Opinión
¿Seguro que es Almeida el idiota?
El alcalde de Madrid, “nuestro alcalde” como lo definió cariñosa y corporativamente Telemadrid en su twitter, exhibía el sábado sus capacidades comunicativas y la profundidad de su concepción del mundo y visión política. Su público: un grupo de niñas y niños de 10 años. En sus expresiones de incredulidad hay un diagnóstico que trasciende al mismo Almeida.
El sábado por la tarde en la televisión pública madrileña sucedió algo de lo que aún nos estamos recuperando. El alcalde de Madrid, “nuestro alcalde” como lo definió cariñosa y corporativamente Telemadrid en su twitter, exhibió sus capacidades comunicativas y la profundidad de su concepción del mundo y visión política. Su público: un grupo de niñas y niños de 10 años. En sus expresiones de incredulidad se podía leer un diagnóstico de la situación actual ya no del consistorio o de la ciudad. Allí escrito en los ojos de aquella niña que miraba alucinada, en el gesto de aquel peque que ya no sabía hacia dónde mirar, había un diagnóstico que trascendía al mismo Almeida.
Podría deleitarme en diseccionar irónicamente cada una de las chorradas que soltó por su alcaldesca boca, chapotear en la inconsistencia de sus razonamientos, retozar en la simpleza de su oratoria, buscar refugio en las miradas consternadas de esas niñas y niños y consuelo en sus “¿¿¿Qué???” Y sus “Peroooooooo…..”, y en realidad ya he hecho todo eso, como todos. Pero lo que queda después, lo que sedimenta cuando se retira la ola de cuasi cómico escándalo, es la vergüenza, y no es (solo) ajena.
Pensar que el otro es idiota, sea o no ajustado a la realidad, y centrar en eso nuestros discursos y alegatos, oculta lo que esa gente hace por detrás o posibilita
Almeida no es solo un ser un tanto ridículo que nos ameniza las tardes en twitter y nos hace sentir alivio por no ser de los que le votan. Pensar que el otro es idiota, sea o no ajustado a la realidad, y centrar en eso nuestros discursos y alegatos, oculta lo que esa gente hace o posibilita, nos hace sentir listas cuando las panolis acabamos siendo nosotras. El “tonto” de Almeida preside un consistorio que no solo está dando la batalla cultural sino que la está ganando, quizás no en el campo de las ideas, pero sí en el de los hechos: cierran la radio municipal, salivan organizando el inevitable desalojo de la Ingobernable, deciden volver a llenar Madrid de coches, se cargan toda actividad cultural que no se ajuste a su relato del mundo. Reírnos de él y sus torpezas quizás nos consuele de haber sido incapaces de salvar aunque sea los muebles.
Otra ilustre idiota era Esperanza Aguirre, lo que nos reímos de ella en los noventa, ¿os acordáis? Era tan torpe, tan inconsistente en su rol de ministra de cultura. ¡Si pensaba que Sara Mago era una pintora o algo así! Hasta era tierna de tan idiota. En fin, no sabemos si albergaba una inteligencia particularmente maquiavélica o una falta de escrúpulos visionaria, pero allí ella, tan incompetente, tan llegada a la presidencia de la Comunidad de Madrid por accidente (con el Tamayazo del que, como de todo, se dejó de hablar demasiado pronto) afianzó con mucha competencia un sistema de expolio de lo público, privatización de la educación y la sanidad, paraíso de los conciertos —no de los musicales sino de los de sacar sabroso lucro de las necesidades de la población.
Otra imbécil de carrera meteórica es nuestra Díaz Ayuso, gran animadora de la última campaña electoral cuyas metidas de pata eran una delicia para los medios, los twitteros de meme ágil, y los grupos de wassap. Parecía imposible pero lo consiguió, ahora es una señora presidenta. Una que ha recuperado a toda la inteligentsia privatizadora no vaya a ser que a final de legislatura quede una calle sin su colegio concertado, o un madrileño sin ganas de pasarse a la sanidad privada a base de listas de espera y disminución de camas.
¿Te acuerdas de esa alcaldesa tan inútil que vendió el parque de vivienda pública a fondos de inversión?
Y es que cada vez que llega alguien poco brillante a ocupar algún cargo soltamos siempre el mismo chascarrillo: qué democráticos somos, si X ha llegado a tal lugar es que cualquiera puede hacerlo (jaja, cuánta brillantez, cuánta fina ironía destilamos). ¿Te acuerdas de esa alcaldesa tan inútil que vendió el parque de vivienda pública a fondos de inversión? ¿Te acuerdas de esa ministra de trabajo tan cortita bajo cuyo mandato la precarización acabó de convertirse en normalidad? ¿Te acuerdas de ese pánfilo presidente que dirigió un gobierno que criminalizó la protesta con una ley infame aún vigente? ¿Y de esos fornidos policías que hace dos años desembarcaron en Barcelona en un transatlántico adornado con una gran dibujo de piolín?, qué cosa tan hilarante…
En plena emergencia climática en Madrid el consistorio se divierte metiendo y sacando cochecitos de la ciudad según soplen los vientos. En la Comunidad de Madrid la derecha se apresta a terminar su obra, no contentos de las cifras de desigualdad y segregación con la que rompen todos los rankings, han decidido profundizar el modelo pues la verdad es que genera mucha prosperidad (para ellos mismos). La criminalización del referéndum sigue su curso en discursos políticos, debates mediáticos y condenas penales. Todo esto pasa cada vez enfrentando menos resistencia, con las calles más vacías y la indignación más volátil. Todo esto pasa mientras nos echamos unas risas con los idiotas.
Pero si ellos, los que están ganando la partida, son idiotas. Nosotros y nosotras ¿qué somos?
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