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Ciencia
¿Geoingeniería? Lo primero es no desterraformar
Terraformar, menudo concepto. Hacer que un planeta pase a ser habitable, con condiciones similares a las del planeta Tierra. De “des-terraformar” quizá se habla menos.
Hay historias de ciencia-ficción que han trabajado bien y mucho la terraformación de otros planetas. La trilogía de Marte, de Stanley Robinson, sería un buen ejemplo. Cuando la novelabusca el realismo, la terraformación es un proceso que dura varias generaciones y que combina tecnologías futuristas con una organización social (ficticia) capaz de mantener durante décadas un esfuerzo máximo y un foco inamovible . Muy interesante, como ficción. Terrorífico, si ese tipo de proceso es nuestra esperanza a corto o medio plazo. No es una esperanza, como vamos a ver, es un engaño.
Los médicos dicen “lo primero, no hacer daño”. Para afrontar el apocalipsis climático, quizá deberíamos decir, “lo primero, no des-terraformar”. Es imposible desde un punto de vista físico (termodinámico), en solo unas décadas, re-capturar el carbono que se acumuló originalmente en una escala sobrehumana, pero es posible dejar de liberarlo.
Ya tenemos un planeta medianamente habitable. Solo uno, pero tenemos la suerte de qué estájusto bajo nuestros pies. Sabemos también cómo mantenerlo habitable: llevamos haciéndolo desde que existimos como especie. Bueno, un poco lo contrario, ¿no? Es el sistema Tierra el que se mantiene habitable, un poco a nuestro pesar. En realidad, en todo el tiempo que existimos como especie, la Humanidad sólo recientemente ha empezado a alterarlo rápida e intensamente. Tan rápidamente y tan intensamente como para llevarlo, a una temporada de caos, de momento, y potencialmente en el futuro a otro estado estable pero inhabitable. De las muchas iniciativas para la des-terraformación, una crucial es quemar combustibles fósiles, des-fijar carbono y dejarlo en la atmósfera como CO2. Enormemente rentable desde el punto de vista económico, pero claro, es, literalmente, quemar en unas pocas décadas los ahorros de muchos millones de años.
Como con las cuentas de calorías ingeridas y quemadas, o como las de ingresos y gastos, las cuentas del CO2 emitido y fijado no lo son todo. Pero, como las cuentas de calorías ingeridas y quemadas y como las de ingresos y gastos, las cuentas del CO2 emitido y fijado nos dan información sobre el camino que estamos recorriendo. Si todo lo que emites lo fijas, y, como vamos a puntualizar más abajo, si lo fijas en la misma forma en la que estaba originalmente, el CO2 lo vamos a mantener estable. Este es un objetivo crucial, y, aunque de hecho la humanidad no lo ha admitido, de palabra sí que empieza a haber consenso en esto.
De haber admitido de palabra que no hay que emitir más CO2 del que fijamos viene que hayamos empezado a hacer cuentas y a poner algunas reglas u objetivos. De no haberlo admitido de hecho viene que nos hagamos todas las trampas posibles para mantener el autoengaño de que podemos seguir más o menos como siempre y que la tecnología nos salvará.
Hay un montón de formas de hacernos trampas a este solitario. Una de las más burdas es descontar el CO2 que supuestamente, quizá, quizá no, absorberán una serie de tecnologías que aún no están listas. Hay muchas variaciones sobre esto, y resultan en un festival de tecno-optimismo climático en los congresos científicos. Dispersos por todo tipo de campos de investigación, mucha gente está presentando resultados muy prometedores, que podrían, en principio, en algún momento, jugar un papel positivo en el cambio climático. O no, claro. Todo merece más atención y más fondos. Como lo “Quantum”, todo lo “Climático” atrae financiación. Algunas de estas promesas son simplemente ciencia básica, meritoria pero de aplicación incierta, y seguro que no a corto plazo. Y en concreto, las que se refieren a la absorción y fijación a gran escala de CO2, que es en lo que se basan las cuentas para restar CO2 y así poder seguir sumándolo, son poco más que una ingeniería sin una base científica sólida. Trampas y engaños para evitar dejar de des-terraformar nuestra casa, hoy, ya.
Otra forma más sutil de hacernos trampas es dar el mismo valor de “carbono fijado” a una plantación de árboles nuevos que al carbón que lleva cientos de millones de años enterrado y que, si lo dejamos estar, bien puede seguir cientos de millones de años enterrado. Si hablamos del coste oculto de la nuclear y recordamos lo incalculable que es mantener en condiciones de seguridad los residuos radiactivos durante muchos miles de años, ¿hablamos de lo que cuesta asegurarnos de que se mantenga intacto un bosque durante millones de años? O, incluso, ¿y hasta final de siglo? ¿Quién es capaz de garantizar que la madera de un bosque que se plante este año y que se contabilice como fijación de carbono que compensa emisiones va a seguir intacta en 2100?
Vale, pero olvidándonos de ese coste, ¿cuántos bosques caben en el mundo? ¿Los vamos a hacer de varios pisos?
