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Periodismo
Maruja Torres: “En la izquierda tenemos afición por automutilarnos”
Maruja Torres (El Raval, Barcelona, 1943) comenzó en el periodismo con 21 años y desde entonces es una referencia indiscutible por su mirada aguda e independiente. Escribió en publicaciones míticas como Fotogramas o La Calle, pero la mayor parte de su trayectoria profesional estuvo ligada al diario El País. Ganadora de los premios Planeta y Nadal, es autora de casi una veintena de libros. Entre su larga lista de personajes entrevistados están Patricia Highsmith o John Le Carré. Se declara políticamente “socialdemócrata radical” y en la actualidad colabora con una columna en la Cadena SER. Muy activa en redes sociales, ha publicado recientemente Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo (Temas de hoy, 2024).
El encuentro es en un amplio bar del centro de Madrid, un local con solera que mantiene costumbres ya casi desaparecidas. Los camareros llevan chaquetilla blanca y el lugar tiene entre otras virtudes a disposición de la clientela la prensa impresa. Es un mediodía de otoño y el sol se cuela con fuerza por las ventanas. Maruja Torres mezcla cotidianidad y actualidad política desde el momento en que nos sentamos: “Desde que aprendí a beber no tengo resaca”. Y añade: “Si tuviera que beber licor de hierbas y cosas de esas dulces sería más abstemia que un juez, bueno un juez de ahora no sé, porqué parece que vayan borrachos todos”. En el interior de la cervecería apenas hay siete clientes contando con nosotros y el fotógrafo, al que el encargado de la barra previa consulta concede libertad de movimientos y acción.
Desde hace unos años vives en Madrid.
Tengo la sensación de estar en el Berlín de los años 30 pero a lo hortera. Me gustaría ser la corresponsal del Frankfurter Allgemeine en Madrid o mejor ser joven y bailar locamente, como se bailó en Berlín antes de la llegada de los nazis.
Casa Leopoldo, la casa de comidas del Raval barcelonés ha vuelto a abrir. En la actual carta hay una foto tuya, otra de Manuel Vázquez Montalbán, también Rosa Regás, Terenci Moix...
La han convertido en una especie de Chicote. Aquello era un sitio en el que si te iba bien se comían muchas cosas y muy rápido, porque era muy fresco, muy del momento. Ahora no tiene eso, es otra cosa. Me gusta volver de vez en cuando a Barcelona, pero a los siete días ya no sé qué hacer. Madrid está más divertido, entre otras cosas por tener la sensación de estar más cerca una catástrofe inminente. Lo que ocurre es que ahora se cargan los sitios invirtiendo en ellos y haciendo una especie de platós televisivos sin personalidad. Por los panfletos que he visto de Casa Leopoldo, han hecho algo así.
![Maruja Torres - 1](/uploads/fotos/r2000/55a1bf5c/2G0A8769%20copia.jpg?v=63904340906)
¿Qué pensarían Montalbán y compañía?
No sé qué pensarían ellos de salir con su cara en la carta, no puedo decir “me alegro de que estéis muertos”, pero sí “me alegro de que no veáis esto”.
En tu último libro, Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo, parece que les estás contando a tus amigos lo que no han visto.
Sí, es verdad, pero en realidad me dirijo también a mí y me dirijo al público en general. No es que yo esté en plan abuela cebolleta, estoy en cosas buenas y tengo amigos jóvenes. Cuando digo jóvenes quiero decir que todavía están en edades interesantes.
El Me Too fue bien como trompetazo, pero ha evolucionado regular, el problema en esto, como en todo, lo tenemos en la masa no pensante
Hay una escena en la película La última noche de Boris Grushenko ambientada en la guerra de Napoleón en Rusia, en la que el protagonista (Woody Allen) es desafiado en la ópera por un aristócrata que le dice: “Usted es el joven cobarde del que todo Moscú habla”. Y Boris (Allen) responde: “¡No tan joven!”.
