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Pobreza energética
Jóvenes de la Cañada Real: “Aprendimos que hay que luchar si queremos tener derechos”
Es la primera semana de clases presenciales después del año de pandemia y la profesora dice a su alumnado: “Imaginad que llegáis a cubrir una emergencia a la Cañada Real, a oscuras. ¿qué hacéis?”. La respuesta de la chavalería es casi unísona: “Yo ahí no entro”, “no voy”, “doy la media vuelta”. Al fondo del aula, una chica escucha y observa, callada, como si la cosa no fuera con ella.
Se trata de Doua, una joven de 18 años crecida en la Cañada Real. Está en el primer año del Grado de Emergencias Sanitarias y cuando aún no ha decidido en qué momento contar al resto de compañeras sobre el lugar dónde vive, se encuentra de cara con las respuestas. “Después de escuchar eso, ¿cómo iba a decirles yo que era de la Cañada? Al final puede más el miedo al perjuicio y te lo callas”, asegura. Un mes más tarde nadie del grupo sabe dónde vive y, mucho menos, lo que implica ser culpable de nada y señalada por todo.
La situación planteada por la docente no es baladí. Lo sabe Khadija (19), amiga de Doua, que aún recuerda cuando la vida de su padre corrió grave peligro por la negativa de la ambulancia a ingresar al barrio. “Sufrió una hemorragia interna y la ambulancia tardó una hora porque el conductor se negaba a entrar hasta que viniese la policía. ¡Una hora!”, reitera indignada en diálogo con El Salto.
Desde el 2 de octubre de 2020 el corte de luz generalizado e indefinido que sufren miles de familias del sector 5 y 6, ha agregado más acusaciones al estigma de siempre que sufren los habitantes de la Cañada Real
La Cañada Real lleva habitada desde los años 60, es un extenso corredor de viviendas ubicado a apenas quince kilómetros del corazón de la capital. Un barrio de Madrid que también transcurre por Rivas, Coslada e incluso se extiende a la zona de Perales del Río. Nadie piensa en vivir allí, nadie quiere pisar esa periferia señalada y con un largo historial de Administraciones públicas más preocupadas por expulsar a sus habitantes que en consolidar servicios que garanticen una progresiva mejora en la calidad de vida.
Desde el 2 de octubre de 2020 el corte de luz generalizado e indefinido que sufren miles de familias del sector 5 y 6, ha agregado más acusaciones al estigma de siempre. “Sois unos jetas, la vida fácil”, se lee en comentarios hechos a la ligera en las redes sociales cuando algunas noticias hablan del reclamo vecinal por la restitución del servicio eléctrico.
“Yo no tengo la culpa de nacer donde nací y no me siento culpable porque no he hecho nada malo”, es quizá la frase más escuchada entre las niñas, niños y adolescentes de la Cañada Real. Un puñado de palabras que identifica a todas aquellas personas que han crecido en los márgenes de los grandes centros urbanos, al calor de las migraciones internas o también internacionales.
“Nos hemos sentido muy juzgadas y no sé cómo hemos podido aguantar tanto. A quienes juzgan yo les invito a vivir simplemente en sus casas 24 horas sin luz y a ver lo que pensarían”, desafía Khadija y lamenta que desde su infancia siempre ha pertenecido “como a otro mundo, a un barrio al que no se reconoce, rodeada de estereotipos. Dicen que somos delincuentes, que no tenemos futuro, como si no fuéramos personas, ni capacidad porque venimos de un barrio desde el que no se pueden alcanzar ciertas cosas”, afirma.
Está en primer año de Farmacia en la Universidad Complutense, aunque desea continuar luego con estudios de enfermería. El reto le ha significado llegar a un límite emocional que hasta ahora desconocía. “¿Cómo ha sido? Tomándome pastillas antidepresivas. Lo llevé súper mal porque me podía la ansiedad, yo siempre he sido muy exigente conmigo misma con los estudios y claro, en segundo de bachillerato ya defines tus estudios, tu futuro”, comenta.
“Nos hemos sentido muy juzgadas y no sé cómo hemos podido aguantar tanto. A quienes juzgan yo les invito a vivir simplemente en sus casas 24 horas sin luz y a ver lo que pensarían”, desafía Khadija, de 19 años
“Entonces digo: ‘¿En serio que he estado toda mi vida intentando sacar la mejor nota y lo he conseguido, y este año que es cuando realmente se define, se me va todo a la mierda?’. El rendimiento bajó un montón, en primero de bachillerato tenía de media 9,2 y en este 7 y pico. Es que se nota la diferencia, lo que he estado soñando desde muy pequeña veía que se me desmoronaba por el corte de la luz. Fue un momento de pensar ‘ya está, no sirvo para nada, me voy a quedar en mi casa, no voy a hacer nada’, como echándome la culpa de todo a mí misma”, acota.
Junto a sus dos amigas, Omar (16) también ha sufrido esta injusta situación. Está cursando primero del grado medio de Auxiliar de Enfermería, aunque su sueño es ser odontólogo. A su entender el año ha sido malo, “pero también con muchas enseñanzas. Hemos aprendido que hay que luchar si queremos tener derechos”, asevera.
