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No se puede negar que la gestión conjunta de la enésima “salida de Podemos” ha sido bastante sensata, teniendo en cuenta los precedentes. Se trata además de la salida de un grupo fundador de la organización, Anticapitalistas, con diferencia el más numeroso, organizado y distribuido en el territorio español entre los componentes iniciales. Ha costado, pero se ha comprendido que no hay ganadores ni perdedores en la imagen pública (y sobre todo mediática) de una escisión, sino un desprestigio más o menos bien repartido. Es obvio que para que esta vez se hayan hecho las cosas de esta manera han pesado otros factores, como un do ut des de recursos y posiciones institucionales y la precaución que impone la incorporación de Unidas Podemos al gobierno de España. Pero no es éste el tema aquí.
Junto a la gestión diplomática, no han faltado los roces agrios y los beefs entre partidarios, inseparables de las definiciones del otro. Y aquí llega lo que nos interesa: los fantasmas/fantasías de grupo político y su relación con el acontecimiento y con la historia. A alguien le parecerá divertido y hasta cómico que una parte de la generación del 15M liquide sus cuitas con acusaciones y debates del siglo XX. Y sí, es muy cómico, menos mal. Cómico y revelador: apunta a una dualidad entre las prácticas y los imaginarios, entre lo real del referente de lo político y los procesos del fantasma de grupo. Cuando se produce una escisión, los grupos en disputa y en desgarro apelan a su propia historia, narrada en las formas de la imaginación y de la fantasía del inconsciente de grupo. Dicho de otra manera: lo que queda en activo políticamente del 15M está, en su mayoría, activo en las instituciones representativas (somos pocas las personas que, queriendo o no, no hemos estado ni estamos en ello). Pero cuando una nueva situación obliga a reconocerse otra vez, volvemos a las décadas trágicas del siglo XX y, en el fondo, a la cuestión de la “verdadera fidelidad” al octubre soviético y a sus autores.
Lo que queda en activo políticamente del 15M está, en su mayoría, activo en las instituciones representativas
La tradición y el cerebro de los vivos
Así es, la izquierda organizada, toda la izquierda, sigue habitando los fantasmas nacidos de la socialdemocracia rusa en 1903 (bolcheviques/mencheviques), la Revolución de octubre (comunistas/socialistas/anarquistas) y la Guerra civil española (estalinistas/trotskistas/cenetistas). Sin embargo, el referente real de lo político (el modo de producción, la forma Estado y las relaciones de dominio, hegemonía y explotación de clase, género, raza, la composición técnica y política de las clases, la composición maquínica del trabajo y del capital, el sistema mundo, etc.) ha mutado y cómo. Parece entonces que aquí procedería una crítica “modernista”, es decir, la de lo viejo frente a lo nuevo: “Nuestros debates son arqueológicos, hay que actualizarse”, etc. O adoptar esa variante de la modernidad que es el posmodernismo y que celebra el batiburrillo de temporalidades, identidades y prácticas, en el fondo equivalentes y equi-impotentes.
Félix Guattari nos ofrece una clave de lectura del fantasma de grupo y de su relación con la historia. Los grupos políticos pueden ser grupos sujeto y/o grupos sometidos. Un mismo grupo puede pasar de una condición a otra o vivir en un vaivén entre ambas tendencias. Un grupo sujeto se define por un comportamiento (no necesariamente consciente) de corte con la continuidad histórica, de ruptura de las cadenas de discurso y de instauración de una inmanencia del tiempo histórico. Un grupo sujeto inscribe su acción en la finitud y la contingencia del tiempo histórico, en una libertad que no se opone a la necesidad de su propia acción, pero no inscribe esa acción en la transcendencia o la necesidad histórica, sino en un contexto indecidible. Un grupo sujeto nace siempre con un corte significante, un estilo, unos afectos incorporales y sensibles singulares, unos ritornelos propios (como los antiguos nomoi griegos) que soportan su existencia sobre el vacío del tiempo histórico, es decir, se dota de su propia “ley” para irrumpir en el espesor de la historia: inventa. En esa medida, un grupo sujeto no teme a la muerte en cuanto tal, sino que la asume como efectuación de su propia potencia de acción.
