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Salario mínimo
El SMI disciplina al capital y cohesiona a la clase obrera
Tras una rápida negociación fallida, las patronales siguen enrocadas en la congelación salarial del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), a pesar de haberse moderado su incremento respecto al acuerdo de coalición, que preveía llegar a 1.200 euros para el final de la legislatura en 2023. Sin acuerdo con las patronales, el SMI sube a 965 euros brutos al mes, catorce veces al año y con carácter retroactivo desde el 1 de septiembre. Un umbral salarial por debajo del que se sitúan el 25% de mujeres y el 11% de hombres empleados en España.
Es evidente que el coste de no hacer nada durante los siguientes meses hubiera sido alto para el Gobierno, siendo uno de sus compromisos para la transformación social del modelo productivo. Por lo que, y además de esta subida anunciada (del 1.6%) que no llega a superar la inflación esperada para el 2021 (más del 2%), el Gobierno se ha comprometido con los sindicatos a darle otro empujón a final de año, probablemente hasta unos 1.000 euros que simbolicen un avance cuantitativo más relevante (alrededor de un 5% de incremento total), frente a la congelación sufrida desde el inicio de la pandemia.
Así, el comité de expertos que ha asesorado al Ministerio de Trabajo de la Vicepresidenta Díaz había propuesto subir ahora el salario bruto mensual hasta 19 euros la hora y 40 más en enero. Las negociaciones que se han celebrado las últimas semanas en Madrid han dado, según Unai Sordo, “todo lo que podían dar de sí” y, ante la cerrazón patronal, el Gobierno ha decidido poner rumbo hasta los 1.000 euros mensuales al inicio del próximo año. Los quejidos de la patronal y sus adalides no se han hecho esperar, tal y como sucedió con la primera subida relevante hasta los 900 tras el acuerdo para la moción de censura y el cambio de Gobierno en 2018. Vuelven a anunciar lo mismo, que la subida del SMI destruirá empleo. ¿Tiene fundamento esta predicción no cumplida en las subidas anteriores? Veamos.
Más allá del aumento del poder adquisitivo de la clase obrera que menos cobra, la subida del SMI tiene un impacto sobre el modelo productivo, ya que es un mecanismo disciplinario del capital
Más allá del aumento del poder adquisitivo de la clase obrera que menos cobra, la subida del SMI tiene un impacto sobre el modelo productivo, ya que es un mecanismo disciplinario del capital, además de ser un elemento cohesivo dentro de la clase trabajadora y motor de la economía de las PYMES, dependientes en gran parte del consumo de la mayoría trabajadora. Una subida hasta los 1.000 euros quedaría corta de ser suficiente para una transformación profunda y, en lugares con mayor renta per cápita como Madrid, Catalunya o Euskalerria, el alto costo de la vida requeriría una subida de hasta 1.200 euros, tal y como reivindican los sindicatos soberanistas vascos.
En cualquier caso, con el cierre de la negociación y la subida bilateral del SMI se demuestra que esta medida es un imperativo urgente y que, para que sea efectiva, deberá ser entendida dentro de un paquete de medidas más amplio, apuntalando las bases para un modelo de crecimiento que no abandone a gran parte de la población a la pobreza y el ostracismo laboral. Porque la subida del SMI no es meramente una cuestión de distribución, sino también de configuración del modelo económico y social, además de ser un elemento cohesivo y creador de riqueza para el conjunto de la sociedad, principalmente mediante un efecto multiplicador que genera numerosos retornos a la facturación de las empresas y la recaudación de las arcas públicas.
La subida del SMI como mecanismo disciplinario al capital
En un contexto donde los mercados nacionales están cada vez más unidos a través de tratados de libre comercio, los precios de las mercancías vienen determinados por la dinámica de acumulación global. Una subida salarial real (subidas por encima de la inflación) en un área geográfica determinada (Murcia, España o la Unión Europea) o sector concreto (mantenimiento de instalaciones eléctricas, limpiezas de oficinas o componentes de automoción, por poner tres ejemplos) obliga a dichas empresas a mejorar su productividad, a invertir en mejoras dentro y a lo largo del proceso productivo si no quieren desaparecer.
