We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Ruido de fondo
Encrucijada de medios
Nuestro presente ha normalizado una vivencia de la cultura popular canalizada por marcas o propiedades intelectuales que consumimos a través de innumerables artilugios electrónicos y experiencias lúdicas. El disfrute multimedia de relatos segmentados en formatos diferentes —cine, libros, consolas, televisión, parques temáticos, móviles— ha mutado en narrativas transmedia, es decir, en macrouniversos de ficción que fluyen y se complementan recurriendo a todas las pantallas a su disposición. Star Wars es una buena muestra de ello.
Las obras de ficción producidas en décadas previas por representantes distintos de la industria cultural confluyen en propuestas nuevas que fusionan lo visto aquí y allá con pretextos argumentales como los viajes en el tiempo y los universos alternativos
En los últimos tiempos se ha dado un paso más y asistimos a la legitimación de los multiversos: las obras de ficción producidas en décadas previas por representantes distintos de la industria cultural confluyen en propuestas nuevas que fusionan lo visto aquí y allá con pretextos argumentales como los viajes en el tiempo y los universos alternativos. Spider-Man: No Way Home representa uno de los ejemplos más sofisticados hasta el momento de dicha estrategia. Y en el horizonte despuntan ya los metaversos, que, vía la realidad virtual y la inteligencia artificial, nos harán partícipes de nuestros universos de ficción favoritos y nos permitirán compartir misiones, habilidades y complementos con sus personajes previo pago.
Esta evolución incesante hace recomendable echar la vista atrás para averiguar en qué momento la cultura popular empezó a diversificar sus activos en todas las facetas expresivas y comunicativas de nuestra vida. Ya existe quórum en cuanto a la antigüedad del fenómeno definido por Henry Jenkins como cultura de la convergencia, que aglutina ansiedades creativas, intereses corporativos, y la complicidad de las audiencias con uno y otro aspecto. Si antes los analistas se remontaban a los años 80 y 90, hoy tienden a cifrar los orígenes de la cultura de la convergencia a gran escala entre los siglos XIX y XX y, más concretamente, en la interconexión de manifestaciones impresas como la literatura, la ilustración y la prensa —que ya habían vivido un romance tumultuoso a lo largo del siglo XIX— con la radio y el cine.
Los Inner Sanctum Mysteries nacen en un momento crítico para la cultura popular, los años posteriores a la Gran Depresión, cuando las grandes audiencias pierden la fe en las instituciones políticas y económicas y sus correas de transmisión cultural
La buena salud de que ya gozaba la cultura multimedia hace casi un siglo se pone de manifiesto gracias a una propiedad intelectual olvidada por muchos en la actualidad: los Inner Sanctum Mysteries o Misterios del Santuario Interior, formulación en apariencia esotérica que tiene vigencia durante cuatro décadas en los ámbitos de la literatura, la radio, el cine y hasta la televisión estadounidenses. Los Inner Sanctum Mysteries nacen en un momento crítico para la cultura popular, los años posteriores a la Gran Depresión, cuando las grandes audiencias pierden la fe en las instituciones políticas y económicas y sus correas de transmisión cultural. El miedo se sublima con el abandono colectivo al espíritu del pulp: terror, ciencia ficción y noir, géneros poco respetables por entonces que los estudios de Hollywood, las grandes emisoras radiofónicas y las editoriales tradicionales abordan muy a su pesar con tal de sacar tajada de un mercado boyante.
Así, en 1928 la editorial Doubleday crea un sello dedicado a la novela de suspense, The Crime Club, que dura la friolera de 63 años e incluye en su catálogo a Sax Rohmer, Leslie Charteris, Ruth Rendell y otros muchos autores hoy de culto. En 1930, la editorial Street and Smith da un paso más allá al patrocinar en la cadena CBS un programa de radio, The Detective Story House, con el que pretende publicitar su revista Detective Story Magazine, consagrada como indica su título a los relatos detectivescos. Doubleday imita en 1931 la estrategia de Street and Smith con el programa The Eno Crime Club, que adapta novelas publicadas en el seno de The Crime Club y emite también CBS.
Ante los movimientos tan explícitos de una y otra editorial, la prestigiosa Simon & Schuster decide dar una oportunidad a la literatura criminal y crea en 1936 el sello Inner Sanctum Mysteries, que publica hasta 1969 a escritores como Robert Bloch, Patrick Quentin, Richard Powell y Craig Rice, pseudónimo de Georgiana Ann Randolph Walker Craig, “la Dorothy Parker de la literatura criminal”. Pero, ¿de dónde sale el nombre de Inner Sanctum Mysteries? Cuenta la leyenda que Simon & Schuster contaba en sus oficinas centrales de Nueva York con una habitación en la que los trabajadores de la editorial se relajaban, jugaban al ping-pong y celebraban cumpleaños y otras efemérides. La habitación fue apodada el santuario interior, término que hizo tanta fortuna como para identificar jocosamente a la editorial en el sector y la prensa. Cuando Simon & Schuster concreta su sello especializado en novela policíaca, el apelativo Misterios del Santuario Interior se impone a cualquier otro.
El nombre tiene tanto atractivo que, cuando el productor de radio y televisión Himan Brown busca en 1941 una denominación con gancho para un nuevo programa de la cadena radiofónica Blue Network —más tarde ABC, una de las tres grandes compañías de la difusión radiofónica y televisiva en abierto junto a CBS y NBC—, no duda en licenciar la marca de Simon & Schuster. La editorial tiene todas las de ganar con el acuerdo: Brown no podrá basar los guiones de sus Inner Sanctum Mysteries en las novelas publicadas por el sello homónimo, lo que libera a la editorial de reconocer nada a los autores de las mismas; y, además, cada episodio habrá de concluir con una cuña publicitaria de la novela más reciente del sello a la venta.