La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.
Guattari señala que hay un “corte significante” que nace con los bolcheviques —que, no olvidemos, quiere decir los “mayoritarios” en el contexto del POSDR en 1903— y que inventa, no sólo un nuevo lenguaje de la revolución como producto de una acción en/contra la Historia, sino también un nuevo estilo, nuevos manierismos y todo un maquinismo de la organización que rompe con los modelos burocráticos de la II Internacional. La victoria imprevista de la Revolución de octubre generaliza y estandariza el prototipo bolchevique con la III Internacional, pero la condición de grupo sujeto ha desaparecido. Los grupos y partidos comunistas que se forman reciben su ley del exterior —son por ello grupos sometidos. Un grupo puede asumir su muerte para que sus componentes proliferen en otras situaciones y otros grupos sujeto. En cambio, un grupo sometido justifica su existencia como dada por un origen, una razón transcendente, una ley exterior a su propia constitución. Se puede decir que el grupo sometido corresponde a esa condición de la que escribe Marx en El Dieciocho brumario de Luis Bonaparte:
La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.
De ahí que los fantasmas de una u otra condición de grupo no sean iguales ni funcionen en el mismo régimen de los signos y los afectos. El grupo sometido vive en un permanente teatro de la historia. El grupo sujeto se comporta como una fábrica de la historia. El grupo sometido evade la muerte (que se concibe siempre como algo procedente del exterior) puesto que sólo podría vivirla como juicio de la Historia, culpa y condena. Por eso todos los grupos sometidos (y por ende todos los grupos que siguen “reclamándose” de la Tercera y la(s) Cuarta(s) Internacionales) narran la resistencia de la Historia a su acción, la división y las disputas internas, como una repetición de la escena original. La diferencia de las escenas es, sin embargo, notable. Para resumir: la galaxia de la(s) IV(s) Internacionales reinterpreta la “traición estalinista” del leninismo y procede a la escisión refundadora (siempre bolchevique, pero casi nunca mayoritaria); la galaxia estalinista, por el contrario, pone distintas caras (trotskismo, social-fascismo, nazismo, cosmopolitismo) a lo que entiende como peso muerto de la historia, no-ser. El enemigo para el estalinismo no es más que un soporte subjetivo e inane del peso muerto de la historia, y en esa medida es expulsado de la humanidad. La retórica del fiscal Andréi Vyshinski es elocuente al respecto. El contrarrevolucionario no es un sujeto, sino un obstáculo del avance dialéctico de la historia que tiene que ser removido. Con sarcasmo lo ilustraba Sartre en el caso del jefe estalinista húngaro Mátyás Rákosi, que ante la resistencia que oponía el subsuelo a la construcción del metro de Budapest, hizo encarcelar a los ingenieros, pero por intermediación de estos estaba encarcelando al subsuelo de Budapest por contrarrevolucionario. En palabras de Sartre: la resistencia de lo inerte se presenta como sabotaje.
Fantasma, organización y composición de clases
Estamos considerando este par estalinismo/trotskismo no sólo porque está en el centro de las diatribas no diplomáticas entre Anticapitalistas y el grupo dirigente de Podemos, sino también porque son estos los fantasmas de grupo que hoy siguen predominando (es más, asistimos a una “refundación” del estalinismo en todo el orbe). Sin librarse de la condición de grupos sometidos, podríamos considerar la galaxia libertaria española o (como híbrido mutante de la tradición comunista) la autonomía obrera italiana y alemana y sus pequeñas experiencias españolas. En este último caso vemos justamente la violencia del contraste entre una experiencia de luchas y de organizaciones sustancialmente nuevas, en correspondencia con una composición de clase (y género) transformada, que sin embargo termina, en la década de 1970, presa de los fantasmas leninistas y estalinistas de la organización y el militarismo.
