Periodismo
Liliana Viola: “Decido pensar que no todo está perdido”
Hay nombres que están cargados de país. Martha Pelloni es uno de ellos. Religiosa, educadora, símbolo de una época y de una lucha que no acaba, su figura se teje junto a buena parte de la historia reciente de Argentina. La hermana, investigación periodística de la “cronista de escritorio” Liliana Viola con la que ha ganado el sexto Premio Anagrama de Crónica, reconecta con la trayectoria de la monja y, al mismo tiempo, levanta un retrato que también es un espejo: el de una sociedad que oscila entre la devoción y el descrédito, la fe y la desconfianza, y la necesidad de justicia y el miedo a nombrar. Viola no se limita a seguir la vida de Pelloni: interroga la relación entre religión y feminismo, el poder y sus grietas, la voz y el silencio. Y también se expone desde su escritorio de editora experimentada, también desde la duda, acaso desde una fe perdida o una admiración que jamás se vuelve complacencia.
¿Cómo estás después de las últimas elecciones?
Mal. Mal, pero muy mal. Nos sorprendió tremendamente. Teníamos la convicción de que iba a perder porque el sentido común te dice “es corrupto, tiene candidatos corruptos, tiene la economía que se le está yendo de las manos, es de una crueldad insostenible…”. Bueno, ganó porque lo ayuda Trump y este dijo: “Si ustedes no lo votan [a Milei], esto se va a la mierda”. Y de pronto nos hemos convertido en súbditos a todo nivel. Pero bueno, qué alegría, hoy me van a hacer una entrevista y voy a hablar de otra cosa…
Era inevitable mencionarlo. La barbarie parecía inalcanzable y nos alcanzó.
Sí. Diría que estamos viendo cómo el estupor se convierte en algo que en el libro es una constante, que es saber escuchar, y no simplemente saber escuchar al que está votando, sino también los problemas que hay en la oferta electoral en la Argentina y en cómo se tramita hoy la idea del horror, de la crueldad como algo que se pueda pasar por alto. Pero también es tiempo de no dejar nuestros trabajos y nuestras alegrías. Porque lo que está también provocando este estado de la cuestión es que todas las personas que nos horrorizamos ante la crueldad, la incoherencia y la corrupción empezamos a dudar de nuestro trabajo, de para qué sirve lo que hago. Y creo que ese es el mayor daño que tenemos que sobrepasar. Negarnos a eso y reconocer que lo que hemos estado haciendo mal o bien, pero es lo que somos. Siento esto como una crisis de identidad total.
Esa imposibilidad real mía de movilizarme, de hacer muchas entrevistas, de tener un cuerpo a cuerpo, me permitió construir esa figura de la cronista de escritorio un poco torpe, un poco dudosa, pero que sobre todo intenta paliar toda esa falta de cuerpo con asociaciones teóricas o transversales
¿Qué parte de la historia de Martha Pelloni te convocó? Te autodenominas cronista de escritorio, pero algo te tuvo que levantar de la silla para ir y escribir. ¿Qué fue?
Me parece que tenemos que contar el presente desde la pandemia, lo que significó para nuestros cerebros, nuestro modo de vivir y luego el golpe fulminante que ha sido para la Argentina, y particularmente para mí y para mis amigas y amigos, este gobierno de la crueldad de Milei que, de algún modo, uno de los efectos más subjetivos, el de no saber cómo responder, qué decir, hacer un artículo, decir algo inteligente, que me aplaudan los míos, responder a la agenda. Y eso ha provocado en mí una parálisis. Pasé de escribir asiduamente y en pandemia dejé de trabajar en el diario [Página/12] donde editaba el suplemento de diversidad sexual [“Soy”] y qué iba a poner, ¿posteos en Instagram? Entonces dentro de esa parálisis generalizada, aparece esta investigación que yo tenía dormida hace mucho tiempo y me pareció y me sigue pareciendo —ahora me lo parece más, porque en ese momento fue intuitivo—, un modo de darle vida a algo que comienza en la década del 90, que no por casualidad tengamos un presidente que nos propone volver a eso, y que no termina aún, con casos aberrantes de robo de bebés, de venta de niños, de trabajo esclavizado, etcétera, sobre todo en las provincias argentinas. Hoy me parece que fue un modo de salir de esta inercia, de no saber qué hacer.
