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Biodiversidad
‘An Immense World’, de Ed Yong: ecologismo de lo mágico
Imaginad por un momento que una especie alienígena llega a nuestro planeta. Con fascinación, la ciencia observa que sus individuos no sólo son capaces de localizar objetos a través del sonido, sino que además lo hacen con una precisión extraordinaria. Disciernen objetos a más de 700 metros, incluso si el ruido ambiente es ensordecedor. Son capaces de penetrar en la opacidad, diferenciando cilindros aparentemente iguales en función de si están rellenos de agua, alcohol o glicerina. Con un solo pulso de su sonda, identifican minas enterradas varios metros bajo el suelo. Cuando se ponen a prueba los límites de sus habilidades, haciéndoles diferenciar dos cilindros metálicos manufacturados para ser exactamente iguales, son capaces de hacer ver a los humanos sus limitaciones apreciando diferencias involuntarias en la fabricación de esos dos objetos de sólo 0,6mm.
Pero hay más. Alucinamos al descubrir que su sónar puede penetrar la carne humana, pudiendo formarse una imagen nítida de nuestros órganos internos en tiempo real. Después, observamos que son capaces de representarse esos elementos eco-localizados como si los vieran en una pantalla, de construir una imagen mental del objeto pese a no haberlo visto con los ojos. Como si llevasen unos auténticos rayos-X de serie. Descubrimos que algunas subespecies de estos alienígenas usan este superpoder para cortejarse entre ellos a través de sus formas óseas internas, como si las caprichosas estructuras de la cornamenta de un ciervo se desarrollasen bajo la piel de su cráneo y tuvieran el mismo poder de seducción que si estuvieran a plena vista. Vemos que otras subespecies usan estas técnicas sónicas para coordinar, con la precisión de una orquesta sinfónica, grupos de caza de más de veintiocho individuos. Otras concentran ese sonido en una verdadera explosión de 236 decibelios, más alto de lo que se podría registrar en cualquiera de nuestros reinos animales.
Y aquí viene lo realmente alucinante: ese grupo de especies realmente existe. Se llaman cetáceos dentados e incluyen especies que no nos resultan tan insólitas -al menos, no tanto como los alienígenas- como los delfines o los cachalotes.
Un Mundo Inmenso
El libro de Ed Yong ‘An Immense World: how animal senses reveal the hidden realms around us’, traducido al castellano como “La Inmensidad del Mundo”, es una invitación a recuperar nuestra capacidad de maravillarnos con el mundo natural. El periodista científico de The Atlantic y ganador del premio Pulitzer hace un monumental estudio sobre las más recientes indagaciones científicas acerca de los sentidos de los animales. En ese proceso nos revela un extraordinario universo de datos, historias y curiosidades, que asombran por el balance entre rigor académico y espíritu divulgativo, pero sobre todo por el elemento mágico que aportan a nuestra forma de mirar a los ecosistemas y sus habitantes. Yong hace que nos cuestionemos el antropocentrismo con el que solemos percibir los comportamientos, capacidades y mundos internos de otros seres vivos. Hay un concepto clave en su obra, Umwelt, que fue teorizado por primera vez por el zoólogo alemán Jakob von Uexküll. En esencia, se refiere a la ventana sensorial única desde la que cada especie y cada individuo se asoma al mundo. Descubrimos en el libro que el Umwelt humano no es ni predominante ni superior al del resto de especies, sino que es uno más entre la inabarcable multiplicidad que la biosfera atesora. Realizar el ejercicio de entrar en el Umwelt de otras criaturas es un viaje intelectual que nos hace poner en valor la biodiversidad por ella misma, como un fin y no solo -aunque, inevitablemente, también- como un medio para nuestra propia supervivencia.
Vista, oído, gusto, tacto y olfato. Los cinco sentidos resuenan en nuestra mente acotados y delimitados por nuestros propios sesgos, capacidades y costumbres. Aprender sobre cómo se manifiestan en otros animales es, en este sentido, una verdadera cura de humildad. La mayoría de aves poseen en sus ojos cuatro tipos de conos, y no solo tres como el ser humano, desbloqueando así un universo cromático de miles de colores totalmente inaccesibles a la vista humana. Los infrasonidos emitidos por elefantes y ballenas son en realidad un mecanismo de conexión acústica y coordinación para redes de individuos dispersos a lo largo de cientos e incluso miles de kilómetros, dándole la vuelta a nuestra concepción mental de lo que es un ‘grupo’. Los siluros o peces gato han desarrollado un sentido del gusto omnipresente en su cuerpo, pudiendo saborear desde las puntas de sus barbillones (bigotes) hasta el final de sus colas, lo que les convierte básicamente en lenguas submarinas. La parte del cerebro de las nutrias marinas dedicada al tacto es desproporcionadamente grande en comparación con otros animales, lo que les permite distinguir superficies con enorme destreza y facilita su vida en aguas turbias en las que los fondos marinos no son tan fácilmente explorables a la vista. El olfato es tan determinante para las polillas esfinge que los machos, quienes normalmente detectan sustancias olorosas sexuales desde varias millas, se comportarán como hembras si les trasplantan las antenas con las que huelen, buscando lugares convenientes para depositar huevos en vez de lugares de apareamiento.
Mucho más que cinco sentidos
Pero es que el mundo sensorial no se limita a los cinco sentidos con los que el ser humano está más familiarizado. Existe el geomagnetismo, con el que tortugas marinas y aves migratorias se guían para orientarse en viajes de miles de kilómetros usando el campo magnético de la Tierra. Existe la percepción de las vibraciones en superficie, con las que insectos como los fulgomorfos se comunican por medio de sugerentes cantos de baja frecuencia, más propios de animales de gran tamaño. También la percepción de los campos eléctricos, con la que algunos peces como la morena negra envían mensajes sobre su especie, sexo, e incluso identidad con una sensibilidad a la distorsión que alcanza la millonésima de segundo, el reloj más preciso del mundo natural. La lista podría continuar.
A través del libro de Yong, llegamos a varias conclusiones valiosas. En primer lugar, el salvaje atropello de los Umwelten de otras especies que provoca la acción humana sobre los ecosistemas, poniendo de relieve aspectos de la contaminación antropogénica, como la lumínica o la acústica, habitualmente minimizados o no priorizados en las luchas ecologistas. En segundo lugar, la necesaria provisionalidad de las conclusiones científicas, la matización de cualquier hallazgo que nos invita al principio de precaución y a una sana cautela que lleva a revisar nuestros sesgos antropocéntricos antes de emitir juicios categóricos sobre la realidad.
Finalmente, y quizás de forma más importante para el ecologismo social, nos revela el poder del asombro. En el viaje inmersivo que el autor propone, se genera un vínculo emocional con el poder mágico de Gaia, una fascinación por lo vivo que es en sí misma movilizadora. Sin querer hacer de menos los diagnósticos que subrayan la trayectoria suicida y ecocida del capitalismo globalizado, ante el vaso desbordado de lo distópico, esta celebración de los tesoros de la biodiversidad entra como una bocanada de aire fresco. Quizás la defensa de la naturaleza, de nuestras biorregiones, deba también (o, por qué no decirlo, principalmente) cimentarse sobre el valor que otorgamos a la vida. Una vida múltiple, inmensa, con la que hemos tenido la suerte de coexistir.