Podría parecer que damos cuenta del destino de la ruptura leninista como un asunto de patologías y neurosis de los grupos militantes, mientras el “mundo real” económico, social y artístico iba por otro lado. En absoluto. En primer lugar porque “el inconsciente no es un teatro, sino una fábrica” (Deleuze y Guattari) y en esa medida fantasmas, afectos singulares y signos de todo tipo son la materia de lo político; y en segundo lugar porque no hay signos y afectos sin máquinas de guerra específicas. El corte leninista está vinculado a un nuevo tipo de máquina de guerra: la organización de revolucionarios profesionales, adaptada tanto al trabajo legal como a la clandestinidad; el centralismo democrático como tentativa de conjugar inteligencia colectiva y unidad de acción; la separación de la vanguardia respecto a masas populares y la dialéctica entre ambas, etc.
Cuando hablamos de máquinas de guerra estamos hablando de máquinas que rompen resistencias, disuelven vínculos y cadenas, descodifican mensajes o confunden al adversario, no sólo de máquinas de tipo militar. La máquina de guerra no tiene necesariamente la guerra por objeto. En la misma medida, hoy la guerra no se limita a escenarios de batalla convencionales, y opera en la esfera pública, en la inteligencia económica y financiera, etc., con máquinas de guerra específicas.
En el asunto que nos ocupa, a la invención de las máquinas de guerra contribuye no sólo la necesidad de oponer a la organización estatal una máquina de guerra adecuada, sino que las máquinas de guerra tienen que corresponder a la(s) composiciones de clase(s) contemporáneas para que, dentro de su diversidad y sus contradicciones, la capacidad de acción revolucionaria sea óptima. En esto consiste el “método leninista”, y es algo que vale la pena recuperar precisamente para oponerse a los distintos grupos sometidos del leninismo actual. Este método responde a dos necesidades: por un lado, la necesidad de oponer una máquina de guerra adecuada, simétrica e igual al poder de mando del capital; por otro lado, la organización de esa máquina de guerra tiene que basarse en la diversidad, las diferencias y también las relaciones de hegemonía dentro de las clases trabajadoras, proponiendo un prototipo que conjugue la eficacia con la creación de un plano realista de superación dialéctica de las contradicciones y los desajustes en la conciencia de clase, es decir, la creación de un plano de recomposición inseparable de las experiencias masivas de lucha y de organización. Esto se traduce en un modelo de partido en el que la “conciencia” y el conocimiento vienen de fuera de la clase, en correspondencia simétrica con la organización de la gran industria (y luego con el taylorismo generalizado), donde el conocimiento técnico está objetivado en el sistema de máquinas, junto con el conocimiento del proceso de producción y explotación, que está en los cerebros y los archivos de la oficina técnica y administrativa, de ingenieros y cuadros directivos. Sólo tenemos que pensar en la(s) composicione(s) de clase(s) actuales para comprobar la discordancia profunda entre el fantasma de grupo sometido y la capacidad efectiva de organizar a una(s) clase(s) trabajadores que hoy se presentan como lo que René Zavaleta ha llamado, para el caso boliviano, una “multitud abigarrada”, que además no responde a la rígida separación entre conocimiento y trabajo vivo, sino que tiene en su centro un intelecto general, todo lo expropiado, alienado o pervertido que se quiera, pero que es el alma y el cuerpo de la capacidad de producir y reproducir la sociedad hoy.