Es decir, una posibilidad de concentrarme en darle vida e interés a una serie de aberraciones y de casos que no son parte de este gobierno necesariamente, sino que vienen desde antes, a los cuales no les hemos prestado atención. Fue eso, un desvío para despertar de esta confusión en la que me encontraba como ciudadana y como periodista. Otra segunda razón es que en las bases [del premio Crónica de Anagrama] pedían que la crónica rompiera de algún modo con lo que se supone que es la crónica. Y entonces esa imposibilidad real mía de movilizarme, de hacer muchas entrevistas, de tener un cuerpo a cuerpo, me permitió construir esa figura de la cronista de escritorio un poco torpe, un poco dudosa, pero que sobre todo intenta paliar toda esa falta de cuerpo con asociaciones teóricas o transversales. Me pareció que a eso le llamo de escritorio, a agarrar todo lo que tengo en la mesa.
¿Qué fue lo más difícil de escribir?
Lo más difícil —y por eso estuvo dormido este archivo durante más de diez años—, es cómo encarar lo cruento y sangriento y horroroso de los casos en los que la hermana Pelloni ha intervenido: ritos satánicos, descuartizamiento de niños, robo de bebés... No sé, me parecía que corría el gran peligro de hacer una suerte de true crime. Alejarme de eso fue lo más difícil, cómo hacer para mostrar los casos sin dar tantos detalles como yo sí he leído y a su vez que tengan el impacto que deben tener para que sean lo que son. Eso fue lo más difícil y lo que me tuvo paralizada durante tanto tiempo también.
¿Cómo jugaste con esos límites?
Yo me considero más una editora que una periodista. Y en este caso yo trabajé con textos de otros, muchas notas de periodistas de provincias que sí estuvieron ahí y que cito en el libro, muchas conversaciones con la hermana, obviamente, y luego todo pasó por mi pluma. Te diría que elegí como editora lo que yo era capaz de leer como lectora para entender esta historia.
¿Cómo manejaste la tensión de no dejar que tu admiración por ella te nublara, pero tampoco el peso ni la responsabilidad de la Iglesia. ¿Cómo ser justa con todo?
En Argentina lo primero que me dicen es: “Lo último que habría pensado es que vos ibas a escribir un libro sobre una monja”, más dirigiendo durante tantos años un suplemento de diversidad sexual y justamente toda una comunidad contra la cual la Iglesia ha sido muy virulenta… Pero realmente es hora de escuchar a las personas. No a todas, por supuesto. No tengo ganas de escuchar a la extrema derecha. Me interesaba que ella tuviera un hábito y que perteneciera a la Iglesia, pero eso no me podía cegar en relación a cosas que realmente hace, aunque represente a una institución con la cual yo no estoy de acuerdo, todavía menos olvidar el papel de la Iglesia en dictadura y que fue de las primeras en usar el latiguillo de ideología de género, ese concepto ridículo y macabro. Eso yo lo tengo en cuenta. Admiro lo que Pelloni hace, y no es la única en estos trabajos humanitarios, pero también pienso que cumple con su deber, es decir, con los deberes que al meterte en una institución como esa, se tienen, una serie de promesas para con la humanidad. Ella las cumple.
No sé si consideraste que no se había hablado lo suficiente o con un enfoque radicalmente novedoso de Martha Pelloni.
No, no, había entrevistas sueltas, notas al hilo de los sucesos. Ella es una monja que se vuelve mediática en los 90 porque es la voz cantante del movimiento por María Soledad durante diez años (porque esto ocurrió en los 90, pero el juicio tardó muchísimo, por lo tanto, ella no paraba de salir en televisión). Se convirtió en alguien muy capacitada para las cámaras. En parte, eso hizo también que el caso cobrara importancia: su cara, su bello rostro, su modo de hablar amable, pero dando nombres y señalando a los culpables.
Como dice ella en una de tus entrevistas: “Frontal, nunca hiriente”.