Le debemos mucho a Woody Allen. Yo lo siento, pero creo que Mia Farrow es muy malvada, tengo la profunda convicción de que fue educada por extremistas católicos. Se casó primero con Frank Sinatra, luego le puso los cuernos liándose con todo el mundo cuando iba de monja recatada. Si Woody Allen hubiera hecho eso de lo que le acusó —que también te digo que él es un gilipollas como muchos tíos—, si fuera un pederasta, se sabría, habrían salido más casos. Pero yo agradezco mucho su cine y separo su obra, porque si no no podría ir a la iglesia de San Francesco en Roma o me sacaría los ojos delante de Caravaggio. Es verdad que se me hace muy difícil ver una escena de Louis C.K subiéndose la bragueta al salir del baño en una serie, en ese momento sí pienso en el tío que obligaba a las actrices a que dejaran que se masturbase delante de ellas. Y hay más y peor, el caso de los empresarios de Murcia o el caso de Gisèle Pericot en Francia son la punta del iceberg de la impunidad salvaje que hay en torno al machismo. El Me Too fue bien como trompetazo, pero ha evolucionado regular, el problema en esto, como en todo, lo tenemos en la masa no pensante.
En tu anterior libro autobiográfico, Diez veces siete (Planeta 2014), se vivía un momento de subidón feminista porque se había logrado torcer el brazo del ministro Gallardón y su intención de limitar más la Ley del Aborto.
Fue cuando las mayores venían de Asturias en tren y miles de mujeres jóvenes las recibían en Atocha. Aquello fue emocionantísimo. Yo no creo que el feminismo haya retrocedido, le ha pasado lo que a la izquierda, que es distinto, se ha atrofiado. En los años 70 ya era así, tenemos esa afición por automutilarnos.
Cuando surgió Podemos y estaban en pleno apogeo recuerdo que en una entrevista decías que tenías “confianza condicional” por ellos. ¿Qué ha pasado en esta década?
Hemos cambiado mucho, entonces no se oían tanto los gritos de la derecha. En la izquierda el problema han sido los egos. Ya en el segundo Vistalegre alguien me dijo: “Esto ya no es eso”. Es curioso cómo se ha venido traicionando todo lo que pasó en un principio.
Avanzamos mucho tecnológicamente, pero siempre estamos en el mismo sitio: con unos pocos que quieren ir para adelante y otros muchos que quieren ir para atrás
¿Por qué el género humano tiene esa pulsión que decías antes de “automutilación”?
Porque yo creo que es el más malo de todos los géneros. Estoy convencida, te lo digo desde la altura de mis 81 años y varios meses. Avanzamos mucho tecnológicamente, pero siempre estamos en el mismo sitio: con unos pocos que quieren ir para adelante y otros muchos que quieren ir para atrás. Y España está volviendo a cuando se cargaron la ilustración, a ese país rancio, solo que con mucha tecnología, buenos hoteles...
El negocio a toda costa, pasando por encima de todo.
Claro, es que no hay nada más: capitalismo y desigualdad. Más neoneoneoliberalismo que nunca, con menor coste social. Lo de Lehman Brothers es que hubo gente que se indignó, pero estamos peor que cuando la crisis; es acojonante.
En ese contexto, ¿cómo se explica la oposición a una asignatura como Educación para la Ciudadanía?
¡Esa es la parte interesante del negocio! Para ganarse a las élites lo primero es mostrar que no se tiene conciencia y lo segundo todo lo demás. Es lo que me tiene fascinada del caso Ábalos, por ejemplo, que yo creía que ese tío tenía conciencia, pero es que es un gilipollas, un hortera, un casposo, un asqueroso. Quiero decirte con esto que luego mires donde mires…
El subtítulo de Diez veces siete era “Una chica de barrio nunca se rinde”.
Yo no me rindo, aunque no sé muy bien de qué me sirve. Bueno, sirve para uno mismo, que no está mal. Salir a manifestarse por Palestina y declararse de una cosa u otra está bien. Pero: ¿ayudamos realmente en algo?
Tuve una niñez desafortunada, pero no hubiera querido tener otra porque me ayudó a mirar y a entender, a distinguir y a respirar
En este rato ya son varias mujeres las que se han acercado a declararte su fidelidad por tu forma de ser.