La pasión de lo real y el socialismo de los cuarteles
Pero junto a esta importación y comercio de máquinas de guerra, la ruptura leninista va incorporando además universos de valor que pertenecen al inicio del siglo de la gran industria taylorizada y de la gran guerra mecanizada, en el que además la sociedad de masas trabajadoras no se puede separar de los inicios de la computación de datos a gran escala con las tarjetas perforadas de IBM. Alain Badiou ha propuesto dos definiciones muy pertinentes sobre este periodo, que marcará todo el siglo XX. Por un lado lo que denomina la “pasión de lo real”, el afecto que quiere ver realizada a toda costa el ideal político como prueba de su verdad. A riesgo de simplificar, una pasión de lo real equivalente anima el campo de la derecha “revolucionaria” y fascista y el “marxismo todopoderoso porque es verdad” (Lenin). En cierto modo, tenemos aquí un diagrama general del sistema de máquinas técnicas, sociales y políticas que hay que considerar en relación con el proceso que lleva a las matanzas en las trincheras de la Primera Guerra mundial y que no cesará con la guerra civil en Rusia y la guerra reptante en toda Europa, hasta la Segunda guerra mundial. En ese proceso se gesta lo que, por el otro lado, Badiou llama el “socialismo de los cuarteles”:
Es el modelo militar, el «socialismo de los cuarteles», tal como lo llamamos en mi círculo de amigos. La justificación de este modelo, al comienzo, consiste en ser vencedor en la insurrección, en la insurrección victoriosa. Para eso se dice que se necesita disciplina de hierro, se necesita sacrificio, etc.; esto no es totalmente falso pero luego modela la sociedad entera. En el fondo, Stalin es el intento por construir un socialismo militar a escala de todo el país, mediante la violencia, la cárcel, la tortura, con la idea de que si alguien constituye un problema hay que matarlo. Es así de sencillo. Esto es habitual también en la guerra civil: si alguien está en contra de uno, se lo mata. Y este socialismo militar tiene sus raíces representativas, si puedo formularlo así, en el momento inmediatamente posterior a 1871.
Lo curioso es que esta noción empapa transversalmente a toda la vieja guardia bolchevique, también al Trotski que acaba a sangre y fuego con la revuelta de Kronstadt, que ordena fusilar a los desertores del Ejército Rojo y que promueve, en plena guerra civil, la militarización de los sindicatos. La fascinación por el bolchevismo, sus pasiones de lo real y sus máquinas de guerra renueva profundamente el pensamiento decimonónico de la revolución conservadora (de De Maistre a Donoso Cortés). La teología política de Carl Schmitt, que tanto fascina a su vez a los fundadores populistas de Podemos, responde con una pasión de lo real equivalente, que pone en la relación pública amigo/enemigo la clave existencial de lo político, ampliada en la Teoría del partisano a una forma de guerra que se funde con la existencia política de un pueblo, la unión telúrica con la tierra, la indistinción entre soldado y nacional, la generalización del campo de batalla en forma de guerrilla. Por su parte, el bardo de las tempestades de acero en los campos de batalla franceses, Ernst Jünger, fascinado a su vez por la potencia mortífera de la movilización total de la guerra y por la figura coreográfica de los ejércitos del trabajo taylorizado, propone la liberación nacional de esa potencia mortífera como el proyecto de una dictadura del trabajo militarizado y de la guerra genuinamente alemana.
¿Por qué una generación política que instituyó formas de democracia horizontales y en red termina bien descreída de las instituciones y con sensación de derrota, bien disputando los parlamentos y/o formando alianzas de gobierno?
Los neoarcaísmos tras el 15M
Contemplemos ahora la generación del 15M y tratemos de responder a dos preguntas. La primera: ¿por qué una generación política que instituyó formas de democracia horizontales y en red, un democratismo que tantas veces rayaba en la ineficacia política, termina bien descreída de las instituciones y con sensación de derrota, bien disputando los parlamentos y/o formando alianzas de gobierno? La segunda: ¿qué hace que, cuanto más se concentran los esfuerzos políticos en la cuestión del poder gubernamental (o el “poder del/en el Estado”), tanto más aparezcan los viejos universos de valor, los fantasmas de grupo y las cantinelas retóricas del siglo XX?
