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Ecofeminismo
¿Y si pudiera vivir en mi ciudad?
Ecologistes en Acció de Catalunya
En el último siglo las ciudades se han configurado en torno al coche. En Barcelona el 65% del espacio público está destinado a los vehículos. No solo hablamos del espacio que necesitan los coches y motos para circular, sino también todo ese espacio que ocupan mientras están aparcados. El 35% del espacio restante es el que queda para las personas, los parques, plazas y calles peatonales. Esta desproporción debería sorprendernos un poco ¿o no?
Espacio público compartido, ese es el lema escogido este año para la semana europea de la movilidad. Casi un cuarto de siglo después de que se empezaran a celebrar estas fechas señaladas, repetimos los mismos eventos en septiembre: algunos debates públicos, algunas bicicletadas, algunas calles cortadas temporalmente... “algunas”.
La semana de la movilidad coincide este año con la tramitación -que va con casi dos años de retraso- de las ordenanzas para poner en marcha Zonas de Bajas Emisiones (ZBE) en decenas de ciudades. Las ZBE eran un instrumento que podría haber servido como oportunidad para recuperar el espacio público y mejorar la calidad del aire, pero lo que estamos observando es que en una amplia mayoría de municipios no van a servir ni para cumplir el expediente.
Hacen falta medidas más ambiciosas que las ya descafeinadas ZBE, pues no son la solución mágica a los problemas de contaminación ni ocupación del espacio público, pese a la ofensiva que están recibiendo por parte de lobbies y poder judicial. Existen muchas otras medidas, contempladas en la ley de Cambio Climático, que no son sólo complementarias, sino igual o más necesarias que las propias ZBE.
Nos referimos a medidas tales como la pacificación de los entornos escolares, el urbanismo táctico, la renaturalización de espacios, el fomento de la movilidad activa, el incremento en la calidad y la cantidad del transporte público, las fiscalización de los medios de transporte no necesarios - el ejemplo de la tasa Amazon en Barcelona-, la expansión y mejora de los carriles bici, la restricción total de zonas para el tráfico, la reducción del espacio de aparcamiento en superficie.
Cuando casi toda la ciudad está orientada a un sistema de movilidad del que tan solo hace uso una parte muy reducida de la población, las desigualdades y las injusticias se hacen evidentes. Continuando con el ejemplo de Barcelona, el vehículo privado representa solo el 25% de los desplazamientos que se hacen en la metrópoli, y la tasa de ocupación media por vehículo es de 1,2 personas/coche.
Pese a ello, el transporte privado ocasiona la mayor parte de la contaminación en las ciudades, tanto por lo que respecta a la mala calidad del aire como a las emisiones de gases de efecto invernadero. Según los últimos estudios el 33% del asma infantil se relaciona directamente en las ciudades europeas al transporte rodado. Y no solamente impacta en nuestra salud respiratoria, sino que también en la cardiovascular y aumenta el riesgo de padecer obesidad y diabetes. También existen estudios que alertan de una clara correlación entre las escuelas en las que se respiran más aire contaminado con el bajo rendimiento académico.
Si nos referimos a lo que respecta a la emergencia climática, los coches no solo emiten gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global, sino que producen el efecto de isla de calor dentro de las ciudades. Al dejar nuestros coches aparcados con los motores calientes sobre el asfalto se acumula el calor residual, que contribuye a estas temperaturas insoportables que sufrimos en las ciudades de manera creciente año tras año.
Otro de los grandes problemas en términos de salud pública que generan los vehículos privados, es también una de las mayores preocupaciones de las familias que tienen hijas e hijos, la siniestralidad.
¿Pero qué pasaría si redujésemos el número de coches y motos que entran en nuestras ciudades? Pasaría que tendríamos más espacio para respirar, la contaminación atmosférica disminuiría radicalmente, dispondríamos de más espacio público para poder salir a la calle y disfrutar de nuestra ciudad, disminuiríamos en gran medida la cantidad de gases de efecto invernadero que producimos y reduciríamos la temperatura en las ciudades, la seguridad en nuestras calles sería un hecho puesto que no existiría prácticamente ningún riesgo y en general nuestra salud, física y mental, mejoraría.
Queremos ciudades vivibles, humanas, en las que sea posible el encuentro y la convivencia, también de personas mayores y pequeñas, de pequeños negocios, tiendas de barrio, espacios con bancos y sombra en los que refugiarse del calor, y combatir con charlas con las vecinas el individualismo.
Y es que si ya es triste de por sí que la única medida que actualmente se está empezando a aplicar por los ayuntamientos sean las ZBE, más triste aún es la ofensiva que están sufriendo por parte de los tribunales, los cuales están tumbando y bloqueando las ordenanzas de los ayuntamientos en las que se aprueban con argumentos absolutamente irrelevantes como errores burocráticos en sus proyectos. Es vergonzoso que los tribunales prioricen un falso supuesto “derecho a ir en mi coche” por delante del derecho a la salud y a disfrutar de un medio ambiente sano -derechos que son reales y vienen recogidos en la constitución-. Barcelona, Madrid, l’Hospitalet de Llobregat, entre otras son algunas de las ciudades a las que ya se han dictado sentencias con el fin de tumbar sus ZBE, pese a que eran unos proyectos de mínimos para cumplir lo que determinaba la ley.
Es urgente que los ayuntamientos tomen medidas serias para devolver el espacio público a las personas, mejoren el transporte público, y cambien el diseño urbano para que el coche deje de ser el protagonista y las calles pasen a ser espacios para el encuentro, el juego y la actividad cotidiana.