En este sentido, la subida de salarios reales funciona como un mecanismo disciplinario del cual la patronal no quiere oír hablar, pero que responde a los fundamentos básicos de la evolución de las economías. Obviamente, como representante del gran capital, ésta prefiere la deflación salarial que se impuso en la crisis anterior, con mano de obra dispuesta a trabajar muchas horas por poco dinero, con métodos de producción arcaicos, sin necesidad alguna de compartir “el progreso” que supone el desarrollo de las fuerzas productivas. Siempre podrán someter a sus plantillas a tasas de explotación mayores, si ellas mismas lo firman en su convenio o no denuncian irregularidades sistemáticas a Inspección de Trabajo, tales como el incumplimiento de calendarios, el impago de horas extra, fallos en la seguridad laboral o la violación de los derechos sindicales. Su plan es establecer un espacio de trabajo lo suficientemente despótico y eficaz como para que dichas empresas poco productivas puedan sobrevivir aún en una economía cada vez más intensiva en tecnología, y perdurar dentro de un proceso de desarrollo del cual quedan al margen, precisamente, por pagar bajos salarios.
Apostar por una economía de salarios bajos hace que los empresarios no sean ni originales, ni creativos, ni obligados a reinvertir buena parte de sus dividendos para que las empresas aumenten su productividad o crezcan
Apostar por una economía de salarios bajos hace que los empresarios no sean ni originales, ni creativos, ni obligados a reinvertir buena parte de sus dividendos para que las empresas aumenten su productividad o crezcan. Lejos de ser el sujeto revolucionario que destruyó la sociedad feudal a través del desarrollo de su fuerza productiva, o de ser los “creadores destructivos” que mejoran los productos y procesos de trabajo haciendo obsoletos los anteriores, el capitalista se convierte así en un parásito rentista que reniega de su rol emprendedor, que deja de servir al desarrollo económico para convertirse en la principal traba para el mismo. Lo paradójico es que, si los empresarios españoles apuestan por mantener a la mayor parte de la población con un salario pírrico para conformarse con vivir de las rentas, ellos mismos se están condenando a desaparecer como clase capitalista a medio o largo plazo. Teniendo en cuenta el rol que la banca y las empresas constructoras han jugado en el desarrollo de España durante los últimos 60 años, el Fin de ciclo (2010, Traficantes de sueños) que supuso la crisis del 2008 no ha forzado aún una reforma sustancial del modelo de crecimiento español, pero más vale tarde que nunca.
Es lo que hay, amigos del mercado, el empresariado español debe renovarse o se ahogará en sus propios postulados. El efecto disciplinario que la subida de los salarios reales tiene sobre los empresarios es un bien en sí mismo, porque altera la estructura de costes, dando más importancia a los laborales. Así, si la empresa quiere mantener o ganar su cuota de mercado con respecto a otras empresas competidoras con estructuras de costes diferentes, deberá transformar la forma en que organiza el trabajo, ya sea a través de la incorporación de nuevas tecnologías, nueva maquinaria, automatización o robotización, o bien estableciendo cambios en la forma de organización y la reestructuración del trabajo. Si la empresa no realiza estas alteraciones, tendrá unos costes de producción demasiado elevados, y no podrá mantener una tasa de rentabilidad media con precios fijados por el mercado internacional. Es decir, el inversor de dicha empresa no obtendría una ganancia suficiente, ya que el margen de beneficios se vería reducido, y se vería obligado a transferir su inversión a otros capitales o empresas con mayor rentabilidad o, en última instancia, dejar de ejercer como capitalista y cerrar la empresa.
Como muestran los datos de Eurostat, España tiene un SMI por encima de muchos países periféricos europeos (como Croacia o Bulgaria), pero sustancialmente más bajo que otros del centro de Europa (como Francia, Alemania o Irlanda). Mirándolo de forma inversa, podemos entender que hay muchas empresas que pueden mantener su línea de flotación gracias a la explotación de una mano de obra barata en relación a otros países del centro de Europa. Esto supone, a su vez, que una gran proporción de la mano de obra española está, a día de hoy, en peores condiciones para mantener unos ritmos de consumo y reproducción privadas que la de los grandes países exportadores europeos.