Las dos preguntas apuntan a cuestiones íntimamente relacionadas. Para no abundar en un asunto que ya ha sido tratado bastante, se trata de decir que la fuerza instituyente nacida con el 15M está completamente agotada. No está mal, basta acordarse de nuestro propio asombro cuando meses, años después, seguíamos viendo la vitalidad y la persistencia en las personas y los colectivos. El trance crítico ha sido el asalto a las instituciones, del que se sabía que iba a exigir un precio altísimo y de cuyos resultados cabe decir, a día de hoy, que en el mejor de los casos representan un mal menor. Si comparamos el 15M con otras revueltas europeas, como el mayo de 1968 y el 1977 en Italia, podemos observar rasgos comunes de degradación del hilo fino de los lenguajes, las sensibilidades, el cromatismo de las opciones en juego, las formas de organización, las relaciones entre conflicto y consenso en los movimientos, etc. La diferencia del 15M, que es una diferencia que señaló también la novedad y la madurez de práctica de emancipación, quizás haya consistido en una concepción más autónoma del tiempo de la liberación (“vamos lento, vamos lejos”), que a su vez encontró condiciones políticas del conflicto que no se dieron en los años 70 y 80 del siglo pasado y que desembocaron en los “años de plomo”.
Pero el agotamiento es un hecho desde hace años. En ese vacío casi siempre tienden a reforzarse tanto los planteamientos más “pasadistas” (“esto ya no es el 15M” o “está pasando lo mismo que en la Transición”) como los más cínicos respecto a lo que se puede hacer con la fuerza política acumulada. Son las disyuntivas de lo que se conoce como el reflujo o la desmovilización, los dilemas de la “salida política”. Esto es inseparable de una concepción de la fuerza política que sigue siendo fundamentalmente newtoniana o termodinámica, es decir, que habla de “correlaciones de fuerzas” como si de dos equipos de rugby haciendo una melé se tratara, o de “reflujo” o dispersión como del crecimiento de la entropía de un sistema cerrado cercano al equilibrio. En este sentido, la organización tiende a concebirse como una concentración de masa y momento lineal, “guerra de maniobras” o trinchera y fortaleza. No en vano Pablo Iglesias insiste en que la correlación de fuerzas en el plano mundial, europeo y español convierte al “Estado” en la única fortaleza o muro de contención con el que cuentan las clases desfavorecidas de la sociedad. Física de los graves, termómetros e imágenes de las guerras napoleónicas se corresponden con una concepción casi fisicalista del Estado, fortaleza neutra que, con reformas de uno u otro cariz, puede servir para los objetivos tanto de las fuerzas de emancipación como de las fuerzas del capital, porque lo importante es quién pilota y qué dotes de mando es capaz de ejercer sobre las tripulaciones.
La urgencia, el mal menor, el pesimismo de la “correlación de fuerzas” pueden justificarlo todo, desde la entrada en los gobiernos a la retirada estratégica para emprender una nueva “acumulación de fuerzas”. Sin embargo, si algo nos ha dejado claro el ciclo de luchas nacido en 2011 es que los poderes funcionan en mallas dinámicas y plegables, cuyos nudos siguen, computan, previenen y desmontan las aplicaciones de fuerza reticular construidas por los movimientos de lucha. Estas mallas tienen puntos de anclaje que no se corresponden con la definición jurídica del Estado ni con sus competencias soberanas. El Estado es una forma y una relación, que es distinta de las masas, los signos y las energías que utiliza en sus configuraciones. Una forma móvil y plástica, que reúne las relaciones estratégicas de agonismo (entre agregaciones y bloques del poder de clase del capital) y antagonismo (con las fuerzas concatenadas de los movimientos de las clases subalternas), y que corresponde a las geografías del poder de mando sobre mercados y territorios. El pesimismo, el cinismo gobernista o los expedientes retóricos tienen que ver con la incapacidad que tenemos de construir materialmente tácticas y estrategias adecuadas al diagrama transnacional y transestatal de los poderes de mando.