Para hacernos una idea del creciente volumen de bosque que necesitaríamos para seguir quemando gas, carbón y petróleo y a la vez mantener el CO2 a raya, vamos a pensar en cómo se fijó el carbono, a escala masiva, dando lugar a lo que ahora llamamos “combustibles fósiles”. Como estamos des-fijando el carbono, digamos que queremos imitar este proceso con el que se fijó, para compensar. ¿Cómo lo haríamos? Plantamos árboles, plantas, helechos, lo mismo nos da. Cuando han crecido lo bastante, los talamos, tratamos de evitar que sean digeridos por el resto de la biomasa, los retiramos y les damos una forma química estable, abiótica. Metano o carbón, por ejemplo. Casi mejor lo segundo, porque aunque encontramos bolsas de gas en el subsuelo, siempre será más estable un sólido. Mientras hacemos la siguiente ronda de plantar vegetales, acumulamos el carbón fijado en una gran pila, y cuando tengamos bastante, cavamos un hoyo, y lo enterramos. Y volvemos con otro ciclo, y otro, y otro. ¿Cuánto tardaron en generarse los depósitos de “combustibles fósiles”? Realistamente, ¿pensamos que vamos a ser capaces de dedicar el esfuerzo necesario para hacerlo mucho más rápido? ¿Cuánto más rápido, uno, dos órdenes de magnitud? Sigue siendo una tarea larga, y cara. ¿No será mucho más barato, en comparación, dejar de quemar el carbón (el petróleo, el gas) que ya está fijo y enterradito bajo el suelo? “¡Lo primero, no des-terraformar!”
Hay muchas variaciones imaginables, y propuestas, de estas estrategias de fijación de carbono, y todas fallan en la escala. Emplear energía solar para fijar químicamente el CO2 de la atmósfera, directamente. Fijémonos en que aquí el margen de mejora tecnológica es limitado. No parece posible mejorar 3000 millones de años de evolución para hacer más energéticamente eficiente la fotosíntesis. O, si acaso es posible en principio, no parece sensato apostar a que lo vamos a conseguir en los próximos años.
Recordemos que fijar CO2 no es un resultado colateral ni accidental del ciclo vital de las plantas,sino que es de donde sacan su biomasa. En algunos aspectos, por ejemplo en la fijación de nitrógeno, la industria química aún está lejos de tener el proceso tan optimizado como los vegetales. De nuevo, la esperanza de llegar a la escala que necesitamos en un plazo de una generación o menos no es esperanza, es autoengaño. Y no tenemos una generación de margen, claro. Las consecuencias devastadoras del cambio climático ya han empezado a llegar.
Una estrategia que, al menos en el -por lo demás recomendable- juego half earth socialism se presenta como la ganadora: el BECCS. Generar biomasa y quemarla para obtener energía, pero fijar todo el CO2 generado. Más eficiente que la anterior, porque el CO2 tras la combustión es muy abundante mientras que en la atmósfera está muy diluido. Es una acepción de “fijar” un poco floja, claro, porque si el carbono lo fijásemos bien, en forma de carbón, apenas le podríamos sacar rendimiento energético a la biomasa. Esto es de lo que va el biochar. El BECCS juega con un “fijar” de forma similar a como “aseguramos” los residuos nucleares: apostar a que va a ir bien a medio plazo, pero con riesgo.
Con esta apuesta, o algo similar, y haciendo un esfuerzo notable durante generaciones, podríamos devolver el CO2 de la atmósfera a sus niveles preindustriales, o al menos a niveles comparables a los actuales. ¿Y por qué es creíble que salga a cuenta ese esfuerzo intenso y a largo plazo? No porque vaya a ser barato precisamente, sino porque tener el clima desbocado es más caro, y vamos a estar pagando ese precio de forma continua hasta que reparemos el daño, si es que es siquiera posible después de desestabilizarse el clima. De hecho, fijar carbono hasta volver a los niveles de CO2 preindustriales no garantiza volver al holoceno, y menos garantías tendremos cuanto más dejemos que avance el descalabro. La reparación climática será, si acaso, una terapia a muy largo plazo. Lo que no seguro que no puede ser a estas alturas es una medicación de rescate. La medicación de rescate, la única intervención inmediata, es: “¡Lo primero, no des-terraformar!”
Para cerrar, hay que puntualizar que sólo podemos considerar al actual enfoque para limitar o revertir el cambio climático “autoengaño” y “hacernos trampas al solitario” si nos creemos que toda la Humanidad está jugando al mismo juego y en igualdad de condiciones. No es así: hay una mayoría que sufre mucho más dramáticamente el cambio climático y una minoría que, de momento, tiene el privilegio de esquivar sus peores efectos. Coincide que el segundo grupo tiene mucho más poder en la toma de decisiones, y más capacidad para influir en la opinión pública. Si consideramos que es este segundo grupo quien nos engaña y quien nos está haciendo trampas en un tema que no solo afecta a nuestras vidas sino también a la de varias generaciones de nuestros descendientes, lo legítimo es la autodefensa. Para empezar y como mínimo, la autodefensa intelectual, como el presente artículo.
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