Siempre he sido coherente y no he cobrado indemnizaciones. Posiblemente esa coherencia es porque siempre he sido una chica de barrio. Tuve una niñez desafortunada, pero no hubiera querido tener otra porque me ayudó a mirar y a entender, a distinguir y a respirar.
![Maruja Torres - 3](/uploads/fotos/r2000/f4519d00/2G0A8950.jpg?v=63904341377)
Una señora hace un momento te ha dicho “tú como siempre, sigue así”.
Eso quiere decir que me ha leído. Yo no puedo ser de otra manera. A mí si viene un gilipollas y me dice “esto es una rueda cuadrada”, pues qué quiere que le diga.
¿Por qué hemos llegado al punto en que puede ganar un tipo como Donald Trump?
La gente quiere que la entretengan, no quiere pensar en responsabilidades, ni en pagar impuestos, ni en cruzar por el semáforo. Entonces te viene un showman, como por cierto era Zelenski o como Putin que era un agente perdido del KGB en Alemania, y mira la que te arman. La capacidad de rencor de la gente ha convertido a grandes mediocres en grandes tocacojones. En el caso de Rusia en la biografía de Chéjov escrita por Irène Némirovsky ya se puede ver todo esto: el absolutismo en medio de una forma de vida miserable.
En todo este mogollón, ¿en qué punto ves el periodismo?
No sé cómo hemos logrado sobrevivir. Estoy siguiendo lo que está publicando Idafe Martín Pérez en redes sobre la gente que se está jugando la vida informando desde la guerra, con algunos que cobran 40 euros y cosas así. Y a lo mejor te dan cien por salir en la portada. Morir por salir en primera página por cuatro duros. Si no tienes un lugar donde contar los hechos, que son los que te van a llevar a la verdad, qué sentido tiene. Es que el periodismo es un invento capitalista, pero en el buen sentido te digo, cuando el capitalismo respetaba ciertas reglas. Antes podías ir al quiosco y comprarte siete periódicos y formarte tu propia opinión, sabiendo de dónde venía el dinero de cada cabecera. Ahora todo está muy confuso porque ya no hablamos solo de periódicos, hablamos de muchos canales, de muchos medios, de muchos de todo. Y esto está favoreciendo de manera muy clara a la extrema derecha y está debilitando a la derecha civilizada. Esté donde esté.
En el periodo de la República había un periodismo de calidad.
Cuando la República hubo un buen periodismo, pero a la República no se le dio tiempo porque venimos de un país lleno de oligarcas. Sean terratenientes o sean de otra cosa, hayan sufrido las transformaciones de la tecnología o de poner el culo a los de fuera. A los capitalistas norteamericanos o a los rusos, me da igual. Pero lo que no permiten nunca es que el avance sea profundo y entonces cuando llega un Gobierno de izquierdas —sea lo que sea eso—, no puede profundizar en los cambios porque en el día a día ya tiene bastante para reparar el desastre que tenemos. Avanzamos poco y retrocedemos mucho. Ahora el problema es que el golpe de Estado se practica de otra manera, con sangre de miseria y desigualdad.
En tu libro mencionas repetidamente el proceso de deshumanización e injusticia que se ha llevado desde hace décadas en Palestina.
Yo lo veía desde el principio. En Mujer en guerra ya lo digo, no hay periodista sensato que haya estado un tiempo en Israel y no se haya horrorizado, porque era el apartheid, igual que en Sudáfrica. De hecho, cuando estuve en Sudáfrica durante el apartheid, que tuve que entrar como turista porque no dejaban entrar a periodistas, con el boicot internacional la única publicidad que veías en las revistas de los hoteles eran de productos de Israel.
Las redes han suministrado mucho material barato a gente que no ve ni la necesidad de comprobar la información
En ese libro, Mujer en guerra (El País/Aguilar, 1999), advertías del final del reporterismo. Ahora con las redes sociales es todavía peor.
