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Palestina
‘Rajaá’: cuando las nietas de la Nakba sueñan con regresar desde una azotea de Vallecas
Una mujer danza de espaldas en el vallecano Parque de las Tetas, frente a ella, una perspectiva sur de la ciudad. Se llama Mai y nació en el campo de refugiados de Rafah (Egipto) como nacieron sus padres y sus siete hermanos. Lo que baila Mai es Dakbe [danza tradicional palestina], lleva sobre su cabeza una Kufiyya. Se trata de una de las escenas más icónicas del corto documental Rajaá. Volver a Palestina (2021), de la directora Selena Pizarro Gómez, un trabajo en el que confluye la cercanía geográfica con lo que queda siempre cerca del corazón, la tierra a la que no puede volver la protagonista de esta historia.
“Lo que queríamos con este audiovisual feminista es hablar de lo cotidiano, del día a día, de nuestras amigas, de nuestras vecinas, de las colegas que tenemos, que nos rodean, que tienen historias maravillosas que merecen ser escuchadas”, explica Pizarro, el documental que ya ha ganado un premio en elSouth Film and Arts Academy Festival en Chile, y está por participar en el Festival Internacional de Cine del Cono Sur, parte de esas conversaciones en el marco de la amistad para abordar de otra forma la historia de un pueblo condenado al exilio.
Las calles que salen al principio de Rajaá no son las de la Palestina ocupada si no las de Vallecas, las fuerzas de seguridad que responden a porrazos a la multitud que allí se manifiesta, no son las israelíes, sino los antidisturbios españoles. Miles de personas se han congregado para responder a la visita de Vox al barrio. La voz de Mai se distingue entre quienes gritan, “¡aquí están los antifascistas!”. Una década lleva esta joven palestina en Madrid, para ella, ambas luchas están conectadas: “La lucha palestina, es una lucha antifascista, antirracista y anticolonial”.La directora de Rajaá quería mostrar la lucha del pueblo palestino desde la cercanía, romper el imaginario de la población refugiada como un pueblo lejano y “contar que las palestinas están en todos lados, que también puede ser nuestra vecina que vive en el quinto”
Cuenta Pizarro que quería mostrar la lucha del pueblo palestino desde la cercanía, romper el imaginario de la población refugiada palestina como un pueblo lejano y “contar que las palestinas están en todos lados, que también es nuestra vecina que vive en el quinto”. Y es que la vida de 11 millones de palestinos y palestinas se tejen en la diáspora, personas como Mai, pero también como su amiga Amira, que pertenece a una segunda generación. “Al final la identidad palestina se construye lamentablemente desde fuera”, apunta la directora de Rajaá, “y el hecho de seguir luchando por el retorno es una manera de construir la identidad”.
Lejos de Palestina, en un piso de Vallecas, Mai y Amira preparan warak mientras comentan los últimos bombardeos en Gaza. “No podemos taparnos los ojos y decir no vamos a hablar de ello. Entonces las conversaciones entre palestinos siempre son así: ¿has visto que ha pasado en este o este pueblo?. Nunca vamos a llegar a normalizar la situación”, explica Mai en conversación con El Salto.
Más de una década atrás, rememora en el documental, Israel bombardeaba Gaza en la operación Plomo Fundido. “Bailábamos con el sonido de las bombas”. Lejos de su tierra Mai, profesora de Dakbe, lucha contra la ocupación israelí a través del baile. “Las canciones normalmente hablan del derecho al retorno, nombrando los pueblos que están bajo ocupación. Es una manera para mantener la cultura viva para preservarla, porque un pueblo sin cultura es un pueblo que está muerto”.
“Las canciones normalmente hablan del derecho al retorno, nombrando los pueblos que están bajo ocupación. Así, bailar Dakhbe es una manera para mantener la cultura viva para preservarla, porque un pueblo sin cultura es un pueblo que está muerto”
Para Pizarro documentar esta lucha también es una forma de hacer frente a lo que califica como “memoricidio”, el intento de Israel de negar la identidad y la historia del pueblo palestino. Una historia imposible de olvidar, porque es presente. “El peor recuerdo que tengo es la paz después de la masacre”, evoca Mai, “sales a la calle y el barrio ya no existe, las casas no existen, el cole no está, hay niños sangrando, gente mutilada. En Palestina todas las familias tienen un herido, un preso, un mártir”.
Con los tejados vallecanos de fondo Mai y Amira conversan sobre lo que implica ser diáspora. La primera, nacida en el campo de refugiados de Rafah. La segunda, de padre palestino, solo pudo ir dos veces a Cisjordania. “Encontrarte ha sido una manera de poder compartir todo este sentimiento de identidad contigo”, dice Amira. “Somos 11 millones de palestinos que cada uno ha vivido Palestina como ha podido”, responde Mai.
Ambas encuentran esperanza en cómo se transmite la memoria de una generación a otra, y ponen su fe en las nuevas generaciones, que “vienen fuertes”. “Volveremos a Palestina, lo más importante es el derecho al retorno”, claman al cielo vallecano. La llave que pasa de generación a generación es el símbolo de esa esperanza en el retorno. Sin embargo no es fácil, hace solo una semana Mai intentó, por fin con su pasaporte español, conocer Palestina. Frustraron sus expectativas, da igual el pasaporte que tenga: “Donde estamos, en cualquier ciudad del mundo, no podemos ni ir a ver nuestra tierra. Todavía existe la forma de expulsarnos, de maltratarnos de muchas maneras”, lamenta.
Ya lo decía en el documental, entre vecinas y amigas, antes de saber que una vez más sus esperanzas de retorno iban a chocar una vez más con el régimen impune de Israel: “Nunca elegimos si podemos salir, si podemos volver, el problema no es por qué elegí salir de allí, sino por qué no puedo volver”.