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Racismo
El reemplazo ya está aquí, hagan sitio
Era todavía junio, el año escolar estaba por concluir, las niñas llevaban un par de semanas dando la tabarra con el vestuario del acto de final de curso. Y ahí estaban todas las clases, desde los de tres años a sexto de primaria, desplegando coreografías desparejas en un patio de colegio público con potencial para la insolación al nivel de la futura Puerta del Sol. Madres y padres le habían robado un rato a la jornada laboral para poder ver y grabar a sus retoños bailando músicas latinoamericanas o bandas sonoras de las pelis de Disney de última hornada (algunas eran ambas cosas). Un par de chavales de 11 o 12 años, preadolescentes racializados con acento de Usera, ejercían de presentadores, en ese cole donde todas las profes son blancas, mientras las alumnas y los alumnos son de casi todas partes, reflejo de un barrio mutado, un vecindario planetario.
La directora dijo algo sobre los niños que bailaban ese día, y sobre los alumnos que se irían al año siguiente, y los que vuelven cada tanto, ya mayores, a saludar a sus maestras. Algo de cariño y de familia, del orgullo que se le agitaba dentro, tras tantos años viéndolos crecer, devenir. Son nuestros niños dijo, mientras madres y padres y algunos abuelos rodeaban el espectáculo. De curso en curso, post-bebés y preadolescentes comenzaron a bailar en ese patio de colegio periférico, donde nadie es exótico y todos son distintos; y es que cualquiera que se pare a ver a niños intentando bailar una coreografía, atentos a las instrucciones de sus profes de música, podrá apreciar qué única es cada personilla, cómo la unicidad de cada cual se expresa en el baile. Puede parecer cursi y manido, pero en realidad es prometedor y salvaje, detenerse una a una, uno a uno, admirar cada una de esas subjetividades danzantes.
Imaginé batallas comunes y alianzas para preservar el futuro de las hijas y los hijos de todos, una batalla transversal e imprescindible para pujar por el reemplazo necesario, el de las viejas élites que racanean lo de todos, que esperan cosechar del miedo que siembran
Sonaba distorsionada la banda sonora de encanto, y un niño de cuatro años se despistaba y erraba todos los pasos, poco después, una chiquita on fire bailaba a toda velocidad, un ritmo más bien calmo, y yo pensaba, ganas de amargarse la mañana, en los alarmistas del gran reemplazo. Esos que expanden el miedo hacia que las cosas cambien, que las poblaciones se mezclen, que los mapas se actualicen. Pensaba en lo útil que es esa homogeneidad imaginaria a la que apelan para atizar miedos y denegar la vida que avanza y se transforma. Y allá, viendo sucederse los pasos de baile, los saltos y los tropiezos, pensaba en lo lejos que hay que estar de todo, lo lejos que hay que querer preservarse de todo, para concebir a los niños que bailan en el patio del colegio y sus madres que le roban unas horas al trabajo, y sus padres que aplauden bajo el sol, como una amenaza.
Mientras los de sexto, algunos muy altos y otros chiquititos se entregaban al último baile de primaria, me agitaba pensar que les tocaría enfrentarse de una forma menos cariñosa, más impregnada de los humores reaccionarios y la politización miedosa de afuera, a la educación secundaria, en el ecosistema escolar de Madrid, maquinaria segregadora donde las haya. Que la diversidad tan celebrada en el cole de primaria era solo un espejismo previo a la estratificación social y económica que el modelo neoliberal que Ayuso apuntala, entre chascarrillos y chorradas, entre desfinanciación de la escuela pública y dopaje financiero en forma de becas para quienes ya tienen acceso a coles privados y entornos elitistas.
Miré a los demás padres y madres del centro, a los autóctonos de clase media, progresistas la gran mayoría, pues en Madrid hay que ser progresista para ser una familia blanca de clase media y llevar a tus hijos a un cole público de Usera. También a las familias blancas de la Usera obrera, a las y los migrantes de clase media y a aquellos más precarizados. E imaginé batallas comunes y alianzas para preservar el futuro de las hijas y los hijos de todos, una batalla transversal e imprescindible para pujar por el reemplazo necesario, el de las viejas élites que racanean lo de todos, que esperan cosechar del miedo que siembran, que de un lado se chupan privilegios y del otro niegan derechos.
Miré a los niños y las niñas que bailaban en anárquica armonía y quise que no se dejasen homogeneizar ni domar, pues el poder nos quiere iguales en nuestros deseos y nuestros miedos, alejados, pensando que el futuro se obtiene sacrificando a otros, que la solidaridad o la cooperación son cosas de peligrosos comunistas o comeflores ilusos.
En estos tiempos irrespirables, creo que es necesario ser un poco iluso, y un poco loca, pero sobre todo, identificar los mecanismos con los que el poder busca perpetuarse, en la educación, en el parlamento o en los medios
Han pasado semanas de aquel baile infantil, ha arreciado el verano. Durante la ola de calor nos ha dado un ataque de bochorno escuchando a los hombres de siempre, con sus trajes de siempre, y sus chascarrillos de siempre confabular para evitar otro reemplazo, otra disputa al menos por hacerse un lugar: la de aquellas y aquellos que se comprometieron una vez a acabar con el régimen del 78, que creyeron que podrían hacerse un sitio en las instituciones y empezar a transformarlas desde ahí, y por ello consiguieron el apoyo de mucha gente.
Quizás no tenga nada que ver, quizás sea el efecto del calor en estas neuronas sin aire acondicionado que las mime, pero mientras debatíamos en El Salto sobre cómo reaccionar a esos audios que mostraban las malas artes del poder para no ceder ni una pizca de terreno, mientras leía los comentarios de apoyo —provenientes de tantas voces dispersas, de tantas compañeras de camino conocidas o anónimas, colectivos y personas plurales, heterogéneas—, después de que se anunciara la decisión de no mezclarse ni un poco con todo eso, no pude evitar pensar en las niñas y los niños del colegio y sentir fe por lo que cambia y gritar para dentro: pues sí, señores, que empiece ya el baile, habéis estado demasiado cómodos. Hemos venido a reemplazarlo todo.Hace calor, soy ilusa, relaciono cosas a lo loco, pues sí. Pero también, en estos tiempos irrespirables, creo que es necesario ser un poco iluso, y un poco loca, pero sobre todo, identificar los mecanismos con los que el poder busca perpetuarse, en la educación, en el parlamento o en los medios. Y buscar alianzas que los impugnen hasta debajo de las piedras.