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Poesía
Susana Ye: “Gracias al feminismo y al antirracismo he conseguido encontrar la fuerza para escribir y publicar”
Conversamos con la periodista y escritora Susana Ye sobre Trashumante en arenas movedizas (El rey de Harlem, 2023), su primer poemario, que esta semana ha presentado en Alicante junto a la investigadora de literatura con perspectiva de género Nieves Ruiz Pérez.
¿Cómo nació la idea del poemario?
Recuerdo que en 2020 participé en una mesa redonda en que se trataba precisamente el tema de colocarse una misma como autora al mismo tiempo que se es sujeto de lo que se está analizando o sintiendo. Hasta ahora, todo lo que había mostrado al público, y en lo que me había enfocado profesionalmente, pertenecía al género periodístico, pero el germen de la poesía ya estaba. Tenía miedo y, a la vez, deseaba encontrarme como escritora. Durante la pandemia, me refugié en mi vertiente más literaria e intimista y resurgió esa yo que necesita de la palabra no como instrumento para retratar o capturar la realidad objetiva y neutra, sino como extensión de mí misma a través de ella. Y este verano, en uno de mis muchos vacíos conscientes, ha sido cuando ha implosionado todo. No podía seguir retrasándolo con mi excusa habitual: que publicaría un libro ya cuando fuera viejecita y tuviera la clave de la felicidad serena y absoluta. Así que este poemario lleva gestándose años, pero como les ocurre a muchas escritoras, al principio creemos que lo que nos pasa es algo exclusivamente individual y personal y no nos atrevemos a compartirlo.
La idea de tener el control porque soy yo misma contando mi propia historia también es un poco ficticia. El libro toma una personalidad propia, y el proceso se hace aún más colectivo
La autoexigencia y el perfeccionismo, muy habitualmente, bloquean la escritura. Y por supuesto, el momento de liberar los poemas al mundo suele ser terrorífico.
¡Exacto! Yo quería escribir algo hiperconsciente, potente, a la vez didáctico y divulgativo, que transformara, que aportara… o sea, que fuera perfecto. Yo postergaba continuamente el momento… y eso es hacerse el harakiri a una misma. Hasta que, por fin, me dije que no podía seguir refugiándome en el periodismo, en contar la historia de los demás y no la mía. Ahora ha sido cuando todas mis distintas vertientes han dejado de estar en disputa, y en un ejercicio sororo han unido fuerzas en este poemario que, por otra parte, es cierto que está cobrando vida propia. Por lo que la idea de tener el control porque soy yo misma contando mi propia historia también es un poco ficticia. El libro toma una personalidad propia, y el proceso se hace aún más colectivo.
Te reclamas a ti misma “con un mensaje feminista y antirracista sin renunciar a la colectividad para transformar un terreno árido”. Como autora mujer joven asiática descendiente, ¿cómo los movimientos feministas y antirracistas atraviesan tu poesía?
Justamente es en parte gracias al feminismo y al antirracismo que he conseguido encontrar la fuerza y la aceptación para escribir y publicar. Pero, además, yo concibo la poesía siempre conectada con su contexto y su momento. En las presentaciones del libro, dialogaré con personas de distintos ámbitos y que trabajan diferentes expresiones artísticas para que el poemario se ensanche y sea también un vehículo que abra diálogo social en varias direcciones. Creo que tiene ese potencial. Más allá de la conciencia antirracista y feminista, esta es una propuesta con un espíritu no exclusivamente literario, sino con ramificaciones en lo social. Lo concibo como un sistema abierto, no como un yo lírico hermético e indescifrable. Es lo que siempre busco, como poeta, periodista y ciudadana, así que la esencia seguirá siendo esa.
Es fácil que te descarten historias en los medios porque te han ubicado ya casi de panfletista, y porque el periodismo en formato largo no vende, es un periodismo caro, casi artesano
¿Podrías ahondar en la relación entre periodismo y poesía? ¿Piensas volver al periodismo?
Me ha costado quitarme los vicios de periodista. Han sido muchos años de periodismo social, con la perspectiva de la gente de a pie, porque siempre he creído que en esas pequeñas historias están las grandes cuestiones. Me costaba escribir sin pensar en el lector y sin ser divulgativa, sin tener en cuenta a la audiencia porque la poesía es casi lo contrario, es no esconderse, es mostrarse casi de una manera muy violenta. Mi poemario es un mapa emocional. Solemos tener miedo de nuestras propias emociones y de dónde vienen, por lo que escribirlo ha sido catártico y precioso, pero también terrorífico.