Siempre hay que distinguir entre el periodismo y las empresas. Las redes han suministrado mucho material barato a gente que no ve ni la necesidad de comprobar la información.
Decías también una frase que me gustó mucho, eso de que “una imagen miente más que mil palabras”. La he recordado al ver la noticia sobre un bolso de lujo que llevaba la mujer de un líder de Hamás asesinado.
No he querido ni leerlo. Tiene gracia porque fue precisamente el bolso de marca lo que nos decían que nos unía a las mujeres ucranianas. Esa frase ahora es un meme. No somos de los peores países de Europa, pero los diarios no están informando bien sobre lo que está pasando en Palestina. Es un exterminio sistemático, allí han ganado los colonos que ya son más de 850.000 y que van a invadir todo.
A Israel le importan un comino las víctimas del Holocausto o los rehenes de Hamás. Es la testosterona en vena, el militarismo en vena
¿Cómo se explica la postura de Alemania y otros países europeos que consienten la impunidad de Netanyahu y la limpieza étnica?
La culpa, la pasta, las armas… Es decir, Israel es una potencia gracias en parte a la culpa. Le pasa también a Estados Unidos y parte de América Latina. Pero a Israel le importan un comino las víctimas del Holocausto o los rehenes de Hamás. Es la testosterona en vena, el militarismo en vena. Los sionistas son como los evangélicos que están apoyando a Trump. La religión es otro negocio. Respeto la espiritualidad, la trascendencia y también el silencio sobre ello. Que no me lo cuenten.
A pesar de todo, en la literatura palestina hay una mezcla de fatalismo realista, no sé si también en Líbano…
No hay que confundirlos. Los palestinos han tenido una vida verdaderamente dura, han sido arrebatados de su tierra, han sido expulsados y encima tienen a Hamás. Fatah les salió rana porque cuando un régimen dura tanto se corrompe. Pero los palestinos tienen un verdadero honor y orgullo, lo que quieren es plantar cara al enemigo. Con una visión corta en lo político, porque se han equivocado muchas veces, como ocurrió cuando salían a apoyar a Sadam Hussein pegando tiros al aire. Pero es que viven en una pecera, aislados y despreciados, no tienen nada. Y ahí se entiende que haya mujeres que llevan velo o lo que sea. Yo también lo haría. Y esa es la tragedia de nuestro tiempo, que no vamos a poder ver cómo se emancipan las mujeres. La libanesa es otra sociedad, muy diferente, mucho más retorcida, con calles que tienen nombres de la colonización francesa.
![Maruja Torres - 4](/uploads/fotos/r2000/918d0070/2G0A8782%20copia.jpg?v=63904341377)
Se cumplen 25 años del asesinato de Ellacuría en El Salvador, cuando un grupo de élite del ejército salvadoreño irrumpió en el campus de la universidad y mató a tiros a seis sacerdotes jesuitas. ¿Cómo encajaba la teología de la liberación en aquel tiempo del Telón de Acero?
Eso encajaba en un mundo que no han conocido algunos apóstoles de la izquierda actual, en el que existía un deseo de liberación. Y estaba liderado por unos sujetos que están en vía de extinción que eran los curas obreros. Les he conocido y eran gente que tenía fe cristiana pero sobre todo tenían solidaridad. Tenían más interés por ayudar que por convertir. Consiguieron el respeto de las izquierdas que, en esos momentos, éramos bastante duras. Pero ese hijo de la gran sustancia que fue Juan Pablo II se dedicó a acabar con ellos. Otro actor frustrado, por cierto, que le dio la bronca a Ernesto Cardenal en Nicaragua después o antes, no recuerdo bien, de abrazar a Augusto Pinochet. De hecho es a partir de ahí, de acabar con los curas de la teología de la liberación, que empiezan los salones evangélicos por Centroamérica y otros sitios. He visto cómo vendían sus casetes en Guatemala con títulos como Dejar que los niños se acerquen a mí.
El declive de El País empezó cuando Cebrián dijo que quería un director joven, a ser posible rubio y que no estuviera lastrado por el pasado
¿Cuándo se hizo el esguince El País?