Exacto. Frontal, nunca hiriente, pero frontal. Y eso la vuelve un personaje mediático. Y cada vez que ocurre [un caso así], ella llama a la prensa y lo cuenta. Entonces es verdad que hay muchísimas entrevistas a ella, pero lo que justamente me había encontrado con una indiferencia en los relatos. Es decir, yo misma había visto cada una de las veces que aparece la monja en la tele, la miro, digo “uy, ¡qué horror!” y me olvido. Sin duda, no ha habido hasta ahora alguien que haya hecho el foco en toda una historia. Le han preguntado cosas sobre sus creencias, sobre su infancia. Casi todo lo que cuento ya lo ha contado antes, pero me pareció que era el momento de reunirlo, tratando de no convertirla en una superheroína.
Me pregunto cómo se entrecruzan en tu mente el personaje de ella y el feminismo.
Bueno, entro al mundo de la Iglesia con todos mis saberes y prejuicios y me encuentro con una hermana que, sin duda, es feminista. Sin duda lo es. Es decir, es una monja que encabeza las Marchas de Silencio de la década del 90 junto con las estudiantes de 17 años de su colegio. Eso es algo completamente impensado para una madre superiora o directora de un colegio católico, que hace cuatro meses la acaban de mandar ahí. Lo que hizo ella es un gesto completamente feminista: escuchar a las niñas y dar la cara. Y de hacerlo en silencio, que también es algo que Josefina Ludmer, una gran crítica literaria argentina, denominaba las tretas del débil. No, no siempre el débil tiene que salir a la calle a marchar o si no hace algo tremendamente estrepitoso, como el #MeToo, por ejemplo, deja de tener su fuerza, ¿no?
Ella usó la fuerza de la debilidad y con la debilidad fue mucho más fuerte que con un estruendo o un banderazo. Y luego también me encontré con alguien que, dentro de la Iglesia, defiende la educación sexual, por ejemplo, que la Iglesia la condena, habla abiertamente del machismo dentro de la institución, que según ella es más fuerte que en la sociedad, habla del lugar de los curas en su carrera hacia el poder, se ocupa de dar ella misma educación sexual y de por ejemplo, el uso de preservativos. Es decir, hay un montón de decisiones que son inclaudicables que pertenecen al feminismo.
Te he leído que en vuestros encuentros la hermana nombró gente que preferiste excluir del libro. Volvemos a los límites. ¿Cómo lo gestionaste?
Sí, la hermana es una máquina de tirar nombres constantemente. No solo me los dijo a mí, no es que yo tenga unos nombres secretos, sino que tampoco puse otros que ha dicho en todas las entrevistas que le hacen. Ella tiene una lucha, yo tengo otra. La mía es literaria, y la verdad es que no puse algunos no para proteger a nadie, sino para protegerme a mí de posibles juicios, sinceramente. Me pareció que el libro tiene la misma fuerza. También pensemos que el exceso de nombres, por el estilo, era insoportable, y también muy engorroso hablar de gente que nadie sabe quién es, ni en Argentina. Hay una tercera cosa que quiero agregar que yo no la sentí, pero que me parece muy interesante, y es que este año se han cumplido 35 años del caso María Soledad y siempre volvemos a él, y es rarísimo que se vuelva a un crimen tantos años después. Pues bien, quienes han trabajado tanto en un documental como en seguir buscando información y han vuelto a Catamarca, donde ocurrió, hablan del terror que se siente hablar de ese tema allí. Sigue vivo y sigue generando miedo en quienes van a investigar.
¿Se ha transformado el símbolo de la Pelloni desde que empezaste a tomar notas de esta historia hasta hoy?
No, no. Ni siquiera desde que empecé te diría. Marta Pelloni era desconocida en México, en España, afuera, digamos. El libro ha provocado una lectura de una realidad argentina y de Pelloni como personaje fuera del país, dentro ella sigue siendo “la monja del caso María Soledad”, a pesar de que aparezca periódicamente hablando de otros casos durante estos años. Por eso cuando desaparece un niño decimos “¿y usted qué piensa? ¿dónde puede estar?”. Tiene un gran saber de cómo actúa la criminalidad, pero yo no creo que este libro modifique nada, porque son cosas que la gente sabe y olvida. En todo caso, lo que ocurre es que muchas personas quieren leer, porque sobre el caso María Soledad porque nos marcó como sociedad. Es un hito que quedó en la memoria.
Llegamos a una palabra rural y minoritaria pero muy importante en el libro. Estoy hablando, por supuesto, del sapucai. ¿Qué onda el sapucai en Argentina? ¿qué onda el sapucai para ti?