Escribir en sí no ha sido difícil, lo que ha sido difícil ha sido revisitar tantos disparadores psicológicos y encontrar fuerza en mi vulnerabilidad. La poesía es sacarse las entrañas, ponerlas sobre la mesa y después recomponerse. Tu propia palabra te causa shock. No es como cuando lees o escribes sobre otra persona, donde hay cierta distancia. En periodismo, una es observadora con el permiso y el descaro de hurgar en las existencias y en las reflexiones de otras personas. He sido freelance, asalariada, colaboradora y he abordado cuando podía temas que quería investigar de mí misma, por ejemplo, en mi documental independiente Chiñoles y bananas (2016). Pero es fácil que te descarten historias en los medios porque te han ubicado ya casi de panfletista, y porque el periodismo en formato largo no vende, es un periodismo caro, casi artesano. Ojalá se permitiera un modo de escribir más abierto y flexible, pero hoy la industria está marcada por el rendimiento empresarial, la viralidad en redes sociales, la influencia, etc.
Cuando mi generación estudiaba la carrera, recién empezaba Twitter y aún teníamos de referencia absoluta el periodismo impreso, por lo que nuestras expectativas eran muy distintas. Yo me he desarrollado como profesional básicamente porque me he autoexplotado, pluriempleado y paralizado mi vida personal. Si, además, tratas temas de antirracismo, la audiencia es muy blanca, y cuando te deconstruyes te das cuenta de que no puedes ser el tipo de periodista al que aspiras. Surgen incoherencias y dilemas personales porque te das cuenta de que las herramientas del amo no van a desmantelar el sistema. Así que no, no voy a volver a los medios, aunque por supuesto le tengo un amor incondicional y mucho cariño y respeto a la vocación y a los compañeros y compañeras, pero tenemos que ser críticos y no tener miedo a decir que hay muchas cosas que mejorar en periodismo.
En tu poemario hay bastante presencia, precisamente, del tema de la precariedad laboral, pero también de muchos otros, como el amor y el erotismo, o ser una persona asiática en España. En tus palabras, ¿cuáles son estos temas y cómo los tratas?
Un tema principal es la propia mitología familiar: cómo son esos vínculos y cómo te configuran. Por supuesto, la precariedad, como apuntas, está ahí, a veces de manera velada o más directa. Estoy inscrita en esta generación millennial definida como la mejor preparada de la historia, pero al no tener posibilidades reales de trabajo, mucha parte de ella emigró y se produjo una fuga de cerebros. Está el dolor, la decepción, la rabia contra el mercado laboral y la burbuja de optimismo ingenuo que vivimos. Por otra parte, la ciudad es muy deshumanizante y nos aísla mucho como individuos. En mi caso lo vivo así, que me he criado en Alicante, donde es mucho más fácil encontrarse, y también en Valdemoro. Me preocupa que todos los lugares aspiren a ser ciudades. ¿Qué mensaje estamos mandando, qué tipo de modelo de sociedad estamos impulsando así? Otro tema del libro son las relaciones de pareja, y de qué modo siguen operando bajo lógicas de binarismo de género, de posesión, etc. Al final, toda la obra es un autocuestionamiento pero, a la vez, una afirmación constante, porque no me queda otra, porque te estás narrando tú misma pero la memoria es fragmentaria y traicionera. Yo misma no soy la fuente más verídica, pero solo me tengo a mí.
Casi todo el poemario está escrito en español, a excepción de varios poemas finales en inglés. ¿Cómo es tu relación con el lenguaje y con los idiomas que hablas y escribes?