En ausencia de entradas masivas de capital fijo extranjero – como ocurrió durante la década de los 60 y 70 que permitió cierto crecimiento industrial – el estancamiento del SMI supone a medio y largo plazo una degradación progresiva de la fuerza productiva en España. O dicho de otra forma, tener salarios más bajos que competidores internacionales supone una capacidad de consumo inferior, lo que pone en peor tesitura para desarrollar las capacidades productivas en un mercado global: supone un peor acceso a la vivienda, servicios que se consideran básicos como la formación o sanidad no pueden mantenerse al ritmo de otros países, los productos que permiten reproducir pautas de consumo internacionales y aumentar nuestras capacidades son cada vez más caros, el salario por hora es bajo y los tiempos de descanso menores, por poner solo algunos ejemplos.
Por lo tanto, si el SMI establece el precio de la fuerza de trabajo de un importante número de trabajadores y, en mayor medida, de trabajadoras, es necesario esforzarse para equipararlo a ritmos de crecimiento internacionales. Si no ocurriera así, habría un mayor segmento de la población que estaría realizando trabajos que, en términos globales, se valoran muy poco o nada, y que posiblemente serán fácilmente reemplazables por el trabajo de países con rentas más bajas o máquinas que puedan realizar las tareas más sencillas. En dicho contexto, las tasas de desempleo tanto coyuntural como crónico aumentarán, por lo que se demuestra falso que una subida del SMI vaya a destruir empleo, es más bien una condición indispensable para mejorar la posición del trabajo y de la producción nacional en una economía globalizada.
El SMI como elemento cohesivo
Antes de las subidas de los últimos años, el SMI se situaba alrededor de poco más del 40% con respecto al salario mediano, tal y como muestran los datos de Eurostat. Es decir, que en España existe una mayor diferenciación salarial con respecto a otros países, y que la gente que cobra el SMI es, en un contexto de aumento de los salarios medios, relativamente cada vez más pobre. Esa pobreza relativa puede aumentar las tensiones sociales dentro de la clase trabajadora y, en caso de una ausencia de solidaridad interna de clase, facilitar la entrada de proyectos xenófobos que exteriorizan un problema endémico: “el problema no es nuestro, es porque hay demasiada gente extranjera que quiere venir a nuestro país”. Eso mientras que la juventud española migra a otros países para trabajar en aquello para lo que fue formada y puso sus expectativas.
Mantener el SMI a niveles bajos, mientras la vida se encarece y la acumulación de capital prosigue, puede excluir a una gran parte de la población y condenarlas a la pobreza. Una mayoría de los estudios al respecto aseguran que la desigualdad conlleva mayores tasas de criminalidad y violencia, como por ejemplo demuestran las investigaciones de Pare y Pelson. En cualquier caso, desatender las necesidades reproductivas del 25% de la población en España, unas 11.8 millones de personas, supone crecientes tasas de pobreza absoluta y relativa. Políticamente, puede canalizarse a través de un creciente odio hacia la clase alta o la extranjera, fundamentando soluciones autoritarias y represivas por parte del estado u otros grupos de extrema derecha para mantener la cohesión social. “El fascismo se alimenta del resentimiento” según Jason Stanley. Culpar a “otros” trabajadores pobres de la creciente miseria, en particular, a trabajadoras inmigrantes o grupos minoritarios con las que comparten el estrato social, revienta la posibilidad de establecer lazos de solidaridad entre aquellas que más lo necesitan. Por lo tanto, una subida real y efectiva del SMI puede ser necesaria a la hora de aplacar discursos simplistas ante problemas complejos.
El SMI como efecto multiplicador
Además de disciplinar a las empresas para que inviertan y de generar una mayor cohesión social, la subida del SMI tiene un efecto positivo sobre el conjunto de la economía y de una gran parte de las empresas. El afán ordo-liberal alemán por reducir el déficit comercial en todos los países de la Eurozona, y que países como España, Grecia, Portugal o Italia han reproducido más o menos servicialmente, se ha materializado en una intervención drástica sobre los mercados laborales y las políticas públicas en favor del capital internacional: recortando derechos laborales y sindicales, y limitando la solidaridad entre y dentro de las clases, con políticas fiscales regresivas que destruyen los fundamentos del Estado de Bienestar. O lo que suele llamarse neoliberalismo, pero de una forma “pactada”. Todo esto ha hecho que el consumo e inversión agregadas se vieran sustancialmente limitados, y que muchas PYMES hayan tenido que cerrar o bajar sustancialmente sus expectativas para poder sobrevivir.