Sí, totalmente. Es algo absolutamente pequeño, importantísimo, pero de una lengua rural y muy focalizada en una zona de la Argentina. No tengo a nadie cerca que grite sapucai, ni yo tampoco. Por ahí lo conocí porque mi madre nos hacía escuchar canciones folclóricas y entonces, en el medio de algún chamamé, aparece ese grito característico de los trabajadores, en realidad, de los cantores de la provincia de Corrientes, de la zona del litoral. De hecho, yo quería que el libro se llamara Nadie sabe qué es un sapucai hasta que lo grita, pero realmente como es tan local, seguramente iba a dificultar la vida del libro. El sapucai es es la definición de todo lo que intento poner en el texto. Por un lado, la voz particular de zonas de un país que el país niega o no reconoce, o no escucha. Segundo, porque si no lo gritás no lo conocés, si no estás ahí. Y creo que eso es lo que consigue de algún modo la hermana, por más rubia, por más monja, por más culta que sea, ella consigue acompañar o estar casi en la garganta del sapucai de los demás. Y también porque es justamente lo contrario de las marchas de silencio. El sapucai es un grito que sale de las entrañas y se escucha como cuenta el militar en el libro: ayuda a salvar soldados perdidos en la inmensidad y en el frío de Malvinas. Y me pareció que, como estaba hablando de horrores que suceden, sobre todo, fuera de la ciudad de Buenos Aires, era importante encontrar y revalorizar la metáfora de esa palabra.
¿Qué otras personas/colectivos o resistencias crees que simbolizan el sapucai hoy en día en Argentina?
No sé si representan un grito tan genuino y poderoso como es el sapucai, pero sin duda hay muchísimas organizaciones no gubernamentales que trabajan con sinceridad y constancia. Las Abuelas de Plaza de Mayo, que con su búsqueda incesante lograron la recuperación de más de un centenar de personas que fueron robadas durante la dictadura por los militares. La Alameda, surgida en la crisis de 2001, que lucha contra la trata de personas, el trabajo esclavo, la explotación infantil, el proxenetismo y el narcotráfico y delitos ambientales. El colectivo Yo No Fui, que se ocupa de personas que hayan pasado por la cárcel. Trabajan desde hace 21 años y han creado Escuela de Formación en Artes, Oficios y Experimentación Política, con talleres dentro y fuera de las unidades penales; una Cooperativa de Trabajo con distintas unidades productivas; una Editorial autogestionada y Centro de Estética y Cuidados Colectivos.
Me emocionó lo del sapucai. Volvamos a él, por favor.
[Intenta sacar de su cuerpo un sapucai] Pero entonces están bailando y qué sé yo, de repente [alza la voz] y puede ser de alegría o de odio o de lo que fuera, pero en general es eso, pertenencia. Los hombres y las mujeres lo gritan.
Hace 35 años no podía hablar por teléfono con una persona sin escribirme qué es lo que le tenía que decir. Me daba taquicardia
Cuéntame sobre la cronista de escritorio. ¿Qué pasó con ese espacio, ha mutado?
Está más relacionado con una historia personal que va mutando, afortunadamente. Hace 35 años no podía hablar por teléfono con una persona sin escribirme qué es lo que le tenía que decir. Me daba taquicardia. La llegada de internet me permitió dirigir un suplemento porque yo me comunicaba escribiendo con los colaboradores, y a muchos de ellos jamás les vi la cara. Nunca lo consideré una patología, siempre pensé “bueno, yo soy así, no puedo hacer esto”.
[De hecho, tras un tiempo en España, Viola regresa a Argentina y convence a una editorial importante de hacer un libro sobre la vocación. Se trataba de una serie de entrevistas a personajes famosos de los años 90, entre ellos, Martha Pelloni. Dice que le dieron muy buena plata para la investigación, pero cuando fue a empezar, se dio cuenta de que era incapaz de hacerle una entrevista a nadie. Así que le pide a otra persona, mucho más cararrota que ella, que lo haga, dándole las preguntas, editándolo todo después].
Luego, efectivamente hablé con la monja y le llevé el libro y ya le hago chistes y soy bastante cararrota en lo que le digo. Quiero decir, hay una mutación que no está asociada simplemente con el libro. No sé a qué más llegaré.
