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Reino Unido
Auge, declive y nuevo auge de la izquierda laborista
El liderazgo de Jeremy Corbyn ha llevado al Labour a la izquierda de la socialdemocracia europea. No es la primera vez que ocurre. En los años 80 una alianza del laborismo socialista con activistas procedentes de los sindicatos, el trotskismo y los movimientos sociales tomó las riendas del partido y ganó las alcaldías de Londres, Manchester o Liverpool. Sin embargo, fracasó frente a la revolución conservadora encarnada por Margaret Thatcher.
“Concejales vestidos con mono y tejanos; saludos con el puño cerrado en la sala de juntas; el himno revolucionario y la bandera roja; empleados con insignias de la Campaña por el Desarme Nuclear; las paredes de las oficinas adornadas con carteles y caricaturas de carácter político”, así describía John Gyford el ambiente reinante en el Ayuntamiento de Manchester a principios de los años 80, después de la victoria electoral en la tercera ciudad del Reino Unido de una heterogénea coalición de jóvenes laboristas rebeldes y activistas procedentes de los movimientos sociales.
Manchester no sería el único ayuntamiento gobernado en esos años por el ala izquierda del Partido Laborista. También Liverpool, con un vicealcalde abiertamente trotskista, y el Gran Londres o Londres metropolitano, la principal administración local del país, presidida desde 1981 por el carismático Ken Livingstone, Ken “el rojo”.
Las grandes ciudades británicas serían de hecho en la primera parte de la década de los 80 un desafiante contrapoder al gobierno conservador de Margaret Thatcher. Desde el Ayuntamiento londinense el laborismo local abarató los transportes públicos, apostó por los planes de empleo para combatir el paro, impulsó campañas institucionales pioneras contra la homofobia y el racismo, declaró Londres “zona libre de armas nucleares”, alentó el boicot de las instituciones al régimen sudafricano o abogó por una solución negociada al conflicto de Irlanda del Norte.
Como señala el historiador Geoff Eley el proyecto de los laboristas londinenses entre 1981 y 1986, año en el que Margaret Thatcher logró disolver y trocear el Ayuntamiento metropolitano, no difería en mucho del programa que podían tener por aquel entonces una fuerza radical y antisistema como Los Verdes alemanes, pero con la gran diferencia de que mientras los ecopacifistas acababan de estrenarse tímidamente en las instituciones, Livingstone y los suyos gobernaban una de las administraciones más importantes de toda Europa.
la izquierda al frente del Labour
Existen grandes paralelismos entre esa corriente de aire fresco que sacudió a principios de los años 80 al tradicionalmente moderado Partido Laborista, uno de los pocos partidos socialdemócratas europeos que nunca se ha definido como marxista, y la victoria, por sorpresa, en 2015 de Jeremy Corbyn en las primarias del partido. El veterano político, de 70 años, y que lleva siendo cargo público desde los 24, es de hecho un superviviente de ese ala izquierda que llegó a hegemonizar el Labour durante un breve lapso de tiempo, y que iría siendo arrinconada desde mediados de los 80 hasta quedar por completo marginada en los años de esplendor de Tony Blair, Gordon Brown y la llamada Tercera Vía.
La elección de un candidato situado tan a la izquierda como lo fue en 1980 Michael Foot, un socialista euroescéptico, partidario de la nacionalización de las grandes empresas y del desarme nuclear unilateral, se produjo en condiciones políticas en parte similares. También en 1980 el Partido Laborista venía de una traumática derrota electoral que la mayoría del partido atribuiría a una política derechista alejada de sus principios fundacionales. De hecho, serían en parte los propios sindicatos, tradicionales aliados del Labour, los que contribuirían al final del breve gobierno laborista de James Callaghan, de 1976 a 1979, inmediatamente anterior a la victoria de Margaret Thatcher y el Partido Conservador.
A finales de los años 70 el giro hacia el socialismo del Labour fue posible gracias a la entrada de muchos jóvenes sesentayochistas que venían de militar en el movimiento obrero
La derrota del laborismo en las elecciones de 1979 vendría precedida de una oleada de huelgas, el llamado invierno del descontento, contra la política económica de Callaghan, muy condicionada por el préstamo que su gobierno había tenido que pedir al Fondo Monetario Internacional para afrontar la crisis económica.
El viraje a la izquierda adoptado en 1980, como también ha sucedido en fechas más recientes con Corbyn, fue posible gracias a la incorporación al partido de un torrente de nuevos afiliados ajenos al conservadurismo y las inercias del aparato. En Reino Unido la ley electoral blinda el sistema bipartidista, por lo que resulta más fácil entrar en el Labour y tratar de hacerlo girar a la izquierda desde dentro, que impulsar desde fuera una opción electoral alternativa. El Partido Comunista de Gran Bretaña sólo consiguió en toda su historia obtener unos pocos diputados nacionales en cuatro ocasiones, la última en 1945, y desde entonces sólo la coalición de izquierdas Respect logró en 2005 un escaño, gracias al voto de electores laboristas descontentos por el apoyo de Tony Blair a la Guerra de Iraq.
