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Iglesias psiquedélicas en Estados Unidos: las contradicciones constitucionales del trumpismo ácido

La nueva administración estadounidense está más abierta a contribuir al renacimiento psicodélico, pero las iglesias que utilizan este tipo de sustancias siguen encontrándose en una zona alegal.

En los Estados Unidos existen al menos dos millares de “iglesias psiquedélicas“ y su número no ha dejado de crecer en los últimos años. La práctica totalidad son ilegales o alegales en el mejor de los casos. Poca sorpresa, por esto mismo, que sus cultos sean poco o nada transparentes. Entre 2016 y 2024, según la Oficina Global de Responsabilidad (GAO), dos docenas de estas iglesias solicitaron a la Administración para el Control de Drogas (la célebre DEA) una exención legal para poder consumir psiquedélicos como sacramento bajo determinadas condiciones.

A pesar de que las circunstancias están cambiando a su favor con gran celeridad, ninguna de estas iglesias psiquedélicas ha sido legalizada de momento. Esto genera un problema creciente para el constitucionalismo norteamericano: la libertad de culto se encuentra en los fundamentos más arraigados de su orden político. La grieta por la que se cuela esta forma de espiritualidad emergente, establece tensiones de difícil resolución con la lógica punitiva que durante décadas ha guiado la política sobre drogas.

O se castiga, o se droga; viene a señalar la ley. Sucede así que estamos en un momento crítico, de paso. Habrá que ver si el trumpismo ácido logra salirse con la suya o si, por el contrario, será la DEA quien desencadene una guerra contra los cultos lisérgicos. El trumpismo, lejos de ser un campo único y cerrado es capaz de procesar tensiones en un régimen farmacológico radicalmente novedoso. Y ahí están, para quien quiera verlos, los cambios habidos en el fentanilo, reverso de la liberalización psiquedélica.

El surgimiento de una derecha lisérgica

Desde que Trump alcanzó por primera vez la presidencia de los EEUU en 2017 hasta la actualidad, en la escena ha irrumpido una ultraderecha alternativa al conservadurismo de toda la vida. Entre otros rasgos rupturistas se encuentra un cambio en su relación con las drogas que encuentra apoyo en el éxito de las sustancias psiquedélicas. Allí donde Nixon y Reagan habían establecido como estrategia general la Guerra contra las Drogas, ahora se opera un cambio de paradigma respecto al consumo de psicotrópicos.

El ascenso de este trumpismo ácido ha venido incentivando cambios importantes en el triple frente del llamado “renacimiento psiquedélico”

Más en concreto, el ascenso de este trumpismo ácido ha venido incentivando cambios importantes en el triple frente del llamado “renacimiento psiquedélico”. A saber: la recuperación de la investigación y producción de una farmacopea con los psiquedélicos en el centro, la innovación psicoterapéutica basada en la administración de estas sustancias y una ola de espiritualidad alternativa a las religiones tradicionales inspirada por la fenomenología lisérgica. De la forma en que se combinen estos tres frentes podrían resultar escenarios muy dispares en un futuro inmediato.

Veamos este último aspecto. La escena espiritual a la que nos referimos es heredera, aunque ya no tanto, de los años más intensos de la revolución hippie y la contracultura. Por primera vez desde que dio comienzo la Guerra contra las Drogas, su desplazamiento hacia la ultraderecha está sacudiendo con intensidad el bloque hegemónico del neoliberalismo conservador. La incorporación al bloque trumpista de los oligarcas de las empresas de Silicon Valley, particularmente inclinados a lo lisérgico, ha abierto un escenario favorable en este sentido.

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Una grieta constitucional

Tras el éxito de los psiquedélicos en los años sesenta, de 1966 en adelante, distintos estados fueron aprobando leyes represivas. A nivel federal esto culminará en la Ley de sustancias peligrosas que prohibía la LSD para sus usos no médicos. Pero lejos de detenerse ahí, Nixon hizo de la Guerra contra las Drogas su pilar estratégico para combatir los movimientos que estaban cuestionando la Guerra de Vietnam y sus políticas conservadoras. En 1970 se aprobó el Acta de Sustancias Controladas y al año siguiente llegó la prohibición global con el Convenio sobre sustancias psicotrópicas (Viena, 1971).