A Brown estas condiciones draconianas no le importan. Confía en que el título procure de entrada a sus Inner Sanctum Mysteries una audiencia cautiva de lectores/oyentes, en que los programas radiofónicos de suspense —The Witch’s Tale (1931-38), Light Outs (1934-47)...— viven por entonces un momento dulce, y en sus propios talentos creativos. No en balde, Brown es una figura clave para entender el desarrollo de la ficción sonora o radio ficción, y con Inner Sanctum Mysteries se apunta otro tanto en ese registro: el programa alcanza 526 emisiones durante los once años que dura en antena, logra contar con la participación de mitos del terror como Bela Lugosi y Boris Karloff, y hace gala de una gran inventiva en dos aspectos esenciales: su arranque y despedida, cuyos sonidos de un órgano y una puerta vetusta que se abre o cierran prefiguran la cabecera de nuestras Historias para no dormir, y el burlesco anfitrión de las historias, Raymond Edward Johnson, antecesor de presentadores similares en los cómics de las editoriales EC y Warren y series televisivas como Historias de la cripta y Movie Macabre.
Pero a Simon & Schuster no le basta con la radio como altavoz publicitario de sus libros. Siguiendo de nuevo la estela de Doubleday, que había cedido el sello The Crime Club para que la productora cinematográfica Universal realizase entre 1937 y 1939 ocho modestas películas de misterio, los ejecutivos de la editorial fijan su atención en el cine. Como consecuencia, en junio de 1943 se llega a un acuerdo asimismo con Universal y en términos tan ventajosos para los intereses de Simon & Schuster como en el caso de la radio, lo que da una idea muy precisa del poder en aquella época de la industria editorial: Universal dispondrá de la marca Inner Sanctum Mysteries para otorgar cierto renombre a un ciclo de seis películas que, por lo demás, no podrán inspirarse en ninguno de los libros publicados por la editorial ni tampoco en las historias escritas para el programa radiofónico de Himan Brown. El título del filme en cuestión, eso sí, vendrá precedido en pantalla y en el material promocional por la fórmula “An Inner Sanctum Mystery”. La promesa de intriga y terror que atesora la marca es suficiente, por tanto, para cobijar propuestas de autores distintos en medios expresivos asimismo diferentes, aunque en el fondo no compitan entre sí por el interés de la audiencia, lo retroalimentan en beneficio de todos ellos.
Las películas, en concreto, editadas el año pasado en Blu-ray, son producciones de serie B con Lon Chaney Jr. siempre al frente del reparto, a fin de aprovechar el tirón del actor en taquilla gracias a los títulos consagrados desde principios de los años 30 por Universal al hombre lobo y otros monstruos clásicos. Bajo el control creativo del director Reginald LeBorg y presupuestario del productor Ben Pivar, la duración de cada Inner Sanctum Mystery suele rondar los 60 minutos y sus argumentos apuestan por el mero suspense salvo por lo que respecta a Amenaza incógnita (1944), thriller sobrenatural basado en una de las primeras y más divertidas novelas de Fritz Leiber, Esposa hechicera (1943). Los puntos en común más llamativos de estas películas, más allá de su adscripción en los títulos de crédito a una determinada etiqueta, son las reflexiones en off de los protagonistas y, como en los programas de radio, un mismo presentador del relato que seguirá, aquí una cabeza parlante atrapada en una bola de cristal (sic) que responde al nombre de “el espíritu del santuario interior” —el actor David Hoffman—.
Para cuando se estrena la última película del ciclo, Pillow of Death (1945), despunta en el horizonte el medio comunicativo y publicitario más importante de la segunda mitad del siglo XX: la televisión, que recogerá hasta cierto punto a través de las series el testigo del cine de género producido por Hollywood y de las radio ficciones. No es de extrañar que el incombustible Himan Brown recicle en 1954, apenas concluida la travesía de los Inner Sanctum Mysteries por el espectro radiofónico, su acuerdo con Simon & Schuster de cara a la pequeña pantalla. El resultado es un título abreviado, Inner Sanctum, y 39 episodios de media hora de duración emitidos por NBC que no aciertan, a juicio de fans como Stephen King, a replicar la atmósfera de las producciones de radio. Inner Sanctum es cancelada tras su primera temporada, y no solo por su calidad discutible. Influye también la querencia de Brown por los efectos de terror agresivos que, en forma de descripciones mórbidas y humor negro, ya le habían costado durante las retransmisiones radiofónicas encontronazos con la ciudadanía bienpensante.
Al fin y al cabo, es precisamente en 1954 cuando se publica La seducción de los inocentes, el ensayo de Fredric Wertham que condena, entre otras muchas manifestaciones de la historieta, la correspondiente al terror explícito, algo que tiene un eco notable en los conservadores Estados Unidos de los años 50. El género sufre en el cómic, pero también en la radio, la televisión y el cine un backlash autoinfligido en buena medida por autores y productores, que priman un fantástico más alegórico y psicológico por miedo a perder la estima de los anunciantes, una condena de muerte para la supervivencia de sus medios. Los Inner Sanctum Mysteries terminan aquí su trayectoria multimedia, no sin haber experimentado a lo largo de veinte años con sinergias entre actores de la industria cultural que tienen en la actualidad un carácter sistemático.