Un reciente estudio de Paloma Villanueva y Luis Cárdenas explica cómo las políticas de austeridad del periodo 2008-2012 no han hecho que España sea “más competitiva”. Al contrario, la reducción de la proporción de los salarios en la renta nacional ha supuesto la destrucción de empleo, complementada por la propia destrucción de trabajos que supuso la caída de la burbuja en el sector inmobiliario y, apuntalada después, a través de la reforma laboral y los grandes pactos entre patronal y sindicatos para asegurar la competitividad de las empresas. La crisis y las soluciones a la misma no hizo que las exportaciones españolas crecieran, sino que las importaciones disminuyeran, mientras que la deuda nacional se incrementaba en relación a un PIB más reducido. Por lo tanto, según el equipo de economistas de Podemos en el Gobierno, con Nacho Álvarez a la cabeza, un crecimiento del peso de los salarios en la economía española no solo no disminuiría las exportaciones, sino que aumentaría el crecimiento económico (véase también Villanueva et al. 2020; Luis Cárdenas et al. 2020).
El gran capital está en contra de la subida del SMI no porque vaya a afectarle directamente, sino indirectamente a través de una mayor solidaridad de clase
Así, y al contrario del dogma neoliberal que el Banco de España defiende, una subida del SMI como la que se está planteando no reduce la capacidad exportadora de las empresas en España, sino que estimula el poder adquisitivo de la mayoría trabajadora y facilita la supervivencia de la mayoría de PYMES que se sustentan sobre ella. Lo cual no quiere decir que puedan sobrevivir con los mismos esquemas productivos y organizativos del pasado, pero sí implica que tendrán más tiempo para adecuar sus productos y procesos de trabajo a los mercados cada vez más globales. Todo esto es pues expresión de una pugna entre una minoría de capitalistas dentro y fuera de España por mantener una regulación del mercado favorable a sus intereses particulares. El gran capital está en contra de la subida del SMI no porque vaya a afectarle directamente, sino indirectamente a través de una mayor solidaridad de clase. El pequeño capital se opone más fervientemente ya que su estructura de costes se verá modificada sustancialmente, paradójicamente, cuando hemos comprobado que en realidad la subida de los salarios es una fuente de inversión y consumo para sus maltrechas economías de pequeña escala.
Aun así, una subida aislada del SMI sin otras medidas puede ser problemática, por eso debe ser acompañada de una política amplia de transformación económica y avance social. Porque las economías de mercado y sus principales rectores capitalistas ya han demostrado su incapacidad de acometer las urgentes tareas de los próximos tiempos, en planos como el ecológico y el laboral es un consenso que se abre paso y ya no hay vuelta atrás. Por ello, es necesaria una acción coordinada de los sindicatos, las bases sociales movilizadas y las instituciones públicas para poder hacer valer una serie de reformas indispensables para evitar el colapso. Es urgente realizar una nueva cultura de la intervención y regulación pública y social de los sectores estratégicos, la publificación de aquellos más esenciales y, sobre todo, un nuevo ciclo de inversiones estatales que, con el sustento europeo y nuevos mecanismos de solidaridad, permitan poner las bases de un nuevo modelo económico basado en la igualdad y la sostenibilidad ecológica. Claro que se puede.
Laboral
Lanaren Ekonomia Impacto de la crisis en la economía del trabajo
La feminización del trabajo remunerado, la reestructuración sectorial, el escaso reemplazo intergeneracional y la reducción desequilibrada de los salarios son los cuatro principales efectos de la crisis en las relaciones laborales. Mientras sigan las politicas de los actuales gobernantes vascos que promueven este modelo fallido, la vida de las personas trabajadoras seguirá empeorando.
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Si comprendieramos que "la patronal" también esta formada por pequeños agricultores que muchas veces ganan menos que sus empleados, que no tienen horarios ni vacaciones ni oagas extras, otro gallo cantaria. El SMI ha aumentado más del 30% en los últimos 3 años. Los productos agrícolas nada
Ganancias de la patronal, a costa de la masa salarial. Un clásico. Otro capitalismo no es posible.