Coincide Doua, que define el año como “depresivo y muy malo”. Quiere mandar un mensaje a quienes la señalan con el dedo acusador: “Les diría a todos que hay que conocer más a la gente y no juzgar por lo que se dice. Si está en las manos de alguien ayudar, debe intentarlo. Las cosas no son como muchas veces se dicen, podrían venir y conocer y ya luego juzgar”, invita.
“Nadie decide dónde nacer, somos unas víctimas de decisiones políticas que simplemente están pensando en lo material, porque tras esto hay todo un interés material, y cada vez estamos perdiendo el sentir como personas. De nuestra parte ya estábamos hartos de por sí de la situación en la que estábamos por los estereotipos, y ahora ya no existimos, ya somos algo más y para peor”, lamenta.
¿En qué situaciones se han sentido juzgadas?
OMAR. En el colegio, por ejemplo. O ni siquiera hay necesidad que sea en el cole. Con gente que vas conociendo, que te rodea —y no digo toda, alguna— cuando le dices que vives en Cañada y ves que experimentan un cambio hacia ti, en su trato. Lo notas.
DOUA. En ese sentido siempre es mejor que primero te conozcan. Creo que muchas de mis amigas no sabían que era de la Cañada, entonces ya después de los años de conocerme, al decirle que soy de Cañada, ya no tenían ese estigma o prejuicio. Porque ya sabían que era una persona normal, maja, que no soy una delincuente, que no robo. Para cuando lo dije ya había estado en sus casas, no me había robado nada, hemos tenido esa confianza previa. Ahora muchas de ellas han venido aquí, es una relación normalizada.
Lo que hemos aprendido es que no podemos ir por la calle y a la primera que conocemos a una persona decirles soy de la Cañada... y encima soy marroquí.
KHADIJA. Nosotras con tal de no decir de dónde somos hasta conocerla, nos inventamos y luego ya lo decimos.
DOUA. Y una vez que ya nos conocen decimos: “Soy de la Cañada, quieres venir a mi casa”. Ahora mis amigas siguen sin venir a mi casa desde que se nos ha ido la luz, aunque a una de ellas le gusta muchísimo venir a la Cañada, Jenny, a la que quiero mucho, y es una persona muy humilde. Yo le digo: “Tía, ¿a qué vas a venir que no tengo luz? ¿Qué vamos a hacer? Y ella me dice que le da igual, nos ponemos con las linternas y ya, lo que quiero es compartir contigo. Sabe perfectamente nuestra situación y no tiene ningún problema en venir a casa.
“Creo que nos hemos hecho mucho más fuertes. En Cañada siempre hemos tenido que salir adelante con menos recursos. No es un barrio fácil, pero hemos sabido estar viviendo sin luz un año”, cuenta Khadija
¿Cómo han llevado lo de vivir sin luz?
KHADIJA. Yo creo que nos hemos hecho mucho más fuertes. En Cañada siempre hemos tenido que salir adelante con menos recursos. No es un barrio fácil, pero hemos sabido estar viviendo sin luz un año. La gente a lo mejor lo dices y piensa en una bombilla, pero también es ducharse, la comida, la nevera, calentarse. Y para el estudio, aunque vayas a clases presenciales es muy necesaria la conectividad, hay aulas virtuales.
DOUA. En mi antiguo instituto no teníamos libros, por ejemplo, teníamos todas aulas virtuales. Y en el de ahora lo mismo. En todos cada vez se están utilizando menos los libros, el papel, siempre es todo internet.
Para ducharnos al principio calentábamos el agua en ollas, luego compramos un calentador con gas butano. Una vez mi madre se estaba duchando y como no salía caliente dijo “ve a ver qué está pasando” y cuando fui era que se había zafado la manguera del gas y había empezado a salir fuego. Empezó a arder, nos ha quedado toda la pared quemada. Yo veía el calentador con fuego, el butano como que un plástico se derretía, y un vecino vino corriendo, cerró la garrafa y la sacó de la casa.
¿Y cómo han solventado el problema del estudio?
DOUA. Cargando los móviles en el coche por turnos, porque no puedes cargar todos los móviles de casa en el coche, porque el coche se queda sin batería. También aprovechar para cargarlos en el tiempo en el instituto, pedir permiso a la profe y esperar a que te diga ‘vale, no pasa nada’.
KHADIJA. O en el metro. Ibas buscando estos lugares de carga, pero llegabas y a veces veías que no funcionaba y ¡joder, ya podría funcionar! O a la biblioteca, es ir buscando por la calle o donde estés, dónde poder enchufar.
¿También han crecido en solidaridad?
DOUA. Sí, aunque cuando creces en un barrio la solidaridad entre las vecinas siempre está. Por ejemplo, en casa tenemos las tuberías altas y por eso no se congelaban, pero a las vecinas sí, así que venían y les dábamos agua. Y luego ha habido muchísima gente que nos ha ayudado, pero gente, o grupos pequeño, pero entidades importantes nada. Gente de afuera, de otros barrios, bastante.
OMAR. Yo destaco el esfuerzo de los vecinos, entre todos, que hemos colaborado mutuamente, poniendo nuestro granito de arena, buscando soluciones.