Coronavirus
Silvia: “He tenido que escuchar que no había respirador para mi padre”

Silvia ha hecho varios viajes al hospital. Uno para ingresar a su padre en el Hospital Universitario Severo Ochoa y otro para ingresar a su madre en el Hospital Universitario de Getafe; ambos afectados por coronavirus. Y un tercero para escuchar que no había material para ingresar en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

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El sábado 21 de marzo Silvia acudía a la puerta del Hospital Universitario Severo Ochoa con sus habituales protecciones (guantes y mascarilla). También llevaba el corazón encogido. Le acababan de llamar los médicos. La situación de su padre era muy crítica y le dejaban verle 10 minutos. Intuía que era una posible despedida. Y con esto en mente subía por el ascensor hasta la planta 2, acompañada por otro chico que se encontraba en la misma situación. “Nos pusieron las batas de protección y cada uno entramos a ver a nuestro familiar. Me encontré a mi padre tiritando de la fiebre, sin poder respirar. Aparecieron los médicos de la UCI- Unidad de Cuidados Intensivos- me dijeron que estaba en un estado crítico, que no había respiradores para llevarlo a la UCI y que si seguía empeorando le darían un tratamiento paliativo. He tenido que escuchar que no había respiradores para mi padre”, remarca esta madrileña, vecina de Leganés (Madrid).

La situación alarmante que se vive en este hospital, donde se amontonan hasta 300 enfermos en unas urgencias diseñadas para no más de 90 personas y donde ya se han aplicado criterios de selección en la utilización de respiradores en función de la posibilidad de supervivencia del paciente, estallaba en la cara de Silvia. Mientras digería la noticia su padre le pedía que no se acercara mucho. En su estado febril lo único por lo que temía era por contagiarla. “Yo de aquí ya no salgo. Me quiero ir a casa”, rogaba con voz entrecortada.

Mientras resume estos últimos veinte días en los que ha tenido que llevar al hospital a su padre y a su madre- ambos afectados por coronavirus- no para de repetir el agradecimiento eterno que lanza a las y los profesionales de la Sanidad. Y no solo por su buen hacer, sino también por el afecto que siempre han mostrado en el trato. “Cada vez que he tenido que ir al hospital el cariño con el que me han tratado ha sido brutal. Estando como estaban, que todavía les quede esa fuerza es increíble”.

LLAMADAS AL VACÍO

Todo empezó el martes 10 de marzo con unas décimas de fiebre que se posaban sobre la casa de su madre y de su padre. Con 66 y 68 años decidieron aislarse. Silvia seguía su evolución desde su casa, cercana pero lejana en época de pandemia. Empezaron con tos, con ronquera. Esperaron un par de días hasta que el jueves la cosa iba a peor. “Llamaron al teléfono del coronavirus, les dijeron que no los detectaban tan mal, que siguieran encerrados con paracetamol. El sábado volvieron a llamar y les volvieron a decir lo mismo. Al final quedó en ir un equipo a su casa para hacerles las pruebas. Nunca fue. El lunes por la tarde me planté en el ambulatorio y les pedí que fueran a casa de mis padres. Les llamaron y les pidieron que fueran ellos. Les hicieron una placa a los dos, les auscultaron y todo estaba bien, placa limpia”, resume Silvia.

Pero la cosa no iba del todo bien. Esta madrileña intuye que algo vieron después en la placa, pues los médicos llamaron a casa el martes y citaron a su padre el miércoles 18 de marzo por la mañana a las 830. Allí se presentó su padre como un clavo a esa hora, le repitieron las placas y acabó ingresando en el hospital. Tenía “una neumonía brutal”. Ese fue el primer viaje de Silvia. “Llamé a mi madre. Me dijo que no fuera al ambulatorio. Me dio la sensación de que no iba a llegar la ambulancia. Y fui yo a por él. Le habían dicho que si podía llevarle alguien y mi padre no quería decirme nada. Yo no le veía desde el domingo día 8, les había llevado compra, pero no los había visto. Cuando le volví a ver casi me da un chungo por su estado”.

DE HOSPITAL EN HOSPITAL

Eugenia, que con ojos suplicantes pedía su ayuda. “Hija, ¿te corre el teléfono? ¿Puedes avisar a mi hija?, que tengo que estar aquí y me he dejado el mío en casa”.

A los 30 minutos de llegar al hospital, el padre de Silvia ya estaba sentado en un sillón de urgencias recibiendo tratamiento. Pese a la sobrepoblación existente, Silvia destaca la rapidez con la que siempre les han tratado. Lo que no puede destacar son los materiales que tienen. “Demasiadas vidas están salvando con los medios que tienen que son nulos. Les he visto con bolsas de plástico atadas en los pies para protegerse”, asegura.

Mientras tanto, su madre se quedaba sola en casa. Tenía mucha ansiedad y aseguraba que no podía respirar. “Mi madre es hipertensa. Yo estaba intranquila por ella. Volví al ambulatorio y pedí que la llamaran. El viernes le repitieron la placa y fue contundente: neumonía en los dos pulmones”. Ese sería el segundo viaje de Silvia, esta vez hasta el Hospital Universitario de Getafe, dado el colapso del hospital de Leganés. Y en Getafe les recibió un panorama similar. Militares, ambulancias que iban y venían. Gente. Mucha gente. Enfermeras tomando la saturación de oxígeno en el atril de los periódicos. Y una abuelita, llamada Eugenia, que con ojos suplicantes pedía su ayuda. “Hija, ¿te corre el teléfono? ¿Puedes avisar a mi hija?, que tengo que estar aquí y me he dejado el mío en casa”.