En la actualidad el liderazgo de Jeremy Corbyn ha supuesto casi medio millón de altas en las filas laboristas y un importante rejuvenecimiento de la organización. Un crecimiento relacionado con la creación en 2015 de la plataforma pro Corbyn Momentum. Esta reúne a varios miles de personas que hacen campaña por Corbyn, pero que están organizadas de forma autónoma al Partido Laborista. Se trata tanto de nuevos activistas sin ningún tipo de experiencia política previa como de otros militantes procedentes de los sindicatos, del ecologismo, el feminismo o el movimiento estudiantil, pero también de pequeños partidos de izquierdas, socialistas y trotskistas, como el Socialist Workers Party, que apoyan a Corbyn en lugar de presentar candidaturas testimoniales sin ningún tipo de posibilidad electoral.
De igual modo, también a finales de los años 70 el giro hacia el socialismo del Labour fue posible gracias a la entrada de muchos jóvenes sesentayochistas que venían de militar en el movimiento obrero, los movimientos sociales y los grupúsculos maoístas y trotskistas, y que intuirían la apertura de una ventana de oportunidad para tomar las riendas de la organización y hacer girar hacia el socialismo al histórico partido de la clase trabajadora británica.
El exministro Tonny Benn y el ala izquierda del partido abrirían las puertas del Labour a estos jóvenes izquierdistas para repetir la jugada que ya se había producido en el movimiento obrero, donde las viejas burocracias sindicales habían sido arrinconadas en favor de nuevos liderazgos más frescos y combativos. Un fenómeno que había sido posible gracias a la masiva afiliación de jóvenes trabajadores y trabajadoras a los sindicatos en la década de los 70, años en los que el poder sindical alcanzaría máximos históricos en Gran Bretaña.
La radicalización del Partido Laborista sería análoga a la radicalización que también viviría por aquellos días el Partido Conservador bajo el liderazgo de Margaret Thatcher
Un observador político muy escéptico, el historiador y militante comunista Eric Hobsbawm, dejaría escrito que “la ilusión de un poder sindical bajo la égida de unos líderes y activistas de izquierdas dio alas a la ilusión aún más ambiciosa de conquista del Partido Laborista y en consecuencia de futuros gobiernos laboristas presididos por la izquierda socialista”. Para Hobsbawm la estrategia de esta operación estaba basada “en la capacidad que tuvieran unos pequeños grupos de activistas en medio de una militancia prácticamente inactiva de apoderarse de las agrupaciones del Partido Laborista”.
El grupo trotskista The Militant (conocidos en España por haber fundado e impulsado en los años 80 el Sindicato de Estudiantes) sería uno de los más exitosos en el desarrollo de esta operación. Partiendo en 1964 de unos escasos militantes y un periódico, llegaría a tomar la dirección de las juventudes del Partido Laborista, la alcaldía de Liverpool y ganar una considerable influencia y simpatía dentro de las filas laboristas. Con decenas de concejales, tres diputados y 200 liberados, en la década de los 80 la corriente ya se había transformado en un verdadero partido dentro del partido, con una influencia superior a su no escasa militancia: unos 10.000 afiliados.
La derrota de la izquierda (y la derecha) laborista frente a Thatcher
La radicalización del Partido Laborista sería análoga a la radicalización que también viviría por aquellos días el Partido Conservador bajo el liderazgo de Margaret Thatcher. La llamada Dama de Hierro no sólo representaba una reacción frente al poder de los sindicatos y el crecimiento del Estado del Bienestar y el sector público, sino también frente a lo que ella y otros tories de extrema derecha consideraban una excesiva aceptación de las ideas sociales y económicas de la izquierda por parte del Partido Conservador.La política de recortes sociales, privatizaciones y mano dura contra los sindicatos no era compartida por todo el partido. Sin embargo Thatcher lograría acallar las críticas internas y mantener unido al bloque conservador en torno a un programa neoliberal y nacionalista que para bastantes tories resultaba excesivamente duro y corría el riesgo de alejar al partido del centro.
La gran diferencia con el laborismo sería que mientras el liderazgo de Thacher se impondría sobre las disidencias internas que pedían un ritmo más lento de las reformas, Michael Foot no podría evitar una escisión del ala más liberal de su partido, que descontenta con la adopción de un programa socialista, fundaría en 1981 el Partido Socialdemócrata. Uno de los éxitos de Corbyn ha sido lograr mantener hasta la fecha a su partido unido, un riesgo que ha existido en los momentos más bajos de su popularidad, pero que puede reaparecer si finalmente sufre una derrota estrepitosa frente a Boris Johnson.