Ante esta “segunda ley seca”, ahora aplicada a los psiquedélicos, solo se consideró una excepción legal: los cultos indígenas

Ante esta “segunda ley seca”, ahora aplicada a los psiquedélicos en lugar del alcohol, solo se consideró una excepción legal: los cultos indígenas basados en el consumo de sustancias de cultivo propio como el peyote. Gracias al amparo jurisprudencial de la Primera Enmienda, el Acta de Restauración de la Libertad Religiosa (1993) o las Enmiendas al Acta de Restauración de la Libertad Religiosa Indio-Americana (1994) se recuperó este consumo orientado a lo espiritual. Pero al hilo de quien consumía el peyote y otras sustancias se presentaron otras singularidades en las iglesias.

La reciente legalización de la psilocibina (alcaloide de los hongos mágicos) y la MDMA (éxtasis o molly) ha tenido un notorio impacto cultural. Pero el Estado, a través de la DEA, ha eludido el asunto y no ha aprobado sus solicitudes; si bien ha dejado que las iglesias ejerzan su derecho a la libertad de creencias bajo su responsabilidad. El efecto impide que este sector emergente se legalice y se institucionalice. Castiga a las iglesias psiquedélicas que intentan actuar de acuerdo con la ley; si bien, al mismo tiempo, ya no hay marcha atrás. ¿Cómo devolver todas estas iglesias creadas a la ilegalidad? ¿Acaso esta institucionalidad sin legalidad no forma parte de una estrategia trumpista para deconstruir el Estado a imagen y semejanza de su autoritarismo?

Los psiquedélicos, un sacramento elitista

La clave de la legalización psiquedélica no está tanto en qué es lo que se consume (al margen de que se tenga que hacer con cuidado) cuanto en quién lo hace. Y en esto no parece que haya un consenso dentro del bloque de Trump. Por un lado están quienes pertenecen a la vieja derecha, gentes que parten de un cierto consenso democrático, que predica un régimen farmacológico único, por más que luego no someta el cuerpo social a igual presión. De estos nace una tensión que prefiere prohibir, si bien a duras penas alcanza a quienes pertenecen a las élites, antes que tolerar de manera explícita. Son los viejos cuadros de la Guerra contra las Drogas.

En el lado opuesto encontramos a quienes ya no se deben a un consenso democrático y pueden predicar el fin de las drogas como la mejor política, si bien son conscientes de que es el dinero lo que determinará el futuro penal. Se trata de establecer otra puerta de entrada al régimen punitivo más allá de las drogas y no antes de ellas. Sobre este particular queda claro que la espiritualidad plantea un problema sin solución legal, por lo que la ilegalidad sería en sí misma el fin.

Expuesto de otro modo: consumo de psiquedélicos en el marco elitista/parcial de una espiritualidad que actualiza su repertorio en lo extático, sí, sin duda; sin por ello verse afectada en su legalidad. Consumo de psiquedélicos en el marco “global”, esto es, indistinto de quienes sean sus participantes, examínese el expendiente y júzguese por los repertorios en cuestión; de suerte tal que no queden dentro o fuera de la ley por ser un culto psiquedélico sino por quien lo practica. De esta suerte, el objetivo final no entra en cuestión sino por medio de sus practicantes.

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La legalidad no universal, orientada a la universalidad

El problema es transitorio si el cuerpo del delito desaparece, sostienen los defensores de estos modelos de “justicia”. No se trataría de sostener una ilegalidad antidemocrática, cuanto de mantenerla durante un tiempo limitado y de reajuste ecofascista. Al fin y al cabo, el fascismo siempre se ha visto como un estado de excepción a restaurar por un régimen liberal. En la medida en que algunos pueden ir disfrutando ya las políticas liberales futuras, los demás pueden ser exterminados.