La muerte en los grupos nacidos con el 15M, la aceptación de la finitud de sus grupos (su funcionamiento como grupo sujeto), es una condición para abordar el atolladero actual, donde a la violencia de la expropiación brutal de la riqueza y del bien común de las poblaciones subalternas se suman los centros de gravedad creciente del colonialismo interno, el apartheid, las movilizaciones totales contra el enemigo interno racial, político, civilizatorio. Recordemos brevemente las diferencias de la física política del 15M y de todo el ciclo de luchas que nace en el 15M. Este ciclo ha sido sin duda el que más se ha aproximado a una puesta en práctica de una política capaz de reunir acción (unitaria) eficaz, multiplicidad y singularidad activa e inexpropiable de sus componentes. El objeto físico en el que se expresa esa política es una interficie compleja, hojaldrada y deformable de redes de poder de mando; fronteras físicas y digitales entre redes; redes de energía y transporte e informacionales; plazas, barrios, lugares de trabajo y redes sociales y mediáticas. La acción política es distribuida sin dejar de poder condensarse, concentrarse en aplicaciones masivas o enjambres de fuerza. La igualdad y la horizontalidad son el presupuesto, las identidades no son un argumento político, sino una diferencia que se pone en juego y en cuestión, mientras que la decisión es recursiva y revisable dentro de un análisis de datos permanente y distribuido. Conviene recordar todas estas cosas ahora que las fuerzas reaccionarias en complicidad con las plataformas del capitalismo digital, han aprendido de aquel ciclo y tratan de colonizar y acabar definitivamente con la Internet que todavía en 2011 permitía una reapropiación política con su uso emancipador. Y ahora que quienes, desde los fantasmas de grupo sometido, nunca levantaron sus sospechas sobre aquel ciclo y hoy lo consideran tiempo perdido o incluso un epifenómeno de clase media manipulada por el “cosmopolitismo global”.
Límites y problemas abiertos
Pero lejos de refugiarse en bucles melancólicos, hay que señalar los límites de esta política, que son los límites de su práctica cuando tuvo que enfrentarse con las cuestiones decisivas: la representación política en el Estado; el poder real de los gobiernos municipales; autonómicos y nacionales; la relación entre representantes y representados en el bloque emancipador; la gestión de diferencias y disensos y en definitiva la relación entre la democracia real exigida y el capitalismo actual y sus formas de Estado y gobierno.
Algunos llevamos tiempo atentos a las experiencias que pueden alumbrar una práctica adecuada a estos diagramas del poder de mando y a la naturaleza de los sujetos políticos subalternos. Su formulación y su ejercicio es apremiante, porque desgraciadamente la política de la finitud que queremos inscribir en los grupos políticos se presenta hoy en las formas terribles de la precariedad extrema de la vida, de la amenaza de la violencia colonial y fascista y de la catástrofe ecosistémica inducida por los puntos de inflexión en el calentamiento global. Una política de la finitud emancipadora corresponde a una nueva práctica del antagonismo político capaz de resolver los problemas que el ciclo de 2011 no fue capaz de resolver y que hoy sobreviven a base de expedientes, ya sean soberanistas, eurocomunistas o populistas “patrióticos”, pero todos centrados en la “toma de la fortaleza estatal” y en su uso alternativo.