Las medidas económicas de Thatcher le granjearían una enorme impopularidad en los primeros momentos de su mandato. Tras centrar su campaña de 1979 en responsabilizar al Labour del crecimiento del desempleo, bajo su administración el paro se dispararía hasta niveles desconocidos en una Gran Bretaña que venía de treinta años de bonanza económica, plena ocupación y aumento del nivel de vida de sus clases populares. En mayo de 1981 el laborismo arrasaba a los conservadores en las elecciones locales. Frente a los sectores de la izquierda que pronosticaban un hundimiento electoral con la adopción de un programa socialista y pacifista, el giro a la izquierda no pasaba factura al Partido Laborista. Al contrario, varias encuestas daban como vencedor a Michael Foot en unas futuras elecciones generales, incluso con mayoría absoluta. El tiempo parecía sin embargo dar la razón a los tories moderados, que consideraban que una excesiva radicalización derechista perjudicaba los intereses del partido, ya que la mayoría social del país se ubicaba más en el centro o centro izquierda.
El órdago de la dictadura argentina invadiendo en abril de 1982 las remotas islas Malvinas, en el Atlántico Sur, salvaría de si misma a una Thatcher en apuros. La victoria militar tras dos meses y medio de guerra por el control del archipiélago, de titularidad británica, proporcionaría a la primera ministra una enorme popularidad, desconocida hasta entonces, y allanaría su camino para ser reelegida en 1983, con un 42% de los votos. Una anécdota que cuenta Eric Hobsbawm ilustra bien hasta qué punto la explosión nacionalista post Malvinas favoreció los intereses de los conservadores. Las tropas que regresaban de la guerra volvían en sus transportes con un cartel que decía: “Terminen con la huelga ferroviaria o mandamos un ataque aéreo”. Los sindicatos serían señalados como el enemigo interno de la nación.
El desplazamiento de la opinión pública de lo económico-social a lo nacional-imperial, unido a los daños electorales causados por la escisión socialdemócrata, sentenciarían el final de Michael Foot, caricaturizado como un chiflado radical por los mismos medios de comunicación que en cambio apoyarían la candidatura conjunta de Socialdemócratas y Liberales.
El desastre electoral de 1983, el peor resultado del laborismo en su historia, conduciría a una recomposición de las posiciones centristas en el seno del Labour. Aunque el ala izquierda mantendría importantes posiciones en el seno del partido, una importante corriente de opinión la culpaba de la derrota frente a Thatcher. El nuevo líder del partido, Neil Kinnock moderaría el discurso del laborismo, centrando sus esfuerzos en recuperar a los votantes moderados perdidos, no apoyaría a los mineros en su histórica huelga contra Thatcher, se enfrentaría abiertamente al ala izquierda, llegando incluso a expulsar a agrupaciones enteras, y terminaría abandonando, no sin grandes resistencias internas, las propuestas de desarme nuclear unilateral que el partido había adoptado en 1980.
A pesar de este giro al centro Kinnock tampoco ganaría las elecciones, ni en 1987, ni en 1992, cuando después de una enorme movilización social en toda Gran Bretaña contra un nuevo impuesto municipal, la Poll Tax, el Partido Conservador se vería obligado a reemplazar a una erosionada Thatcher por un nuevo líder, John Major. Es decir, mientras la movilización social, impulsada en gran parte por la izquierda laborista, lograba derribar a Thatcher, el partido, en manos de los dirigentes moderados, no lograba traducir esta victoria social en una victoria electoral.
Los laboristas, desalojados del gobierno en 1979, no volverían a Downing Street hasta 1997, de la mano de un político, Tony Blair, que ya asumía abiertamente y con orgullo y desparpajo muchas de las ideas neoliberales de los Conservadores. Un laborista al que Thatcher no dudaría en definir como su mejor creación: “Obligamos a nuestros oponentes a cambiar su forma de pensar”.
Jeremy Corbyn comparece a las elecciones del próximo jueves con un programa político a la izquierda del de Podemos, con un enorme apoyo entre la juventud británica, que ha hecho de él algo más cercano a un icono pop que a un político, pero con el escenario más desfavorable para la izquierda en los últimos tres años. El debate público centrado casi exclusivamente en el Brexit, un tema tan espinoso para la izquierda como lo fueron las Malvinas para Michael Foot, y la renovación del Partido Conservador con el liderazgo del carismático Boris Johnson van a poner muy difíciles las cosas al Partido Laborista.
Una derrota dura, y no dulce, como en 2017, cuando Corbyn acarició la victoria frente a Theresa May, podría abrir tanto las puertas a una radicalización neoliberal y nacionalista del Reino Unido post-Brexit como a una nueva ofensiva de los arrinconados sectores social-liberales del laborismo partidarios de la moderación del discurso y la rehabilitación de la Tercera Vía de Tony Blair.