El escenario distópico del trumpismo es perfectamente dual: a un lado tenemos la sociedad futura, en la que ya no hay utilidad laboral y, por lo tanto, la fuerza de trabajo perece apareciendo un régimen liberal; en el lado opuesto tenemos un régimen de transición ecofascista en el que quien no puede demostrar “ser útil” o, para el caso, tener renta suficiente, debe terminar con su vida o hacer que esta dure lo menos posible habida cuenta de lo cara que le sale a quien sí dispone de renta.

Aquí vendrían a encajar sin mayores dificultades las economías redimensionadas del ecofascismo. Por descontado habría que disminuir en una medida proporcional las economías insuficientes y permitir con ello la mayor expansión de menores economías. Pero, a la par, podrían generarse formas de espiritualidad psiquedélica materialmente sostenibles que hiciesen buena la ideología ecologista de los cultivos necesarios.

Las iglesias psiquedélicas emergentes

Sobre la base material de lo anterior, se hace sostenible el proyecto de iglesias psiquedélicas. A tal fin, la herencia pasada (universal, estática, religiosa, etc.) debería ser liquidada y activada una espiritualidad de nuevo cuño. En esta las opciones se están configurando ya a pleno rendimiento.

Muchas de estas iglesias operan en un área legal gris, celebrando ceremonias con psilocibina, ayahuasca, bufo alvarius, etc., y afirman estar amparadas por la libertad religiosa

Así, junto a los ejemplos legales concretos como son la União do Vegetal (UDV) y el Santo Daime, que han obtenido fallos favorables de la Corte Suprema tras los litigios correspondientes, encontramos la Native American Church, que tiene una exención legal para el uso de peyote para pueblos indígenas. Sin embargo, estas decisiones que operaban en el anterior marco legal, han abierto la puerta a otras iglesias emergentes que buscan reconocimiento bajo principios similares. Sería el The Church of the Sacred Mushroom, The Temple of the Way of Light, Soul Quest Church of Mother Earth o el Oklevueha Native American Church, por citar aquí cuatro bien reputadas.

Muchas de estas iglesias operan en un área legal gris, celebrando ceremonias con psilocibina, ayahuasca, bufo alvarius, etc., y afirman estar amparadas por la libertad religiosa. Sin embargo, la DEA y otras agencias han cuestionado o cerrado algunas por no tener autorización legal clara. A día de hoy nada parece seguro, salvo que es la menos insegura de las formas legales.

Por delante, los vacíos legales han llevado a intervenciones del gobierno o a demandas ante los tribunales. El auge ha generado presión para una regulación más clara que distinga entre uso espiritual legítimo, abuso comercial o negligencia. Pero lo cierto es que prevalece la ambivalencia de las iglesias psiquedélicas a la espera de ver cómo se declina el trumpismo.

Una evolución abierta

No parece que las iglesias psiquedélicas vayan a desaparecer, pero tampoco que vayan a consolidarse en un breve plazo de tiempo. Ciertamente pueden adaptarse de manera constante a las modificaciones legislativas; lo que va desde la disolución como antesala de la refundación hasta la adaptación a los requisitos legales. Durante los próximos años las veremos, por tanto, proliferar adaptándose a un federalismo que lejos de uniformizar la legislación (algo que corresponde a la DEA y otras altas instancias) la adaptará según su conveniencia a los territorios.

Nos queda por ver, no solo la propia evolución del trumpismo, sino de su variante ácida más en particular

Nada nuevo este tipo de estrategia, que como es sabido ya ha tenido lugar en la legislación correspondiente. Al fin y al cabo, no es casual que las iglesias psiquedélicas de estados como Colorado y Oregón lo tengan mucho más fácil que otras donde aún no ha sido legalizada la psilocibina. Pero también aquí hay diferencias importantes, ya que Utah, Florida o Nuevo México disponen de marcos orgánicos útiles a las realidades emergentes.

Nos queda por ver, no solo la propia evolución del trumpismo, sino de su variante ácida más en particular. En el medio plazo pinta que habrá una ambivalencia experimental, que acompañe las políticas de salud pública a las que se encuentran ligadas. Si estas avanzan hacia la desregulación, bien podría ser, después de todo, que proliferen en un terreno situado a medio camino entre la sanación y la experimentación espiritual. Todo pasará por esperar y ver.

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