Pensamos que la primera condición para que esa política sea practicable es la reducción a la inmanencia, a la condición finita y terrena, del poder que expresa la forma Estado. En particular en su forma de Estado nación, sobre cuyos límites hoy en día no hay que insistir y de cuya soberanía sólo queda la retórica o el retorno a un soberano “Estado de todo el pueblo”, que nunca ha existido en el sistema de Estados de la modernidad. La forma Estado es una condensación estratégica de contrapoderes, y en el campo de lo político los grados de poder/potencia política se llaman todos contrapoderes, porque no hay un poder político sin que éste se defina contra otros. Sólo desde este planteamiento cabe pensar una ecología dinámica y abierta (de agonismos y antagonismos) donde las fronteras del/con el Estado varían con arreglo a las capacidades de autonomía de los contrapoderes nacidos de las luchas. Permite pensar también el problema de “estar” en el Estado y ejercer un contrapoder dentro de sus relaciones estratégicas, contra las relaciones estratégicas dominantes, que lo son porque son las relaciones estratégicas del poder del capital en el Estado, que su vez presentan divergencias y agonismos internos.
Salvo excepciones, la participación representativa y ejecutiva en parlamentos y gobiernos de la forma Estado necesita estar subordinada a la (auto)constitución de la ecología de instituciones y luchas de contrapoder, y no al revés.
En este sentido, la retórica nacional-popular no puede sostener la ilusión de que la forma Estado puede transformarse progresiva o bruscamente sin antes cartografiar las relaciones estratégicas fundamentales en las que se va a operar. Pensemos, por ejemplo, en la fiscalidad, en las políticas de bienestar, en la administración de justicia, en las fronteras, en la policía, el sistema penitenciario o en la energía, donde ya estamos viendo los límites de la acción de gobierno en el contexto del subsistema europeo. Esa cartografía tiene que incluir un esquema espacio-temporal en el que se localicen los puntos de acción convergentes entre luchas autónomas de la sociedad (instituciones de contrapoder) y acciones u omisiones (de contrapoder) en el gobierno. La experiencia de los gobiernos progresistas latinoamericanos ofrece a este respecto muy pocas cosas positivas y un sinfín de ejemplos negativos. Por decirlo en una fórmula: salvo excepciones contadas y localizadas, que no dejan de ser importantes, la participación representativa y ejecutiva en parlamentos y gobiernos de la forma Estado necesita estar subordinada a la (auto)constitución de la ecología de instituciones y luchas de contrapoder y no al revés, en la medida precisamente en que la suma potestad del Estado es un atributo jurídico que no se corresponde con su potencia efectiva y/o con la posibilidad real de un uso (“eurocomunista” o nacional-popular) de esa potencia.
El sistema complejo de tales contrapoderes apunta al objetivo autónomo de una emancipación directa de la sociedad de los subalternos, que avanza conforme a las resultantes de victorias y derrotas en los antagonismos estratégicos, pero que al mismo tiempo establece sus propias métricas e instituciones de emancipación, igualdad y libertad, mientras busca las armas y las ocasiones que permitan desmontar suficientemente la forma Estado del dominio de clase(s). De esta manera, no aparcamos o desdeñamos la cuestión del poder del Estado y de su capacidad destructiva o de disolución, sino que lo tratamos fuera del binomio entre el “uso de la fortaleza neutra” y las distintas figuras de la destrucción (revolucionaria) del Estado, que corresponden a las variantes (funcionales hoy a los grupos sometidos) de la ruptura leninista de la que hemos hablado más arriba.
De todo esto, habrá más próximamente.
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Tres horas para intentar entender cada párrafo. Farragoso y ampuloso a más no poder. Sinónimo de vamos a seguir criticando las viejas retóricas y discursos añejos de los nuevos políticos con peroratas retóricas e igual de añejas.
Artículo muy interesante. No sé si hay, o puede haber, algún estudio fiable sobre dónde está ahora la gente del 15M, pero, al menos en Badajoz, la mayoria de la gente más activa en el 15M no está en las instituciones. ¿Dónde está? En la militancia debilitada, esperando la resurrección de algo similar que no sea absorbido por las instituciones, sino que encuentre otros cauces.
"Lo que queda en activo políticamente del 15M está, en su mayoría, activo en las instituciones representativas." Obiamente esto es una falacia. Son los más famosetes y a los que el autor de este artículo seguirá con más interés por ser, precisamente eso, más famosetes.