Cuando yo estaba viviendo en Líbano por mi cuenta. Bueno, un poco antes. Se habían hecho el esguince hasta tal punto que no se enteraron de que yo estaba viviendo en Beirut. Les mandaba mis columnas de opinión desde allí. Cuando Carme Chacón bajó del avión para pasar revista embarazada —una mujer como ella en la zona chií de Hezbola—, entonces yo dije “esto tiene una nota de color”, quería escribir de eso. Una mujer que vive allí conoce bien qué significa. Pero era sábado y no se puso nadie al otro lado del teléfono, luego me dijeron que ya había un corresponsal con el avión. Les dije que estupendo, porque era ir dos horas en caravana hasta allí con un calor de la hostia. Me quedé sin historia y no lo digo por el dinero. Fue por esa época la derechización, perdió a lectores como el que estaba aquí antes en el bar leyendo su periódico. El País tenía literatura, se había hecho con los mejores, con los que venían de la revista Triunfo, con gente buena de todas partes y te permitía sentirte un europeo adulto. El declive empezó cuando Cebrián dijo que quería un director joven, a ser posible rubio y que no estuviera lastrado por el pasado. Eso se paró, pero luego es que estaba gente como Antonio Caño [director entre 2014 y 2018], que hablando de Pinochet te podía decir cosas del tipo: “No, ya, pero la economía fue bien”. Y con él estaba toda esa panda que ahora están en el ojete [The Objective].
En Cuanta más gente se muere… hay también una reivindicación del cine.
Claro, porque el cine ha sido gran parte de mi vida y de mi educación, tanto sentimental como estética.
¿Cuál ha sido la banda sonora?
No soy de jazz, pero tiendo a las voces anegradas. Soy de The Doors y de Janis Joplin. A mí me han hecho mucha compañía siempre. Cuando vivía en Beirut me los ponía sin parar. He dejado de escuchar ópera, la recuerdo musicalmente pero ya no la escucho. La música clásica me entristece mucho, si me pongo a Brahms puedo acabar cavando el suelo haciéndome una casa para enterrarme. Con mis amigos era muy de la canción francesa y todo eso. Gato Pérez es de la siguiente generación, no de la mía. Nosotros íbamos a los colegios mayores a ver cómo rasgaban la guitarra. Soy de la quinta de Joan Manuel Serrat, cuando rompió con todo con su éxito fue brutal.
Siempre has hecho apología del reporterismo, pero ¿qué piensas de la entrevista?
Le cogí manía. Si no es directo es el género más manipulable porque no sabes cómo luego se va a editar tu opinión. En televisión o en radio alcanza su grandeza. Me gusta entrevistar para obtener información para un reportaje, ahí forma parte de algo más global, de una experiencia más enriquecedora. Lo que hay que hacer es escribir libros, es lo único que puede quedar. Lo otro es efímero, nunca sabes qué fondo buitre se quedará con tu cabecera. Es acojonante lo que tenéis todavía por delante por escribir, porque hay que contar lo que está pasando en libros periodísticos de historia. Antes de que llegue Blade Runner, antes de comer fideos chinos mientras cae la lluvia amarilla con una serpiente de escamas de plástico colgada del cuello.
Hace poco la noticia era que hubo un apagón total en Cuba.
Es que me quedo igual, ya ni me altera. Es que si mañana se hunde Florida por un tornado y la playa empieza en Washington yo me pregunto: “¿Dónde coño meto esto ahora con lo que está pasando?”. Ya nada te afecta tanto como te afecta todo.
En el libro dices que “lo único revolucionario es la verdad aunque duela”.
Tampoco quiero ponerme yo fanática con la verdad. Creo en ella a nivel individual, como persona, pero la verdad mundial, la verdad global y todo eso me suena muy complejo. Luego, algo muy distinto es la certeza. Y tengo la certeza enorme de que Israel está cometiendo un genocidio.
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Lo que más me gusta de ella es que dice lo que piensa sin cortarse un pelo y encima tiene razón.