“A mi madre le tomaron la saturación, iba todo bien. Pero mi positivismo me jugó una mala pasada. Pensé que nos íbamos a casa, pero por la noche nos dijeron que se quedaba. Y allí se quedó, mejorando cada día. En el hospital de Getafe el médico nos llamaba todos los días. Con un cariño infinito me pedía que preguntara todo lo que quisiera”, cuenta mientras celebra que ya está en casa.

“Lo que han hecho con la sanidad pública no se puede olvidar”.

La comunicación no era tan fluida con los médicos que atendían a su padre, pero entiende que la situación era diferente. Él no mejoraba y finalmente se comunicaron con ella para que acudiera al centro. Ese sería el tercer viaje. Había malas noticias. Aquel fatídico sábado 21 de marzo, del que su madre- por cierto- desconoce su existencia, quedará grabado en su mente para siempre. Vio a su padre al límite, ante la incapacidad material de hacer nada. “Desde ese sábado hasta el martes no vuelvo a tener ningún parte médico. El domingo empiezo a llamar a sanitarios que conozco. Yo estoy desesperada. No me puedo creer que, en España, en pleno siglo XXI mi padre se vaya a morir porque no hay un respirador”, asegura. Pero finalmente, “dada su fortaleza”, el padre de Silvia comienza a remontar.

REMONTANDO

“El lunes 23 mi padre llega a mandarnos algún mensaje diciendo que se encuentra mejor. El martes recibimos parte médico de que empezaba a responder al tratamiento un poquito. La última comunicación con los médicos ha sido este viernes-27 de marzo-, me dijeron que había habido una pequeña mejoría. La palabra mejoría, entiendo que es que está remontando. Ya solo lleva gafas nasales y eso significa que la saturación está por encima de 90%”, explica Silvia quien ha acumulado conocimiento médico a marchas forzadas.

Y reconoce la complicada labor sanitaria en este terreno experimental. Una hoja en blanco para los especialistas que andan escribiendo esta historia. “Los médicos están en un continuo ensayo, son neumonías que no han visto nunca. El tratamiento que les están poniendo, que es un medicamento para la malaria, puede interactuar con otros medicamentos que los pacientes ya tomaban: a mi madre le crea tóxicos en el corazón por una de las pastillas de la tensión y a mi padre le altera la frecuencia cardíaca, por otra pastilla que él toma. Están todo el día con ensayo y error. Tienen que ir jugando todo el rato”, relata.

Antes de terminar repite que se encuentra inmensamente agradecida a todos los sanitarios. Y quiere que su historia se conozca para que no vuelva a faltar material. Y para que nadie nunca más tenga que luchar por sobrevivir sin un respirador. Manda también un mensaje a Ayuso. Y a todo el Partido Popular, gestores de la Sanidad durante los últimos años en la Comunidad de Madrid. Cirujanos que han metido tijera en los recursos. Ingenieros de la privatización de lo que es de todas. “Lo que han hecho con la sanidad pública no se puede olvidar”.

Arquivado en: Salud Coronavirus
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Ante estos días extraños en los que vivimos entre la tragedia y la esperanza, entre quienes afrontan un futuro incierto en un pasillo de urgencias y quienes unen sus manos para practicar el apoyo mutuo, es necesario poner voz y rostro a todas esas personas que no abren telediarios pero que están construyendo esta página de la historia. Abrimos 'Los rostros de la cuarentena' con el ánimo de dar luz a testimonios de gente desconocida que batalla contra el covid19 desde todos los frentes: tanto dentro de los hospitales y residencias, como en los descansillos de las comunidades, donde se amontona la compra traída a alguna vecina. Tanto en los balcones donde originales iniciativas permiten a las peques tener cine gratis, como en las habitaciones donde las impresoras 3D trabajan a todo meter y un grupo de 'makers' prepara mascarillas para su centro sanitario. Tanto de quienes cuidan de su familia y de otras personas del barrio, como de quienes no pueden tener contacto con sus familiares y viven su destino pendientes de una llamada. Si tienes una historia que contar, este también es tu sitio.¡Bienvenidas!
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El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso permitió a las personas residentes con seguro privado asistir al hospital y negó la asistencia a las personas que carecían del mismo. Ayuso es el ejemplo de la iniquidad, del desprecio absoluto a los derechos humanos.
#54359
31/3/2020 10:46

Hola, mi madre también ha muerto igual, porque no había respirador. Mi madre, de 74 años y totalmente sana, no ha muerto de Coronavirus, la han asesinado los responsables de gestionar esos recursos. El problema no es la pérdida, es la frustración y rabia. Espero que algún día paguen por ello. Ahora leo que las comunidades autónomas se niegan a compartir recursos, ¿por qué no se obliga?¿por qué no se ha hecho antes? Están matando a personas ..

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