Los derribos ilegales de la Cañada, protagonistas de la nueva película de Guillermo Galoe

La producción, rodada íntegramente en el asentamiento, exhibe uno de los conflictos más acuciantes del barrio en los últimos años: el profundo desarraigo y el arrancamiento constante respecto a la comunidad que producen las reubicaciones forzosas.
20 nov 2025 10:08

Cinco inviernos sin suministro eléctrico ni agua potable. Cinco años sin servicios sanitarios de proximidad, recursos de saneamiento urbano o transporte público para que más de 4.500 personas vulnerabilizadas —1.800 de las cuales son menores de edad— puedan vivir con dignidad. En ese periodo de tiempo, en los sectores 5 y 6 de la Cañada Real Galiana, varios niños y bebés han tenido que ser ingresados con síntomas de congelación e hipotermia en los meses más gélidos en Madrid, mientras que la inmensa mayoría de jóvenes no conoce siquiera cómo es preparar un examen sin velas ni fogatas improvisadas a pie de calle. Muchos otros han sufrido quemaduras graves debido al sobreuso de estufas de leña. En pleno 2025, el abandono institucional dirigido a conciencia contra este gran asentamiento irregular convierte su mera existencia en un desafío cotidiano. 

El barrio, sin embargo, lucha sin descanso por resistir en medio de la oscuridad y reclama sus derechos con uñas y dientes, pero las instituciones continúan remando en sentido contrario, desoyendo sus reclamas y condenándoles al olvido.

Las reubicaciones forzosas y el miedo al desarraigo

Ciudad sin sueño, el primer largometraje de ficción del multipremiado director y guionista madrileño Guillermo Galoe, es la luz focal que permite al mundo ver con nitidez la intrahistoria de esta comunidad. La cinta hispanofrancesa, la única española en participar en la Sección Perlak del Festival de Cine de San Sebastián, ha formado parte también de la Semana de la Crítica de Cannes, donde ha recibido el Premio SACD a Mejor Guión. Llegará a los cines el próximo 21 de noviembre de la mano de dos protagonistas, un abuelo y su nieto de 15 años, ambos naturales del barrio —tanto en la ficción como en la realidad—.

El barrio lucha sin descanso por resistir en medio de la oscuridad y reclama sus derechos con uñas y dientes, pero las instituciones continúan remando en sentido contrario

El primero, chatarrero veterano, enfrenta una lucha insaciable por permanecer dentro de la comunidad que le ha visto nacer y crecer pese a las presiones por ser reubicado forzosamente a un piso del centro, donde sí gozará de todos los derechos que les han sido negados durante años. Eso sí, a cambio de aceptar la demolición de su vivienda actual y perder con ello las redes colectivas que siempre les han sostenido a él y a los suyos. Un conflicto cada vez más latente desde que comenzaron en la Cañada los derribos ilegales con el objeto de despoblar cuanto antes el territorio.

El segundo protagonista visualiza con inocente e infantil curiosidad el mundo de oportunidades que se le ofrece fuera de las fronteras de su frágil territorio, aunque esa ilusión convive con un fuerte miedo al desarraigo. Esa dicotomía asfixiante y dolorosa entre resistir en la más absoluta precariedad o perder los lazos comunitarios para ganar dignidad y calidad de vida vertebra la producción y deja tras de sí un mar de preguntas difíciles de resolver. “He querido contraponer estos dos mundos antagónicos, incluso a nivel espacial y de imágenes. Se puede ver la diferencia que hay entre las dos atmósferas: los pisos de protección que les ofrecen y su comunidad en el barrio; entre ese apartamento y el asentamiento de la Cañada. Esas parcelas circulares en las que se distribuyen estas casas y los niños crecen con sus abuelos, sus primos; y los cuidados están repartidos, pero sin caer en la romantización”, infiere a El Salto Galoe días antes del estreno.

Un barrio a merced de su suerte

Las plataformas ciudadanas que siguen en pie de guerra contra los derribos están convencidas de que existe una estrategia silenciosa y planificada de expulsión con fines especulativos. En mayo de 2017, la Administración General del Estado firmó el Pacto Regional para la Cañada Real —que antes era una vía pecuaria—, que indica que, en el caso de que haya afecciones urbanísticas que claramente impidan la habitabilidad, se pueden facilitar realojos; aunque siempre garantizando que la población se pueda quedar en el territorio para no desarraigar a la gente de su barrio. El acuerdo estaba llamado a solventar los múltiples problemas sociales y estructurales del barrio y en aquel momento salió adelante con el apoyo unánime de todos los grupos políticos, a excepción de VOX. Sin embargo, con el tiempo estas promesas quedaron en agua de borrajas y las administraciones públicas han ido degradando poco a poco el barrio, dejándolo a merced de la suerte.

