a medida que los dejados de lado en el boom económico son cada vez más numerosos. Seguro del apoyo estadounidense y de sus éxitos económicos, el régimen se encierra en sus sueños de grandeza y en un autoritarismo que ya no se preocupa por las formas democráticas.
Del aliado indispensable al enemigo irreductible
Es paradójicamente una inflexión en la política estadounidense la que provoca la caída del régimen realista, debilitada al mismo tiempo por una ralentización económica y la enfermedad del soberano. La elección de Jimmy Carter en 1976 y la colocación en primer plano por su administración de la cuestión de los derechos humanos anuncia una menor complacencia hacia las dictaduras pro-estadounidenses. Mohammad Reza es obligado a comenzar una tímida liberalización, que supone desde 1977 una “primavera de Teherán”, libertad de expresión, incluida la política. Si Estados Unidos desea obligar a su aliado a una democratización progresiva, no se trata sin embargo en ningún caso de abandonarlo, y Carter muestra hasta el final su apoyo, particularmente pasando el año nuevo de 1978 al lado de la familia imperial, en Teherán.La caída, a principios de 1979, del régimen monárquico tras varios meses de enfrentamiento violento, provoca la creación de un régimen político de nuevo tipo, que se reclama a la vez del conservadurismo religioso y del tercermundismo revolucionario. ¿Debía la nueva República islámica de forma natural enzarzarse en una disputa sin contemplaciones con Estados Unidos? Nada era menos cierto, en el contexto de una revolución todavía atravesada por tendencias contradictorias y de una guerra fría donde la URSS representaba otro objeto detestable para los nuevos dirigentes iraníes, tanto por su ateísmo como con motivo de viejos contenciosos entre Irán y mundo ruso. Muchos esperaban una política de equilibrio y el mantenimiento de relaciones diplomáticas entre la nueva República y los países occidentales, facilitadas por la popularidad de la revolución jomeinista entre los intelectuales de Occidente.
La toma de la embajada estadounidense por “estudiantes que siguen la línea del imán”, legitimados a posteriori por el poder, marca la ruptura definitiva. Provocada por la hospitalización de Mohammad Reza Pahlevi en Estados Unidos, es sobre todo un golpe de fuerza político interno en Irán: violando abiertamente el derecho internacional, el ala dura de los revolucionarios impedía toda vuelta atrás y marginaba a los partidarios del liberalismo político. El primer ministro Mehdi Bazargan, gran figura del islam político y de la oposición al shah, es obligado a dimitir, cuando acababa de estrechar la mano a un diplomático estadounidense. Las tenciones crecen aun más cuando el nuevo régimen cuestiona los contratos de explotación que permitían a las empresas petroleras anglo-estadounidenses explotar el petróleo iraní –la cuestión de la propiedad petrolífera, recordemos, había motivado el golpe de Estado de 1953 que había colocado al shah en el poder- y procede a una nacionalización masiva de la economía en la que las inversiones estadounidenses soportan los costes.
Petróleo
Disputas en la industria del petróleo
En medio de la guerra comercial lanzada por Trump, las nuevas potencias orientales que desafían a las viejas metrópolis y las protestas ciudadanas, el precio del petróleo determina el futuro de la economía global.
Irán se convierte así irremediablemente en un enemigo a batir para los estrategas estadounidenses, deseosos de lavar las afrentas, todavía más cuando la elección de Ronald Reagan en 1980 marca el retorno a una política exterior más agresiva. De muralla frente al bloque del Este, Irán se convierte en un enemigo cuya influencia hay que contener a cualquier coste, incluso actuando para impedir la derrota de Sadam Hussein, quien invade Irán a finales de 1980 (lo que no impide a los Estados Unidos de Reagan poner en práctica una combinación para financiar a la guerrilla Contra de Nicaragua con el tráfico de armas con Irán).