Me crie con el castellano. Es la lengua que siento más natural. El valenciano lo perdí porque solo lo estudié hasta los once años, en mi casa no se hablaba y la única exposición que recibía era del Babalà club. Casi un poco lo mismo me pasó con el chino, con el que ni siquiera tenía acceso por vía educativa o por canales de televisión infantil como con el valenciano… Entonces, de chino entiendo pocas cosas. Claro que mis padres intentaron reconectarme con esa parte de la cultura y así poder comunicarnos y que yo tuviera un mejor futuro, pero yo ya era adolescente y en aquel entonces no existían recursos ni material adaptado a castellanoparlantes. Además, yo tenía un conflicto interno de identidad que me generaba rechazo hacia el chino y me parecía un idioma muy difícil. Cuando acudía a mis padres con dudas, tampoco me las sabían responder aunque controlaran el idioma, como también pasa con los padres españoles que si les vienes con preguntas de álgebra o química, pues aunque lo estudiaran en su día, raramente pueden asistirte. Al final, mi entorno era blanco, se hablaba castellano y en nuestra casa se normalizó el hecho de que la comunicación era muy quebrada y básica, porque ni yo me puedo expresar en chino ni mis padres en castellano en toda su complejidad. En el caso del inglés, lo estudié en el instituto pero puse mucha voluntad por mantenerlo vivo. Quizá hay algo de proyección, como que si no podía con el chino, pues al menos tenía este otro idioma. He viajado mucho sola, me he relacionado en inglés y he trabado así grandes amistades que mantengo a día de hoy. Por otra parte, al no ser un idioma que controle completamente, en los poemas escritos en inglés me salto filtros y me detecto más violenta y abstracta. Son solo cinco poemas al final del libro, una parte breve pero cuidada a la que no todos los lectores llegarán, como la escena extra después de los créditos en una película, un premio para quien se queda hasta el final.
En el libro encontramos múltiples referencias a obras que interpelas, mencionas, agradeces, de diferentes disciplinas artísticas, contemporáneas y clásicas, infantiles y adultas. ¿Cómo se ha tejido esa red de textos que te han ayudado o llamado a escribir?
Nunca venimos de la nada y creo que es muy importante reconocer esas referencias. Con el documental de Chiñoles y bananas me ha pasado que se ha movido bastante en círculos pequeños, pero ha caído algo en el olvido. Sin embargo, sé que mucha gente ha accedido a él y muchos periodistas han apostado por este tema, pero no han mencionado que lo consultaron como recurso para sus noticias o reportajes. Yo no podría haber creado y escrito estos poemas si otras no hubieran creado y escrito. No cuesta nada poner el nombre “Elena López Riera”, una directora joven de Orihuela que ha dirigido El agua (2022), y difundir y ampliar su propuesta artística. Soy muy visual y, de hecho, me debo mucho al cine. Aunque a veces tantas referencias puedan interrumpir el flujo de la lectura o incluso distraer, creo que al final es la celebración de que la cultura es algo muy vivo, que se retroalimenta, interconecta, dialoga. La novela Momo (1973), por ejemplo, es una joya olvidada y a la sombra de La historia interminable (1979), pero la prefiero porque es menos impostada, más sencilla y humilde. El conjunto de referencias es muy ecléctico y me asumo relevo de muchas cosas con las que crear mi propio universo. El título del poemario mismo hace referencia a la novela corta Arenas movedizas (1928) de Nella Larsen, a la que llegué por azar y con la que conecté mucho. Específicamente en poesía me ha influenciado Ocean Vuong. Me encanta cómo se revisita sin ningún tipo de miedo, sin censura ni filtro. No hace falta entender todo su mundo, sino aceptarlo. A nivel artístico, valoro mucho la honestidad, y todas esas obras la tienen.
¿Cómo es la industria editorial ahora mismo en España para una autora racializada asiática?
Propuestas como por ejemplo la colección Lenguas bífidas de La Parcería Edita están rompiendo un poco la barrera de la norma estética de lo que es literatura o cómo se tiene que hacer literatura, con propuestas que van más allá de las típicas autobiografías y de la condición del autor como racializado o de persona posicionada en antirracismo. No obstante, a las editoriales grandes les cuesta más aceptar esas propuestas. También los propios amantes de la escritura quieren escapar de este circuito cerrado y crear espacios editoriales mucho más apegados a la calle. No está pasando solo en las comunidades racializadas, sino en muchos más espacios de lucha social.
La editorial con la que publico, El rey de Harlem, es joven, tiene recursos humildes y está muy abierta a causas sociales. Por ejemplo, han publicado Cosqueretas de Tomás Conde, un autor que habla en sus relatos de la paternidad gay. Tenemos la típica imagen de hombre gay desatado pero, ¿dónde queda la parte de los cuidados y la estabilidad? Al final, todas las luchas sociales están hermanadas y ninguna disputa espacios a ninguna. Unidos siempre vamos a ser más fuertes. ¡Las divisiones que nos vengan de fuera, no de dentro! En mi caso, el solo hecho de llegar a publicar es gracias a toda la labor que desde espacios antirracistas y muy conscientes se está haciendo para descolonizar la literatura.