En paralelo, la reactivación de los desarrollos urbanísticos del sureste de Madrid, que habían quedado suspendidos durante la crisis inmobiliaria de 2008, ha ido convirtiendo poco a poco el territorio en un caramelo para rentistas y fondos de inversión. “Se produce una confluencia de intereses puramente lucrativos de cara a que se desmantele la Cañada Real. Mientras tanto, las estructuras de participación que se habían ideado, como el Pacto Regional, van dejando atrás a los vecindarios y no se resuelve nada nunca”, expresa Javier Rubio, abogado del CAES, una de las entidades que integran la Plataforma Cívica Luz Ya para la Cañada Real. En febrero de 2024, las Administraciones públicas acordaron un protocolo para los realojos selectivos a través de fondos públicos del Estado en un plazo de 10 años a espaldas del vecindario. En lo que llevamos de 2025 se han enviado cerca de 40 cartas de derribo.

Un antídoto contra el aislamiento y un acto de justicia

El largometraje, que debe su nombre a un poema de Federico García Lorca incluido en Poeta en Nueva York, es un grito expresionista de denuncia contra toda esta crueldad institucional. Un alarido que ya empezó a escucharse cuando Galoe rodó el cortoAunque es de noche (2023), centrado en el corte eléctrico y sus impactos en la cotidianidad del barrio. Un año antes de la grabación del corto, el Consejo de Europa había señalado que había que poner la luz de manera inmediata a la Cañada Real por los daños irreparables que ya se estaban produciendo en ese momento a la población. La Plataforma Cívica Luz para la Cañada presentó la primera demanda colectiva por vulneración de la Carta Social Europea en más de 10 artículos, como recuerda María López, abogada e integrante de esta agrupación.

Con el tiempo las promesas han quedado en agua de borrajas y las administraciones públicas han ido degradando poco a poco el barrio, dejándolo a merced de la suerte

“Se ha visto cómo se ha vulnerado el derecho a la salud, a la vivienda, a la protección frente a la pobreza, a la participación de las vecinas y cómo esto afecta muy especialmente a los derechos de la infancia”, explica López a este medio. También tiempo atrás, el Defensor del Pueblo, Francisco Fernández Marugán, envió un escrito a la Comunidad de Madrid y a la Delegación del Gobierno exigiendo que resuelvan “con carácter inmediato y urgente”, la falta de electricidad a través de un plan operativo de actuación coordinado para asegurar la accesibilidad del suministro en la zona.

Aquel primer relato hiperrealista, también protagonizado por actores amateur del sector 6, le valió a Galoe ese año el Goya a Mejor Cortometraje de Ficción y abrió una valiosa ventana hacia los relatos invisibles de las vecinas de la Cañada. “Yo entiendo el cine como un proceso artesano, un proceso de vida; y me gustaba incorporarlo a una comunidad que había visto vaciada de espacios culturales, a través de la reflexión autocrítica, sin juicio, sin superioridad moral, y sabiendo mirarse también a uno mismo dentro de un espacio muy otro”, comparte Galoe sobre la elaboración del largometraje tras seis años de convivencia en el poblado.

Hacer cine en un lugar condenado a la subalternidad y a los márgenes es un antídoto contra el aislamiento, pero también un acto de justicia para quienes han estado excluidos históricamente del circuito cultural. Permite reflejar la belleza y el amor a la vida presentes en lugares sometidos al estigma de la drogadicción o la delincuencia juvenil, aquellos espacios donde el caos convive con los cuidados y también el arte.

Hacer cine en un lugar condenado a la subalternidad y a los márgenes es un antídoto contra el aislamiento, pero también un acto de justicia para quienes han estado excluidos históricamente del circuito cultural

La desigualdad energética, la vulneración de los derechos de la infancia pero también la lucha titánica de las mujeres gitanas y migrantes por reivindicar viviendas dignas, se convierten en ejes narrativos centrales tanto en el corto como en el posterior largometraje. Las temáticas de ambas producciones —los derribos ilegales y los cortes de suministro— comparten un denominador común: el reguero interminable de fracturas a nivel familiar y comunitario que estas políticas de exclusión ocasionan a los residentes cuando éstos se niegan a plegarse a las órdenes de las instituciones. En este sentido, comparte el director, hay una clara acción política detrás del hecho fílmico, más aún cuando el rodaje es colectivo entre cineastas y habitantes de la Cañada: “El cine permite revelar lo invisible, por eso me interesa que esos espacios que normalmente no ocupan un lugar en las imágenes de repente lo ocupen en el cine y lleguen a las salas de esos cines que suelen estar más en el centro que en la periferia”, concluye.

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