Estados Unidos (y con ellos la Francia de François Mitterrand) vende masivamente armas al régimen iraquí, lo que no puede más que reforzar el antiamericanismo, en el contexto de un conflicto en el origen de un traumatismo comparable al dejado por la I Guerra Mundial (Irán pierde entre 350.000 y 500.000 ciudadanos, entre los cuales hay combatientes muy jóvenes). Al mismo tiempo, el anti-americanismo se convierte en una de las principales fuentes de legitimidad del régimen iraní, del mismo modo que la “defensa sagrada” frente al invasor baasista. El año 1988, el último del conflicto, está marcado por una intervención directa de Estados Unidos, que destruyen el conjunto de la flota iraní en reacción a los daños causados a una fragata estadounidense por minas iraníes. El 3 de julio, es un Airbus civil el destruido por la Ejército estadounidense, el cual defiende el atropello. La determinación de Estados Unidos a impedir la progresión iraní en el Golfo Pérsico arruina las últimas oportunidades de victoria y obligan a Jomeini a aceptar el alto el fuego el 18 de julio.
La lucha continúa a lo largo de las décadas siguientes, no obstante con una intensidad variable. Tras un activismo importante de la República islámica en el extranjero (apoyo a Hezbollah durante la guerra civil libanesa, golpe de Estado de Omar Al-Bashir en Sudán en 1980), Irán adopta un posicionamiento más moderado bajo la presidencia de Mohammad Jatami (1997-2005). La elección para la presidencia de Mahmoud Ahmadinejad, posterior a la denuncia de Irán como miembro del “eje del mal” por George W. Bush, supone un nuevo periodo de tensiones caracterizado por las ambiciones nucleares iraníes.
El diálogo iniciado por los presidentes Obama y Rohani, que acaba en el acuerdo de Viena de 2015 y el levantamiento de una parte de las sanciones económicas estadounidenses, finaliza con la elección de Donald Trump, cuya administración acoge a los partidarios más intensos de la lucha, hasta considerar el enfrentamiento directo.
A pesar de la omnipresencia de la propaganda, el sentimiento anti-americano está en general difuminado en la población iraní
La situación de crisis actual parece indicar una desesperante búsqueda de la confrontación entre dos países que se definen mutuamente como enemigos. El anti-americanismo iraní sigue visualizándose a través del eslogan Marg Bar Amrikâ (“Muerte a América”) en toda ocasión oficial; una propaganda que no había cesado incluso en el momento más relajado. En el lado estadounidense, Irán se percibe como un puesto avanzado cuyo control es esencial en el enfrentamiento que opone a Estados Unidos con China y Rusia –y cuya independencia geoestratégica respecto al Gobierno estadounidense debilita su hegemonía regional.
A pesar de la omnipresencia de la propaganda, el sentimiento anti-americano está en general difuminado en la población iraní, como pareció mostrar el estudio de Abbas Abdi (ya conocido por haber sacado a la luz el tradicionalismo de una gran parte de la población en los años ’70) que le valió un encarcelamiento a su autor. Al mismo tiempo, la apreciación del régimen iraní no es monolítica del lado de las élites estadounidenses. Los estrategas del Pentágono siguen viendo en Irán un irreductible enemigo, reforzados en ello por la labor de lobby saudí, emiratí e israelí, así como por la creciente expansión de China en la región, que suena como un desafío a su hegemonía. El sonido es diferente en los medios económicos estadounidenses, donde se preguntan por qué Estados Unidos se privan de un mercado de 80 millones de consumidores, no más hostiles que otros al modelo cultural que representan. Las compañías petroleras, por su parte, llevan a cabo una intensa presión a favor del acuerdo iraní. Más que una necesidad irremediable, la hostilidad iraní-estadounidense es el resultado de antiguas decisiones estratégicas e ideológicas, marcadas por una visión del mundo imperial y unipolar. Decisiones que hay que cuestionar, en interés de la paz mundial.