Los funerales de internet me interesan mucho, el modo en que la gente se despide y le habla a un muerto en la red es algo que me genera espanto y curiosidad
Me gustaría saber en qué estás trabajando ahora. Y también si hay alguna cosa de la que has tirado del hilo después de haber escrito el libro.
Sí, estoy como en duda. Puede ser que tire del hilo, pero ando investigando por el momento. Por un lado, el tema de las creencias contemporáneas. Y algo de un libro que hice hace muchos años que, en realidad, era una antología de testamentos de personajes famosos. Y entonces, mezclando esto de las creencias contemporáneas, qué influencia tienen en nuestro modo de ser y de pensar y la relación que tenemos con la muerte. El testamento es un texto que me apasiona porque es una de las estrategias que tenemos y que rechazamos de tener algún poder y alguna acción luego de morir. Entonces esta relación entre la muerte, el poder luego de la muerte. Los funerales de internet también me interesan mucho, el modo en que la gente se despide y le habla a un muerto en la red es algo que me genera espanto y curiosidad. Estoy investigando por ese lado. Mientras, me ocupo de la edición de la obra de Aurora Venturini, así que estoy muy enfocada en eso, que me lleva un montón de trabajo.
Cuéntame sobre la analogía que haces sobre la importancia o no de los números, y relacionas la cifra de las personas desaparecidas en la última dictadura con la de las Marchas del Silencio. ¿Cómo y por qué se te ocurre meter ahí esa idea?
Sí, se me ocurrió porque los números, si bien son lo más estadístico y matemático que tenemos a disposición, terminan siendo lo más simbólico. Entonces siempre hay una discusión: si fueron 80 marchas del silencio, 100 o 70, qué se considera una marcha o no, si fue en Catamarca, si fue en otro lado… Y la madre de todas esas discusiones o el padre, si querés, es la discusión sobre el tema de los desaparecidos, que si son 30.000 o son 8.000. Yo no tengo dudas de que 30.000 es un número simbólico, porque justamente están desaparecidos, hay mucha gente que no aparece. En el libro de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), en el que aparecen 8.000 que sí están certificados, faltan por ejemplo las niñas y niños robados, que podríamos decir de algún modo que son un coletazo de esa horrible desaparición. También falta la gente que no saltó a decir “tengo un hijo desaparecido”. Hay muchísima gente que no lo dijo. 30.000 fue un número que la militancia decidió poner y es un número respetable que no tiene nada que ver con la matemática, sí tiene que ver con la potencia del horror y discutir el número de marchas, que es una discusión muchísimo menor —ya solo la idea de discutir si fueron 80 u 82—, me parece que tiene justamente una intención de desviar la profundidad de lo que se está hablando con un propósito negacionista.
Hoy, ante una pareja de lesbianas, no hay la misma mirada que había hace diez años; una mujer que es abusada, maltratada por su marido o un marido que no paga pensión de sus niños, no tiene la misma mirada social de hombres y de mujeres que tenía antes
Este libro, aunque es un perfil, teje parte de la historia argentina contemporánea. ¿Cómo percibes que, después de décadas de memoria histórica, reconocida y con posicionamientos claros, figuras con propuestas opuestas no solo ocupen el poder desde hace año y medio, sino que recientemente hayan visto incrementado su apoyo electoral?
Yo ahí podría responder solo con lo que aparece en el final del libro, que es cuando le pregunto [a Martha] por qué sonríe y contesta “porque pienso que no está todo perdido”. Decido pensar que no está todo perdido, que el trabajo del feminismo no fue un trabajo en vano. Se nos está pretendiendo culpar de todos los males, y creo que muchas luminosidades, muchas aperturas mentales, que tanto el feminismo como otros activismos pudieron expandir por la sociedad, por más que haya leyes que vayan para atrás, por más que haya una crueldad increíble desde este gobierno y que él sea votado por una mayoría, hay cosas que en la vida cotidiana se han modificado. Hoy, ante una pareja de lesbianas, no hay la misma mirada que había hace diez años; una mujer que es abusada, maltratada por su marido o un marido que no paga pensión de sus niños, no tiene la misma mirada social de hombres y de mujeres que tenía antes. Me parece que debemos aferrarnos a que hay un montón de micropolíticas y microsituaciones que han cambiado, que no van a volver atrás. Porque la verdad es que nos dan más felicidad y bueno, hay que seguir luchando.
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