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Poesía
Karessa Malaya: “Escribía relatos para navegar en el español, pero en la poesía hay más margen para la ambigüedad, el silencio y el espacio”
“Darle cuerpo a la palabra, encarnar(nos) en escritura es descentralizar la blanquitud y la normatividad cisheteropatriarcal. Es revitalizar nuestras historias y es un acto de amor a las vidas de las mujeres asiáticas en Occidente”, escribe Cristina Zhang Yu en el prólogo de Cosechas del insomnio, primer poemario de Karessa Malaya Ramos Aguiñot. La escritora española de origen tagalo es una de las primeras apuestas de PlataformaCer0, una iniciativa de la escritora y editora Quinny Martínez Hernández para impulsar a escritores emergentes migrantes.
Karessa Malaya empezó a escribir a los nueve años, en inglés mezclado con tagalo. A los 10 escribía su primer poema, sobre la luna. 27 años después, nos permite visitar el jardín de su abuela en el poema “Bangungot”. Juega con los recuerdos de su infancia y adultez. Durante dos años vivió en la isla volcánica de Camiguín. No hablaba la lengua local, y solo tenía una radio. Pasó mucho tiempo sola en la playa. En Cosechas del insomnio revisita este escenario con nosotras. Vemos geckos y renacuajos, sapos, charcos, pescadores. Karessa hace un ejercicio de escritura ancestral con cuentos de la mitología tagala. En sus poemas, las mujeres son fuertes y poderosas; un legado que es también una maldición: ser mujeres bambú, livianas y acogedoras, y cuerpos racializados en Europa, leídos “como terrenos habituados al dolor y, por lo tanto, resistentes”.
Migró a Madrid, gracias a “la buena voluntad de mi padrastro español, que quería que tuviera un mejor futuro… Aunque fue a cambio de un proceso de desarraigo muy doloroso”. A los 15 ya había pasado un año en España, pero el Ministerio de Educación le notificó que, por las diferencias entre el sistema educativo filipino y el español, tenía solo dos opciones para continuar sus estudios: o bajar dos cursos, o hacer un test de altas capacidades para acceder a COU, el nivel que le correspondería. “Entonces, no conocía el término ‘racismo institucional’. Pero sentí una gran injusticia y violencia”, relata. “España aún no está preparada para recibir tantos talentos humanos, de diversas culturas”, añade.
Como no se facilitó de ninguna manera la dura transición de estudiar en Filipinas a estudiar en España, regresó a su país de origen. Aún no había cumplido la mayoría de edad cuando volvió a Madrid por segundo intento y demostró que “merecía estar y vivir aquí” adaptándose a un sistema, idioma y requisitos que en ningún caso se adaptaron a ella. Se compara con otras menores migrantes: “Las mujeres asiáticas tendemos a la autoexigencia, a ser overachievers. Estudié muchísimo español y en Selectividad saqué tan buenas notas que hubiera podido hacer Medicina”. Pero matiza: “Tuve el privilegio de estar con mi familia, de no tener que trabajar durante mis estudios. Hay tantísimas mujeres racializadas que tienen que hacerlo y les es imposible combinar ambas cosas”.
“Lo que intento hacer en este libro es compartir la alegría, un lugar de resistencia contra las etiquetas y el esbozo de las mujeres racializadas”, explica la poeta Karessa Malaya
Sobre las dos décadas que lleva en España, explica que siente que la historia de Filipinas ha sido borrada: “Lo que llega aquí no es ni la cuarta parte de la riqueza de la vida allí. Oigo expresiones como ‘tengo una filipina en casa’ o ‘tenéis una buena representante, Isabel Preysler’. Hay muchas personas filipinas aquí que aguantan diariamente el racismo y el machismo. Pero lejos de querer representar o ser la voz de una comunidad, lo que intento hacer en este libro es compartir la alegría, un lugar de resistencia contra las etiquetas y el esbozo de las mujeres racializadas”, ese que describe tan bien en el poema “Mis confinamientos”: ¿Cómo ser la ideada hija (compasiva), migrante (conveniente), amante (apetecible), activista (inconformista)? Llevo décadas enlatada, insertada en una narrativa que me desdibuja.
El erotismo es otro lugar de alegría que Karessa ha encontrado para escapar del encasillamiento. Leemos en “Cold turkey”: ¿Cómo supero el azafrán de tu sexo? ¿Y sus hebras que tiemblan contra mi aliento?
Escribiendo no solo desde el dolor y la rabia, sino también desde la seducción y el flirteo, es como Karessa demuestra que cada persona migrante es un universo. Plurilingüe, además: “Hablar y escribir en varios idiomas es como tener varias personalidades”. En 2017, empezó a escribir en español cuando entró a formar parte del Taller de Escritura Peligrosa de la Fundación Entredós. “Mi profesora, Gloria Fortún, fue quien me llamó activista por primera vez. Mi activismo está en mi escritura, en mostrar antes que decir”.
“Para mí, la escritura es un parque infantil, donde juego, traduzco siguiendo mis reglas, utilizo el humor. Lo que no me sale en español, lo pongo en inglés o en tagalo, porque esa es mi identidad, esa soy yo”, afirma Karessa Malaya
“Para mí, la escritura es un parque infantil, donde juego, traduzco siguiendo mis reglas, utilizo el humor. Lo que no me sale en español, lo pongo en inglés o en tagalo, porque esa es mi identidad, esa soy yo”, afirma orgullosa. Pero Cosechas del insomnio no contiene solo poemas, también relatos: “Al principio escribía cuentos para ganar músculo en el idioma, navegar en el español. Me atreví a escribir poemas gracias a Gloria Anzaldúa, Alejandra Pizarnik, June Jordan o Audre Lorde. En la poesía hay mucho más margen para la ambigüedad, el silencio y el espacio”.
Karessa también ha colaborado con la Fundación Entredós como facilitadora del Grupo de Escritura Visibles para feminidades racializadas: “Formamos un grupo muy bonito de confianza. Cuando escribes, te muestras vulnerable, y la comunidad o las personas que reciben esa escritura debe inspirar confianza, un círculo acogedor, tierno y cuidadoso, porque no es fácil destriparse”.
Sigue señalando el peso de los estereotipos: “Dicen que tenemos vidas vulnerables e inestables. Pero con Visibles encontré una isla de felicidad y alegría. De nuevo, de resistencia”. Destaca también que pudo trabajar más a fondo con su impostora, “la vocecita que siempre cuestiona lo que dices, escribes o publicas”. Pregunto: “¿Cómo acabar con la impostora?”. Responde: “No se acaba con ella, crece con nosotras. La aceptamos. Escribimos juntas. Nos vamos de copas”.